Los lectores de este blog saben ya que siento una especial inclinación hacia Italia, que se inició en el otoño de 1981 y hasta hoy. Por esas fechas estaba haciendo un master en Madrid en rehabilitación arquitectónica y urbanística. El asunto de la recuperación del patrimonio edificado y de los centros históricos estaba por entonces de moda, impulsado por los primeros ayuntamientos democráticos (mayoritariamente de izquierdas) como reacción, que ya venía desde los últimos años del franquismo, contra los destrozos de nuestras ciudades durante los sesenta y setenta. El caso es que los gurús de la recuperación edilizia eran los italianos, sobre todo una serie de profesionales vinculados al PCI que combinaban su intensa actividad práctica con sólida e ingente producción teórica (quizá algo pedante, vista retrospectivamente). Si a ello le sumamos que el director del master había sido becario de la Academia de Roma (en el monasterio de San Pietro in Montorio del Tastevere), es fácilmente explicable que nos organizara un viaje de estudios de dos semanitas para conocer las experiencias italianas. Fueron unos días estupendos, durante los cuales recorrimos Milán, Verona, Vincenza, Venecia, Ferrara, Bolonia, Florencia y Roma, atendidos en cada ciudad por las máximas autoridades en la protección del patrimonio arquitectónico y urbanístico. Yo, desde luego, quedé absolutamente epatado por la belleza del país y de sus ciudades; tanto que, al año siguiente, me matriculé en la Escuela de Idiomas para aprender italiano. Se me metió en la cabeza que tenía que irme a vivir a Italia, conseguirme cualquier beca o algún contacto a través del cual encontrar un trabajo mínimamente alimenticio. Pero, entre tanto, empecé a trabajar en urbanismo y me fui liando, alejándose cada vez más la realización de ese deseo. En el verano del 84, aprobado el segundo año de la escuela oficial, pasé un largo verano, uno de los mejores de mi vida, matriculado en la Università per stranieri de Perugia y ahí mismo me habría quedado si no se me hubiera acabado el dinero (intenté vender mi R5 para aguantar unos meses más, pero sin éxito). Recuerdo que, hacia el final de esa estancia, estaba contentísimo de lo “bien” que hablaba italiano, especialmente después de una noche de varias horas de acalorada discusión con unos nativos, sorprendiéndome yo mismo de la espontaneidad con que me fluían las palabras. Volví sin embargo a Madrid y un par de años después me trasladé a Tenerife, donde sigo.
Antes de mi embelesamiento hacia Italia, sin embargo, ya había tenido una casi novia casi italiana. Fue en Perú, donde viví seis años. Allí, en la última etapa, formábamos un grupo de amigos inseparables y durante una temporada larga todos, menos yo, tenían su "enamorada "(así se decía) formal. Mi acompañante habitual cuando salíamos en pareja era la hermana mayor de la novia (que luego sería la madre de sus hijas) del que era mi mejor amigo. Estas chicas, de la elitista clase alta limeña, eran nietas por parte materna de un matrimonio italiano emigrado al Perú después de la segunda guerra. La nonna, que seguía viva, hablaba con la madre en italiano y ésta también lo hacía con las hijas, incluso en presencia de extraños (a lo mejor para que no nos enteráramos bien). A pesar de que Corinna, así se llamaba, y su hermana eran peruanas al 100%, perfectas representantes de un muy preciso grupo social del Perú de los setenta, se consideraban italianas, por más de que nunca hubiesen visitado la península transalpina y que probablemente su lengua estuviese bastante arcaizada. Como dije, nunca llegamos a ser novios, aunque hubo dos o tres momentos en que a punto estuve de "caerle" (que era la palabra peruana para declararse), trámite indispensable para oficializar la relación y que daba acceso a determinados derechos. Si no lo hice (y eso que mi amigo me animaba insistentemente, asegurándome que su novia le había confesado que Corinna me iba a aceptar) fue porque no me terminaba de atraer todo lo que me habría gustado; era guapa, sí, y además con un carácter encantador, pero demasiado flacucha. No obstante, cada vez me iba encariñando más con ella y si no hubiera sido porque tuve que regresarme a España al acabar la carrera (yo estaba muy peruanizado y pretendía quedarme allí) es más que probable que habría acabado por enrollarme con ella y quién sabe ... No fue así. Dejé el Perú y ella, poco después, se fue a Estados Unidos a hacer un doctorado (había terminado Bellas Artes) y en California se casó con un mexicano. No la he vuelto a ver desde entonces.
