Las grandes migraciones humanas predominantemente han ido hacia el oeste. Para que esta afirmación no sea una completa boutade (que ya lo es mucho, pero me apetece no ser riguroso), prescindo, desde luego, de las previas al neolítico, las que podemos etiquetar como las primeras (aunque duraran más de 130.000 años), ésas mediante las que nuestra especie fue muy poco a poco poblando el planeta desde (probablemente) la actual Tanzania. A fin de cuentas, los grupos movientes de estos lejanos ancestros no podían ser muy numerosos. Si nos vamos a épocas más cercanas, resulta que los bárbaros que sobrepasaron el limes imperial venían del este, los europeos que colonizaron América venían del este, así como los que durante el diecinueve y el veinte fueron a instalarse en los países ya independientes de ese continente. En términos cuantitativos, me parece que son mucho menos relevantes los asentamientos de gentes provenientes del oeste. Alguna explicación habrá, que no será que a los humanos nos atrae seguir el sol para descubrir donde se esconde al final de cada día, ni tampoco tendrá nada que ver con algún instintivo espíritu de contradicción que se plasme en caminar contra la rotación de la tierra, en vano intento de permanecer en el mismo sitio como cuando corremos sobre las cintas móviles de gimnasio.
Nuestro propio continente, o más bien la pequeña parte occidental de Eurasia, también fue poblado y repoblado por migraciones de este a oeste. La revolución neolítica originada en el Creciente Fértil fue extendiéndose por Europa desde el 7000 hasta el 2500 aC; en concreto, fue un miércoles de marzo del 2527 (hecha la adaptación pertinente al calendario gregoriano) cuando en la ribera de un fiordo cercano a la actual Bergen un tatarabuelo de los noruegos se decidió a plantar unas semillas de cebada (¿o fue lechuga?) y así la agricultura llegó al límite más noroccidental del continente. En realidad muy poco se sabe de los sufridos y dispersos habitantes de Noruega antes de que en la Alta Edad Media llegaran los vikingos y se dedicaron a formar sus fragmentados y cambiantes reinos, hasta que Harald el de la hermosa cabellera, a principios del siglo X, unificó el país y animó a sus súbditos a que navegaran todavía más hacia el oeste (más bien escaparan de sus represalias) para instalarse en las Shetlands, las Órcadas, las Hébridas, y algo más tarde las Feroe, Islandia y hasta Groenlandia. O sea, siempre hacia el oeste, aunque bien es verdad que también hacia el sur (Islas Británicas, Francia y hasta nuestra costa cantábrica) e incluso al este (litoral báltico ruso), pero en esas expediciones tocaban sociedades más organizadas a las que aterraban con sus incursiones para luego largarse de vuelta a bordo de sus drakkar.
O sea, que la pauta es que llegan los del este al oeste y se quedan, exterminando o sojuzgando a los que allí vivían antes. Salvo excepciones, claro (o a lo mejor, no se trata de ninguna pauta, sino de una mera chorrada con la que me estoy entreteniendo). Los vikingos, por ejemplo, que hasta alcanzaron Terranova, tan altos, fuertes y rubios, perdieron el partido contra un pueblo que se movía en la dirección contraria, hacia el oriente. El campo de juego fue la inmensa isla de Groenlandia (mil veces mayor que la que habito), en el que cuando el termómetro sube hasta los 5º los oriundos se quejan del calor. Es decir, que demasiado inhóspito hasta para los curtidos noruegos, quienes sin embargo se empeñaron en instalarse y formar una sociedad al estilo europeo de la época (obviamente mucho más precaria) durante cinco siglos para, al final, no mucho antes de que empezara la definitiva y brutal europeización de América, tuvieron que confesarse derrotados y abandonarlo (o morir allí). Y eso que los muy arrogantes se creían los dueños originarios de todos esos hielos y sus escasos pastos, con derecho absoluto sobre los caribús, probablemente porque las primeras generaciones, desde los pioneros que arribaron al mando de Erik el Rojo, un criminal sanguinario, se pensaron que ahí no había nadie. Sí había algunos tipos, la verdad, pero estaban más al norte (también en la costa occidental) y eran pocos y no muy espabilados, así que no molestaban.
