Mateo cuenta que, cuando María Magdalena y la otra María (la madre de Santiago) fueron al sepulcro de Jesús, se les apareció un ángel que les informó de la Resurrección y les instó a que enviaran a los discípulos a Galilea, lo que éstos efectivamente hicieron. En este relato (no del todo coincidente con las versiones de los otros tres evangelistas, pero tampoco contradictorio) se apoya, desde los primeros siglos de la Iglesia, la leyenda de que los apóstoles acudieron a la casa de Nazaret, en la cual San Pedro erigió un altar y partió el pan y bebió el vino, celebrando así la primera misa. Muchos escritos hagiográficos sostienen que la casa de la infancia de Jesús era propiedad de Santa Ana, la madre de la Virgen, en seguimiento de la tradición de la Iglesia de occidente que considera que los abuelos de Jesús vivieron en Nazaret. En este relato me inclino más por la tesis de los primeros padres orientales (cuadra mejor con los apócrifos) y, con ellos, pienso que María nació en Jerusalén. Hay que considerar, además, que si fuera nazarena José habría conocido desde mucho antes de su boda a la familia de la Virgen, y me cuesta imaginar que cuando acudía a la convocatoria del Templo el carpintero era sabedor de la identidad de la niña que podía tocarle por esposa. De otra parte, si la tradición nos pinta a José como un viudo añoso, asentado laboralmente en Galilea, no encaja que mudara el domicilio conyugal a la vivienda de su suegra, pues la costumbre judía dicta que sea el marido quien reciba en su casa a la mujer. Por tanto, asumiré que la Virgen llegó a una aldea desconocida y que lo que pasó a ser su hogar, era propiedad de su marido.
El “descubrimiento” de la casa de la Virgen, como el de multitud de santos lugares, se hace a partir del reconocimiento del cristianismo en el imperio romano, gracias a la visión de Constantino antes de la batalla del Puente Milvio (312). Su madre, Santa Helena, se convirtió en una devotísima cristiana y, con más de setenta años, peregrinó a Palestina decidida a oficializar el culto de reliquias, inmuebles y lugares vinculados a la vida de Cristo. Hay muchos que le atribuyen la identificación de la casa nazarena, pero según la narración del único cronista contemporáneo, Eusebio de Cesárea (Vita Constantini), Helena sólo estuvo en Belén y Jerusalén (donde pudo distinguir la Vera Cruz de entre las tres que le mostraron en el Gólgota gracias a un infalible procedimiento: fueron poniendo una mujer agonizante en cada una y se levantó de un salto completamente sana cuando lo apoyaron sobre la de Cristo). Puede que la primera referencia históricamente documentada sea la del diario de peregrinación de una monja gallega llamada Egeria (a través de una copia manuscrita en el siglo XI en el monasterio benedictino de Monte Cassino), quien en 383 vio una gran y muy espléndida gruta en la que vivió María, en la que había dispuesto un altar; habrá que pensar que para entonces, ya con el cristianismo firmemente asentado como religión de Estado, los creyentes tenían claro cuál había sido la casa de la Virgen. Se cree que en torno a la cueva se construyó un primer santuario al estilo de la sinagogas judeo-cristianas de los siglos III-IV. Posteriormente, entre el V y el VI, los bizantinos erigirían una basílica de tres ábsides con suelos de mosaico (de la cual se han hallado restos arqueológicos), que sería destruida por los persas en el VII. En el siglo XII, tras la ocupación de Tierra Santa por los cruzados, Godofredo de Bouillon (fundador del reino de Jerusalén, cuyo título ostenta hoy Juan Carlos I) mandó construir una catedral que duró hasta 1263, cuando los turcos del sultán Bibars arrasan la ciudad. Durante tan largo tiempo, y a pesar de la intensa actividad constructora, siempre se mantuvo la gruta y la pequeña casa adosada, que fueron el hogar de la Sagrada Familia.