Antes de mi embelesamiento hacia Italia, sin embargo, ya había tenido una casi novia casi italiana. Fue en Perú, donde viví seis años. Allí, en la última etapa, formábamos un grupo de amigos inseparables y durante una temporada larga todos, menos yo, tenían su "enamorada "(así se decía) formal. Mi acompañante habitual cuando salíamos en pareja era la hermana mayor de la novia (que luego sería la madre de sus hijas) del que era mi mejor amigo. Estas chicas, de la elitista clase alta limeña, eran nietas por parte materna de un matrimonio italiano emigrado al Perú después de la segunda guerra. La nonna, que seguía viva, hablaba con la madre en italiano y ésta también lo hacía con las hijas, incluso en presencia de extraños (a lo mejor para que no nos enteráramos bien). A pesar de que Corinna, así se llamaba, y su hermana eran peruanas al 100%, perfectas representantes de un muy preciso grupo social del Perú de los setenta, se consideraban italianas, por más de que nunca hubiesen visitado la península transalpina y que probablemente su lengua estuviese bastante arcaizada. Como dije, nunca llegamos a ser novios, aunque hubo dos o tres momentos en que a punto estuve de "caerle" (que era la palabra peruana para declararse), trámite indispensable para oficializar la relación y que daba acceso a determinados derechos. Si no lo hice (y eso que mi amigo me animaba insistentemente, asegurándome que su novia le había confesado que Corinna me iba a aceptar) fue porque no me terminaba de atraer todo lo que me habría gustado; era guapa, sí, y además con un carácter encantador, pero demasiado flacucha. No obstante, cada vez me iba encariñando más con ella y si no hubiera sido porque tuve que regresarme a España al acabar la carrera (yo estaba muy peruanizado y pretendía quedarme allí) es más que probable que habría acabado por enrollarme con ella y quién sabe ... No fue así. Dejé el Perú y ella, poco después, se fue a Estados Unidos a hacer un doctorado (había terminado Bellas Artes) y en California se casó con un mexicano. No la he vuelto a ver desde entonces.
Corrina, Corrina - Bob Dylan (The Freewheelin', 1963)
Al segundo año de mi estancia en Tenerife conocí a Laura, una sarda licenciada en filología hispánica y enamorada de la literatura hispanoamericana, que había sido contratada por un curso como "lectora" en la Escuela Oficial de Idiomas de Santa Cruz. Aún admitiendo las singularidades de Cerdeña en el conjunto nacional (pero ¿qué región de ese país no es singular?), esta vez sí se trataba de una italiana completa y mi fascinación seguía intacta. Mantuvimos una relación corta (apenas cuatro meses) pero, al menos para mí, muy bella. Algo tenía de historia de amor imposible, porque ella había de irse al acabar el curso y además tenía un novio de toda la vida en su isla mediterránea. Yo, por mi parte, estaba empezando a salir con la que luego sería mi pareja durante dieciséis años y era consciente, creo, de que lo de la italiana no podía pasar de un bonito paréntesis. Sin embargo, lo cierto es que en tan escaso tiempo llegué a amarla mucho, hasta convencerme de que era la mujer con la que tenía que vivir, la mujer perfecta para mí. Ese agosto viajé solo a visitarla a Sassari e incluso en su entorno se las arregló para que nuestra intimidad se prolongara (a espaldas del novio, claro). Luego, de vuelta en Tenerife, pesé varios meses hablándole en cintas que grababa (y luego le enviaba) mientras conducía cien kilómetros diarios al pueblo donde me habían contratado como arquitecto municipal. Intentaba convencerla de que se viniera a Tenerife, movía contactos a ver si lograba algún enchufe para ella como profesora en la Universidad, me compré un pequeño apartamento (mi primera hipoteca) y me imaginaba habitándolo juntos ... Pero Laura, realista, no vino. Empezó a trabajar en la universidad, sí, pero en la de Sassari, y a progresar como estudiosa de la literatura hispanoamericana. Yo fantaseé, sin demasiada convicción, con la posibilidad de mudarme a Cerdeña, pero me quedé y empecé poco a poco a vivir con la que hoy es mi ex (quien nunca, a lo largo de todos los años de nuestra relación, soportó oír el nombre de Laura). De vez en cuando, yo casi a escondidas, nos escribíamos y