Mientras leía descripciones del famoso baile del plenilunio de primavera intentaba imaginarme lo que sentirían los rusos que asistieron. Era 1935, habían pasado más de diecisiete años desde la revolución y, para entonces, en Rusia no debían quedar apenas representantes de los poderosos de antaño. Nada de aristocracia zarista, seguro; muchísimos andaban por París ejerciendo de taxistas o profesores de música; pero tampoco habría aquellos viejos e inmensamente ricos terratenientes y ni siquiera los burgueses vinculados al comercio o a la industria que habían hecho grandes fortunas en el medio siglo anterior a la Gran Guerra. Para entonces, ya se había culminado la masiva expropiación a los kulaks y había concluido el primer plan quinquenal para la industrialización del país, pero todo ello desde el férreo control del partido comunista. La gran masa de la población rusa seguía en la pobreza (cuando no muriendo de hambre) y, en cambio, se iba consolidando una nueva elite en torno a los resortes del aparato del Estado y, desde luego, a la fidelidad a Stalin. Pero hay que pensar que casi todos los bolcheviques provenían de grupos muy ajenos a los que, antes de la revolución, accederían a los suntuosos actos sociales del Petersburgo o Moscú zaristas. El embajador Bullit, por su extracción social, poco tenía que ver con los dirigentes soviéticos; provenía de una de las viejas y orgullosas familias de Philadelphia y había estudiado en Harvard y en Yale. Por más que tuviera simpatías socialistas, me imagino que arrugaría la nariz desdeñosamente ante los comportamientos zafios de los bolcheviques y consta que consideraba la vida social del régimen rayana en lo cutre. De ahí que optara por deslumbrarlos con sus magníficas fiestas, buena táctica sin duda para exhibir la magnificencia y poderío norteamericanos, aunque no sé si la mejor para fomentar la amistad entre ambos gobiernos. Quizá esperaba atraer hacia su esfera a personajes concretos del Partido, pero si tal era su intención fracasó de plano, pues, tal como estaba el clima, mostrar inclinaciones hacia el boato capitalista era alimentar la desconfianza de los perros de presa de Stalin y desaparecer del panorama (y del mundo de los vivos en no pocas ocasiones), como habría de demostrarse en los siguientes meses a la famosa fiesta. Pero en ese mes de abril aún no había empezado la Gran Purga (aunque sí suprimidos hace tiempo los más destacados oponentes al poder omnímodo de Stalin) y podían verse varios bolcheviques ilustres paseando sus trajes de gala por los salones de la Spaso House y disfrutando del lujo ostentoso, síntoma claro de la decadencia del capitalismo.
Entre ellos estaba, por ejemplo, Karl Radek, admirador y servidor de Lenin durante los días de Zurich (aunque éste lo consideraba un necio insoportablemente pesado) y uno más de los viajeros del famoso tren precintado que atravesaría Alemania (en la lista de pasajeros cambió su nombre, que ya era un seudónimo, por el de Pripevski, una broma irónica de Lenin alusiva a sus aficiones cantarinas, pues pripev quiere decir estribillo en ruso). Radek, que hasta la Revolución era súbdito austro-húngaro, fue uno de los más activos bolcheviques durante los primeros años, tanto en Rusia como en Alemania, donde intentó organizar el movimiento comunista al acabar la guerra. Después de la muerte de Lenin, su influencia en el Comintern empezó a decaer e incluso llegó a ser expulsado del partido, pero lo volvieron a admitir en el 30. De hecho, cuando se celebró la fiesta de la embajada, el casi cincuentón Karl debía pasar por una etapa de reconocimiento, pues era uno de los encargados de la redacción de la Constitución de la Unión Soviética. Lejos estaría de imaginar, digo yo, que en menos de dos años iba a ser juzgado, condenado y poco después asesinado. Pero, de momento, seguro que se lo pasaba en grande codeándose con los burgueses capitalistas y charlando sin freno, quizá hasta imprudentemente. Se hizo notar empeñándose en que el osezno bebiera champán hasta que dejarlo completamente borracho, imagen simbólica muy poco conveniente para la dignidad rusa, y mucho menos en la casa del que ya empezaba a ser el archienemigo.
Otro de los capitostes que estuvo esa noche en el palacete de la plaza Spasopeskovskaya fue Nikolai Bujarin, desde muy joven volcado en las actividades revolucionarias. Cuando lo conoció en 1912 en Cracovia, a Lenin le gustó aquel tipo entusiasta y radical, devorador de libros en media docena de lenguas y orador entretenido e ingenioso. Luego, tras la victoria de la revolución, Bujarin fue poco a poco haciéndose notar, aunque todavía desde una segunda fila; de esos primeros años son algunos enfrentamientos táctico-ideológicos con Lenin en relación a la forma del Estado y a qué hacer con la guerra contra Alemania, pero sus principales disensos fueron con Trostki (a quien, por cierto, le era profundamente antipático). Es posible que esas rencillas contribuyesen a dejarse seducir por Stalin en los momentos de la sucesión; de hecho, en 1924 entra en el Politburó y se convierte en el contrapeso del ala izquierda (Trotski) y en uno de los ideólogos de la oportunista (y necesaria) tesis del "socialismo en un solo país". De lo poco que conozco a Bujarin me da la impresión de que durante la segunda mitad de los años veinte se creía, con ingenuidad suicida, que las batallas dialécticas de la cúpula bolchevique eran ideológicas y no alcanzó a ver (o al menos no lo valoró adecuadamente) que simplemente disfrazaban las salvajes cuchilladas por la apropiación del poder. A la muerte de Lenin se había convertido en el más firme portavoz de la continuidad de la Nueva Política Económica (NEP), que dejaba un cierto margen al pequeño capitalismo, especialmente en el sector agrario, consiguiendo alcanzar los puestos más relevantes como herramienta de Stalin para socavar las posiciones de Trotski. Pero en el 28 el artero georgiano, una vez expulsados Zinoviev y Trotski del partido comunista (éste confinado en Kazajastán y pendiente de ser deportado), decidió cortar de raíz las limitadas concesiones a la iniciativa privada cuyo eventual florecimiento no podía beneficiar en nada sus intereses autocráticos. El grave error de Bujarin fue hacerse demasiado popular y sus teorías, que tanto habían servido a Stalin para deshacerse de los líderes bolcheviques de un lado, iban a ser vueltas en su contra. Lo de animar a los campesinos a enriquecerse y defender una vía lenta hacia el socialismo (a paso de tortuga) pasó a convertirse en centro de los ataques, sólo aparentemente ideológicos, de Stalin que culminaron con su expulsión del Politburó a finales del 29. Probablemente, lo mejor que podría haber hecho Bujarin hubiese sido estarse calladito y pasar desapercibido pero, en cambio, se dedicó a buscar aliados (incluso entre los ex-dirigentes bolcheviques a cuya degradación él mismo había contribuido) y a chismorrear contra Stalin (lo calificó de un nuevo Gengis Khan), pero al mismo tiempo pidiéndole perdón y que volviera a admitirle en el cotarro. La colectivización e industrialización forzadas que siguieron al abandono de la NEP no resultaron buenas políticas y el descontento entre los bolcheviques empezó a extenderse. Stalin, que nunca dejó de estar atentísimo a las más mínimas oscilaciones de los sentires de los comunistas (gracias a su cada vez más eficaz policía secreta), entendió que convenía aflojar aparentemente las tensiones y así, después del 17 Congreso del Partido, vinieron dos añitos que se llaman del deshielo, casualmente (¿o no?) justo en los cuales se establecieron relaciones diplomáticas con los USA, se abrió la nueva embajada en Moscú y se celebró la famosa fiesta primaveral. Bujarin fue rehabilitado y puesto al frente de Izvestia, desde donde se dedicó a denunciar y advertir sobre el peligro de los fascismos europeos. Supongo que para las fechas de la fiesta de la embajada ya no quedaría nada de su antigua ingenuidad y era bien consciente de que su posición e incluso su vida peligraban. Consta que durante los meses anteriores a su detención (27/2/37) a varias personas les habló de su odio y miedo a Stalin, a quien ahora ya consideraba el mismísimo diablo; así que no es difícil pensar que, conocida su natural locuacidad probablemente avivada por el alcohol, también él se explayara contra el régimen delante de los anfitriones norteamericanos.
