El jueves, de vuelta a casa, me percaté de que en la parada terminal del tranvía había un anuncio nuevo, éste cuya fotografía adjunto. Se trata de metapublicidad porque publicita la propia publicidad. O, si se prefiere, un auto-anuncio porque se vende a sí mismo como soporte para vender lo que le dé la gana a quien lo alquile. El reclamo es esa cifra, 13.973.000, que en letras pequeñas al pie del cartel (no se puede leer debido a que la foto la tomé de noche y con el móvil) se dice que corresponde al número de personas que en un año ven ese anuncio. Imagínese, vendedor de lo que sea, cuántos podrán ver la imagen de su producto si tiene el buen criterio de arrendarle a la compañía pública Metropolitano de Tenerife este privilegiado soporte.
¡Casi catorce millones de personas! Realmente increíble, tanto que desde luego no me lo creí. Según datos de la propia empresa, esa parada recibe un total de 5.000 pasajeros al día que equivalen aproximadamente a 1,8 anuales, que estoy dispuesto a subir a dos millones porque el dato es de hace dos años. La primera mentira es que los casi catorce millones son el total de usuarios anuales del tranvía, no los que se bajan o suben en esa parada. Pero es que, además, se me antoja imposible que en una isla que ronda el millón de residentes (y cinco millones de turistas anuales) haya catorce millones de usuarios del tranvía. Naturalmente, como es costumbre en las estadísticas de transporte y movilidad, cada vez que un pasajero usa el tranvía cuenta como persona; es decir que yo, por ejemplo, contribuyo a esa mentirosa estadística con 400 personas. Supongo que la media de viajes al año por persona será inferior, porque, si no, apenas un 3,5% de los tinerfeños (sin contar a los guiris despistados) usaría nuestro transporte público más fashion. Haciendo algunos tanteos, calculo que el número de personas "distintas" que un año pueden subir/bajar al/del tranvía en la parada de La Trinidad (que es en donde luce el anuncio) quizá llegue, tirando hacia arriba, a 25.000. O sea, que el dato está inflado en más de 50 veces. ¿Debería denunciarse como publicidad engañosa?
Esa era mi primera idea, pero luego me di cuenta de que en realidad los publicistas del tranvía nos estaban haciendo que reparáramos en una verdad evidente que, no obstante, solemos pasar por alto. Una verdad profunda, además, de ésas que te hacen reflexionar e incluso cambiar tus estereotipados planteamientos vitales. Y no es otra que, en efecto, cada vez que me bajo o subo en La Trinidad soy una persona distinta, soy otro yo, capaz de reinventarme desligándome de cualquier atadura previa, de descubrirme diverso, si no en mi miserable corporeidad, sí en todos los pensamientos (por llamarlos de alguna manera) que conforman mi sistema operativo. Y, claro está, cada uno de los cuatrocientos yoes que en un año pasa delante de ese soporte publicitario de la estación terminal de La Laguna cuenta en buena lógica como un potencial comprador de lo que allí se anuncie. No es muy descabellado pues prever que al menos uno de tantos Miroslavs picará en el anzuelo consumista y, digo yo que de publicidad no sé casi nada, que no está nada mal una tasa de éxito de uno cada cuatrocientos.
¡Casi catorce millones de personas! Realmente increíble, tanto que desde luego no me lo creí. Según datos de la propia empresa, esa parada recibe un total de 5.000 pasajeros al día que equivalen aproximadamente a 1,8 anuales, que estoy dispuesto a subir a dos millones porque el dato es de hace dos años. La primera mentira es que los casi catorce millones son el total de usuarios anuales del tranvía, no los que se bajan o suben en esa parada. Pero es que, además, se me antoja imposible que en una isla que ronda el millón de residentes (y cinco millones de turistas anuales) haya catorce millones de usuarios del tranvía. Naturalmente, como es costumbre en las estadísticas de transporte y movilidad, cada vez que un pasajero usa el tranvía cuenta como persona; es decir que yo, por ejemplo, contribuyo a esa mentirosa estadística con 400 personas. Supongo que la media de viajes al año por persona será inferior, porque, si no, apenas un 3,5% de los tinerfeños (sin contar a los guiris despistados) usaría nuestro transporte público más fashion. Haciendo algunos tanteos, calculo que el número de personas "distintas" que un año pueden subir/bajar al/del tranvía en la parada de La Trinidad (que es en donde luce el anuncio) quizá llegue, tirando hacia arriba, a 25.000. O sea, que el dato está inflado en más de 50 veces. ¿Debería denunciarse como publicidad engañosa?
