– Ya era hora de que llegaras, oh Glaucón, que te olvidas de tus débitos conyugales en cuanto te juntas con Sócrates y sus acólitos. Que no sé a qué tanto amor por la sabiduría y ese afán de que te llamen filósofo. Más futuro le veo a tu hermano Platón, que bien que toma notas que copia y recopia para luego pasarlas en el ágora a cambio de no pocas monedas.
– Me disgustas con ese burlona imitación de mis vocativos, mujer, así que evita ya de una buena vez el Oh que antepones a mi nombre, y llámame Glaucón a secas o, cuando nuestra intimidad lo aconseje, otros apelativos más tiernos, lechoncita.
– Más enfadada tú a mí me tienes y no has de ablandar mi ánimo con dulces palabras, que con ellas no borras la ausencia de toda una jornada, ni la inquietud de mi larga vigilia. Llegas casi con el alba después de decirme por la mañana temprano, cuando partías al Pireo, que acabada la procesión de los tracios volverías sin demoras. Y cuidado con lo que me cuentas, que bien sé que hubo en el puerto fiesta nocturna, con una carrera de antorchas a caballo.
– No iba a ocultártelo, Hermione querida, tanto menos cuando de sobra saben los dioses que más que nada ansiaba volver a tus brazos. A primera hora de la tarde iniciábamos el regreso pero Polemarco, divisándonos desde lejos, envió a nosotros a sus esclavos y enseguida, llegado él mismo, insistió en que fuéramos a su casa. Recuerda, labios de néctar, que Sócrates más de un favor le debe a su padre, y bien se cuidó Polemarco de mencionar que el anciano Céfalo allí estaba.
– Claro, y todos a la casa de Polemarco a escuchar embobados a Sócrates mientras vaciabais sus ánforas de vino. Confío al menos que de tantas horas de charla haya salido algún buen cuento que me compense el aburrimiento de este largo día, durante el cual no he dejado de recordar las advertencias de mi madre contra nuestro casamiento.
– ¿A qué mencionas eso, mi adorada? Saberte mi esposa es mi más grande motivo de alegría y hacerte feliz mi mayor deseo siempre presente.
– Quiero créerte, Glaucón, músico y aspirante a filósofo, pero no olvides que a ninguna mujer le bastan sólo palabras y tañidos de laúd, y menos a la que era tenida como la más bella de la Hélade. Pero dejemos este asunto, suspendámoslo de momento porque quiero oírte alguna historia entretenida que torne mi ánimo.
– Qué injusta eres, dilecta de Afrodita, pero no dudes que he de complacerte, así que disponte a escuchar una alegoría hermosamente trabada por el maestro. Figúrate unos hombres que desde que nacen viven encadenados por los tobillos y el cuello a un muro en lo profundo de una oscura caverna, obligados de tal guisa a mirar siempre al frente, a otra pared pulimentada y desnuda.
– Cuánta crueldad la de sus captores y también estupidez, pues qué utilidad habrían de obtener en encerrarlos en tan penosas condiciones.
– Bien dices, querida, y lo mismo pensé yo al inicio de la historia. Mas irrelevantes son las causas de esa situación para el fin de la alegoría. Simplemente imagina a esos hombres desafortunados para que siga con el cuento.
– Sea, oh Glaucón, ya que así me lo pides. Pero no deja de ser curiosa esa predilección vuestra por ejemplos desaforados, como si para explicar cualquier idea fuera siempre necesario llegar a tan lejanos extremos. No permita Zeus que algún día gobiernen la ciudad los filósofos, que capaces serían de llevar a la práctica sus crueles alegorías sólo para verificar la veracidad de sus conclusiones.
– Mujer eres, Hermione, y tus pensamientos revolotean incesantes en torno a demasiadas cosas, sin que te dejen fijar la atención en el asunto principal, que olvidas. Te pregunto de nuevo: ¿deseas que avance en mi narración o prefieres disputar sobre quienes son los más idóneos para regir la república?
– Sigue, mi paciente esposo, pero al menos encadena a tus pobres cautivos por la cintura y que puedan estar sentados, apoyadas las espaldas contra el muro, que algo mejor soportarían así su condena perpetua.
– Concedido, bella quisquillosa, y ahora imagina que detrás de esos hombres, por encima del tabique al cual están aherrojados, arde un fuego que ilumina la cueva.
– ¿Un fuego? ¿Quieres decir una hoguera? ¿Y cómo dispusieron la leña por encima? Me cuesta imaginar tan singular caverna. Si no contradice la alegoría, prefiero figurarme una lámpara de aceite suspendida de la bóveda pétrea.