Traigo a colación a estas dos personalidades del comunismo soviético porque en cierto modo me parecen buenos ejemplos de lo que se cocía en el enrarecido ambiente de la política rusa mientras el embajador Bullit los acogía en la fiesta más esplendorosa que había visto y vería el régimen. Supongo que la declarada intención de obnubilar a los zopencos rusos se completaba con la de conseguir, de esa manera, llegar a conocer mejor sus secretos a fin de evaluar la futura evolución de la URSS y plantear al gobierno de Roosevelt las tácticas más adecuadas. Presiento que en gran medida esos objetivos se lograron y que, pasadas la resacas, Bullit discutiría largamente con sus asesores, entre ellos Kennan, sobre las tensiones que sin duda habrían detectado entre sus prominentes invitados. No creo que se dejaran engañar por la retórica oficial, preñada de triunfalismo, que había caracterizado los discursos del reciente 17 Congreso del PCUS, mientras sottovoce se propagaba el descontento. Hay que recordar que apenas cuatro meses antes de la fiesta, Kirov, la figura más llamativa de ese Congreso, había sido misteriosamente asesinado en Leningrado y por más que recibiera un funeral de estado y el propio Stalin cargara el féretro, a pocos debía ocultársele que su mano estaba detrás del crimen. Faltaba poco más de un año para que empezaran los juicios de Moscú y el aparente clima de distensión no era más que la calma antes de la tormenta, la tormenta que acabaría con los dos personajes a cuyas semblanzas he dedicado los párrafos anteriores. Esta situación tuvo que ser percibida por Kennan, ya predispuesto a la desconfianza respecto a los para él crueles e intrigantes soviéticos, pero también por Bullit, pese a sus simpatías. De hecho, el embajador en los meses que siguieron tuvo suficientes pruebas de la criminalidad del régimen y, cuando cesó en el cargo (antes de los juicios) ya había visto lo suficiente para convertirse en un combativo anticomunista hasta el final de sus días. Me pregunto, de otra parte, qué efectos tuvo la fiesta de la embajada en los hechos posteriores. No creo que sea muy descabellado suponer que los agentes de la NKVD presentes en la embajada recopilaran buena cantidad de palabras de los figurones bolcheviques que se usarían unos meses después para condenarlos. Bajo esa óptica, el mismo Bullit, que tanto se horrorizaría con las atrocidades de Stalin, pudo convertirse en uno más de sus tontos útiles.
Entre ellos estaba, por ejemplo, Karl Radek, admirador y servidor de Lenin durante los días de Zurich (aunque éste lo consideraba un necio insoportablemente pesado) y uno más de los viajeros del famoso tren precintado que atravesaría Alemania (en la lista de pasajeros cambió su nombre, que ya era un seudónimo, por el de Pripevski, una broma irónica de Lenin alusiva a sus aficiones cantarinas, pues pripev quiere decir estribillo en ruso). Radek, que hasta la Revolución era súbdito austro-húngaro, fue uno de los más activos bolcheviques durante los primeros años, tanto en Rusia como en Alemania, donde intentó organizar el movimiento comunista al acabar la guerra. Después de la muerte de Lenin, su influencia en el Comintern empezó a decaer e incluso llegó a ser expulsado del partido, pero lo volvieron a admitir en el 30. De hecho, cuando se celebró la fiesta de la embajada, el casi cincuentón Karl debía pasar por una etapa de reconocimiento, pues era uno de los encargados de la redacción de la Constitución de la Unión Soviética. Lejos estaría de imaginar, digo yo, que en menos de dos años iba a ser juzgado, condenado y poco después asesinado. Pero, de momento, seguro que se lo pasaba en grande codeándose con los burgueses capitalistas y charlando sin freno, quizá hasta imprudentemente. Se hizo notar empeñándose en que el osezno bebiera champán hasta que dejarlo completamente borracho, imagen simbólica muy poco conveniente para la dignidad rusa, y mucho menos en la casa del que ya empezaba a ser el archienemigo.