El espacio horadado en la roca estaba constituido por dos estancias: una mayor, de unos 16 m2 que daba hacia el exterior y, comunicada con ésta mediante una pequeña escalera, otra más interna de menores dimensiones y en un nivel inferior. Como ya se ha dicho, la vivienda se había ampliado, quizá para recibir a María, con un sencillo edificio de planta rectangular de unos cuarenta metros cuadrados construido con bloques rojizos de piedra caliza, dispuesto adosado a la cueva y probablemente rodeado de un pequeño patio delantero abierto hacia el camino. Me supongo que la cueva se destinaría a la cocina y molienda del grano, también a la guarda de víveres y quizá pesebre de algún animal; allí pasaría la joven esposa muchas horas, ocupada en las tareas más arduas de la vida doméstica, mientras José estuviera en su taller, bastante cercano a la vivienda. El cuerpo edificado digo yo que estaría dedicado a la estancia y puede que también a los dormitorios (pues habría dos, para evitar tentaciones); en esa parte descansaría el matrimonio, conversarían entre sí o con los amigos que los visitaran y también ahí la Virgen trabajaría en sus labores de costura, aunque ya no fuera con los hilos preciosos del Templo sino con telas bastas de lino. Sin embargo, mientras la que la tradición cristiana considera que fue la gruta de la Sagrada Familia sigue en Nazaret, dentro de la cripta que está bajo la Basílica de la Anunciación (un edificio de 1955), no así la casa exterior. Su ausencia no se debe a que haya sido demolida en algún momento de la azarosa vida nazarena, sino a que, para protegerla de los sarracenos, fue desplazada de allí por voluntad de la propia madre de Jesús.
La historia es sobradamente conocida, así que me limito a hacer un breve resumen. En 1291, ante la inminencia de una nueva destrucción de Nazaret por los turcos que probablemente esta vez no iban a respetar la santa casa, unos ángeles enviados por la Señora, arrancan el edificio de sus cimientos que se desgaja limpiamente, sin sufrir ni la más mínima fisura (la parte amarilla del dibujo adjunto). La operación imagino que se haría de noche, pues no he encontrado testimonios de tal maravilla; tampoco sé si se llevaron el suelo, que probablemente sería de tierra apisonada, aunque puede que para finales del XIII la larga custodia católica se hubiera ocupado de pavimentarlo con materiales más sólidos. La cosa es que volaron nada menos que 2.300 kilómetros con la casa a cuestas (primer porte aéreo del que se tiene noticia), calculo que a una velocidad no muy inferior a la de los reactores actuales, pues les dio tiempo de colocarla, antes del alba, en la cima de una colina cercana a la actual Rijeka, en Croacia. En la mañana del 10 de mayo unos leñadores la descubren y, asombrados (ayer aquí no estaba), entreabren la puerta y entran (no se darían cuenta de que faltaba una pared). Ven una única estancia (habrían suprimido los custodios en Tierra Santa las eventuales divisorias interiores) en la que hay un altar de piedra (ante el que celebró Pedro la primera misa ya reseñada), sobre el que se apoya una talla de María con el Niño en brazos, la mano derecha en ademán de bendición y la izquierda sosteniendo un globo terráqueo (para que los incultos campesinos medievales dejaran de pensar que el planeta era plano). Los muros interiores están bellamente decorados con frescos, mayoritariamente representaciones de la Virgen y de santos orientales, pero también la escena de la visita penitente que San Luís, rey de Francia, había hecho cuarenta años antes. Como es natural, la noticia corre veloz de boca en boca y llega hasta el párroco de Tersatto, la villa en cuyo término se había posado la santa casa. A este hombre, que se hallaba enfermo, se le aparece la propia María para darle todos los datos de la extraña construcción (entre otros, que era ésa su casa natal, lo cual ya he explicado que no me convence, así que prefiero pensar que tal afirmación fue un añadido del curita rural) y de paso, claro está, sanarle. El señor feudal del lugar, algo más escéptico que sus súbditos, envió al párroco con otros dos acompañantes a Nazaret, a que comprobaran que, en efecto, la casa ya no estaba allí y que las señas que les dieran de ella coincidían con la que había aparecido en la colina. Y, por supuesto, todo cuadraba, lo que sirvió para acrecentar la fama del lugar y generar un intenso flujo de peregrinos, con los consiguientes beneficios para la economía local.
