A finales del pasado julio murió mi tía Marisa, la única hermana de mi padre. Las relaciones de mi familia con la rama paterna nunca fueron muy estrechas. Mi padre era el mayor de tres hermanos y su padre (al que ya le he dedicado un post) era un hombre demasiado a la antigua que nunca supo hacerse querer. De cuando éramos niños y venían los abuelitos guardo el recuerdo de unos señores muy viejos y muy secos, radicalmente distintos a los maternos. Venían casi siempre con Marisa, siempre pegada a sus faldas, la típica tía solterona, muy dada a zalemas disforzadas y empalagosas que, a mí al menos, me producían un rechazo instintivo. Tampoco contribuía para nada a hacer más fluida y afectuosa nuestra relación con ellos la clara hostilidad de mi madre, que no se guardaba en absoluto de ocultar ante nosotros. Mi padre, por su parte, los respetaba pero yo diría que se sentía incómodo, lo que entendí años después cuando supe que desde que murió su madre teniendo él doce o trece años y mi abuelo se casó con la que llamábamos la abuelita, fue internado en colegios y prácticamente apartado de la vida cotidiana familiar, salvo en breves vacaciones. Era gracioso, por ejemplo, que los nietos los tuteáramos y mis padres los trataran de usted.
En 1976, viviendo nosotros en el Perú, murió mi abuelo y mi tía se mudó con su madrastra a una casa en el centro de Toledo. En los años 81 y 82, ya de regreso en España, estuve trabajando en un plan de rehabilitación del barrio del Pozo Amargo, entonces el más deteriorado y menos turístico de la vieja capital visigoda. Cuando íbamos a hacer trabajo de campo, me obligaba a visitarlas, lo que, aunque valía para mantener las formas, no logró despertar en mí ningún sentimiento amoroso hacia esas dos personas, que no sólo me resultaban emocionalmente ajenas sino estética o vitalmente casi repulsivas. Mi abuela era una especie de maniquí encopetado con aires de grandeza y mi tía seguía con ternuras infantiloides que me desagradaban, besuqueándome y piropeándome desatinadamente: lo guapo que estaba, lo orgullosa que se sentía de que su sobrino mayor hubiera acabado una carrera tan difícil y similares boberías que me irritaban e impacientaban. Unos años después, creo que ya me había desplazado a Tenerife, murió mi abuela y Marisa se mudó de vuelta al piso familiar a pocos metros de la glorieta de Quevedo madrileña. No puedo asegurarlo pero diría que no he vuelto a ese piso desde que hacía el bachillerato.
Pasaron los años y ya sólo coincidía con mi ella en las navidades en casa de mis padres. Mi relación era nula, salvo en esos momentos durante los cuales no me sentía nada cómodo y, aunque no intencionadamente, le expresé esa aversión porque año tras años ella misma fue enfriando su comportamiento hacia mí. Tras la muerte de mi padre todavía se debilitaron más las relaciones, dado que mi madre, si bien no es que le cerrara la puerta, se esforzó mucho menos en disimular su desagrado (tampoco es que mi madre se haya esforzado nunca en aparentar buen rollito cuando alguien no le gusta, pero bueno). Marisa, sin embargo, durante estos últimos diez años empezó a volcarse en mis hermanos (tengo cinco), pero lo iba haciendo caprichosa y sucesivamente, escogiendo por una temporada a uno y haciéndose querer, a veces con actitudes arbitrariamente tiránicas. Al final, la que más la soportaba fue una de mis hermanas, que la ha ido atendiendo a medida que envejecía y dejándola, con mesura, que explayara en sus hijas sus melindres todavía más empalagosos que hace treinta o cuarenta años. Justamente fue en casa de esta hermana, cuando la vi por última vez en la pasada nochebuena; apenas intercambiamos unas frases intrascendentes y fríamente correctas, casi las que exige el protocolo con los parientes.
