– Muy callado has estado, sobrino, mientras te aplicabas sobre mis viejas piernas. He de agradecerte tus fricciones, que no sabes cuanto goce me portan amén de enardecer mi sangre cansada.
– No quería estorbarte con mi cháchara, tío, pues te sentía adormilado y con la serenidad pintada en tu rostro. Mas no creas, que durante estos momentos, además de calmar tus molestias, que mucho me complace, y disfrutar de los aromas de tantas plantas y flores con las que el Rey está ornando estos deliciosos jardines, así como de las vistas del río y la fértil vega de la otra orilla, además de todo ello te decía, no he cesado de darle vueltas a algo que enantes afirmaste, y que me gustaría que sobre ello me ilustrases, aun a costa de postergar la vis viva.
– Estamos aquí para hablar, querido, y así alimentarnos los espíritus del modo más ameno que cabe. No te preocupe pues que divaguemos, que entremos por una senda y nos desviemos a otra que se nos antoja más atractiva, que no juzgo mala cosa que el entretenimiento prevalezca y guíe nuestros discursos, y no sólo me agrada por mí sino muy principalmente porque me muestra que tu interés está a cada día más despierto, y ya sabes, nada quiero ocultarte, que tal era mi mayor propósito al convocarte a mi lado. Además, no olvides que el conocimiento, el mío cuando menos, es limitado e intrincado, a modo de un laberinto, así que poco importa por cuál de sus pasillos entremos que el tiempo y la constancia nos llevará siempre a la meta que buscamos.
– Ingeniosa me parece tu metáfora y plena de sustancia. Aciertas en apreciar que tu elocuencia está desvaneciendo mi tristeza, pues verdad es que desde que he llegado a esta villa percibo que mi alma, poco a poco pero sin pausa, va recuperando su sustancia, de la que la alevosa muerte de Francois parecía haberme despojado. Tanto, querido tío, que me gustaría que dispusiéramos de toda la eternidad para discutir entre nosotros, y recorrer sin fin ese laberinto de tu sabiduría.
– No digas niñerías, ni caigas en exageraciones desmedidas, que por muy grande que sea mi afecto no me nubla hasta tan gran extremo. Tu eternidad, caro, se reducirá a unos pocos días, que no es la paciencia virtud de la juventud y el hartazgo de mi compañía no tardará en prenderte. No, no hagas muecas contrariadas, que así ha de ser, y antes de lo que ahora barruntas porque mi laberinto tampoco tiene extensión para ser paseado durante muchas jornadas. Pero no creas que haya de sentirme defraudado, pues será todo lo contrario, que no sólo te he llamado para que un viejo te ofrezca sus parlas, sino otras formas de entretenimiento más acordes con tu edad e inclinaciones. Pero basta ya de este cacareo, enderecémonos y caminemos un rato más, antes de que la luz decline. Y dime de una vez qué fue eso que mencioné a lo que no has cesado de darle vueltas.
– Creí entenderte que la conversión de Voltaire a la fe newtoniana significó, como consecuencia necesaria, la apostasía de Descartes. Te he reconocido mi escaso dominio de las teorías del inglés aunque algo sé del gran filósofo galo y no alcanzo a fijar cuál era la contradicción entre sus pensamientos. Tenía entendido, en cambio, que Newton se apoyó en los escritos matemáticos de Descartes y los prolongó. ¿No fue así?
– Ciertamente sí, y no sólo en matemáticas sino también en los fundamentos del método de inquirir, cual es a mi juicio la piedra miliar de la nueva filosofía natural y, por tanto, la que permitió a Newton abrir nuevo y revolucionarios horizontes a las ciencias. Me refiero, claro, a Le Discours de la Méthode, que tanto os entusiasmó hace unos años. Recuerdo con claridad cuánto repetíais, como si de una jaculatoria se tratase, el je pense, donc je suis, a la par que clamabais que la razón era la que había de liberar al hombre de sus miserias.
– Éramos todavía unos muchachos inconscientes. No sé si ahora, después de los últimos meses parisinos y su funesto colofón, soy capaz de mantener esa profesión de fe ...