Sin embargo, a la Virgen no debía terminar de convencerle el emplazamiento que había elegido para su casa, porque todavía la trasladaría tres veces más. Así, durante la noche del 10 de diciembre de 1294 (cuarenta y tres meses después), el edificio se volatilizó de la colina iliria y apareció en la otra orilla del Adriático, en concreto en la planicie costera cercana al puerto de Recanati, ciudad de las Marcas, en donde desde el siglo XVI se erige una ermita (chiesetta della Banderuola). Este desplazamiento, a pesar de ser mucho más corto (apenas 200 km), tuvo que realizarse al amanecer pues la casa pudo ser avistada desde la campiña por unos pastores, quienes relataron que, en efecto, la sostenían unos ángeles dirigidos por otro con una capa roja (identificado prestamente como San Miguel) y que sobre el techo iban posados María y el Niño (lo cual coincide con una visión de Ana Catalina Emmerick: "... transportada sobre el mar, tres ángeles la llevaban de una parte, tres de la otra y el séptimo iba al frente dejando una larga estela de luz sobre él ..."). Pero la vivienda no permaneció mucho tiempo en su nueva ubicación, pues los bandoleros asaltaban frecuentemente a los peregrinos (la zona vivía por aquellos años tiempos muy convulsos, con enfrentamientos continuos entre las facciones guelfas y gibelinas) y eso incomodaba a la Virgen que volvió a ordenar el traslado, esta vez a un cerro cercano. Mas tampoco acertó, ya que se trataba de terrenos por cuya propiedad se peleaban dos hermanos, los herederos del condado de Rinaldi, y la aparición de la milagrosa construcción no hizo sino acrecentar su codicia y recrudecer el conflicto. Así que otro vuelecito más, ahora sí el definitivo, al vecino monte Prodo con un bosquecillo de laureles (de ahí el topónimo), colocada en medio del camino. A partir de entonces, hasta lo que es ahora: uno de los más importantes santuarios de devoción mariana, multitudinario lugar de peregrinación. Como la historia de Loreto y los misterios vinculados a la misma tienen su miga (y como ya me he enrollado bastante), seguiré con el asunto en el próximo post, aún a sabiendas de que me desvío del relato navideño principal.
El “descubrimiento” de la casa de la Virgen, como el de multitud de santos lugares, se hace a partir del reconocimiento del cristianismo en el imperio romano, gracias a la visión de Constantino antes de la batalla del Puente Milvio (312). Su madre, Santa Helena, se convirtió en una devotísima cristiana y, con más de setenta años, peregrinó a Palestina decidida a oficializar el culto de reliquias, inmuebles y lugares vinculados a la vida de Cristo. Hay muchos que le atribuyen la identificación de la casa nazarena, pero según la narración del único cronista contemporáneo, Eusebio de Cesárea (Vita Constantini), Helena sólo estuvo en Belén y Jerusalén (donde pudo distinguir la Vera Cruz de entre las tres que le mostraron en el Gólgota gracias a un infalible procedimiento: fueron poniendo una mujer agonizante en cada una y se levantó de un salto completamente sana cuando lo apoyaron sobre la de Cristo). Puede que la primera referencia históricamente documentada sea la del diario de peregrinación de una monja gallega llamada Egeria (a través de una copia manuscrita en el siglo XI en el monasterio benedictino de Monte Cassino), quien en 383 vio una gran y muy espléndida gruta en la que vivió María, en la que había dispuesto un altar; habrá que pensar que para entonces, ya con el cristianismo firmemente asentado como religión de Estado, los creyentes tenían claro cuál había sido la casa de la Virgen. Se cree que en torno a la cueva se construyó un primer santuario al estilo de la sinagogas judeo-cristianas de los siglos III-IV. Posteriormente, entre el V y el VI, los bizantinos erigirían una basílica de tres ábsides con suelos de mosaico (de la cual se han hallado restos arqueológicos), que sería destruida por los persas en el VII. En el siglo XII, tras la ocupación de Tierra Santa por los cruzados, Godofredo de Bouillon (fundador del reino de Jerusalén, cuyo título ostenta hoy Juan Carlos I) mandó construir una catedral que duró hasta 1263, cuando los turcos del sultán Bibars arrasan la ciudad. Durante tan largo tiempo, y a pesar de la intensa actividad constructora, siempre se mantuvo la gruta y la pequeña casa adosada, que fueron el hogar de la Sagrada Familia.