Otro de los capitostes que estuvo esa noche en el palacete de la plaza Spasopeskovskaya fue Nikolai Bujarin, desde muy joven volcado en las actividades revolucionarias. Cuando lo conoció en 1912 en Cracovia, a Lenin le gustó aquel tipo entusiasta y radical, devorador de libros en media docena de lenguas y orador entretenido e ingenioso. Luego, tras la victoria de la revolución, Bujarin fue poco a poco haciéndose notar, aunque todavía desde una segunda fila; de esos primeros años son algunos enfrentamientos táctico-ideológicos con Lenin en relación a la forma del Estado y a qué hacer con la guerra contra Alemania, pero sus principales disensos fueron con Trostki (a quien, por cierto, le era profundamente antipático). Es posible que esas rencillas contribuyesen a dejarse seducir por Stalin en los momentos de la sucesión; de hecho, en 1924 entra en el Politburó y se convierte en el contrapeso del ala izquierda (Trotski) y en uno de los ideólogos de la oportunista (y necesaria) tesis del "socialismo en un solo país". De lo poco que conozco a Bujarin me da la impresión de que durante la segunda mitad de los años veinte se creía, con ingenuidad suicida, que las batallas dialécticas de la cúpula bolchevique eran ideológicas y no alcanzó a ver (o al menos no lo valoró adecuadamente) que simplemente disfrazaban las salvajes cuchilladas por la apropiación del poder. A la muerte de Lenin se había convertido en el más firme portavoz de la continuidad de la Nueva Política Económica (NEP), que dejaba un cierto margen al pequeño capitalismo, especialmente en el sector agrario, consiguiendo alcanzar los puestos más relevantes como herramienta de Stalin para socavar las posiciones de Trotski. Pero en el 28 el artero georgiano, una vez expulsados Zinoviev y Trotski del partido comunista (éste confinado en Kazajastán y pendiente de ser deportado), decidió cortar de raíz las limitadas concesiones a la iniciativa privada cuyo eventual florecimiento no podía beneficiar en nada sus intereses autocráticos. El grave error de Bujarin fue hacerse demasiado popular y sus teorías, que tanto habían servido a Stalin para deshacerse de los líderes bolcheviques de un lado, iban a ser vueltas en su contra. Lo de animar a los campesinos a enriquecerse y defender una vía lenta hacia el socialismo (a paso de tortuga) pasó a convertirse en centro de los ataques, sólo aparentemente ideológicos, de Stalin que culminaron con su expulsión del Politburó a finales del 29. Probablemente, lo mejor que podría haber hecho Bujarin hubiese sido estarse calladito y pasar desapercibido pero, en cambio, se dedicó a buscar aliados (incluso entre los ex-dirigentes bolcheviques a cuya degradación él mismo había contribuido) y a chismorrear contra Stalin (lo calificó de un nuevo Gengis Khan), pero al mismo tiempo pidiéndole perdón y que volviera a admitirle en el cotarro. La colectivización e industrialización forzadas que siguieron al abandono de la NEP no resultaron buenas políticas y el descontento entre los bolcheviques empezó a extenderse. Stalin, que nunca dejó de estar atentísimo a las más mínimas oscilaciones de los sentires de los comunistas (gracias a su cada vez más eficaz policía secreta), entendió que convenía aflojar aparentemente las tensiones y así, después del 17 Congreso del Partido, vinieron dos añitos que se llaman del deshielo, casualmente (¿o no?) justo en los cuales se establecieron relaciones diplomáticas con los USA, se abrió la nueva embajada en Moscú y se celebró la famosa fiesta primaveral. Bujarin fue rehabilitado y puesto al frente de Izvestia, desde donde se dedicó a denunciar y advertir sobre el peligro de los fascismos europeos. Supongo que para las fechas de la fiesta de la embajada ya no quedaría nada de su antigua ingenuidad y era bien consciente de que su posición e incluso su vida peligraban. Consta que durante los meses anteriores a su detención (27/2/37) a varias personas les habló de su odio y miedo a Stalin, a quien ahora ya consideraba el mismísimo diablo; así que no es difícil pensar que, conocida su natural locuacidad probablemente avivada por el alcohol, también él se explayara contra el régimen delante de los anfitriones norteamericanos.
Traigo a colación a estas dos personalidades del comunismo soviético porque en cierto modo me parecen buenos ejemplos de lo que se cocía en el enrarecido ambiente de la política rusa mientras el embajador Bullit los acogía en la fiesta más esplendorosa que había visto y vería el régimen. Supongo que la declarada intención de obnubilar a los zopencos rusos se completaba con la de conseguir, de esa manera, llegar a conocer mejor sus secretos a fin de evaluar la futura evolución de la URSS y plantear al gobierno de Roosevelt las tácticas más adecuadas. Presiento que en gran medida esos objetivos se lograron y que, pasadas la resacas, Bullit discutiría largamente con sus asesores, entre ellos Kennan, sobre las tensiones que sin duda habrían detectado entre sus prominentes invitados. No creo que se dejaran engañar por la retórica oficial, preñada de triunfalismo, que había caracterizado los discursos del reciente 17 Congreso del PCUS, mientras sottovoce se propagaba el descontento. Hay que recordar que apenas cuatro meses antes de la fiesta, Kirov, la figura más llamativa de ese Congreso, había sido misteriosamente asesinado en Leningrado y por más que recibiera un funeral de estado y el propio Stalin cargara el féretro, a pocos debía ocultársele que su mano estaba detrás del crimen. Faltaba poco más de un año para que empezaran los juicios de Moscú y el aparente clima de distensión no era más que la calma antes de la tormenta, la tormenta que acabaría con los dos personajes a cuyas semblanzas he dedicado los párrafos anteriores. Esta situación tuvo que ser percibida por Kennan, ya predispuesto a la desconfianza respecto a los para él crueles e intrigantes soviéticos, pero también por Bullit, pese a sus simpatías. De hecho, el embajador en los meses que siguieron tuvo suficientes pruebas de la criminalidad del régimen y, cuando cesó en el cargo (antes de los juicios) ya había visto lo suficiente para convertirse en un combativo anticomunista hasta el final de sus días. Me pregunto, de otra parte, qué efectos tuvo la fiesta de la embajada en los hechos posteriores. No creo que sea muy descabellado suponer que los agentes de la NKVD presentes en la embajada recopilaran buena cantidad de palabras de los figurones bolcheviques que se usarían unos meses después para condenarlos. Bajo esa óptica, el mismo Bullit, que tanto se horrorizaría con las atrocidades de Stalin, pudo convertirse en uno más de sus tontos útiles.
Prospettiva Nevski - Franco Battiato (The Platinum Collection, 2004)
Sin comentario pero muy pendiente de lo que seguirá.
ResponderEliminarNo carguemos tanto las tintas sobre El Padrecito Josef. Todos sabemos la cantidad de calumnias e injurias que han vertido sobre su persona plumas a sueldo de potencias fascistas extranjeras sobre tamaño benefactor, no solo de la extinta, lamentablemente, Unión Soviética sino de toda la humanidad, me atrevería decir sin sonrojo.
ResponderEliminarEl único y pequeño defecto de El Padrecito, es que era demasiado previsor y así le gustaba decir: "Mata a tus enemigos antes de que sepan que se van a convertir en tus enemigos"
...un pequeño defecto, sí (ver arriba)
ResponderEliminarLa verdad, leídos los tres posts de esta serie, es que hace cierta gracia ver cómo los malvados capitalistas aplicaron rigurosamente las tácticas leninistas y se dedicaron a acentuar las contradicciones internas del sistema soviético, es decir, a enfrentar a los jerarcas bolcheviques con lo más ostentoso del derroche burgués, con excelentes resultados: los austeros comunistas babeaban por los fastos capitalistas, emborrachaban al oso ruso y, en general, se lo pasaban como enanos con las decadencias occidentales. Mientras, los ucranianos morían de hambre por millones, y los comunistas de base iban siendo sistemáticamente purgados, con más eficacia cuanto más ardiente fuera su celo revolucionario y más sombra pudiera hacer al del Padre de los Pueblos.
ResponderEliminar¿Gracia, he dicho que hace? Lo que da es un asco...
Lo que verdaderamente da asco es que la intelectualidad y la progresía europea negase, aplaudiese o incluso justificase dichas atrocidades, y que incluso aún hoy en día uno puede ser comunista, y presumir de demócrata.