Porque Groenlandia se había venido poblando de manera intermitente desde el 2.500 aC, en oleadas provenientes de la isla de Baffin, descendientes de los primeros humanos que pasaron al continente americano por Beringia (o sea la principal y originaria migración en dirección este) y, en vez de dirigirse hacia el sur, como manda el sentido común e hizo la mayoría, siguieron paralelos a los paralelos árticos, atravesando Alaska y los territorios boreales de Canada. Estos individuos cruzaron unas cuantas veces a Groenlandia y se quedaban unos cuantos siglos allí (a fin de que los arqueólogos actuales pudieran bautizar varias culturas), pero a la postre se extinguían (cuando llegaron los noruegos los que allí seguían eran los últimos de los Dorset). Pero hacia el siglo XIII aparecieron unos nuevos americanos, con un desarrollo tecnológico adaptado a las duras condiciones árticas muy superior al de los colonos vikingos. Navegaban en sus kayaks y se movían por tierra en sus trineos con perros con muchísima más rápidez, aprovechaban más inteligentemente y eficazmente sus recursos y probablemente eran demográficamente tantos o más que la escasa media decena de miles granjeros noruegos que se concentraban mayoritariamente en dos asentamientos en los extremos interiores de sendos fiordos. El enfrentamiento entre ambos pueblos duraría algo más de un siglo (el XIV, cuando en nuestras latitudes se empezaba a dar por cerrada la Edad Media) y, como ya he dicho, acabó con la victoria de los americanos sobre los europeos, y la recuperación de la isla para la cultura esquimal.
Aunque, según me he enterado recientemente, debe llamárseles inuit y no esquimales, que este término lo entienden peyorativo. Pues bien, los inuit se quedaron dueños de las tundras de Groenlandia hasta principios del XIX, más o menos. Por entonces los daneses decidieron recolonizar la isla y los últimos doscientos años han vivido repetidos tira y afloja entre los nuevos vikingos y los persistentes esquimales locales, reforzados demográficamente de vez en cuando con aportes migratorios de sus primos canadienses. Ejemplo, la de los inuits, de culturas y modos de vida que se niegan a desaparecer o, al menos, que por mucho que se incorporen a los estándares dominantes de la civilización capitalista globalizada, siguen tercamente reclamando su autonomía identitaria. Y en este caso con mucho más éxito que los indígenas de otras partes del mundo (los sudamericanos, por ejemplo), porque Groenlandia es hoy ya casi un país soberano, que se define como nación inuit y con el groenlandés como única lengua oficial; incluso se salieron de la Comunidad Europea. Eso sí, aunque Groenlandia posee abundantes recursos naturales, su economía se sigue sosteniendo en muy significativa proporción mediante las subvenciones danesas. De todas formas, apenas son cincuenta y pico mil habitantes, lo que les convierte en la entidad política con más baja densidad demográfica del planeta.
¿Qué será en el futuro de Groenlandia? Preveo que acabarán integrándose con sus parientes canadienses quienes, en 1999, consiguieron el reconocimiento de un territorio autónomo (menos autónomo que la provincia canadiense) que se llama Nunavut, o "Nuestra Tierra" en el idioma inuktitut. Resultaría un país de casi cinco millones de kilómetros cuadrados, el séptimos en extensión del mundo y más grande que toda la Unión Europea, aunque, eso sí con 5.000 veces menos población. Y es que vivir más al norte del paralelo 60 no parece muy atrayente. Pero quién sabe si eso cambiará con el calentamiento global. A lo mejor es cuestión de invertir en el mercado inmobiliario groenlandés; mientras me decido, escucho la música de Susan Aglukark, probablemente la más famosa de las cantantes inuit de Canada (aunque la mayoría de sus temas sean en inglés) que no está nada mal.
Nuestro propio continente, o más bien la pequeña parte occidental de Eurasia, también fue poblado y repoblado por migraciones de este a oeste. La revolución neolítica originada en el Creciente Fértil fue extendiéndose por Europa desde el 7000 hasta el 2500 aC; en concreto, fue un miércoles de marzo del 2527 (hecha la adaptación pertinente al calendario gregoriano) cuando en la ribera de un fiordo cercano a la actual Bergen un tatarabuelo de los noruegos se decidió a plantar unas semillas de cebada (¿o fue lechuga?) y así la agricultura llegó al límite más noroccidental del continente. En realidad muy poco se sabe de los sufridos y dispersos habitantes de Noruega antes de que en la Alta Edad Media llegaran los vikingos y se dedicaron a formar sus fragmentados y cambiantes reinos, hasta que Harald el de la hermosa cabellera, a principios del siglo X, unificó el país y animó a sus súbditos a que navegaran todavía más hacia el oeste (más bien escaparan de sus represalias) para instalarse en las Shetlands, las Órcadas, las Hébridas, y algo más tarde las Feroe, Islandia y hasta Groenlandia. O sea, siempre hacia el oeste, aunque bien es verdad que también hacia el sur (Islas Británicas, Francia y hasta nuestra costa cantábrica) e incluso al este (litoral báltico ruso), pero en esas expediciones tocaban sociedades más organizadas a las que aterraban con sus incursiones para luego largarse de vuelta a bordo de sus drakkar.