El espacio horadado en la roca estaba constituido por dos estancias: una mayor, de unos 16 m2 que daba hacia el exterior y, comunicada con ésta mediante una pequeña escalera, otra más interna de menores dimensiones y en un nivel inferior. Como ya se ha dicho, la vivienda se había ampliado, quizá para recibir a María, con un sencillo edificio de planta rectangular de unos cuarenta metros cuadrados construido con bloques rojizos de piedra caliza, dispuesto adosado a la cueva y probablemente rodeado de un pequeño patio delantero abierto hacia el camino. Me supongo que la cueva se destinaría a la cocina y molienda del grano, también a la guarda de víveres y quizá pesebre de algún animal; allí pasaría la joven esposa muchas horas, ocupada en las tareas más arduas de la vida doméstica, mientras José estuviera en su taller, bastante cercano a la vivienda. El cuerpo edificado digo yo que estaría dedicado a la estancia y puede que también a los dormitorios (pues habría dos, para evitar tentaciones); en esa parte descansaría el matrimonio, conversarían entre sí o con los amigos que los visitaran y también ahí la Virgen trabajaría en sus labores de costura, aunque ya no fuera con los hilos preciosos del Templo sino con telas bastas de lino. Sin embargo, mientras la que la tradición cristiana considera que fue la gruta de la Sagrada Familia sigue en Nazaret, dentro de la cripta que está bajo la Basílica de la Anunciación (un edificio de 1955), no así la casa exterior. Su ausencia no se debe a que haya sido demolida en algún momento de la azarosa vida nazarena, sino a que, para protegerla de los sarracenos, fue desplazada de allí por voluntad de la propia madre de Jesús.
La historia es sobradamente conocida, así que me limito a hacer un breve resumen. En 1291, ante la inminencia de una nueva destrucción de Nazaret por los turcos que probablemente esta vez no iban a respetar la santa casa, unos ángeles enviados por la Señora, arrancan el edificio de sus cimientos que se desgaja limpiamente, sin sufrir ni la más mínima fisura (la parte amarilla del dibujo adjunto). La operación imagino que se haría de noche, pues no he encontrado testimonios de tal maravilla; tampoco sé si se llevaron el suelo, que probablemente sería de tierra apisonada, aunque puede que para finales del XIII la larga custodia católica se hubiera ocupado de pavimentarlo con materiales más sólidos. La cosa es que volaron nada menos que 2.300 kilómetros con la casa a cuestas (primer porte aéreo del que se tiene noticia), calculo que a una velocidad no muy inferior a la de los reactores actuales, pues les dio tiempo de colocarla, antes del alba, en la cima de una colina cercana a la actual Rijeka, en Croacia. En la mañana del 10 de mayo unos leñadores la descubren y, asombrados (ayer aquí no estaba), entreabren la puerta y entran (no se darían cuenta de que faltaba una pared). Ven una única estancia (habrían suprimido los custodios en Tierra Santa las eventuales divisorias interiores) en la que hay un altar de piedra (ante el que celebró Pedro la primera misa ya reseñada), sobre el que se apoya una talla de María con el Niño en brazos, la mano derecha en ademán de bendición y la izquierda sosteniendo un globo terráqueo (para que los incultos campesinos medievales dejaran de pensar que el planeta era plano). Los muros interiores están bellamente decorados con frescos, mayoritariamente representaciones de la Virgen y de santos orientales, pero también la escena de la visita penitente que San Luís, rey de Francia, había hecho cuarenta años antes. Como es natural, la noticia corre veloz de boca en boca y llega hasta el párroco de Tersatto, la villa en cuyo término se había posado la santa casa. A este hombre, que se hallaba enfermo, se le aparece la propia María para darle todos los datos de la extraña construcción (entre otros, que era ésa su casa natal, lo cual ya he explicado que no me convence, así que prefiero pensar que tal afirmación fue un añadido del curita rural) y de paso, claro está, sanarle. El señor feudal del lugar, algo más escéptico que sus súbditos, envió al párroco con otros dos acompañantes a Nazaret, a que comprobaran que, en efecto, la casa ya no estaba allí y que las señas que les dieran de ella coincidían con la que había aparecido en la colina. Y, por supuesto, todo cuadraba, lo que sirvió para acrecentar la fama del lugar y generar un intenso flujo de peregrinos, con los consiguientes beneficios para la economía local.