– Vale también una lámpara. Y termino con la descripción de la escena, que aún falta lo más importante y es que entre la fuente de luz y la pared de los condenados hay una pasarela elevada por la que continuamente caminan otros hombres, ocupados en trasladar estatuas y otros objetos de un extremo a otro de la misma.
– Peregrina imagen, por Atenea. Si no es abusar de tu paciencia, puedes aclararme qué sentido tienen esos incesantes paseos.
– Pues justamente animar la soledad de la caverna y hacer que sus movimientos sean los estímulos externos a partir de los cuales los encadenados construyan su conocimiento de la realidad.
– Ya barruntaba que a tal fin obedecía su presencia, pero Sócrates habría de dotar a sus historias de algo más de verosimilitud. Sugiérele si te parece, y dile que ha sido idea tuya y no de una mujer incapaz de raciocinio, que tales porteadores podrían ser mineros que trasladan las rocas extraídas, y que la pasarela es un puente que comunica otra cueva en la que trabajan con el almacén. Serían pues varias cuevas subterráneas, dedicadas a la explotación minera y comunicadas entre sí. La del cuento, entonces, habría de ser en la que castigaran a los esclavos díscolos.
– De abundante fantasía te ha dotado Hermes, amor mío. Mucho más entretenida sería la historia contada por ti pero tanto recreo en las circunstancias secundarias distraerían del asunto central. No obstante, adórnala como te plazca, siempre que no desvirtúes el argumento. Y en tal sentido, mal podrían los encadenados ser esclavos díscolos, pues te recuerdo que están en tan triste situación desde su nacimiento.
– Cierto, lo había olvidado. Digamos entonces que el cruel sátrapa amo y señor de ese imaginario país y de sus riquezas minerales, para garantizarse la obediencia servil de sus trabajadores, encadena a cada primogénito en cuanto salen de los vientres de sus madres o, mejor, en cuanto éstas los destetan, que difícil sería que unos infantes recién nacidos sobrevivieran adosados a tan diabólico muro.
– De acuerdo, señora mía, son mineros quienes cruzan por detrás de los presos y éstos no los ven pero sí sus sombras, que tu lámpara de aceite colgada del techo proyecta sobre la pared que tienen delante y a la cual forzosamente dirigen su vista. Esto sí me lo has de conceder sin objeciones, espero.
– Pues sí, desde luego. Y te haré notar que me parece una muestra más de la refinada crueldad de la condena el hacer sentir a esos desgraciados que otros semejantes se mueven libremente a sus espaldas.
– Yerras, amada, que olvidas que llevan encadenados toda su vida, de modo que para ellos sólo los compañeros de infortunio, a los que entreven de reojo y con los que quizá sean capaces de comunicarse con rudimentarias palabras, son sus únicos semejantes. E ignorantes de que haya otros hombres que caminan por detrás interpuestos entre el ellos y el fuego, así como ignorantes también de la proyección de la luz, creerán que son las sombras las cosas reales ajenas a ellos mismos.
– He de darte la razón, aunque me cueste pensar que puedan las sombras tomarse por reales. Pero, no podrían los más avispados entre los prisioneros inferir que hay otros seres, tan reales al menos, a sus espaldas, atendiendo, por ejemplo, al rumor de sus pasos o a las voces que emitieran.
– De la misma forma que sólo ven lo que se proyecta en la pared que tienen enfrente, el eco de la caverna engaña a sus oídos haciéndoles creer que los sonidos provienen de esas figuras fantasmales que pasean delante de ellas, apareciendo por un extremo y desapareciendo por el opuesto.
– Comprendo ya, esposo, la finalidad de la alegoría y admito ahora de buena gana que, aunque chocante, la singular escena está bien ideada. Quiere Sócrates hacernos ver que el conocimiento es ilusorio y que no podemos estar seguros de la realidad que nos muestran nuestros sentidos.
– Así es, dulce compañera, pero hay más y gustoso te lo narraré si el cuento ha despertado tu interés.
– Lo ha hecho, y también has logrado apaciguar mi descontento. Por eso, detengamos el relato por un breve tiempo para solazarnos con un buen desayuno. Ayer Cleopis, mi fiel aya, consiguió unas finas lonchas de la mejor carne asada de cabra y también ha preparado un delicioso mosto azucarado. Vayamos al lecho.
Ippopotami- Roberto Vecchioni (Ippopotami, 1986)
He de felicitar al autor de tan refinado diálogo.