ResponderEliminarNúmeros:
ResponderEliminarHay muchas formas de ser comunista (yo no soy ninguna de ellas, si acaso libertario, pero eso, como 'poeta' es título que no se pude dar uno a sí mismo), lo que para mí está claro, en cambio, es que ser 'anticomunista' (y en general anti algo) es ir en compañía de la escoria de la Tierra (no de la sal)
Vanbrugh:
Para mí tengo que los auténticos tiburones capitalistas han leído lo esencial de Marx con mucha más atención que la mayoría de los auto denominados comunistas
Números: En mi modesta opinión, la historia de la revolución rusa triunfante y de la URSS (al menos hasta la muerte de Stalin y me temo que también después) poco tiene que ver, en cuanto a los motores que explican los hechos, con el comunismo, entendido como ideología. ësta fue simplemente la excusa justificativa de unos regímenes atroces, basados en el ejercicio despiadado del poder. Por tanto, aunque es difícil abstraerse de la historia real asociada a una ideología, sería interesante intentar hacerlo, si de lo que se trata es de juzgar a ésta. Por ejemplo, si uno lee los textos "ideológicos" del nazismo el juicio "ético" es sin duda negativo. No ocurre lo mismo con la bases teóricas del marxismo, aunque los crímenes que se hayan cometido en su nombre superen a los de Hitler. La cuestión que no estoy capacitado para responder es si del pensamiento marxista se sigue (inexorable o probablemente) un régimen como el stalinista o no. No creo que esa duda haya sido resuelta y creo que es muyy importante profundizar en la misma, por más que los hechos hayan desprestigiado completamente la ideología.
ResponderEliminarSí, es bastante sorprendente que no te puedas declarar católico sin que automáticamente caiga sobre tí, personalmente, la responsabilidad por todas y cada una de las barbaridades perpetradas por la Iglesia en los últimos mil quinientos años, y por todas y cada una de las estupideces dichas o cometidas por cada uno de los Papas y Obispos que han existido; y que protestes en vano de que tu fe personal nada tiene que ver con todo ello, porque, al parecer, si eres católico estás irremediablemente implicado en todas las culpas históricas de todos los católicos. O apostatas, o te suicidas, o cargas con ello.
ResponderEliminarPero en cambio te declaras comunista y si a alguien se le ocurre aludir siquiera a alguna tropelia de Stalin, de Mao, de Fidel o aún de Carrillo, te basta con fruncir la boca con desagrado ante tanta ignorancia, declarar, o simplemente dar a entender con un encogimiento de hombros, que tales personajes ni eran comunistas ni cosa que lo valga -o, alternativamente, que las Condiciones Históricas les obligaron a algunos innegables excesos o errores, pero que su saldo global es muy positivo, según prefieras- y que el comunismo es otra cosa, estupenda, pacífica y democrática, que sigue teniendo un gran futuro y la clave de la solución de nuestros problemas. Y cuela. Yo no acabo de entenderlo, pero he acabado por aceptar que funciona así.
Vanbrugh: en mi opinión tus dos ejemplos son perfectos pero no para mostrar las diferencias sino el absoluto paralelismo entre ambos. De hecho, habría que hacer el mismo ejercicio de distinción entre la doctrina (ideología) cristiana y la práctica de los jerarcas católicos o de lo que se ha hecho en nombre de esa doctrina. Jamás se me ocurriría implicar a quien tiene creencias cristianasen los actos que se han justificado con esas creencias. Del mismo modo, creo que declararse comunista está ahora mucho peor aceptado por culpa de las tropelías que citas, aunque ese comportamiento haya diso la norma entre los "intelectuales de izquierda" europeos de hace algunas décadas.
ResponderEliminarPero sigue pendiente mi duda.
Iba a hacer una réplica a Vanbrugh cuando he visto que el propietario del blog se me ha adelantado con los mismos argumentos exactamente que tenía pensado yo emplear, así que me abstengo y subscribo de pe a pa este de Miroslav.
ResponderEliminarCuando dices "jamás se me ocurriría implicar a quien tiene creencias cristianas en los actos que se han justificado con esas creencias" te creo, Miroslav, porque te conozco y sé que es cierto. Pero debes de ser de los pocos a los que "jamás se les ocurriría." A la inmensa mayoria de quienes discuten conmigo de religión es prácticamente lo primero que se les ocurre. Y cuando no me implican a mí, personalmente, por cortesía o por aprecio personal que me tengan, lo que sí hacen sin casi excepción es considerar "contaminadas" las doctrinas cristianas por lo más lamentable de la práctica de quienes las profesan o las profesaron. Respecto del cristianismo, esa cuestión que tan bien planteas tú respecto del marxismo -si del pensamiento marxista se sigue, inexorable o probablemente, un régimen como el estalinista- está unánimemente resuelta por sus detractores: la fe en Dios conduce sin remedio, antes o después, a la celebración de autos de fe o, por lo menos, a la prohibición del condón y a la imposición de la castidad prematrimonial, así como al apoyo incondicional de la explotación capitalista salvaje. El cristiano que diga serlo sin participar de esos o cualesquiera otros excesos -o que al argumentador se lo parezcan- de la Iglesia histórica y actual, o es un imbécil o es un hipócrita, o -versión light para referirse "amablemente" a, probablemente, ambas condiciones- "se está inventando un cristianismo personal que no tiene nada que ver con el de verdad". Pero quien así te argumenta puede, a la vez, declararse comunista sin aceptar la menor implicación, ni suya ni de su ideología, en las purgas estalinistas, ni en la represión castrista, ni en los tiananmenes chinos. Insisto, así es como funciona en el noventa y nueve por ciento de los casos.
ResponderEliminarLansky Procuro no ser anti- nada, porque entiendo que el ser anti- es el triunfo de la irracionalidad frente a la razón (No recuerdo en que blog he leído esto recientemente).
ResponderEliminarSuscribo lo dicho con Vanbrugh. Algo parecido sucede con los nacionalismos. Ser nacionalista catalán, vasco, gallego o de El Bierzo es sinónimo de demócrata. Ser nacionalista español es sinómimo de fascista. ¿Por qué unos sí y otros no?
Miroslav ¿Lleva el comunismo en su seno la semilla del terror? Pues no lo sé. Lo que si sé es que allá donde se ha impuesto el marxismo, ya sea la URSS de Stanlin, la Camboya de Pol Pot o la Corea de Norte de Kim il Sung, no ha tardado en implantarse una sangrienta tiranía.
Toda fe: el marxismo, el cristianismo, el racionalismo, el cientifismo, el espiritismo tiene sus fundamentalistas fanáticos y sus practicantes tolerantes. No obstante, para mí no es lo mismo ser espiritista que racionalista, aunque entre un espiritista tolerante y un racionalista fanatizado es más que probable que prefiera charlar con este último (ocultando, qué le voy a hacer, cierta sonrisilla condescendiente)
ResponderEliminarEn otro grado eso mismo me pasa entre un cristiano como Vanbrugh, inteligentemente tolerante, y un fanático marxistoideo desagradable, lo que no me hace olvidar que en el caso del cristianismo el origen es toda una mitología que preveo falsa en gran medida, aunque con su lógica mitológica, mientras que el marxismo depende de exceder el marco de una buena teoría (de teoría política y de economía política) a campos ajenos y de intentar aplicarla coercitivamente, cosa que por fortuna el cristianismo ha dejado de hacer ya en la mayoría de los casos
Números:
Todos los nacionalismos exacerbados llevan, creo, en cierto grado la semilla del fascismo potencial, pero no son iguales. Los nacionalismos centrífugos y con estado, como el español son distintos de los nacionalismos centrípetos y victimistas. Distintos, pero no sé cual más malo.