Sin embargo, a la Virgen no debía terminar de convencerle el emplazamiento que había elegido para su casa, porque todavía la trasladaría tres veces más. Así, durante la noche del 10 de diciembre de 1294 (cuarenta y tres meses después), el edificio se volatilizó de la colina iliria y apareció en la otra orilla del Adriático, en concreto en la planicie costera cercana al puerto de Recanati, ciudad de las Marcas, en donde desde el siglo XVI se erige una ermita (chiesetta della Banderuola). Este desplazamiento, a pesar de ser mucho más corto (apenas 200 km), tuvo que realizarse al amanecer pues la casa pudo ser avistada desde la campiña por unos pastores, quienes relataron que, en efecto, la sostenían unos ángeles dirigidos por otro con una capa roja (identificado prestamente como San Miguel) y que sobre el techo iban posados María y el Niño (lo cual coincide con una visión de Ana Catalina Emmerick: "... transportada sobre el mar, tres ángeles la llevaban de una parte, tres de la otra y el séptimo iba al frente dejando una larga estela de luz sobre él ..."). Pero la vivienda no permaneció mucho tiempo en su nueva ubicación, pues los bandoleros asaltaban frecuentemente a los peregrinos (la zona vivía por aquellos años tiempos muy convulsos, con enfrentamientos continuos entre las facciones guelfas y gibelinas) y eso incomodaba a la Virgen que volvió a ordenar el traslado, esta vez a un cerro cercano. Mas tampoco acertó, ya que se trataba de terrenos por cuya propiedad se peleaban dos hermanos, los herederos del condado de Rinaldi, y la aparición de la milagrosa construcción no hizo sino acrecentar su codicia y recrudecer el conflicto. Así que otro vuelecito más, ahora sí el definitivo, al vecino monte Prodo con un bosquecillo de laureles (de ahí el topónimo), colocada en medio del camino. A partir de entonces, hasta lo que es ahora: uno de los más importantes santuarios de devoción mariana, multitudinario lugar de peregrinación. Como la historia de Loreto y los misterios vinculados a la misma tienen su miga (y como ya me he enrollado bastante), seguiré con el asunto en el próximo post, aún a sabiendas de que me desvío del relato navideño principal.
House Carpenter - Bob Dylan (The Bootleg Series, 1991)
En mi intento de poner canciones relacionadas, al menos remotamente, con la temática del post, he dado en mi disco duro de mp3 con este tema poco conocido de Dylan, grabado en el 62. Estaría muy bien que el título tuviera una apóstrofe detrás de House, porque entonces sería la casa del carpintero; pero no, la traducción es el carpintero de casas, oficio que remite a José (aunque él no construyera casas de madera, que se sepa) y no a la casa como me habría gustado. La letra (se trata de una balada tradicional inglesa adaptada y arreglada por Bobby) cuenta la historia de un tipo (se supone que es el diablo) que después de una larga ausencia vuelve a reclamar a su antigua amante, la cual está casada con el carpintero y tiene tres hijos. Ella, seducida por las promesas de riqueza que le hace, se fuga con él para descubrir, finalmente en el medio del mar, que se la lleva al infierno. Nada que ver, pero qué más da.
En realidad invento la arquitectura prefabricada
ResponderEliminarAntes me sorprendía de que un no creyente como tú sepa y se ocupe de tales cosas, mientras un creyente como yo vive ignorándolas por completo, tranquila y deliberadamente. Ahora, lejos de extrañarme por el contraste, empiezo a ver en él una relación de causa a efecto...
ResponderEliminarLansky: Más que arquitectura prefabricada, si aceptamos el traslado angélico (que doy por sentado que crees a pies juntillas), se trata de arquitectura móvil o cómo convertir un "inmueble" en "mueble".