El día que murió, por la tarde, había ido a visitar a su "novio" a la residencia de ancianos en que vivía, como por lo visto era su costumbre. Casualmente, obedeciendo a un pálpito, mi hermana la llamó esa noche para saber cómo andaba. El teléfono sonó y sonó sin que nadie lo descolgara. Insistió unas cuantas veces e incluso se planteó ir hasta la casa, pero finalmente prefirió acostarse diciéndose a sí misma que se habría dejado el teléfono mal colgado. A la mañana siguiente, al seguir sin respuesta, fueron hasta Quevedo y subieron al piso. Tocaron al timbre y nada; al tratar de abrir la puerta (mi hermana tenía una llave) comprobaron que había otra puesta por dentro. Ya para entonces estaba claro que algo grave le había ocurrido a mi tía. Vinieron lo bomberos y entraron por una ventana del patio de luces. Marisa estaba caída junto al sofá, con la tele encendida. Mi cuñado, que es cardiólogo, aseguró enseguida que había sido un infarto fulminante: probablemente se habría levantado a coger algo y le explotó el corazón, antes de que el cuerpo llegara al suelo, dijo, estaba muerta. Haciendo salvedad de lo desagradable y triste que fue para mi hermana la escena, hay que convenir que fue una muerte estupenda: de golpe, sin enterarse. Me llamaron, claro. A lo largo de esa mañana se reunieron ahí mis cuatro hermanos madrileños (la pequeña vive en París) y hasta mi madre; al fin y al cabo éramos la única familia que tenía. El cuerpo al tanatorio de la M30 y al día siguiente a enterrarlo bajo un sol de justicia en la fosa que tenía comprada en Toledo, donde están los restos de mis abuelo y de mi padre. Yo desde luego no fui; tampoco nadie esperaba que fuera.
A finales de agosto, en una conversación con mi hermana (que, por cierto, es con la que más unido estoy), me cuenta que Marisa la hizo a ella única heredera y que menudo marrón. Por qué marrón, le digo, al contrario es estupendo para ti. Hombre, me contestó, porque a algunos de los hermanos les ha sentado fatal. A mí, desde luego, no me afectaba en absoluto haber sido "desheredado" y así se lo dije. En primer lugar porque estaba plenamente convencido de que así iba a ser y, en segundo, porque creo de verdad que, legalidades al margen, no tenemos ningún derecho "moral" a heredar de nuestros ascendientes (padres incluidos). Pero, aunque no me sorprendiera no haber sido beneficiado, y aunque supusiera que iba a ser esta hermana la principal beneficiaria de sus bienes, sí me extrañó un poco que Marisa no les hubiera dejado nada a mis otros hermanos, ni siquiera a la que va después de mí que era su ahijada. Pero las cosas son así, cada uno es como es (y baja las escaleras como quiere).
No habría escrito este post si no fuera porque hoy hablando con mi madre me he enterado de la verdadera razón de por qué Marisa no me ha dejado nada. Naturalmente ha sido porque le caía mal, ya lo he dicho, y además pienso que la mayor culpa de ese sentimiento es mía, fui yo desde niño y más conscientemente de joven y adulto, quien no tuve ningún interés en mostrarle cariño, casi peor, no hice el más mínimo esfuerzo en disimular que no se lo tenía. Como ya he contado, en los últimos años me fue evidente que tampoco yo a ella le caía bien, y me pareció una respuesta natural a mi desafección. No tenía pues nada que reprocharle. Pero es que ahora me entero de que, sin que mi actitud haya dejado de ser un factor en el desapego de mi tía hacia mí, no fue el único ni siquiera el determinante. Por lo que me ha dicho mi madre, Marisa me hizo la cruz unas navidades, con mi padre todavía vivo (o sea que hablamos de once o más años), a raíz de que manifesté mis opiniones antimonárquicas y, más en concreto, críticas hacia nuestro amado rey. No guardo el más mínimo recuerdo de que fue lo que dije (pero no dudo que lo hice) pero es que tampoco tenía ni idea de que mi tía fuera una fervorosa monárquica y juancarlista (no así ninguno de mis padres). Pues por lo visto, según sabía mi madre y nunca hasta hoy me había dicho, Marisa le hizo saber su absoluto enfado conmigo, tanto que para él yo siempre sería su sobrino primogénito, claro (porque la sangre ...), pero no, no quería tener que ver conmigo.