Esa era mi primera idea, pero luego me di cuenta de que en realidad los publicistas del tranvía nos estaban haciendo que reparáramos en una verdad evidente que, no obstante, solemos pasar por alto. Una verdad profunda, además, de ésas que te hacen reflexionar e incluso cambiar tus estereotipados planteamientos vitales. Y no es otra que, en efecto, cada vez que me bajo o subo en La Trinidad soy una persona distinta, soy otro yo, capaz de reinventarme desligándome de cualquier atadura previa, de descubrirme diverso, si no en mi miserable corporeidad, sí en todos los pensamientos (por llamarlos de alguna manera) que conforman mi sistema operativo. Y, claro está, cada uno de los cuatrocientos yoes que en un año pasa delante de ese soporte publicitario de la estación terminal de La Laguna cuenta en buena lógica como un potencial comprador de lo que allí se anuncie. No es muy descabellado pues prever que al menos uno de tantos Miroslavs picará en el anzuelo consumista y, digo yo que de publicidad no sé casi nada, que no está nada mal una tasa de éxito de uno cada cuatrocientos.
Sell sell - Alan Price (O Lucky Man!, 1973)
Yo sigo pensando que la publicidad es la gran superstición de nuestro tiempo, perfectamente equivalente a lo que en la Edad Media fueron las reliquias de los santos. Creo que ambos fenómenos tienen bastantes semejanzas: la primera, la enorme cantidad de dinero que mueven, no creo que sea discutible. Pero yo le encuentro una segunda y es que, no sé si con razón, cada vez estoy más convencido de que la publicidad no es mucho más eficaz consiguiendo clientes que lo eran las reliquias obrando milagros. Es claro que sin nada de publicidad un producto no es nada conocido, y, por tanto, no se vende. Pero dudo muchísimo que los beneficios obtenidos gracias a la publicidad justifiquen ni de lejos las absurdas cantidades de dinero que se gastan en ella. Creo que los gastos en publicidad tienen mucha más relación con los potlatchs de los indígenas del Pacífico, los despilfarros rituales para celebrar y propiciar la abundancia, que con ninguna consideración racional de mercadotecnia.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con Vanbrugh.
ResponderEliminarA menudo un anuncio me llama la atención, lo veo ocurrente, bien hecho, no sé, la chica es guapa, la foto muy buena, o si es una filmación, pues nada un relato perfecto en su brevedad. Todo genial y estupendo...salvo que, no me acuerdo nunca de que marca se anuncia. Y si el anucnio es zafio o malo ya ni te cuento. ¿Que no soy un individuo representativo? Puede, me gustaría pensarlo así, pero lo más seguro es que haya muchos como yo en este aspecto.
Me encanta el arrebato filosófico con el que al final le has dado la vuelta a lo que sin lugar a dudas todos consideramos una engañifa "metapublicitaria". De todas formas, de tus 400 "tues", a lo sumo picaría uno con lo que para el caso, daría lo mismo despreciar a los otros 399 en el contaje de viajeros potenciales clientes.
ResponderEliminarAlgo supe de publicidad durante mi vida laboral.
ResponderEliminarEn lo que se refiere a este cartelito anunciador en el tranvía, sólo un Miroslav atento y escudriñador sagaz es capaz de descubrir su intíngulis, con el que nos ameniza ciertamente.
Los demás usuarios apenas se fijarán ni la harán el más puñetero caso aunque lo lean una vez por aburrimiento.
Por fortuna para el anunciante, la pieza debe haberle salido muy barata... sin contar la presunta corruptela que haya pactado con el Municipio o el propietario del medio.
Es cierto que lo que no se anuncia no se vende y lo que no pasa por la tele, ni existe. También es verdad, como dice Lansky, que te puede gustar una pieza publicitaria pero luego no sepas qué producto esta promocionando.
Y termino con algo chusco pero cierto: jamás he visto un anuncio de piedra pomez y todos tenemos varias en casa. O palanganas, bicarbonato, cortauñas, limas, peines...