ResponderEliminarVanbrugh: Interesante lo que comentas, aunque me gustaría que lo aclarases. Supongo que en los dos extremos de la relación causal pones, de un lado, la creencia (o no) personal en la divinidad de Cristo y, de otro, el interés por los sucesos, leyendas y en general, manifestaciones culturales de dicha creencia; fe y curiosidad, por simplificar a sabiendas de la pérdida de rigor. Ahora bien, ¿cómo es la relación causal que empiezas a ver? ¿La fe impulsa al creyente a "pasar" de esas cosas y, a la vez, la falta de fe impulsa al no creyente a interesarse por las mismas? O, ¿La falta de interés provoca (o al menos facilita) la fe, mientras que el interés por esos asuntos conduce hacia el ateísmo? O quizá, más que como relación causa-efecto unidireccional, sea circular, de modo que ambos factores se retroalimentan.
Fundamentalmente:
ResponderEliminarNadie inteligente puede mantener su fe religiosa si cree que semejantes cosas forman parte, siquiera secundaria, de ella.
Y viceversa: a cualquiera que se tome en serio su fe religiosa estas cosas le irritan, le molestan y le impacientan.
Y luego está el genial demagogo de Chesterton, que afirmó que lo peor de no creer en Dios es terminar creyendo en cualquier cosa; o sea, que la religión te vacuna contra la superstición (salvo que como yo se considere la religión, en especial la monoteista, la principal superstición). Al contrario que Vanbrugh, yo creo que las supersticiones 'adosadas', junto a la principal (la creencia en Dios) es consubstancial a las religiones
ResponderEliminarA mí esa creencia de Lansky de que las supesticiones adosadas son consubstanciales a la religión me parece una superstición adosada a la falta de religión.
ResponderEliminarEn cuanto a Chesterton, la suya siempre me ha parecido una observación francamente certera, efectivamente genial y en absoluto demagógica. Debo de serlo también yo (demagógico, digo. Certero y genial, ojalá.)
Hombre, tiene razón Vanbrugh aunque parece que le irritan las cosas secundarias.
ResponderEliminarPrecisamente en las que creo que Miros insiste aportando datos históricos y costumbristas de la época en cuestión.
Por lo demás, en todas las sagradas escrituras se cuentan unas 'machadas' que la inteligencia rechaza de pleno, o mueven a chacota al individuo 'inteligente'.
La INTELIGENCIA es la capacidad de entender y de resolver problemas - a menos que se halle mejor definición. La mía (en la medida que aún conservo...) hace que me descojone imaginando, por ejemplo, al Espíritu Santo preñando a la Virgen como rayo de sol a través de un cristal, sin romperlo ni mancharlo.
Casi son más creíbles algunos cómics. Y véte a saber si los creadores de esos héroes y heroinas de los cómics no se inspiran en los evangelios y en las viejas mitologías.
Yo lo veo (y lo leo) todo muy simpático. Y no me sorprende que los creyentes se cabreen un poco con tanta imaginación tratando de explicar lo que es irracional
Vanbrugh: No me contestas exactamente lo que te pregunto, pero en fin. En todo caso, tus dos afirmaciones me parecen excesivamente tajantes. Ha habido gente inteligente creyente que admitía que "semejantes cosas" formaban parte de su fe. Claro que habría que conocer cuáles son las cosas que incluyes en la categoría a la que te refieres (la de las "semejantes cosas"). Porque, se me ocurre, que algunas de las que para ti podrían formar parte de tu fe podrían ser "semejantes" a otras que no consideras.
ResponderEliminarEn cuanto a tu segunda afirmación, la considero falsa. Un creyente puede tomarse en serio su fe y que "esas cosas" (las considere parte o no de la misma) no le irriten ni le molesten ni le impacienten. Creo que tiene que ver más con el carácter del creyente que con el hecho de serlo seriamente.
La de Chesterton es, sin duda, una sentencia ingeniosa pero poco tiene que ver con la verdad. Yo diría que quienes no creen en Dios difícilmente van a creer en cualquier otra cosa, aunque habrá de todo. En mi caso, al menos, como decía aquél cuando vinieron a evangelizarlo unos protestantes, si no creo en la católica, que es la verdadera, cómo voy a creer en la suya.