Así que hace unas pocas horas he descubierto que mi desafección monárquica ha tenido como consecuencia tangible el privarme de parte de una herencia. Creo que es la primera vez en mi vida que mis preferencias (o rechazos) ideológicos sobre la Jefatura del Estado me han costado dinero. Cuando me lo contó mi madre no pude evitar, tras el asombro, una carcajada espontánea; todavía mientras escribo sigo con la sonrisa.
En 1976, viviendo nosotros en el Perú, murió mi abuelo y mi tía se mudó con su madrastra a una casa en el centro de Toledo. En los años 81 y 82, ya de regreso en España, estuve trabajando en un plan de rehabilitación del barrio del Pozo Amargo, entonces el más deteriorado y menos turístico de la vieja capital visigoda. Cuando íbamos a hacer trabajo de campo, me obligaba a visitarlas, lo que, aunque valía para mantener las formas, no logró despertar en mí ningún sentimiento amoroso hacia esas dos personas, que no sólo me resultaban emocionalmente ajenas sino estética o vitalmente casi repulsivas. Mi abuela era una especie de maniquí encopetado con aires de grandeza y mi tía seguía con ternuras infantiloides que me desagradaban, besuqueándome y piropeándome desatinadamente: lo guapo que estaba, lo orgullosa que se sentía de que su sobrino mayor hubiera acabado una carrera tan difícil y similares boberías que me irritaban e impacientaban. Unos años después, creo que ya me había desplazado a Tenerife, murió mi abuela y Marisa se mudó de vuelta al piso familiar a pocos metros de la glorieta de Quevedo madrileña. No puedo asegurarlo pero diría que no he vuelto a ese piso desde que hacía el bachillerato.
Pasaron los años y ya sólo coincidía con mi ella en las navidades en casa de mis padres. Mi relación era nula, salvo en esos momentos durante los cuales no me sentía nada cómodo y, aunque no intencionadamente, le expresé esa aversión porque año tras años ella misma fue enfriando su comportamiento hacia mí. Tras la muerte de mi padre todavía se debilitaron más las relaciones, dado que mi madre, si bien no es que le cerrara la puerta, se esforzó mucho menos en disimular su desagrado (tampoco es que mi madre se haya esforzado nunca en aparentar buen rollito cuando alguien no le gusta, pero bueno). Marisa, sin embargo, durante estos últimos diez años empezó a volcarse en mis hermanos (tengo cinco), pero lo iba haciendo caprichosa y sucesivamente, escogiendo por una temporada a uno y haciéndose querer, a veces con actitudes arbitrariamente tiránicas. Al final, la que más la soportaba fue una de mis hermanas, que la ha ido atendiendo a medida que envejecía y dejándola, con mesura, que explayara en sus hijas sus melindres todavía más empalagosos que hace treinta o cuarenta años. Justamente fue en casa de esta hermana, cuando la vi por última vez en la pasada nochebuena; apenas intercambiamos unas frases intrascendentes y fríamente correctas, casi las que exige el protocolo con los parientes.