A ver, creo que me he perdido un poco. Si prefieres hablar con el racionalista fanático que con el espiritista tolerante, mutatis mutandis eso viene a querer decir que prefieres hablar con el fanático marxistoide desagradable que con el cristiano inteligentemente tolerante, o sea yo -gracias.-... De modo que la sonrisilla condescendiente con que me obsequias en ocasiones no llega ni a premio de consolación... mmm...
ResponderEliminarPor otra parte, mi perplejidad y la de Números no se refieren a las diferencias entre fanáticos y tolerantes en cada lado, sino al desparpajo con el que quienes aplican unos estrictos criterios a unos -cristianos, nacionalistas centrípetos con estado propio...- no aplican esos mismos criterios a otros -marxistas, nacionalistas centrífugos bajo estado ajeno-. Es decir, no hablan de diferencias intrínsecas al objeto tratado -si son más o menos buenos los xtnos que los mxtas, los nacionalistas que se quieren ir que los que quieren que nadie se vaya- ni de diferencias entre lo simpáticos que caigan unos y otros o entre el gusto que dé hablar con estos o con aquellos, sino de diferencias entre los criterios que se aplican al estudio de, y al trato con, unos y otros. De -no tengo más remedio que repetirme- por qué está tan generalizada la actitud de quien afirma, al mismo tiempo, que las tropelías históricas del cristianismo son inseparables de su propia y nefasta per se esencia y que las del marxismo, en cambio, son coyunturales y no afectan en nada a la impecable teoría. O la de quienes se comportan como si ser nacionalista fuera progre, estupendo y guay cuando el nacionalismo se refiere al Kurdistán, al Ulster o al País Vasco, y, a la vez, como si ser nacionalista fuera facha, retrógrado y siniestro cuando el nacionalismo se refiere a España, Turquía o el Reino Unido.
Tus consideraciones, pues, me resultan estupendasen general y halagüeñas para mí en particular, pero no responden a mi perplejidad.
Y respecto a lo que le contestas a Números: en mi opinión sí, todos los nacionalismos son iguales. Tú mismo lo reconoces en la práctica cuando precisas que no sabes cuál es más malo. Es decir, naturalmente, cada uno es distinto, igual que cada atracador de bancos es distinto, pero igual que todos los atracadores de bancos, cada uno de su padre y de su madre, tienen en común el hecho de que atracan bancos, y pueden ser colectivamente estimados basándose en ello, según que atracar bancos parezca mal o bien al estimador, todos los nacionalismos, cada uno con sus particularidades propias, tienen en común el hecho de considerar que la nación, su nación, es una cosa lo suficientemente importante como para centrar su actividad pública, y pueden ser juzgados, bien o mal, en atención a este hecho. Yo lo hago. Los juzgo mal a todos, porque el de nación me parece un concepto dañinamente necio, y tenerlo por centro y meta de la propia actividad, una prueba de necedad potencialmente dañina. En todos los casos, centrífugos, centrípetos y mediopensionistas. Y por eso me sorprende, como a Números, que haya tanta, pero tanta gente, para quien ser nacionalista sea de izquierdas, democrático y estupendo en unos casos y fascista, reaccionario y rechazable en otros. Y lo que más me sorprende, para serte sincero, es que cuando en un foro como este, lleno de foreros cultos e inteligentes, ambos planteamos repetidas veces, y creo que con no malos argumentos, esta perplejidad nuestra, nuestros contertulios insistan en no contestarnos, o contestarnos a otras cosas. Cuando tan fácil sería decirnos: "No tenéis razon en estar perplejos, la cosa se explica fácilmente porque..." o bien: "Tenéis razón, también yo pienso así y tampoco yo me explico...". En fin, lo que viene siendo contestar...
ResponderEliminar¡Perdón, perdón! Por no revisar...en mi primer párrafo lo que quería decir es exactamente lo contrario: que prefiero al espiritista tolerante, como es lógico al racionalista fanático (que los hay) etc. Si no no se entiende nada (Ay Dios, que mal me tratas!)
ResponderEliminarNo corrijo esa intervención anterior mía,tres o cuatro comentarios antes de esta, que podría. Que quede como baldón de mi precipitación (además, si lo hago aún se entenderían menos las répicas vanbrianas, y tampoco es eso, no soy tan tramposo)
ResponderEliminarLo que sucede además es que los nacionalismos centrípetos y victimistas son igual de centrífugos (si me apura incluso más) que los nacionalismos con Estado. La única diferencia es que su centro es diferente. Dos pruebas. Para que han servido las autonomías: para sustituir el centralismo de Madrid, por el de Sevilla, el de Barcelona o el que se tercie.
ResponderEliminarPlantee la siguiente cuestión a un independentistas:
Pregunta: Mañana hay un referéndum en el País Vasco sobre la independencia. El resultado 80% SÍ y 20% NO. ¿Que tendría que hacer el pueblo español.
Respuesta: Estará obligado a respetar la voluntad del pueblo vasco y darle la independencia.
Pregunta: El resultado en Álava es 20% SÍ y 80% NO. ¿Que sucede entonces?
Respuesta: Los alaveses estarán obligados a respetar la voluntad de la mayoría del pueblo vasco y aceptar la independencia.
La prueba de que tengo razón la tiene en el Conflicto de los Balcanes.
Vanbrugh:
ResponderEliminarY ahora, entendido y explicado yo mal o bien, contesto al meollo de Vanbrugh, como un machote:
Sigo sin estar de acuerdo contigo, pero no en e los ejemplos que citas. Creo que hay doctrinas que desde su propia teorización o dogmas generan ya tropelías, caso del nazismo y los fascismos y -¿la mayoría, todos?- los nacionalismos. Y creo que hay doctrinas como el cristianismo en los que tales perversiones no se siguen o
deducen de su doctrina salvo…
…Salvo que definamos doctrina de una u otra manera. Si la doctrina son los Evangelios vale (aunque hay episodios violentos, que me gustan mucho, como la expulsión de los mercados, perdón, digo de los mercaderes, del Templo), pero si la doctrina es también –y así lo sostienen los jefes de tu secta- los concilios, las encíclicas y declaraciones de papas sucesivos, entonces sí: de la doctrina nefasta se siguen actos nefastos. Lo siento, pero es lo que pienso, en conjunto, el balance histórico del cristianismo, que es de lo que en parte se trata, me parece muy negativo, pero mi respeto a las minorías (creo que lo sois) cristianas como tú es grande (¿Te he dicho que tengo amigos curas, incluso misioneros? Puaf qué asco)
Números:
En gran parte estoy de acuerdo contigo, pero sólo en la gran parte de que, como en el conflicto inflamado de la enseñanza en cataluña en catalán o en castellano, de loq ue en verdad se habla es de quie´n son esos subditos, no de si son o no subditos de alguien.