O sea, que la pauta es que llegan los del este al oeste y se quedan, exterminando o sojuzgando a los que allí vivían antes. Salvo excepciones, claro (o a lo mejor, no se trata de ninguna pauta, sino de una mera chorrada con la que me estoy entreteniendo). Los vikingos, por ejemplo, que hasta alcanzaron Terranova, tan altos, fuertes y rubios, perdieron el partido contra un pueblo que se movía en la dirección contraria, hacia el oriente. El campo de juego fue la inmensa isla de Groenlandia (mil veces mayor que la que habito), en el que cuando el termómetro sube hasta los 5º los oriundos se quejan del calor. Es decir, que demasiado inhóspito hasta para los curtidos noruegos, quienes sin embargo se empeñaron en instalarse y formar una sociedad al estilo europeo de la época (obviamente mucho más precaria) durante cinco siglos para, al final, no mucho antes de que empezara la definitiva y brutal europeización de América, tuvieron que confesarse derrotados y abandonarlo (o morir allí). Y eso que los muy arrogantes se creían los dueños originarios de todos esos hielos y sus escasos pastos, con derecho absoluto sobre los caribús, probablemente porque las primeras generaciones, desde los pioneros que arribaron al mando de Erik el Rojo, un criminal sanguinario, se pensaron que ahí no había nadie. Sí había algunos tipos, la verdad, pero estaban más al norte (también en la costa occidental) y eran pocos y no muy espabilados, así que no molestaban.
Porque Groenlandia se había venido poblando de manera intermitente desde el 2.500 aC, en oleadas provenientes de la isla de Baffin, descendientes de los primeros humanos que pasaron al continente americano por Beringia (o sea la principal y originaria migración en dirección este) y, en vez de dirigirse hacia el sur, como manda el sentido común e hizo la mayoría, siguieron paralelos a los paralelos árticos, atravesando Alaska y los territorios boreales de Canada. Estos individuos cruzaron unas cuantas veces a Groenlandia y se quedaban unos cuantos siglos allí (a fin de que los arqueólogos actuales pudieran bautizar varias culturas), pero a la postre se extinguían (cuando llegaron los noruegos los que allí seguían eran los últimos de los Dorset). Pero hacia el siglo XIII aparecieron unos nuevos americanos, con un desarrollo tecnológico adaptado a las duras condiciones árticas muy superior al de los colonos vikingos. Navegaban en sus kayaks y se movían por tierra en sus trineos con perros con muchísima más rápidez, aprovechaban más inteligentemente y eficazmente sus recursos y probablemente eran demográficamente tantos o más que la escasa media decena de miles granjeros noruegos que se concentraban mayoritariamente en dos asentamientos en los extremos interiores de sendos fiordos. El enfrentamiento entre ambos pueblos duraría algo más de un siglo (el XIV, cuando en nuestras latitudes se empezaba a dar por cerrada la Edad Media) y, como ya he dicho, acabó con la victoria de los americanos sobre los europeos, y la recuperación de la isla para la cultura esquimal.
Aunque, según me he enterado recientemente, debe llamárseles inuit y no esquimales, que este término lo entienden peyorativo. Pues bien, los inuit se quedaron dueños de las tundras de Groenlandia hasta principios del XIX, más o menos. Por entonces los daneses decidieron recolonizar la isla y los últimos doscientos años han vivido repetidos tira y afloja entre los nuevos vikingos y los persistentes esquimales locales, reforzados demográficamente de vez en cuando con aportes migratorios de sus primos canadienses. Ejemplo, la de los inuits, de culturas y modos de vida que se niegan a desaparecer o, al menos, que por mucho que se incorporen a los estándares dominantes de la civilización capitalista globalizada, siguen tercamente reclamando su autonomía identitaria. Y en este caso con mucho más éxito que los indígenas de otras partes del mundo (los sudamericanos, por ejemplo), porque Groenlandia es hoy ya casi un país soberano, que se define como nación inuit y con el groenlandés como única lengua oficial; incluso se salieron de la Comunidad Europea. Eso sí, aunque Groenlandia posee abundantes recursos naturales, su economía se sigue sosteniendo en muy significativa proporción mediante las subvenciones danesas. De todas formas, apenas son cincuenta y pico mil habitantes, lo que les convierte en la entidad política con más baja densidad demográfica del planeta.