El día que murió, por la tarde, había ido a visitar a su "novio" a la residencia de ancianos en que vivía, como por lo visto era su costumbre. Casualmente, obedeciendo a un pálpito, mi hermana la llamó esa noche para saber cómo andaba. El teléfono sonó y sonó sin que nadie lo descolgara. Insistió unas cuantas veces e incluso se planteó ir hasta la casa, pero finalmente prefirió acostarse diciéndose a sí misma que se habría dejado el teléfono mal colgado. A la mañana siguiente, al seguir sin respuesta, fueron hasta Quevedo y subieron al piso. Tocaron al timbre y nada; al tratar de abrir la puerta (mi hermana tenía una llave) comprobaron que había otra puesta por dentro. Ya para entonces estaba claro que algo grave le había ocurrido a mi tía. Vinieron lo bomberos y entraron por una ventana del patio de luces. Marisa estaba caída junto al sofá, con la tele encendida. Mi cuñado, que es cardiólogo, aseguró enseguida que había sido un infarto fulminante: probablemente se habría levantado a coger algo y le explotó el corazón, antes de que el cuerpo llegara al suelo, dijo, estaba muerta. Haciendo salvedad de lo desagradable y triste que fue para mi hermana la escena, hay que convenir que fue una muerte estupenda: de golpe, sin enterarse. Me llamaron, claro. A lo largo de esa mañana se reunieron ahí mis cuatro hermanos madrileños (la pequeña vive en París) y hasta mi madre; al fin y al cabo éramos la única familia que tenía. El cuerpo al tanatorio de la M30 y al día siguiente a enterrarlo bajo un sol de justicia en la fosa que tenía comprada en Toledo, donde están los restos de mis abuelo y de mi padre. Yo desde luego no fui; tampoco nadie esperaba que fuera.
A finales de agosto, en una conversación con mi hermana (que, por cierto, es con la que más unido estoy), me cuenta que Marisa la hizo a ella única heredera y que menudo marrón. Por qué marrón, le digo, al contrario es estupendo para ti. Hombre, me contestó, porque a algunos de los hermanos les ha sentado fatal. A mí, desde luego, no me afectaba en absoluto haber sido "desheredado" y así se lo dije. En primer lugar porque estaba plenamente convencido de que así iba a ser y, en segundo, porque creo de verdad que, legalidades al margen, no tenemos ningún derecho "moral" a heredar de nuestros ascendientes (padres incluidos). Pero, aunque no me sorprendiera no haber sido beneficiado, y aunque supusiera que iba a ser esta hermana la principal beneficiaria de sus bienes, sí me extrañó un poco que Marisa no les hubiera dejado nada a mis otros hermanos, ni siquiera a la que va después de mí que era su ahijada. Pero las cosas son así, cada uno es como es (y baja las escaleras como quiere).
No habría escrito este post si no fuera porque hoy hablando con mi madre me he enterado de la verdadera razón de por qué Marisa no me ha dejado nada. Naturalmente ha sido porque le caía mal, ya lo he dicho, y además pienso que la mayor culpa de ese sentimiento es mía, fui yo desde niño y más conscientemente de joven y adulto, quien no tuve ningún interés en mostrarle cariño, casi peor, no hice el más mínimo esfuerzo en disimular que no se lo tenía. Como ya he contado, en los últimos años me fue evidente que tampoco yo a ella le caía bien, y me pareció una respuesta natural a mi desafección. No tenía pues nada que reprocharle. Pero es que ahora me entero de que, sin que mi actitud haya dejado de ser un factor en el desapego de mi tía hacia mí, no fue el único ni siquiera el determinante. Por lo que me ha dicho mi madre, Marisa me hizo la cruz unas navidades, con mi padre todavía vivo (o sea que hablamos de once o más años), a raíz de que manifesté mis opiniones antimonárquicas y, más en concreto, críticas hacia nuestro amado rey. No guardo el más mínimo recuerdo de que fue lo que dije (pero no dudo que lo hice) pero es que tampoco tenía ni idea de que mi tía fuera una fervorosa monárquica y juancarlista (no así ninguno de mis padres). Pues por lo visto, según sabía mi madre y nunca hasta hoy me había dicho, Marisa le hizo saber su absoluto enfado conmigo, tanto que para él yo siempre sería su sobrino primogénito, claro (porque la sangre ...), pero no, no quería tener que ver conmigo.