Los Balcanes, ay, mejor no comparar
Ya que no lo haces tú -tendríamos que revisar un día las respectivas definiciones de meollo- completaré yo tu comentario, que se te queda cojo (pero no de una pata sobre dos, sino de tres patas sobre cuatro, por lo menos). Tras lo que bien afirmas sobre qué es la doctrina cristiana, yo añado el párrafo correlativo:
ResponderEliminar…Salvo que definamos doctrina de una u otra manera. Si la doctrina es El Capital vale (aunque hay conceptos totalitarios que me sorprenden bastante, como la dictadura de la nomenklatura, perdón, digo del proletariado), pero si la doctrina es también –y así lo sostienen los jefes de esas sectas- los escritos, manifestaciones y discursos de Lenin, Stalin, Trotsky, Mao, Fidel y sucesivos jerarcas, jerarquitas y jerarquillos, entonces sí: de la doctrina nefasta se siguen actos nefastos. Lo siento, pero es lo que pienso, en conjunto, el balance histórico del marxismo, que es de lo que en parte se trata, me parece muy negativo, pero mi respeto a las minorías (creo que lo son) comunistas, como tantos honrados militantes, es grande (¿Te he dicho que tengo amigos militantes de IU, incluso en la Ejecutiva? Puaf, qué tragaderas).
Así la cosa queda un poco más equilibrada, ¿no crees?
Y sobre la cuestión, a la que creo haber aludido ya alguna otra vez, de por qué la izquierda progresista colabora alegremente con los nacionalismos periféricos -el aire marino debe mitigar los miasmas nacionalistas y volverlos benignos, o algo- y a todo el mundo le parece bien; y proscribe virtuosamente como a apestado al nacionalismo españolista, y al mismo todo el mundo le sigue pareciendo igual de bien o mejor aún, sobre ese novedoso asunto ni te acercas siquiera a admitir que alguien lo haya planteado. Se ha debido de caer del meollo algún momento que no estaba yo mirando, o padeces una sorprendente sordera selectiva.
Vaya, me he perdido participar en tan amena discusión y, dada la hora, seguro que nin Vanbrugh ni Lansky (Números no lo sé) ya no leerán este comentario, pero en fin ...
ResponderEliminarPrimero, en cuanto a las preferencias de interlocutor de Lansky, pese a que se equivocó, creo que del contexto se veía claro que erraba e intuyo que Vanbrugh lo sabía y no pudo resistirse a aprovecharlo para dedicarle una pulla irónica al respecto. Pero, ya metidos en correcciones puntillosas, me llama la atención que Lansky califique de centrífugos a los nacionalismos con estado (como el español) y centrípetos a los separatistas, cuando yo diría que es al revés (tampoco es que tenga ninguna importancia).
Segundo, me parece estupendo el esfuerzo de Vanbrugh por acotar lo que pregunta (lo que le tiene perplejo), derivado de la habitual y desesperante situación de que casi nunca te responden a lo que preguntas. Aunque tras ese comentario ya Lansky ha dado su respuesta (aceptablemente ajustada, me parece), me permito dar la mía, seguramente redundando.
Desde luego me parece evidente que es absolutamente incorrecto defender que en un caso se está juzgando una ideología (uso el término en su sentido amplio de conjunto de creencias), al margen de cómo se hayan comportado históricamente quienes decían profesarla y, en cambio, no hacer la misma separación argumental cuando se juzga otra. Obviamente, quien eso hace está revelando inequívocamente sus preferencias y/o rechazos hacia una u otra de las ideologías. Por tanto, para mí, la respuesta que pide Vanbrugh es relativamente sencilla: No tienes razón en estar perplejo, la cosa se explica fácilmente porque la mayoría de los individuos se saltan sin ningún rubor las más elementales normas del razonamiento lógico para defender lo que les gusta o atacar lo que les disgusta. Pero, añado, esta perplejidad me parece poco relevante; dicho de otro modo, con todo lo que nos ofrece el comportamiento humano para despertar nuestra perplejidad, esta muestra de estulticia es de las menos llamativas.
En cambio, lo que sí me parece significativo y me interesa sobremanera es indagar en la relación intrínseca entre ideología y comportamiento. Para meternos en ese fregado (que me parece apasionante) habría que ser capaz de abstraerse en primera instancia de los hechos históricos (que no olvidarlos) y centrarse en identificar los meollos de cada una de las ideologías objeto de nuestros análisis. Y el primer problema que surge, ya certeramente señalado por Lansky, es que no es nada fácil convenir en cuál es la esencia de una u otra ideología y parece que, inevitablemente, hemos de definirla a través de sus manifestaciones prácticas, sean encíclicas o escritos de Lenin (en ambos casos teorizaciones de intereses coyunturales) o, todavía peor, verdaderas aberraciones sangrientas justificadas en el nombre de dichas ideologías (sean las Grandes Purgas o los Autos de Fe). Pero pese a la dificultad, creo que ese esfuerzo merece la pena, aunque me temo que resulte bastante infructuoso más allá de limitados círculos o de algunos pijoteros que nos interesa distinguir entre uno y otro ámbito para así poder entender mejor las relaciones.
En mi opinión previa (más intuitiva que fruto de sesudas lecturas y análisis) la gran mayoría de los comportamientos históricos amparados bajo ideologías concretas, han usado éstas como excusas y obedecen a otras motivaciones, completamente ajenas y habitualmente despreciables desde mi valoración ética. Yo no creo que la historia de la Iglesia Católica ni de los regímenes políticos que se han proclamado cristianos obedezca sustancialmente a la doctrina cristiana (más bien, ha venido contradiciéndola con harta frecuencia), de la misma forma que tampoco creo que la historia de la Unión Soviética (o de cualesquiera otros regímenes comunistas que lamentablemente apenas conozco) responda a las teorías marxistas. Lo que no implica que en los comportamientos de ambas instituciones hayan influido (la cuestión es en qué proporción) las respectivas ideologías con las que justifican sus propias existencias.
Aún así, y siempre con muchas dudas, pienso que es posible que el marxismo, con todas sus aportaciones valiosas, contenga elementos que podrían propiciar comportamientos malvados. Dicho al revés, intuyo que en muy pequeña parte la ideología marxista puede llevar en su seno parte del mal que floreció en los regímenes que se autoproclamaron como tales (aunque no creo que tal maldad real se explique por ser marxistas). Para seguir con la comparación que sacó a colación Vanbrugh, creo, en cambio, que es muy difícil decir lo mismo del cristianismo, si lo entendemos como un conjunto de creencias monoteístas judías, completadas y corregidas con las presuntas enseñanzas de Jesús recogidas en los Evangelios. Si me pusiera a lo Dawkins, entraría a discutir si la creencia en un Dios y en la vida eterna lleva en sí un germen que deriva en comportamientos malvados, pero tal correlación no la veo pertinente a efectos de este comentario.