En el extremo opuesto, las marcas megaacreditadas no necesitan anunciarse. ¿Cuánto hace que no véis un spot de Rolls Royce? Para ciertos productos elitistas publicitarse del modo que venimos comentando sería un desprestigio; su clientela empezaría a dudar..
Estoy bastante de acuerdo con los comentarios de Vanbrugh y Lansky y, sobre todo, con el de Grillo respecto de la publicidad; también yo dudo mucho sobre la eficacia real, pero lo cierto es que de sus ingresos dependen multitud de sectores. Sería interesante investigar sobre sus efectos sobre la economía en su conjunto.
ResponderEliminarEn todo caso, lo que a mí me interesa de los anuncios es cuando, como en el ejemplo que me ha servido de tema del post, me hacen caer en aspectos curiosos y hasta derivar hacia pensamientos disparatados, como me hacen notar Alice y Grillo.
Me pasa lo mismo que dice Miroslav. Aunque el tema de fondo -la publicidad- me parece una socaliña y me ha producido siempre particular repelús, hay asuntos formales -suele sucederme- que son los que de verdad llaman mi atención. Así, no he podido evitar que me sobresalte un poco el razonamiento de Alice, según el cual como solo se deja enganchar por el anuncio uno de los cuatrocientos Miroslavs que bajan y suben sucesivamente del tranvía a lo largo del año, los otros trescientos noventa y nueve son innecesarios.
ResponderEliminarNada de eso: la gracia de la estadística y del cálculo de probabilidades, místicas disciplinas en las que tiene su fundamento último este esotérico negocio de la publicidad, está precisamente en que para conseguir un cliente hacen falta otros trescientos noventa y nueve clientes en potencia -en este caso; la proporción varía, según la eficacia de cada publicidad y la naturaleza de cada producto- que no llegan a serlo en acto. Lo que tú dices, Alice, viene a ser como si, tras comprobar que solo obtenemos bola negra la mitad de las veces que sacamos una al azar de la bolsa donde se mezclan juntas bolas blancas y negras; y puesto que solo estamos interesados en las bolas negras, decidiéramos no sacar más que la mitad de las bolas.
Dicho de otro modo: si, como sugieres, despreciáramos en el contaje de viajeros potenciales clientes a los 399 Miroslavs que no pican, y nos quedáramos solo con el uno que sí, ese uno dejaría de picar: en concreto, picaría solo una cuatrocientasava parte de él. Así es el cálculo de probabilidades, hija mía.
Vanbrugh: Muy didáctica tu explicación que, de paso, me sugiere que, además de ser un Miroslav distinto cada vez que me bajo (o subo) en La Trinidad, también soy cuatrocientos Miroslavs agregados y desagregables en esos efímeros momentos en que observo el cartel publicitario. Qué difícil se me está antojando mantener la integridad del universo, la continuidad espacio-temporal.
ResponderEliminarDe otra parte, te tengo que agradecer el empleo de esa simpática palabra, socaliña, que hasta hoy desconocía. Me ha encantado.
Y un último comentario off topic: en las dos semanas que lleva este blog sin el "verificador de palabras" me han entrado 52 comentarios robóticos, todos "anónimos" con enlaces a webs mayoritariamente pornográficas. Afortunadamente, el detector de spam de blogger está funcionando bien y los aparta directamente al correspondiente compartimento, evitando que ensucien el post. Aún así, es molesto que me llegue un correo titulado "nuevo comentario en el blog" y, al abrirlo, comprobar que es basura. En fin, era para que lo supieras (y también C.C, que era una de las más quejosas con las dichosas "palabritas") y me digas si te está ocurriendo lo mismo.
También a mí me están entrando comentarios robóticos, no llevo la cuenta pero seguro que no tantos como a tí, yo tengo menos visitas. (Así como el número de clientes es un porcentaje del de receptores de la publicidad, el número de comentarios de spam debe de serlo del de visitas, todo es estadística). Cosa de uno diario, algunos días, dos. Efectivamente, el filtro antispam de blogger impide que se publiquen, y en cuanto a los mensajes de aviso, ya me he acostumbrado. Si dice "Anónimo ha dejado un nuevo comentario en el post "XXXX" (normalmente uno de hace meses) ya sé que es algún mensaje esotérico en inglés o en cirílico. Nunca entro en los vínculos, así que no tengo ni idea de si son páginas pornográficas o qué. De momento es tolerable.