Así que hace unas pocas horas he descubierto que mi desafección monárquica ha tenido como consecuencia tangible el privarme de parte de una herencia. Creo que es la primera vez en mi vida que mis preferencias (o rechazos) ideológicos sobre la Jefatura del Estado me han costado dinero. Cuando me lo contó mi madre no pude evitar, tras el asombro, una carcajada espontánea; todavía mientras escribo sigo con la sonrisa.
La tieta - Joan Manuel Serrat (En Directo, 1984)
PS: En este post la canción era obligada.
Una historia fascinante... A veces uno supone demasiado :)
ResponderEliminarUn beso
Es frecuente que esas vidas pequeñitas, vividas a la sombra de personalidades más fuertes, prácticamente sin "argumento" propio, se agarren a extrañas devociones, como la de tu tía por la Monarquía, con las que deben de sentirse más rellenas, o más adornadas.
ResponderEliminarY también es lógico que si ha sido tu hermana la que le ha hecho algo de caso en los últimos años, sea a ella a quien deje lo que tenga para dejar. No creo que necesitara más motivo que ese para hacer con su dinero lo que le dé la gana. ¿Tus demás hermanos también hirieron sus adhesiones monárquicas, o tenía un pretexto distinto para desheredar a cada uno?
Gracias, viajera. No tanto como la tuya.
ResponderEliminarVanbrugh: Que yo sepa, mis hermanos no hicieron lo mismo (de hecho, no podría asegurar si son repúblicanos, monárquicos o qué, a este respecto). Ciertamente, supongo que en el proceso decisorio de mi tía primó la consideración positiva (a quién le dejo mis bienes: a quien más se ha ocupado de mí). No obstante, los bienes son divisibles, por lo que también intervinieron consideraciones negativas (a quién NO le dejo mis bienes). Yo fui el primero de ellas y, por lo visto, a causa de mi desafección monárquica. Me es más extraño que para cada uno de los restantes 4 hermanos encontrara una causa que la llevara a decidir no dejarle absolutamente nada.
Siento la muerte de tu tía. Esta historia me ha hecho recordar que yo también tengo una tía solterona, a la que también tengo abandonada. Tendré que ir a visitarla más a menudo si no quiero que me desherede.
ResponderEliminarDe todas formas lo que mas gracia me ha hecho es la reacción de tu hermana: Menudo marrón. ¡Coño! Pues si tan marrón es y tanto le preocupa que a sus hermanos se hayn quedado sin nada, pues que reparta lo que ha tocado entre vosotros. Lo siento si es tu hermana, y encima al miembro de la familia al que más unida te sientes, pero ese comentario me parece de un cinismo de tomo y lomo.
Con respecto a la decisión de tu tía de desheredaros al resto de los hermanos, me parece de muy mal gusto. Podría haberse limitado a dejaros algún recuerdo, pero al hacerlo así lo único que está haciendo es manifestaros su más absoluto desprecio y eso es algo que nadie, ni siquiera un muerto, debería hacer.
No sé porqué, pero tengo la sospecha, que tus inclinaciones antimonárquicas no tienen absolutamente nada que ver con vuestro desencuentro afectivo y económico.
ResponderEliminarNo creo que te desheredara tu tía por ser antimonárquico y te lo demostraré. Si te hubiese desheredado por ese motivo tendría también cuatro motivos para desheredar a cada uno de tus cuatro hermanos, y tu madre, cuando te lo contó , te habría enumerado los motivos que correspondían a cada uno de ellos . Tal y como cuentas la historia, entre tu tía y tú nunca hubo feeling y bastó una diferencia de opinión contigo para justificar ( por su parte) todo ese rechazo que ambos os teníais. Asi que no le eches la culpa a los reyes de tu desheredación ( o como se diga)
ResponderEliminarBesos. Muy curiosa la historia también por cierto.