¿Qué será en el futuro de Groenlandia? Preveo que acabarán integrándose con sus parientes canadienses quienes, en 1999, consiguieron el reconocimiento de un territorio autónomo (menos autónomo que la provincia canadiense) que se llama Nunavut, o "Nuestra Tierra" en el idioma inuktitut. Resultaría un país de casi cinco millones de kilómetros cuadrados, el séptimos en extensión del mundo y más grande que toda la Unión Europea, aunque, eso sí con 5.000 veces menos población. Y es que vivir más al norte del paralelo 60 no parece muy atrayente. Pero quién sabe si eso cambiará con el calentamiento global. A lo mejor es cuestión de invertir en el mercado inmobiliario groenlandés; mientras me decido, escucho la música de Susan Aglukark, probablemente la más famosa de las cantantes inuit de Canada (aunque la mayoría de sus temas sean en inglés) que no está nada mal.
O Siem - Susan Aglukark (White Sahara, 2011)
Algunas pequeñas observaciones:
ResponderEliminar-La adaptación deberías haberla hecho al calendario juliano, es decir, diez días antes. Caería en domingo, en vez de en miércoles. Por mantener la homogeneidad, más que nada, lo más posible. El Gregoriano no entró en vigor hasta finales del XVI -en Inglaterra, principios del XVII;por eso Cervantes y Shakespeare no murieron el mismo día, aunque sí en la misma fecha- y no parece lógico hacerlo regir en el siglo XXVII a.C., suspenderlo luego durante cuatro mil y pico años y volver a usarlo después como si tal cosa.
- Creo recordar que las lechugas no se reproducen mediante semillas. ¿No son un caso especial de vegetal, que traen en el pico las cigüeñas para depositarlo encima de un niño recién nacido? A mí me suena haber leído algo así en alguna parte.
- Es normal que los inuit consideren peyorativo el término 'esquimal'. Para evitarlo propongo cambiarlo por el de 'esquibién'.
Tu post me ha parecido fecundo, interesante y lleno de sugerencias. La idea de que las migraciones se produzcan en sentido este-oeste para tratar de mantenerse en el mismo sitio a pesar de la rotación terrestre, que desechas con excesiva prisa y singular modestia, a mí me parece muy digna de ser tenida en cuenta.
Ni cebada ni lechuga me convencen; más bien centeno, el cereal de invierno más resistente al frío. Por lo demás, bien traído el asunto.
ResponderEliminarY bien ajustada la corrección de Vanbrugh del calendario juliano, error frecuente en los historiadores aficionados, pero prefiero obviar su chiste...
Caminar (o navegar) hacia el oeste implica tener siempre a la vista el sol, es decir, estar permanentemente orientado
Según tu teoría no será ninguna perogrullada que ahora nos invadan los chinos.....
ResponderEliminarCurioso, interesante y muy didáctico al margen de las lechugas o el error de fechas julianas (como la sopa.)
ResponderEliminarTal vez tenga poco que ver, pero esto me recuerda mi viaje a Laponia - que publiqué en un post antiguo - y mi tratos con los esquimales de allá, su lenguaje, comida, los puñeteros renos y las temperaturas de menos 40 grados. Serán o no la misma gente, pero te digo que eran 'igualitos' de aspecto y de habla. Recios como robles y feos de echar para atrás.
Lupita, los chinos ya nos han invadido, no con las tiendas todo a 100, sino en capital, divisas, etc. A los EEUU los tienen acojonatis.
Interesante post. Me hizo recordar un libro excelente: Colapso ¿Por qué algunas sociedades perduran y otras desaparecen? de Jared Diamond. Una de las sociedades que analiza es justamente la de los vikingos en Groenlandia.
ResponderEliminarUn beso
Gracias por el enlace "Dorset", nunca había oído o leído de ellos.