ResponderEliminarCreo que aprendí la palabra 'socaliña' en Fernández Flórez, hace muchos años. Tiene un significado muy preciso y una sonoridad que me gusta. Es una de esas palabras en desuso que me encanta resucitar, para que mi hijo me mire desesperado y me pregunte con tono de exagerada paciencia si no podría hacer un esfuerzo y hablar como todo el mundo. ("No, papá, no. 'Socaliña', no".)
(Mi venganza es cuando él mismo se sorprende usando con naturalidad alguna palabra 'de las mías'. Brama entonces como si se hubiera descubierto una pústula sangrante...)
A mi blog suele llegar algún spam en idioma extraño cada mes.
ResponderEliminarEsto me hace preguntar de nuevo sobre la publicidad: algún bloguero, lector, oficinista o lo que sea, debe hacer caso al reclamo, abrir, ver y tal vez 'comprar'.
¿No?
En mi opinión, Grillo, la respuesta a tu pregunta es NO. Creo que ningún bloguero, lector, oficinista o lo que sea hace ningún caso al reclamo, ni lo abre, ni lo ve ni, por tanto, 'compra'. No obstante lo cual alguien sigue empleando tiempo y dinero en inundar la red con esa plasta de correos ininteligibles, molestos e inútiles. Es exactamente a eso a lo que me refiero cuando hablo de la inutilidad de la publicidad -que en este caso me parece más evidente que en ningún otro- y de su carácter de superstición ritual. Creo que la circulación de spam es tan útil para los fines de quienes la fomentan como lo era el sacrificio ritual de niños para los fines de quienes lo realizaban. Y casi igual de perjudicial para el resto. La publicidad es nuestro Moloch más significativo y exigente, creo.
ResponderEliminarPues yo no estoy nada de acuerdo con Vanbrugh en el tema de que los beneficios de una empresa no tengan nada que ver con las partidas que se gastan en publicidad. De hecho el marketing nace precisamente como rama de la economía que estudia el impacto que la publicidad tiene en los resultados de una empresa.
ResponderEliminarLa cuestión es que aunque todos seamos clientes en potencia, no todos tenemos el mismo tipo de perfil a la hora de consumir. Por ponerte un ejemplo, hay personas que saben qué quieren y ante estas personas las marcas lo tienen todo hecho o deshecho, dependiendo de los intereses de éste. Pero para suerte de las empresas no todo el mundo lo tiene "tan claro" y aquí es donde entra la publicidad, que no tiene nada de mágico o esotérico. Se trata de aplicar conocimientos de marketing, perfiles de usuarios y "creatividad" hecha con mayor o menor acierto. Pero creo que es un mundo profesional bastante excitante y "agradecido", porque está claro que resultados obtienen.
No todos somos clientes potenciales de todos los productos y es más ni todas las empresas nos quieren como sus clientes. Y aquí la publicidad hace de colador "perfectamente" (vamos que el anuncio de loewe lo deja bien clarito y a buen entendedor arriba las pestañas!!!).
Yo soy una entusiasta del marketing y la publicidad, pero Vanbrugh no es una cuestión de "fe", más bien esto o se traduce en cashhhh o se rescinde el contrato publicitario.
Amaranta.
Reconozco, Amaranta, que tu postura es bastante más racional, verosímil y, en conjunto, defendible que la mía. Muy probablemente tengas razón y la publicidad sea una actividad lógica y útil, y el dinero empleado en ella un gasto racional que produce beneficios.
ResponderEliminarMuy probablemente, no te lo discuto. No obstante lo cual yo mantengo mi irracional creencia -quizás para compensar el excesivo racionalismo de mi temperamento, me inclino a mantener creencias irracionales, de las que esta no es la más importante, como quizás sepas- de que la publicidad es mucho más inútil de lo que se cree, que el dinero que en ella se gasta supone un despilfarro ritual del mismo género que los sacrificios a los dioses o que los potlatchs de los indios americanos, y que la actividad en conjunto tiene un carácter más mágico, litúrgico y supersticioso de lo que nos hacen-hacéis creer.