A mí me parece un honor que te hayan desheredado por monárquico, en estos tiempos confusos en que todo el mundo presume de republicano pero se lleva de maravilla con la monarquía.
ResponderEliminarCuriosa historia de una no-herencia, sus razones y las sospechas de cada quién. Lo de la monarquía es un cachondeo per sé, y en este caso un clavo ardiendo.
ResponderEliminarLo indudable es que cada uno es como es y baja las escaleras como le da la gana.
Me llama poderosamente la antención algo que dices sobre la injusticia MORAL que supone heredar sistemáticamente de padres o familiares. Quizás tengas razón.
Y podía haberlo pensado antes... porque en casa, siendo ya todos bien mayores y organizados económicamente, heredamos de un viaja tía solterona a la que nunca prestamos atención (tampoco rechazo) mientras que otros sobrinos le hacían la pelota a domicilio esperando ser favorecidos. El albacea dijo que la tía le manifestó verbalmente en vida que ella hacía lo que le daba la gana y que le dieran por saco a los pelotas.
No sé; quizás eso de heredar por el mero hecho de ser familia directa tenga un puntillo inmoral. ¿Qué hacer entonces con el patrimonio del difunto? ¿Quién le pone semejante cascabel a tal gato?
Grillo
Números: No es cinismo, te lo aseguro. Pero para explicártelo tendría que extenderme y meterme en asuntos familiares, así que tendrás que conformarte mi palabra.
ResponderEliminarAtman: Pues yo no estoy tan seguro. Aunque yo sí fui siempre frio con ella, ella no lo era conmigo hace años. Así que no descarto que su cambio de actitud hacia mí se debiera a mis decaraciones navideñas; eso al menos me aseguró ayer mi madre.
Lupita: Permíteme que te diga que tu demostración no termina de convencerme. Puedo admitirte que, para desheredar a mis hermanos, también tuviera que tener otros cuatro motivos. Pero el que mi madre no me haya contado esos otros motivos no prueba que no existan: cabe que Marisa no se los contara y también cabe que habiéndoselos contado (todos o algunos) mi madre no me los haya querido contar.
Antonio: No me has entendido. Me hah desheredado por hablar mal de la monaquía, no por ser monárquico. Yo no presumo de republicano, pero sí lo soy; tampoco es que me lleve mal con la monarquía, simplemente no me llevo.
Grillo: A mí no me parece inmoral la herencia (o, al menos, no me atrevo a ser tan radical). Lo que no me parece muy ético es que los presuntos herederos se consideren con derecho moral a heredarlo. Aunque habría mucho que ahondar, admito el derecho del dueño del patrimonio a legarlo a quien le dé la real gana. Si uno resulta heredero debiera entenderlo como un regalo no como algo a lo que tiene derecho. Y uno no puede quejarse de la que hayan "regalado" menos que a un hermano, por ejemplo (aunque sea natural que joda).
ResponderEliminarEs que lo escribí mal, quería decir antimonárquico. Haber sido desheredado por ello es más de lo que pueden decir muchos, y algo que seguro que alguno te envidiaría.
ResponderEliminarPerdón si mi comentario ha podido ser ofensivo en algún momento.
ResponderEliminarSupongo que tengo un rechazo genético ante a todo aquel que se queja cuando las cosas le van bien.
Y como presunto heredero asumo que no tengo ningún derecho, ni moral ni de otro tipo, sobre los bienes de mi tía. Por lo tanto el día que ella falte, si pillo algo bienvenido sea y si no pues seguiré como hasta ahora. Desde luego lo que no haré será molestarme ni con ella (a buenas horas mangas verdes) ni con quien reciba la herencia.
Estoy totalmente convencida de que él que haya logrado bienes materiales a lo largo de su vida tiene el buen derecho de legarlos a quien le de la gana, sin olvidarse del conyugue, naturalmente.