así pudimos mantenernos al tanto de nuestras vidas. Cuando mi ex-mujer acabó nuestra relación y rompió (para bien) tantas de las ilusorias seguridades que conformaban mi armazón ideológico (palabra que uso en sentido amplio, sin connotaciones políticas), Laura fue una de las personas a las que recurrí para desahogar mis ansiedades, mis desconciertos (de esas fechas proviene el origen de este blog). Habían pasado casi dos décadas y, sin embargo, sentía con ella la misma intimidad relajada de los días de Tenerife. Fui a verla a Valladolid, donde había sido invitada a un acto universitario. Pasamos unos hermosos días en esa ciudad y luego en Madrid, alojados en una pensión fashion de Chueca, el que había sido el barrio de mi último domicilio en la capital. Una noche, en la cama, jugamos a reinventar el pasado que no habíamos tenido y que habría podido ser (en un universo paralelo). Resultó que nos habíamos establecido en Barcelona, que ella era una de las máximas autoridades en García Márquez, que teníamos dos hijas (dedicamos un buen rato a pactar sus nombres) ... Al día siguiente la despedí en la estación de Atocha y cuando el tren desapareció de mi vista recibí un sms en el que me decía que ella también había sentido que el tiempo no había pasado. Pero sí había pasado y la vida siguió. Aún así, seguimos en contacto (no tanto como a mí me gustaría) y nos hemos vuelto a ver en un par de ocasiones; la última hace tres veranos que viajamos a Cerdeña.
Mi última italiana es K, que ya ha aparecido en varias entradas de este blog. Nos encontramos cuando empezaba a remontar de mi crisis post-matrimonial y fue la persona que me terminó de curar, que logró, con su amor, que se me abrieran de golpe, desbordantes, grifos emocionales que todavía mantenía dolorosamente cerrados. Nada más conocernos, se sorprendió de mis afinidades italianas, porque K es italiana, aunque, para ser exactos (y no le gusta que lo diga), lo es sólo a medias. Hija de padre italiano y nacida en Roma, sí; pero de madre canariona y residente en este archipiélago durante los últimos cuarenta años. Pero, al fin y al cabo, uno es de donde quiere, y ella quiere ser (y así se considera) italiana, y cuando vemos juntos un partido de fútbol entre ambas selecciones cada uno va con un equipo distinto. En fin, que son ya casi seis años juntos, en los que ha habido de todo, claro, pero con predominio de vivencias maravillosas y eso que, pese a que la edad va suavizando las hosquedades, no soy nada fácil de soportar. La cuestión (a efectos de este post) es que he acabado con una italiana, la tercera y espero que definitiva. Lástima que no tenga un familiar que le deje en herencia una casa de campo en la Umbría, por ejemplo, donde pudiéramos retirarnos en unos añitos. Pero, desde luego, volveremos juntos más veces a su tierra natal. Un bacio grande, bella.
Mi última italiana es K, que ya ha aparecido en varias entradas de este blog. Nos encontramos cuando empezaba a remontar de mi crisis post-matrimonial y fue la persona que me terminó de curar, que logró, con su amor, que se me abrieran de golpe, desbordantes, grifos emocionales que todavía mantenía dolorosamente cerrados. Nada más conocernos, se sorprendió de mis afinidades italianas, porque K es italiana, aunque, para ser exactos (y no le gusta que lo diga), lo es sólo a medias. Hija de padre italiano y nacida en Roma, sí; pero de madre canariona y residente en este archipiélago durante los últimos cuarenta años. Pero, al fin y al cabo, uno es de donde quiere, y ella quiere ser (y así se considera) italiana, y cuando vemos juntos un partido de fútbol entre ambas selecciones cada uno va con un equipo distinto. En fin, que son ya casi seis años juntos, en los que ha habido de todo, claro, pero con predominio de vivencias maravillosas y eso que, pese a que la edad va suavizando las hosquedades, no soy nada fácil de soportar. La cuestión (a efectos de este post) es que he acabado con una italiana, la tercera y espero que definitiva. Lástima que no tenga un familiar que le deje en herencia una casa de campo en la Umbría, por ejemplo, donde pudiéramos retirarnos en unos añitos. Pero, desde luego, volveremos juntos más veces a su tierra natal. Un bacio grande, bella.