– Nunca es mala una ajustada dosis de escepticismo, hijo mío, pero no dejes que te vuelvan sombras negras a la mente. Permíteme, para distraerte, que haga una breve incursión en otra rama de mi pobre laberinto y te diga que esa frase tan digna de fama la robó Cartesius del licenciado Pereira, un médico de Castilla, que vivió durante el reinado del gran Felipe el segundo. Nuestro paisano formuló un silogismo que dicho en romance vendría a ser, si la memoria no me falla, "sé que algo sé, todo lo que se sabe existe, ergo yo existo". ¿No te suena?
– A fe mía que mucho me sorprenden y entretienen tus digresiones. ¿El médico Pereira? Apellido portugués parece, como el del que talló el San Antonio de la iglesia de los alemanes, en la corredera baja de San Pablo. ¿Acaso al artista era pariente de éste que me citas?
– No lo era, no, que el escultor sí era natural de la Lusitania y además un siglo posterior. Aunque vete a saber si serían ramas del mismo tronco, pues ciertamente mi filósofo vallisoletano, de la rancia Medina del Campo, provenía de familia de judíos conversos portugueses. Pero ahora eres tú quien me regocijas, sobrino, al referirte a esa pequeña iglesia madrileña, acogedor refugio de lejanas aventuras de mi juventud. Me evocas las verbenas de las vísperas de San Pablo y mis noches de excesos de vino descendiendo con los compañeros de entonces, algunos ya idos, las dos correderas, hasta descansar exhaustos y ebrios en ese oratorio.
– Más píos son mis recuerdos, tío, que yo ahí iba llevado de niño por mi madre, muy devota como sabes del santo tan milagrero.
– Así es mi amada hermana, y mejor no discutirle sobre milagrerías ni asuntos religiosos. Como fuere, no negaré que la talla a la que te refieres es de las mejores que guarda Madrid, que casi parece que el santo va a moverse o a hablar en cualquier momento. Esa Iglesia, por si no lo sabes, fue mandada construir por Felipe el tercero para completar el hospital que atendía a los portugueses sin recursos, que por entonces toda nuestra península estaba bajo la monarquía única. Poco después de acabado el templo, la soberbia intolerante del Conde-Duque de Olivares sembró de rebeliones cada esquina de las Españas, desde Andalucía a Cataluña, y la insurrección de Portugal, a diferencia de las otras, no pudo ser sofocada y hasta hoy, pasadas tres medias centurias de esos tristes acontecimientos, nos guardan rencor nuestros vecinos. De modo que la reina Mariana de Austria, la misma que retrató el inmortal Velázquez, lo cedió a los alemanes ya numerosos en la Corte, y más que habrían de venir al amparo de su futura nuera, otra Mariana y también tudesca, que mucho daño hizo a estos reinos.
– Pues ya ni portugueses ni alemanes, que has de saber que hoy allí radican los frailes de la Hermandad del Refugio.
– Claro que lo sé, sobrino, que no han llegado ayer sino desde principios de este siglo, cuando el cambio de dinastía, pues imagino que nuestro primer rey francés no estaría inclinado a prorrogar privilegios a súbditos de los Habsburgo. Y te diré que no me parece que fuera mala medida, pues la Hermandad hace fructífera y caritativa labor, sin distinguir entre naciones, que la indigencia no conoce de patrias, y a mi juicio no había mejor sede para ella que en un barrio que desde su origen se llamó del Refugio. Seguro que en tus paseos por esas calles habrás topado con quienes hacen la ronda del pan y del huevo o con los visitadores que buscan mujeres recién paridas destituidas de socorros para recogerlas e igual con los faltos de juicio y otros enfermos.
– Lo sé tío, lo sé. Como también que los Arellano venimos ayudando desde los años de mi bisabuelo a esa santa cofradía. Pero volvamos, si te place, al médico de Medina del Campo, que me has dejado inquieta la curiosidad, pues nunca había oído que hubiera existido un original castellano del que tan sin rubor bebiera Voltaire.