ResponderEliminarPero que de la ideología cristiana no pueda defenderse que derivan comportamientos malvados (antes bien al contrario) es para mí un agravante en el juicio histórico de las instituciones y seres humanos que se ha proclamado cristianos y la han usado para justificar sus crímenes. En tal sentido, Vanbrugh, tienes razón en quejarte de que es injusto (e ilógico) que por declararte católico se te impute "personalmente la responsabilidad por todas y cada una de las barbaridades perpetradas por la Iglesia en los últimos mil quinientos años, y por todas y cada una de las estupideces dichas o cometidas por cada uno de los Papas y Obispos que han existido". Pero hay una diferencia que omites al referirte al comportamiento análogo de los que se declaran comunistas y es que éstos reniegan de Stalin, Mao o Fidel (aunque sea por comodidad) negando que lo de ellos fuera comunismo (o, al menos, la obligada aplicación práctica de la ideología comunista). Sin embargo, los católicos NO reniegan de la Iglesia Católica, lo que nos lleva a la cuestión central.
Porque, para que sea admisible tu queja de tratamiento injusto, para que sea válida tu reclamación de que las estupideces de los obispos y los crímenes de la iglesia o apoyados por ella no van con tu fe (en lo que estoy de acuerdo), tendrías que decir, al igual que los comunistas, que esos obispos y esa Iglesia (que es sustancialmente la misma) no eran católicos, incluso (diría yo) que actuaban justamente al contrario de cómo deberían actuar si fueran consecuentes con su ideología. Y entonces, la conclusión coherente parece ser, no el suicidio como dices, pero sí la apostasía.
Sin embargo, cuando se reclama que la fe de uno no tiene nada que ver con el comportamiento de la Iglesia, pero se sigue defendiendo que se cree en esa Iglesia como parte de la propia fe, se rompe la analogía que crees ver con el comportamiento de los comunistas apóstatas. Pues hay una diferencia fundamental, aunque sea en el plano teórico, y es que es posible decir que uno es marxista y que los regímenes comunistas reales no lo fueron (o pervirtieron la ideología), pero no lo es (o mucho más difícil) decir que uno es católico y que la Iglesia no lo es o lo ha pervertido. Porque ser católico, amén de unas creencias admirables pero bastante generalizadas en la moral universal (salvando las que no dejan de ser "anécdotas" importantes en la dogmática pero para mí nada esenciales en la ideología cristiana) es pertenecer a la Iglesia Católica y, por tanto, la ideología católica es lo que la Iglesia dice que es. Si no te gusta (como no le gustó a Lutero y a muchos más antes y después) pues te vas y santas pascuas. Pero si te declaras católico, asumes implícitamente, si no todas y cada una, sí la responsabilidad por el comportamiento general de la Iglesia, en tanto miembro de la misma. Siempre puedes decir lo de que Dios escribe derecho con renglones torcidos, pero, en todo caso, si no apostatas no puedes reclamar el mismo tratamiento que el de un comunista ideológico que reniega de los regímenes comunistas porque, simplemente, no estás en la misma situación.
Intuyes bien, Miroslav. Lansky se equivocó al declarar sus preferencias, y yo lo sabía, y le tomé un poco el pelo. Y, efectivamente, centrífugos son los nacionalistas que quieren irse de donde están (fugarse del centro), y centrípetos los que quieren mantener a to quisqui bien sujeto al centro. Tanto Lansky como Números lo usan al revés, pero N tiene razón en su apostilla: hay nacionalistas que cambian de fugos a petos, según cual sea el centri. Es una de las muchas virtudes del nacionalismo,la coherencia. Claro, que en realidad sí son coherentes: es bueno lo que refuerza a su nación, y malo lo que la debilita. Cuando uno escoge criterios tan sólidos, le pasan esas cosas.
ResponderEliminarY gracias por contestarme, por fin, a mi perplejidad. Tienes además, razón también en esto -quiero decir, claro, que piensas lo mismo que yo.- Efectivamente, mi perplejidad es solo retórica. Sé muy bien que los que reprochan al catolicismo sus crímenes históricos sin aceptar que entonces deberían hacer lo mismo con los de su propio comunismo, o viceversa, obran así porque a mucha, demasiada gente, el razonamiento le importa un pito en sí mismo, y lo emplea, o finge emplearlo, solo cuando favorece sus posturas, previas a ningún razonamiento; y le da la vuelta sin problemas cuando no es así. Pero quería oírselo decir a alguien. Gracias otra vez, pues.
En cambio no estoy de acuerdo en que esta común actitud, que despertaba mi retórica perplejidad, sea irrelevante. Pienso, al revés que tú, que está en la raiz, o al menos que tiene una raiz común, con otras injusticias más graves y también muy comunes. En realidad, con todas las injusticias. Aplicar un razonamiento cuando nos favorece y el contrario cuando no, es menos sangriento que asesinar a los que nos estorban, pero éticamente equivalente. Digamos que es un mini asesinato, un asesinato a escala, una maqueta. De andar por casa, pero de la misma naturaleza.
Por mi parte pienso que es perfectamente legítimo declararse comunista desentendiéndose de los crímenes históricos de quienes se declararon comunistas antes que uno, y, claro, que también lo es declararse católico sin considerarse implicado en los crímenes históricos de quienes se declararon católicos antes que uno. Y no comparto tu teoría de que en eso católicos y comunistas no estemos en situaciones equivalentes. Ambas "doctrinas" son tolerablemente bien intencionadas y susceptibles de ser aplicadas sin desembocar en la barbarie, y las barbaries en que ambas han desembocado al ser aplicadas son, creo, coyunturales y no necesariamente derivadas de la doctrina misma, sino de la afición congénita por la barbarie inherente al ser humano, que se puede desarrollar con cualquier pretexto, así sea el más santo y mejor intencionado.
La Iglesia, por último, como ya he explicado alguna vez, NO es un club con cuyos estatutos sea necesario estar de acuerdo para seguir siendo miembro. Se puede discrepar de su comportamiento, de su jerarquía y de su moral, y seguir siendo católico. Apostatar es declarar que no se cree en el Dios de Jesús. Que yo no esté de acuerdo con mi obispo o con mi Papa no significa que haya dejado de creer en el Dios de Jesús, ni debe, por tanto, hacer que apostate. Mientras conserve esa fe y el propósito de compartirla con los demás creyentes, seré católico y perteneceré a la Iglesia, y nadie podrá echarme de ella. Podrán excomulgarme o quemarme en la hoguera, pero no hacer que no sea católico.
No soy comunista, pero imagino que el razonamiento, cambiando lo que deba ser cambiado, es más o menos equivalente.