ResponderEliminarGrillo: Insisto, sí, y lamento que a Vanbrugh pueda irritarle mi insistencia a hablar sobre estos temas. Lo hago porque me entretienen (como todo lo que toco en este blog). Estoy muy de acuerdo contigo en que son historias imaginativas y curiosas. Y también con Lansky en que son consustanciales con la religión cristiana, forman parte de ella. Pero, sobre todo, son parte de nuestra historia cultural y han significado mucho para nuestros antepasados; conocerlas, al margen del juicio desde la óptica actual, es un paso más para entender lo que éramos y lo que somos.
ResponderEliminarLo único que puede curarnos de incurrir en toda clase de supersticiones (como que la Tierra es redonda, que las mujeres tienen igual capacidad intelectual que los hombres, que importa ser malvado aunque luego te confieses, etc.) es volver al seno de esa Gran Vacuna Antisupersticiosa (GVA) que es la ICAR: Iglesia Catolica Apostólica Romana, o algo así.
ResponderEliminarLo confieso: ¡he visto la luz y me siento más a gusto a oscuras!
Con que mis observaciones te parecen demasiado tajantes... ¿No te darán la impresión, por casualidad, de que me creo en posesión de la verdad?
ResponderEliminarBromas aparte, tienes, claro bastante razón en lo que dices, incluida mi 'tajancia' (¿o 'tajantez'?) La frontera entre lo que considero fe seria, digna de ser profesada, y lo que me parecen 'semejantes cosas' es completamente personal y, supongo, arbitraria, a fin de cuentas. Para quien no las comparta, las cosas que sí forman parte de mis creencias no son, imagino, excesivamente distintas de las que no. Y por eso mismo, muchas de esas que a mi me parecen indignas de un creyente serio habrán sido, y seguirán siendo, objeto de la fe seria de muchos creyentes tan respetables -o tan poco respetables- como yo.
En cualquier caso, de lo que todas ellas, y cualquiera otra por la que te dé, son claramente dignas, es de tu atención y de tus estupendos posts. Tu 'insistencia' en hablar de ellas no me irrita en absoluto. Al contrario, como ya te he dicho en otras ocasiones, una de las muchas cosas por las que tu blog es uno de mis favoritos es por la universalidad imprevisible de sus intereses. Si algo me irrita en estos asuntos no es que tú te ocupes de ellos en tu blog, sino que haya quien se los tome en serio. Pero comprendo que incluso esa es una irritación tonta por mi parte. Cada uno cree en lo que le da la gana, y mis propias creencias posiblemente le resultarán a muchos igual de irritantes que a mí estas.
Mejor hagan como si no hubiera dicho nada...
Como suele suceder Lansky ha encontrado un modo más eficaz y conciso de decir cosas relativamente equivalentes a las de mi último comentario, aunque desde un punto de vista ligeramente distinto.
ResponderEliminarIncluso si, como yo mismo, no están ustedes de acuerdo con el fondo, reconozcan que la forma es brillante.
(Pero ha confundido, es lástima, la Luz con el resplandor del mechero de alguien que encendía un pitillo...)
Entre las 'creencias', como dice Vanbrugh, de Miros y las del propio Vanbrugh hay una diferencia para mí substancial, y es que Miros no tiene detrás de sí todo un formidable 'Aparato' de propaganda de más de 2.000 años d eprobada eficacia detrás.
ResponderEliminarMe alegra, Vanbrugh, que tu irritación no sea debida a mi insistencia en ocuparme de estos temas. No obstante, entiendo que "semejantes cosas" resulten irritantes a un "creyente serio" como molestan las manchas o pegotes que se adhieren y manchan algo que a uno estima. Creo que tienes razón en que es difícil (y siempre personal) distinguir entre qué forma el contenido sustancial de la creencia y qué son pegotes añadidos y prescindibles. Me da la impresión (y, claro, simplifico, muy a tu estilo) que si uno se queda con los contenidos "serios" es probable que se llegue a una convergencia entre casi todas las religiones, que haya un núcleo básico que sería lo que es la fe religiosa casi común, y que sean justamente esos añadidos más o menos superfluos los que distinguen una religión de otra.