Inno nazionale - Teresa de Sio (Tutto cambia, 2011)
Ooooooooooooooooh! Qué potito! El hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra.Peeeero... a la tercera va la vencida! Bates récords! Eres el único animal capaz de tropezar TRES veces con la misma piedra! Espero que sea una piedra preciosa y no un fósil fosilizado, que ya te vale...
ResponderEliminarBacioni bello!
Gino Paoli, el jazzman italiano de 'sapore di sale' que tiene alojada una bala en el corazón viene a Madrid (Instituto Italiano de Cultura)
ResponderEliminarLansky: Gracias por la información. Al día siguiente de la charla en el Istituto, el sábado 21, da un concierto en Real Coliseo de Carlos III de El Escorial, acompañado sólo por un pianista de jazz. Suena muy atrayente.
ResponderEliminarZaffe: En efecto, una piedra preciosa y, como tal, de múltiples facetas. Baci.
La del 'Istituto' es también un concierto
ResponderEliminarY tan peruanizado que estabas. Ese 'regresarte' reflexivo, sin ir más lejos, lo atestigua. Leer tus recuerdos limeños es como leer Un mundo para Julius, o La tía Julia y el escribidor. Me encantan los peruanismos de pijo miraflorino, 'caerle' a la 'enamorada'... ¿Os sacabais la mugre unos a otros, y luego os convidabais un cocacolita?
ResponderEliminarBueno, no cabe duda de que la tuya es una vocación italiana recurrente y de varios frentes. Lástima, como dices, que no podáis mudaros a la Umbría. Aunque nunca se sabe...
Incacola, Vanbrugh, Incacola. Un refresco de color verdoso amarillento que, pese a su mosqueante parecido con la orina, estaba muy bueno.
ResponderEliminarNo puedo por menos que sentir una especie de déjà vu al leer este tipo de entradas.
ResponderEliminarNo es que yo haya estado en Perú, ni he tenido novias italianas, pero, al llegar a cierta edad, esa sensación de que habría sido de mi vida si yo hubiera hecho.... Esos amores perdidos y que nunca llegaron a ser, los reales que terminaron en desamor...
En resumen una historia muy agradable de leer un viernes por la mañana.
Ohhhhhhhhhhh....
ResponderEliminarPos yo también, como dicen los niños - Y yo más!
Quiero decir que me encanta Italia, su ciudades, su música, la comida y las italianas, claro - pero no he tenido ninguna novia ni affaire italiano. Pero sí una novia peruana, rubia y menuda (de padres suecos) libidinosa ella. Decía que no existe ser peruano, sino limeño. Lima una cosa y el resto Perú. Acentuaba 'resto' como si residuos.
¿La atractiva mujer sentada en el banco es la sardónica o tu K. actual (tu potasio.)?
Que Dios te la conserve y yo lo vea.
Sí, un déjà-vu. A tu Laura la idealizas. Los cuatro meses de vuestra relación no te dieron tiempo para compartir el cuarto de baño con ella, soportar sus manías, sus humores, sus celos, sus gustos contrarios a los tuyos, y, y, y...Tampoco hubo ruptura con cabreo. Es normal que la guardes en tu corazón como esas viejas fotos que no queremos despegar del album.
ResponderEliminarNúmeros: La verdad, no soy mucho (más bien casi nada) de fantaseos con pasados alternativos. Lo que cuento fue un juego gracioso, con algo de melancolía y mucha ternura, pero nada más. La realidad está ahí y, la verdad, no me deja demasiado tiempo para los qué hubiera pasado si ...
ResponderEliminarGrillo: Lima es una cosa y el Perú otra, sí. Y lima, a su vez, es (o era) una ciudad muy grande y a la vez muy pequeña, porque quienes contaban estaban muy bariios muy acotaditos, en alguno de los cuales viviría esa novieta tuya. Uno de esos barrios (distritos) es Miraflores, la sede de la pijería limeña como dice el buen lector de escritores peruanos que es Vanbrugh. Aunque las pijerías tenían matices. Por ejemplo, la más frivolona era la miraflorina, pero yo vivía en San Isidro, con más caché, y pasaba los días (haciendo los proyectos de la escuela) en una casona de Barranco (pijería bohemia). Eso sí, mi facultad estaba en Miraflores.
La atractiva mujer es la sardónica, pero K no la desmerece en absoluto.
C.C.: Soy consciente de que la idealizo y de que no es lo mismo unos breves meses de relación y encuentros ocasionales a lo largo de veinte años que el día a día con alguien.