Creo que era uno de los padres del moderno marketing, no sé cuál, el que dijo aquello de "Sé que la mitad de lo que gasto en publicidad es inútil, pero no sé cuál mitad". Es un planteamiento bastante sagaz, pero personalmente opino que se quedó corto. A mi juicio son inútiles las cuatro quintas partes de lo que se gasta en publicidad. Sería interesante, efectivamente, saber cuál es la quinta parte útil para quedarse solo con ella. Al final, volvemos al planteamiento de Alice, cuando declaraba inútiles los 399 Miroslavs que no 'picaban' con el anuncio. Si supiéramos cuál es el Miroslav que pica, nos quedaríamos solo con él y prescindiríamos de los otros 399. El problema de la publicidad es que no lo sabe y así, para conseguir al uno que sí, tiene forzosamente que cargar -y le sale bastante caro- con los trescientos noventa y nueve que no.
ResponderEliminarUff !
ResponderEliminarQué interesante.
Lo primero es estar necesariemente de acuerdo con Vanbruh: la publididad es un despilfarro exagerado, (aunque legítimo y legal.)
Compramos cosas que en realidad no necesitamos para vivir suficientemente bien en los países desarrollados. Muchos compramos cosas o las renovamos tal vez sin acer en la cuenta de que somos más consumistas de lo necesaio y de lo que criticamos.
Por otro lado, los fabricantes producen más y más en vista de eso y llegan al descaro de la obsolescencia programada, una maldad que utilizan incluso las farmacéuticas...
La técnica de marketing y publicidad es realmente sibilina y hábil. Recuerdo un anuncio de detergente que realicé bastante de acuerdo con los 'brieffings' previos. Hace ya muchos años.
Cuando el fabricante vio el spot pidió que se repitiera poniéndole un feo y visible diente de oro a la 'maruja' que hacía de testimnio porque en su opinión así se identificaría más y mejor su target...
Y de nuevo la pregunta: ¿Consiguió por eso vender más? Respuesta: SÍ; y repregunta al estilo Vanbrugh: ¿Habrían vendido más que MÁS sin el puto diente?
No sé si os dais cuenta de una cosa cuando afirmais que el gasto en publicidad es inútil o es un despilfarro, me da la sensación que es una afirmación del tipo que hacemos cuando los gobiernos se pasan con los presupuestos y nos duele en el bolsillo porque estos salen de nuestros impuestos. La publicidad es un coste de empresa y como tal, personalmente me duele poco poquísimo. Que estos costes aumentan el precio final del producto, pues sí, no te digo que no, con no comprarlo tengo bastante. Pero hasta el precio, si caro o barato, es otra estrategia más del marketing, marca más que nada el nicho de mercado que las empresas quieren tener.
ResponderEliminarY lo que es mucho más importante, el que las empresas no gasten en publicidad no va a hacer ni que repartan dividendos entre sus empleados, que rebajen precios de productos ni mucho menos que repartan el total de la partida entre el pueblo.
Amaranta.
Ah, hay una marca de baterías de cocinas de venta directa que se caracteriza por no hacer publicidad o por invertir el importe de esta partida en regalos para sus clientes. Pero esto al fin y al cabo no es más que otra estrategia de marketing que paga al publicitario directamente, el publicitario en este caso es el cliente.
ResponderEliminarAmaranta.
Mi afirmación de que los gastos de publicidad son un despilfarro no es un repoche ni una queja, Amaranta. No es de carácter 'moral'. No lo denuncio porque me considere perjudicado. Como bien dices, las empresas pueden gastarse el dinero en lo que les dé la gana, y si con ello encarecen el producto, ya veré yo si quiero o no comprarlo. Es asunto suyo. A mí me da igual.
ResponderEliminarNo, mi afirmación es una mera observación. Creo sinceramente que es así, que gastar en publicidad es, en parte, una superstición -un sacrificio propiciatorio a los 'dioses' del mercado- en parte una concesión a las 'verdades evidentes' que nunca se discuten -si todo el mundo afirma que es necesario anunciarse para vender, tiene que ser cierto, y un error no anunciarse, no vamos a correr el riesgo- y en parte un gasto suntuario y de prestigio, como los coches de marca y los abrigos de pieles -si no nos anunciamos parece que es que no tenemos dinero para anunciarnos, hay que hacer publicidad para demostrar que se puede hacer publicidad.- Y solo en una mínima parte, creo, un mecanismo útil que aumente el número de clientes.