– Aplazamos pues la discusión sobre las oposiciones entre las filosofías de Newton y Descartes, si es que las hay y no fueron invento del gran sarcástico francés, que también hay quienes así lo creen; y aún más aplazamos el asunto de la vis viva, que mucho interés tengo en que me narres lo que contó Daubenton en esa conferencia parisina, pues seguro que serán noticias más frescas que las que yo conocí por los cincuenta. Hasta que el laberinto nos devuelva a esos lares, te diré que la obra del licenciado Pereira se intitula Antoniana Margarita y que en mi biblioteca puedes consultar una edición no muy añeja, en lengua latina, claro está, que todavía nadie ha querido o ha osado traducirla.
– Me irrita sobremanera este empeño español, acabándose ya la centuria, de seguir escribiendo nuestra paupérrima ciencia en latino. Deberíamos emular a los franceses y usar el idioma propio, y en vez de enfrascarnos en una cansina lengua muerta aprender las que bien que están vivas en los países de Europa.
– Disiento, sobrino, que no creo que el latín dificulte el progreso sino más bien lo facilita, y te aseguro que me entristece asistir a su abandono que nos hará perder la lectura de tantas buenas obras por escribir. Pero los tiempos no en todo van a mejor, aunque entiendo que tú, joven al fin, lo juzgues de otro modo.
– No lo sé, tío, será acaso que me incomoda la ardua lectura en latín. No obstante, esta noche has de prestarme ese libraco, mas antes descríbeme sus tesis y, sobre todo, la relación que guarda con el pensamiento cartesiano y cuánto de aquél aprovechó el francés.
– No leerás el libro esta noche, que pareces haber olvidado que asistimos a la velada de doña Tomasa de Aliaga la tenienta aya de la infanta María Amalia, pobre niña enfermiza. Irán ilustres señores de la Corte y de ti mucho les he hablado.
– Ya me he enterado de que esa noble viuda atesora fama de celestina y, francamente tío, aún no están mis ánimos para galanteos.
– Déjate de prevenciones infundadas y aprovecha para recobrar hábitos sociales, ue no has de pasarlo mal, aunque solo sea con la orquesta que ha contratado la señora. Sé que se interpretará una sinfonía de un jovencísimo organista de la catedral de Barcelona, que nada tiene que envidiar al propio Haydn, según me han dicho. Así que hagamos un alto en nuestro parlique, que ya lo seguiremos mañana.
– No quería estorbarte con mi cháchara, tío, pues te sentía adormilado y con la serenidad pintada en tu rostro. Mas no creas, que durante estos momentos, además de calmar tus molestias, que mucho me complace, y disfrutar de los aromas de tantas plantas y flores con las que el Rey está ornando estos deliciosos jardines, así como de las vistas del río y la fértil vega de la otra orilla, además de todo ello te decía, no he cesado de darle vueltas a algo que enantes afirmaste, y que me gustaría que sobre ello me ilustrases, aun a costa de postergar la vis viva.
– Estamos aquí para hablar, querido, y así alimentarnos los espíritus del modo más ameno que cabe. No te preocupe pues que divaguemos, que entremos por una senda y nos desviemos a otra que se nos antoja más atractiva, que no juzgo mala cosa que el entretenimiento prevalezca y guíe nuestros discursos, y no sólo me agrada por mí sino muy principalmente porque me muestra que tu interés está a cada día más despierto, y ya sabes, nada quiero ocultarte, que tal era mi mayor propósito al convocarte a mi lado. Además, no olvides que el conocimiento, el mío cuando menos, es limitado e intrincado, a modo de un laberinto, así que poco importa por cuál de sus pasillos entremos que el tiempo y la constancia nos llevará siempre a la meta que buscamos.
– Ingeniosa me parece tu metáfora y plena de sustancia. Aciertas en apreciar que tu elocuencia está desvaneciendo mi tristeza, pues verdad es que desde que he llegado a esta villa percibo que mi alma, poco a poco pero sin pausa, va recuperando su sustancia, de la que la alevosa muerte de Francois parecía haberme despojado. Tanto, querido tío, que me gustaría que dispusiéramos de toda la eternidad para discutir entre nosotros, y recorrer sin fin ese laberinto de tu sabiduría.