En fin, es muy tarde y temo estar siendo torpe y obvio. Me voy a la cama, buenas noches.
Miros:
ResponderEliminarVisto como tú lo ves lo de centrípeto y centrífigo tiene más lógica como tu lo enuncias, pero da la casualidad (que no es tal) de que es definción arraigada (de Isaac Berlin)la acepción que yo (y Números) uso y se basa en que el nacionalismo español abarca hacia afuera (a los que no quieren serlo: catalanes y vascos) y los centípetos, marcan su propio centro: sea Vitoria o Barcelona, centro que leugo se expande por debajo del Ebro o al otro lado de los Pirineos y navarra, porque ya sabemos que de lo que se trata es de hacerse con el mayor nº de subditos, no hacer ciudadanos libres donde antes había súbditos, en fin). No tiene mayor interés, al menos para mí. A veces os percibo demasiado...acaadémicos, esperemos que no de la de Historia.
Voy a por ese espadachín ventajista, llamado Vanbrugh que habréis notado lleva una lasquenete o espada corta debajo del manteo además de la larga que muestra y me ha tirado estocadas bien poco ortodoxas pero eficaces. Aquí va mi parada y seguida de estocada:
¿Dónde dicen los Evangelios que los desvíos de la doctrina crsitiana ortodoxa -definida por lo que diga el Señor Obispo de Roma- se deben castigar con la pira, con leña seca si se es compasivo, y húmeda si no? ¿Ein? En ningún lado, ¿verdad?
Siguiente:
«Marx puso de relieve [...] que a los oprimidos se les autoriza para decidir una vez cada varios años qué miembros de la clase opresora han de representarlos y aplastarlos en el parlamento.
Pero, partiendo de esta democracia capitalista -inevitablemente estrecha, que repudia bajo cuerda a los pobres y que es, por tanto, una democracia mentirosa- [...] el desarrollo hacia el comunismo pasa a través de la dictadura del proletariado, y no puede ser de otro modo, porque el proletariado es el único que puede, y sólo por este camino, romper la resistencia de los explotadores capitalistas."
*^*^*Truenos y centellas, lo de arriba es de Lenín (no va a ser Marx citándose a sí mismo. Lenín fue el que hablo de dictadura del proletariado ("Dictadura ni la del proletariado" decían mis libertarios chicos). Marx no habló nunca de 'Dictadura del proletariado" .O sea: no
Meollo: lo que comparten de malo el cristianismo y el marxismo (Marx, insisto no era marxista, como Jesús por imposisibilidad lógico-cronológica no era cristiano, aunque Darwin era darwinista, el más inteligentes, y Freud freudiano) de malo, digo, no son sus doctrinas de las que supuestamente se derivan -como el huevo de la serpiente- males tremendos, sino la extensión 'manu militari' de la aplicación de esas doctrinas a poblaciones enteras y sin consultarles, sea bautizándolas a arcabuzazos sea con goulags o lo que sea.
Por cierto, definir lo que es meollo para otros es práctica doctrinal muy arraigada por marxistas y cristianos, y yo no soy ninguna de las dos cosas, gracias a dios (no digo qué dios)
Finalmente. este post de Miroslav no iba de esto, ha sido una discusión tan interesante como caótica y...sobrevenida'. Curiosamente mi último post si iba y va de esto y os lo cito en su primer párrafo, aunque lógicamente sois muy dueños de seguir aquí, en este acogedor blog, o pasar a hablar del fin de Bizancio y los turcos tanto da:
ResponderEliminar"Los que han enterrado prematuramente el pensamiento de Marx (que afirmó en vida que él no era ‘marxista’ *) deberían revisar tan precipitado funeral. Como en astronomía con la Relatividad de Einstein, que cada día que pasa alguna nueva observación (un rayo de luz que se desvía junto a la gran masa de un planeta, etc.) confirma, lo mismo se reitera con el gran Marx en el mundo de las sociedades humanas. Marx tenía razón en muchas cosas, casi en la misma medida en que los marxistas que intentaron aplicar ‘experimentos marxistas’ en poblaciones humanas fracasaron, como bien saben, en ambos casos, los neoultraliberales de hoy."
Para mantener el orden y la inteligibilidad general del asunto repito aquí mi respuesta a Lansky, que también le he dado en su propio blog (Lector inadvertido: "Periquitos muertos", ver link en la columna de la derecha), en vista de que allí encaja por el tema mejor que aquí y que el hombre clama por comentarios como busca la cierva corrientes de agua.
ResponderEliminar¿Dónde dicen los escritos de Marx que los desvíos de la doctrina marxista ortodoxa -definida por lo que diga el Señor Presidente del Soviet Supremo- se deben castigar con la deportación a Siberia si se es compasivo y con el asesinato más o menos lento en la Lubianka si no? ¿Ein? En ningún lado, ¿verdad?
Item más, vale que D. Carlos no hablara de la dictadura del proletariado, que ese fue Vladimir. Tienes razón. Fue una licencia poética -mentira: fue mi feliz ignorancia de los escritos marxianos, pero bueno- que me tomé sobre la marcha para mantener mi, por otra parte, estupendo paralelismo entre tu anterior comentario y mi respuesta al mismo.
Lo que comparten de malo marxismo y cristianismo, además de esa afición por la imposición militar a la que acertadamente aludes, es lo que causa en ambos casos esa propensión, a saber: la referencia de ambos a una voluntad superior y absoluta, Dios o la Historia, interpretada convenientemente por una autoridad indiscutible, la Iglesia o el Partido, que autoriza moralmente a hacer cualquier cosa si la decide esa Autoridad en nombre de auella Voluntad. Esos defectos que comparten podrían llevar a pensar, a algunos mal pensados, que en realidad las barbaridades prácticas cometidas por cristianos y marxistas sí que son inevitables dados sus presupuestos teóricos, y que, por tanto, no es posible profesar estos sin asumir la culpa por aquellas. Yo, como tiendo a no ser mal pensado, mientras me dejan, sigo pensando, empero, que se puede creer en la Historia de Marx y en el Dios de Jesús sin tratar de imponerlos por la fuerza, y repudiando a quienes lo han hecho o lo siguen haciendo.
En cuanto a definir lo que es meollo, es práctica muy recomendable para los que acaban de anunciar su propósito de ir a él.
Entonces, más o menos (más más que menos) estamos de acuerdo.
ResponderEliminarAhora bien. Aquí, en este post, lo único que quiero es reivindicar la inmensa utilidad de Marx para entender el mundo actual y el comportamiento de los 'mercados' (antes capitalismo) que nos llevan al desastre. Y de paso, sugerir mi sospecha de que son precisamente esos 'mercados' (antes capitalismo, no vale decir salvaje: es redundancia)los que con más atención leen a Marx, y los mal llamados socialistas los que más olvidado le tienen, si no fuera porque quizás nunca le aprendieron ni le aprehendieron salvo en la forma ínfima y degradada de consignas y otros catecismos.
Marx te guarde, hermano