ResponderEliminarEsos añadidos (o "semejantes cosas") son desde luego productos de la cultura humana y como tales para mí muy interesantes, máxime cuando es asombroso, desde nuestra época, comprobar los efectos tremendos que han tenido en la vida de los hombres. Sin que me atreva a asegurar que las ideas (entre las cuales incluyo las creencias) son el móvil principal de la historia, sí pienso que han jugado un papel fundamental en ésta (aunque muchas veces sólo como excusas, pero excusas casi imprescindibles). Y prácticamente hasta anteayer las ideas omnipresentes en el devenir de la historia de occidente eran de naturaleza religiosa. Ergo, "semejantes cosas" deben conocerse y ponderarse para conocer y entender nuestra historia.
Sí. Más que 'somos lo que comemos', somos lo que creemos: gilipollas
ResponderEliminar(con perdón, todos lo somos un poco, y no es un insulto, sino una descripción abreviada)
Pues depende, Miroslav. Tres religiones monoteístas como el judaísmo, el cristianismo y el islam, estrechamente emparentadas en su origen y en su desarrollo, tienen de ese Dios único en el que las tres creen ideas muy diferentes en muchos aspectos, en algunos radicalmente inconciliables, incluso. Son diferencias que no se refieren a pegotes ni a añadidos prescindibles, sino a contenidos muy "serios" de las tres, o que a ellas -a cada una los suyos- se lo parecen.
ResponderEliminarVanbrugh: Me vas dando pistas de por donde sitúas tu frontera personal entre los "añadidos prescindibles" y los "contenidos muy serios" (en el caso del cristianismo, claro). Ya puestos, las diferencias entre el catolicismo y el luteranismo (por acotarme a la más "seria" de las variantes protestantes), ¿en cuál de las dos categorías la incluirías?
ResponderEliminarPues no sé tanto como para que mi respuesta te sirva para otra cosa que para comprobar que no sé tanto, pero bueno. Que yo sepa, ninguna diferencia fundamental en las ideas sobre Dios, por ejemplo. Puede haberlas culturales, en la forma de 'vivirlo' de los creyentes, pero no creo que las haya doctrinales. Por lo que recuerdo de los tiempos en que algo me asomé a estas cosas, creo que la diferencia más seria se refiere a aquella frase de San Pablo: "el justo vivirá por la fé", a la que Lutero y sus seguidores dan mucha importancia. Al parecer, no sé si estaré diciendo un disparate, los luteranos creen que lo que salva al hombre no son sus obras, sino exclusivamente la gracia de Dios, que se alcanza -iba a decir "se merece", pero esa es otra: el hombre no 'merece' nada, todo lo que obtiene es sin merecerlo y por que a Dios le da la divina gana- por la fe. No sé, en la práctica, dónde deja esto las expectativas eternas de un ciudadano que, con una fe a prueba de bombas, se dedique a destripar semejantes durante toda su vida; si se salvará más o menos que un ateo bondadoso y altruista. En buena teoría luterana, y puesto que nuestras obras no pintan nada, este último no tiene ningún motivo para esperar mejor suerte que el otro, pero no sé si habrá alguna subcláusula que aminore las buenas consecuencias de la fe sola y revalorice un poco siquiera las de las buenas obras.
ResponderEliminarTodo ello suena un poco a predestinación, o me está sonando a mí, al menos, según lo escribo; pero creo que, abiertamente postulada al menos, esta última es más cosa de los calvinistas.
Bueno, ya ves: con todo lo que ignoro acerca de la cuestión podría escribirse un manual bastante completito...
Ah, releo tu pregunta y veo que no la he contestado. No me preguntabas cuáles eran las diferencias -podía haberme ahorrado el alarde de ignorancia- sino en qué categoría las coloco. No me parecen tan fundamentales como las que existen con el judaismo o el islam, pero las considero también importantes, no asimilables a los pegotes superfluos de que hablábamos. Con la Iglesia Anglicana creo que hay bastante más coincidencia: ahí sí que me atrevería a decir que anglicanos y católicos creemos básicamente lo mismo, quitando obispos de Roma, reinas, celibatos, sacerdocios femeninos y otras cuestiones perfectamente accesorias y modificables.
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