– No digas niñerías, ni caigas en exageraciones desmedidas, que por muy grande que sea mi afecto no me nubla hasta tan gran extremo. Tu eternidad, caro, se reducirá a unos pocos días, que no es la paciencia virtud de la juventud y el hartazgo de mi compañía no tardará en prenderte. No, no hagas muecas contrariadas, que así ha de ser, y antes de lo que ahora barruntas porque mi laberinto tampoco tiene extensión para ser paseado durante muchas jornadas. Pero no creas que haya de sentirme defraudado, pues será todo lo contrario, que no sólo te he llamado para que un viejo te ofrezca sus parlas, sino otras formas de entretenimiento más acordes con tu edad e inclinaciones. Pero basta ya de este cacareo, enderecémonos y caminemos un rato más, antes de que la luz decline. Y dime de una vez qué fue eso que mencioné a lo que no has cesado de darle vueltas.
– Creí entenderte que la conversión de Voltaire a la fe newtoniana significó, como consecuencia necesaria, la apostasía de Descartes. Te he reconocido mi escaso dominio de las teorías del inglés aunque algo sé del gran filósofo galo y no alcanzo a fijar cuál era la contradicción entre sus pensamientos. Tenía entendido, en cambio, que Newton se apoyó en los escritos matemáticos de Descartes y los prolongó. ¿No fue así?
– Ciertamente sí, y no sólo en matemáticas sino también en los fundamentos del método de inquirir, cual es a mi juicio la piedra miliar de la nueva filosofía natural y, por tanto, la que permitió a Newton abrir nuevo y revolucionarios horizontes a las ciencias. Me refiero, claro, a Le Discours de la Méthode, que tanto os entusiasmó hace unos años. Recuerdo con claridad cuánto repetíais, como si de una jaculatoria se tratase, el je pense, donc je suis, a la par que clamabais que la razón era la que había de liberar al hombre de sus miserias.
– Éramos todavía unos muchachos inconscientes. No sé si ahora, después de los últimos meses parisinos y su funesto colofón, soy capaz de mantener esa profesión de fe ...
– Nunca es mala una ajustada dosis de escepticismo, hijo mío, pero no dejes que te vuelvan sombras negras a la mente. Permíteme, para distraerte, que haga una breve incursión en otra rama de mi pobre laberinto y te diga que esa frase tan digna de fama la robó Cartesius del licenciado Pereira, un médico de Castilla, que vivió durante el reinado del gran Felipe el segundo. Nuestro paisano formuló un silogismo que dicho en romance vendría a ser, si la memoria no me falla, "sé que algo sé, todo lo que se sabe existe, ergo yo existo". ¿No te suena?
– A fe mía que mucho me sorprenden y entretienen tus digresiones. ¿El médico Pereira? Apellido portugués parece, como el del que talló el San Antonio de la iglesia de los alemanes, en la corredera baja de San Pablo. ¿Acaso al artista era pariente de éste que me citas?
– No lo era, no, que el escultor sí era natural de la Lusitania y además un siglo posterior. Aunque vete a saber si serían ramas del mismo tronco, pues ciertamente mi filósofo vallisoletano, de la rancia Medina del Campo, provenía de familia de judíos conversos portugueses. Pero ahora eres tú quien me regocijas, sobrino, al referirte a esa pequeña iglesia madrileña, acogedor refugio de lejanas aventuras de mi juventud. Me evocas las verbenas de las vísperas de San Pablo y mis noches de excesos de vino descendiendo con los compañeros de entonces, algunos ya idos, las dos correderas, hasta descansar exhaustos y ebrios en ese oratorio.
– Más píos son mis recuerdos, tío, que yo ahí iba llevado de niño por mi madre, muy devota como sabes del santo tan milagrero.