ResponderEliminarAhora, si los bienes vienen de un antepasado,no le pertenecen a él sino a la familia. Podrá gastar el usufructo que resulte de la herencia pero de ninguna manera dilapidarla o legarla a quien quiera.
Y, las herencias se reparten entre todos los hijos o sobrinos. Él que no lo hace, peca de maldad, pues sabe muy bien que va a sembrar la cizaña.
Así habla C.C.
Números: No me has ofendido en absoluto.
ResponderEliminarC.C.: No se me había ocurrido hacer esa distinción entre bienes adquiridos o heredados. Me resulta sugestiva, pero me temo que no me termina de convencer. Si aceptamos la propiedad, es con todas las consecuencias. El piso de mi tía (heredado de mis abuelos) era tan suyo como el dinero que tuviera ahorrado de su trabajo y podía (como hizo) disponer libremente de él.
Cuestión distinta es que supiera que podía sembrar cizaña. Afortunadamente, a la mayoría de nosotros no parece habernos afectado.
Dudar de la moralidad de la herencia implica, a mi juicio, dudar de la de la propiedad privada, que pudiera ser.
ResponderEliminarEn cuanto a tu caso concreto, yo que tú me querellaría contra la monarquía; un pleito a los Borbones, hombre
Lansky: No he dudado de la moralidad de la herencia (que, en efecto, podría ser). Es decir, no pongo en duda (al menos en este post) el derecho del propietario de lagar sus bienes a quien le dé la gana. La "duda" es sobre el derecho inverso, el de los "presuntos herederos" a recibir la herencia. A mi modo de ver, esa idea de los descendientes de que tienen derecho a recibir los bienes de sus ascendientes es una limitación del derecho de propiedad (hago con lo mío lo que me da la gana).
ResponderEliminarHombre, eso siempre que, como en este caso, no se trate de herederos forzosos. Quien no los tiene, como tu tía, puede hacer con lo suyo lo que le dé la gana, y nadie tiene derecho a abrigar expectativas, ni a enfadarse si no se cumplen. Otro caso es el de los hijos, por ejemplo, que sí tienen fundamentos legales para esperar recibir lo que haya, si hay algo. Yo, por eso, trato de atenerme a lo que diga el derecho positivo, y me dejo de "derechos morales" que, en la práctica, no quieren decir nada.
ResponderEliminarEl supuesto "Derecho Natural" me parece, cada vez más, un camelo que cada cual esgrime para defender sus particulares puntos de vista como si tuvieran que ser los de todo el mundo.
Vanbrugh: Sé bien que el derecho positivo sienta el "derecho" de los hijos a heredar de sus padres. Es un derecho que s eha convenido históricamente (al menos en nuestro entorno jurídico) y no tengo nada que discutir. Pero ello no me impide opinar que, como hijo, no tengo derecho "moral" a parte de los bienes de mis padres. Estoy de acuerdo contigo en que los "derechos morales" poco o nada significan en la práctica, pero no con que no signifiquen nada. Cuando la esclavitud era legal, un propietario de esclavos tenía derecho a disponer de otros seres humanos. Poco a poco, algunos empezaron a pensar que ése no era un derecho moral y finalmente fue suprimido como derecho legal. Más o menos lo mismo, sé que la ley me reconoce el derecho a una parte de la herencia de mis padres, pero no considero que tenga ese derecho, no considero justo (desde mis parámetros éticos) exigir a mis padres esa herencia. Por supuesto, es mi particular punto de vista y, por tanto, no conviene esgrimir el supuesto derecho natural porque entonces la convivencia social sería un cachondeo. Aunque, en este caso, aunque esgrima mi valoración ética, no lo hago para defender mis particulares intereses, más bien van en contra de ellos. Esta nota creo que hace a mi posición menos sospechosa de subjetivismo interesado.
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