ResponderEliminarPlatón y yo te lo agradecemos, C.C.
ResponderEliminarPlatón siempre da mucho juego, y tanto más cuando se le interpreta bien. Aquí transcribes un fragmento que supongo de el mito de la caverna.
ResponderEliminarCreo que en un post anterior fingí haber confundido caverna con TABERNA para explicarlo a un sobrino y la metáfora funcionaba casi igual.
Sus 'diálogos' me parecen tronchantes y llenos de ¿filosofía?.
Tampoco entiendo por qué se llama 'amor platónico' al amor limpio, casto, idealizado o como se suele interpretar/confundir, porque el tipo era bastante mmarrano en lo tocante al amor, al sexo y sus derivados.
Platón fue un traidor a su maestro/protagonista Sócrates, porque escribió sus diálogos cuando el otro aborrecía la cultura escrita no oral (decía que era la muerte d ela memoria, más o menos como ahora con la informática e internet)
ResponderEliminarGrillo, equiparar'amor platónico' a amor romántico no consumado en lugar de homosexual creo que viene precisamente de mucho después, del cristianismo neoplátónico, de los sanagustines (que se hartó a follar de joven golfo)
Grillo: Mi "transcripción" no es tal, sino la versión que uno de los asistentes a la charleta (casi monólogo) de Sócrates da a su mujer a la vuelta de la excursión al Pireo. Seguirá con el resto de la alegoría y el femenino cuestionamiento, no tan condicionado por la respetuosa admiración de los discípulos. Y, por cierto, coincido con Lansky en que el término "amor platónico" es invento posterior.
ResponderEliminarLansky: Intuyo que la traición no se redujo a poner por escrito los diálogos, sino probablemente a distorsionarlos en el sentido que a él le interesaba.
Por cierto, Lansky, este post debe en parte su origen a un comentario tuyo referente a que al fin y al cabo todo empezó con los griegos. En el mito de la caverna están ya las bases del famoso asunto de los universales que será el tema central de las discusiones filosóficas durante toda la Edad Media y cuya superación, o más bien su divorcio en las dos posturas cada vez más antagónicas (realistas contra nominalistas) está en la base de la aparición del que he llamado "otro modo de pensar", requisito necesario para que, poco a poco, fuera apareciendo el pensamiento científico que databa en el XVII. Como ves, sigo tus recomendaciones.
ResponderEliminar"No permita Zeus que algún día gobiernen la ciudad los filósofos, que capaces serían de llevar a la práctica sus crueles alegorías sólo para verificar la veracidad de sus conclusiones..." Si no hubiera otras muchas muestras, bastaría esta para ilustrar lo necesario que resulta un poco de sentido común, femeninamente pegado a la realidad, para atemperar un poco las masculinamente peligrosas elucubraciones de los filósofos.
ResponderEliminarVanbrugh: En efecto, por ahí iba la excusa para este post. Después de releer este fin de semana la parte de la República donde Sócrates (en boca de Platón, claro, qué vete tú a saber la autoría) inventa el famoso mito de la caverna ante el humilde asentimiento de sus discípulos, se me ocurrió remedarlo con la versión que uno de ellos, Glaucón, podría haber dado a su mujer después de llegar a casa a las tantas. Seguro que si el auditorio de Sócrates hubiera sido femenino, habría habido preguntas del tipo de las que pongo en boca de Hermione, para desesperación del ilustre filósofo. Otra gallo nos habría cantado si la filosofía occidental la hubieran hecho mujeres. Probablemente no se habrían pasado los escolásticos 500 años debatiendo sobre los universales, que es hacia pretendo ir poco a poco para luego enlazar con mis diálogos en Aranjuez.
ResponderEliminar(He colgado otro post... A ver qué te parece... ¿?¿?)
ResponderEliminarPor cierto, Miros; me acabo de acordar de tu problema respiratorio de tabique. ¿Probaste la mierdecilla esa casi invisible que te recomendé para dentro de las narinas?
ResponderEliminar¿Estás mejor?
Yo la uso algunas noches o tardes para caminar y me va muy bien.
Grillo, no probé el adminículo que me recomendaste, pero algún día lo haré. El otorrino ya me hizo la revisión final y, según él, tengo las cavernas nasales estupendas, está encantado con los resultados de su intervención. Ciertamente, respiro mejor; no del todo perfectamente, pero mejor (también es verdad que arrastro un pequeño resfriado desde hace un par de semanas). Gracias por tu interés.
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