– Así es mi amada hermana, y mejor no discutirle sobre milagrerías ni asuntos religiosos. Como fuere, no negaré que la talla a la que te refieres es de las mejores que guarda Madrid, que casi parece que el santo va a moverse o a hablar en cualquier momento. Esa Iglesia, por si no lo sabes, fue mandada construir por Felipe el tercero para completar el hospital que atendía a los portugueses sin recursos, que por entonces toda nuestra península estaba bajo la monarquía única. Poco después de acabado el templo, la soberbia intolerante del Conde-Duque de Olivares sembró de rebeliones cada esquina de las Españas, desde Andalucía a Cataluña, y la insurrección de Portugal, a diferencia de las otras, no pudo ser sofocada y hasta hoy, pasadas tres medias centurias de esos tristes acontecimientos, nos guardan rencor nuestros vecinos. De modo que la reina Mariana de Austria, la misma que retrató el inmortal Velázquez, lo cedió a los alemanes ya numerosos en la Corte, y más que habrían de venir al amparo de su futura nuera, otra Mariana y también tudesca, que mucho daño hizo a estos reinos.
– Pues ya ni portugueses ni alemanes, que has de saber que hoy allí radican los frailes de la Hermandad del Refugio.
– Claro que lo sé, sobrino, que no han llegado ayer sino desde principios de este siglo, cuando el cambio de dinastía, pues imagino que nuestro primer rey francés no estaría inclinado a prorrogar privilegios a súbditos de los Habsburgo. Y te diré que no me parece que fuera mala medida, pues la Hermandad hace fructífera y caritativa labor, sin distinguir entre naciones, que la indigencia no conoce de patrias, y a mi juicio no había mejor sede para ella que en un barrio que desde su origen se llamó del Refugio. Seguro que en tus paseos por esas calles habrás topado con quienes hacen la ronda del pan y del huevo o con los visitadores que buscan mujeres recién paridas destituidas de socorros para recogerlas e igual con los faltos de juicio y otros enfermos.
– Lo sé tío, lo sé. Como también que los Arellano venimos ayudando desde los años de mi bisabuelo a esa santa cofradía. Pero volvamos, si te place, al médico de Medina del Campo, que me has dejado inquieta la curiosidad, pues nunca había oído que hubiera existido un original castellano del que tan sin rubor bebiera Voltaire.
– Aplazamos pues la discusión sobre las oposiciones entre las filosofías de Newton y Descartes, si es que las hay y no fueron invento del gran sarcástico francés, que también hay quienes así lo creen; y aún más aplazamos el asunto de la vis viva, que mucho interés tengo en que me narres lo que contó Daubenton en esa conferencia parisina, pues seguro que serán noticias más frescas que las que yo conocí por los cincuenta. Hasta que el laberinto nos devuelva a esos lares, te diré que la obra del licenciado Pereira se intitula Antoniana Margarita y que en mi biblioteca puedes consultar una edición no muy añeja, en lengua latina, claro está, que todavía nadie ha querido o ha osado traducirla.
– Me irrita sobremanera este empeño español, acabándose ya la centuria, de seguir escribiendo nuestra paupérrima ciencia en latino. Deberíamos emular a los franceses y usar el idioma propio, y en vez de enfrascarnos en una cansina lengua muerta aprender las que bien que están vivas en los países de Europa.
– Disiento, sobrino, que no creo que el latín dificulte el progreso sino más bien lo facilita, y te aseguro que me entristece asistir a su abandono que nos hará perder la lectura de tantas buenas obras por escribir. Pero los tiempos no en todo van a mejor, aunque entiendo que tú, joven al fin, lo juzgues de otro modo.
– No lo sé, tío, será acaso que me incomoda la ardua lectura en latín. No obstante, esta noche has de prestarme ese libraco, mas antes descríbeme sus tesis y, sobre todo, la relación que guarda con el pensamiento cartesiano y cuánto de aquél aprovechó el francés.
– No leerás el libro esta noche, que pareces haber olvidado que asistimos a la velada de doña Tomasa de Aliaga la tenienta aya de la infanta María Amalia, pobre niña enfermiza. Irán ilustres señores de la Corte y de ti mucho les he hablado.
– Ya me he enterado de que esa noble viuda atesora fama de celestina y, francamente tío, aún no están mis ánimos para galanteos.
– Déjate de prevenciones infundadas y aprovecha para recobrar hábitos sociales, ue no has de pasarlo mal, aunque solo sea con la orquesta que ha contratado la señora. Sé que se interpretará una sinfonía de un jovencísimo organista de la catedral de Barcelona, que nada tiene que envidiar al propio Haydn, según me han dicho. Así que hagamos un alto en nuestro parlique, que ya lo seguiremos mañana.