ResponderEliminarVanbrugh: El primer agricultor noruego no usaba ningún calendario, así que el día en que plantó lo que plantara no tenía nombre. Por eso lo fecho respecto a un calendario, el que usamos ahora, mediante la pertinente adaptación.
ResponderEliminarEn cuanto a las lechugas, no te creas todo o que cuentan Les Luthiers.
Gracias a tu aguda observación comprendo por fin por qué les molesta el término esquimal.
En cuanto a la teoría de la rotación de la tierra, será cuestión de presentarla en algún congreso científico.
En fin, que no imaginaba que mi post fuera tan "fecundo" ; más bien creo que estás tú especialmente "fértil".
Lansky: Cebada y lechuga se cultivan en Noruega desde el neolítico. El centeno lo plantó por primera vez en esas latitudes un vecino del que cito, pero fue dos años después, un jueves según creo recordar.
Repito lo ya dicho en respuesta a Vanbrugh sobre el Gregoriano: no se trata de un error.
Seguir el sol, en efecto, es la manera más fácil de mantener el rumbo. No obstante, siendo uno de los factores que debe pesar en la predominancia de esa dirección migratoria, no creo que baste para explicarla. Alguna vez leí algo al respecto, pero ahora no lo recuerdo.
Lupita: Ya te contesta Grillo. En todo caso, los japoneses invadieron a los chinos (de este a oeste) pero no al revés.
Grillo: Recuerdo tu post lapón. Los habitantes de esa región son samis no inuits, y aunque también sean feos (según dices) no parece que provengan del continente americano.
Alicia: Cuánto tiempo sin verte por aquí. También yo leí hace unos años el libro de Diamond y, en efecto, como a ti me interesó lo que cuenta sobre Groenlandia y mucho de ello está en este post. No obstante, lo publico ahora motivado por el descubrimiento reciente de Susan Aglukark. Un beso
C.C: De nada; yo tampoco tuve noticias suyas hasta la lectura del libro de Jared Damond que cita Alicia.
Tu información sobr ela cebada y la lechuga es ibncorrecta, la mía dle centeno, no: revísala
ResponderEliminarLansky: Tienes razón en que el centeno es más resistente al frío que la cebada (y más todavía que la lechuga) y de hecho su introducción en los países nórdicos fue anterior, aunque no demasiado. Sin embargo, Noruega (o más concretamente la costa occidental) presenta rasgos diferenciales en la expansión de la agricultura, que pareces ignorar. Como sabes la agricultura fue extendiéndose hacia el norte y dio el salto desde la península danesa hacia las costas suecas allá por el 2550 aC, y, en efecto, la primera plantación en la actual Suecia (unos cuantos kilómetros al sur de Goteborg) fue de centeno. Sin embargo, hacia el 2540 aC se produjo el salto independiente de un grupito desde la punta norte danesa hasta las cercanías de Cristianía, y estos individuos llevaban consigo semillas de cebada. De tal modo, mientras el cultivo del centeno se iba propagando lentamente hacia el norte por la costa sueca (en dirección hacia la actual Oslo), las semillas de cebada viajaron más rápido hasta las cercanías de Bergen, donde finalmente fueron plantadas ese miércoles de marzo de 2527 que digo en el post. Dos años después, como te aclaro en mi anterior respuesta, llegó el centeno.
ResponderEliminarEs normal que desconozcas estos datos porque proceden de una reciente tesis doctoral de la facultad de Agronomía de la Universidad de Bergen (Neolittisk bønder i den sørvestlige norske kysten), que lamentablemente no ha sido publicada y mucho menos traducida. Su autor, Henrik Gulbranssen, aporta abundantes pruebas arqueológicas en demostración de su tesis y ha adquirido una muy merecida fama en la comunidad científica internacional. Aunque, la verdad sea dicha, se le conoce más por su actividad como batería de un grupo de heavy rock del circuito underground noruego.
De nada.
Insisto en mis dudas sobre tus lectura recientes (se nota)
ResponderEliminar¿A cuáles lecturas recientes te refieres?
ResponderEliminartesis doctorales
ResponderEliminarHaces bien en dudar. Admito que puedo haber entendido mal alguna frase en noruego.
ResponderEliminarsí, el humor si no más sabios, nos hace mejores
ResponderEliminarNo tengo más remedio que insistir en que fue un Domingo, no un Miércoles. De hecho la cebada se plantó justo antes de la misa de 11.
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