I-Allegro con brio (Sinfonía nº 12) - Carlos Baguer (London Mozart Players. Matthias Bamert, 1996)
Me temo que cometo un ligero anacronismo al que no he querido resistirme. No he logrado averiguar con certeza la fecha en que Baguer compuso esta sinfonía, pero es más que probable que fuera en los primeros años de los noventa y mi escena discurre a finales de agosto de 1789.
El retrato de Descartes fue pintado en 1649 por Jan Baptist Weenix, un holandés del barroco. El Felipe V vestido de capitán general y con armadura negra está en el Prado y se debe al francés Jean Ranc (Montpellier, 1674-Madrid, 1735). El último óleo, también en El Prado, es obra del salmantino Antonio Carnicero, pintor de cámara de Carlos IV desde 1796. El lienzo es del año anterior, así que la señora sería en mi relato unos años más joven (pero imagino que no mucho menos fea, de ahí que la atribuya aficiones celestinescas). Por último, la foto de la estatua de San Antonio de Padua, talla del homónimo del médico filósofo del renacimiento castellano (a quien don Marcelino Menéndez Pelayo admiraba y gracias al cual supe de su existencia) proviene de la web Arte en Madrid.
El retrato de Descartes fue pintado en 1649 por Jan Baptist Weenix, un holandés del barroco. El Felipe V vestido de capitán general y con armadura negra está en el Prado y se debe al francés Jean Ranc (Montpellier, 1674-Madrid, 1735). El último óleo, también en El Prado, es obra del salmantino Antonio Carnicero, pintor de cámara de Carlos IV desde 1796. El lienzo es del año anterior, así que la señora sería en mi relato unos años más joven (pero imagino que no mucho menos fea, de ahí que la atribuya aficiones celestinescas). Por último, la foto de la estatua de San Antonio de Padua, talla del homónimo del médico filósofo del renacimiento castellano (a quien don Marcelino Menéndez Pelayo admiraba y gracias al cual supe de su existencia) proviene de la web Arte en Madrid.
¡'Disturbar'? Agradecería un distraer en su lugar
ResponderEliminarDescartes era un católico fervoroso, aunque puede que se manifestase así por simple precaución, pero siempre proclamó que intentaba conciliar su fe con su razón
ResponderEliminary
Newton era espiritista
Lansky: Disturbar a mí tampoco me gusta mucho, imagino que debido a que (erroneamente) la siento como anglicismo. Pero es palabra vieja en nuestra lengua (y en el italiano, por ejemplo, dada su fidelidad al original latino) y, según el Corominas, usada con ciertos tintes de cultismo desde el siglo XVII. En boca del sobrino me parece adecuada, que habrás notado que tiende a una inofensiva pedantería bienintencionada (el chico se esforzaba). No obstante, si me lo vas a agradecer, la suprimo sin más. Eso sí, más que distraer que creo que cambia un poco lo que el chaval quiere decir, pondré estorbar (2ª acepción del DRAE) por mantener la raíz etimológica
ResponderEliminarDéjalo estar, hombre, yo no he dicho que 'disturbar' sea anacrónico, sino poco eufónico, no me gusta, y por eso yo jamás la uso
ResponderEliminarPor cierto:
ResponderEliminarDespués de treinta años como profesor en Cambridge, Isaac Newton se hizo cargo de la Casa Real de la Moneda y se dedicó a perseguir a los falsificadores que ponían en peligro la estabilidad de la econonomía británica, muy especialmente a William Chaloner, un truhán habilísimo a quien finalmente consiguió desenmascarar.Buen duelo con este astuto delincuente y faceta desconocida como detective.
Una vez más sólo voy a referirme a dos palabrejas del post, que sin duda merece mejores comentarios por lo estupendo.
ResponderEliminar1) ENANTES. En mi tierra se sigue utilizando el término. Los hay que dicen 'endenantes'.
2) Recuperar (lo tendría yo olvidado) el VIS VIVA - como contraio a las fuerza muertas de Leibniz.
Qué tío (tu)
GRILLO
Prueba de avatar
ResponderEliminar(Perdona Mairos.)