Como ya te he dicho, es muy probable que esta creencia mía sea errónea. Desde luego no tiene el menor fundamento, no sé nada del asunto ni tengo datos para probar lo que digo, se trata de una mera intuición de observador lego. Lo cual no me preocupa en absoluto, más bien me agrada. Entre otras cosas porque creo que el punto de vista de los especialistas está con frecuencia lastrado por un exceso de prejuicios sobre el asunto. Igual que no creo que un obispo sea la instancia más adecuada para estimar con objetividad si la religión es algo útil para la gente, tampoco creo que los especialistas en publicidad y en marketing sean los más indicados para establecer si la publicidad es o no algo racional y necesario para las empresas.
Como consumidor, pues, la publicidad no me molesta. Pero sí, y mucho, como ciudadano: la invasión de anuncios en la televisión, en la prensa, en la radio, en el paisaje urbano, hasta en mi ordenador, me estorba y me irrita considerablemente. Como tengo escrito en algún post antiguo, en mi caso la publicidad es no solo ineficaz sino claramente contraproducente. Los anuncios me cabrean y me despiertan hostilidad activa contra lo anunciado. Probablemente sea ese el último motivo de que no me crea que la publicidad sirva para lo que dice servir, que no creo ser el único caso a quien le basta que el anuncio de un producto se entrometa en su vida para decidir no comprar jamás ese producto.
Vanbrugh: es que los 400 Miroslavs son como la Santísima Trinidad, tres personas y un sólo Dios. Bromas a parte, está claro que la estadística, aunque a mí me repele desde que la tuve que estudiar en la carrera, tiene su razón de ser. Lo que no tengo tan claro es que por el hecho de que Miroslav pase 400 veces al año por delante de un cartel tenga más probabilidades de picar que si pasa 1, 5 ó 10 veces. ¿Cuál es el número efectivo de pases delante de un cartel a partir del cual ya da lo mismo las veces que uno se lo encuentre de frente? Yo creo que ése es el número que deberían utilizar los publicistas para calcular el impacto de sus anuncios. :-)
ResponderEliminarAlice, ¿cuántas veces debe alguien pasar ante un anuncio para que deje de importarle?, te preguntas. Me temo que no hay respuesta conocida válida. Ese es, precisamente, uno de los problemas de la publicidad. Habrá quien pique a la primera, habrá quien no se fije en él hasta haberlo visto diez veces, habrá quien, fijándose, no le haga el menor caso durante días y días, hasta que necesite el producto anunciado, cosa que el anunciante no puede saber cuándo sucederá. Y habrá quien, como yo, tarde mucho en enterarse del contenido del anuncio pero, una vez que lo haga, resuelva no comprar jamás lo anunciado, porque le reviente que se le obligue a ver quieras que no el bendito cartel, que con un poco de suerte estará tapando una fachada bonita, o a escuchar quieras o no el bendito spot, que impide oir la radio que uno quiere...
ResponderEliminarEl único modo de responder esa interesante cuestión que tiene el anunciante es comparar las ventas que se producen sin publicidad con las que se producen con determinada campaña, y ver si hay un aumento. Incluso si consigue hacer este estudio -que también le cuesta dinero- e incluso si concluye que sí aumentan los clientes, no sabe si el aumento no habría sido mayor de haber sido la campaña distinta, los carteles colocados en otros sitios con más expectadores, o más receptivos, los anuncios enfocados desde otro punto de vista... Ni idea. Los que le informan sobre todos estos asuntos pertenecen al mismo gremio y están en el mismo negocio que los que le venden las campañas publicitarias, si es que no son, directamente, los mismos. Es, insisto, como ir a que el párroco te oriente sobre si te conviene o no ir a misa.
Pero en pura teoría matemática sí, cuantas más veces pase Miroslav ante el anuncio -o cuantos más Miroslavs pasen ante él- más probabilidades hay de que alguno de elos le haga caso. A esa teoría matemática -de cuya utilidad en este asunto tú dudas, y yo más- se agarran los vendedores de publicidad para intentar vender mucha. Allá quien quiera hacerles caso...
Yo en ese apartado encierro los certificado de calidad en normas ISO. Eso sí que es un coste innecesario que da prestigio de cara a la galería, pero que no aporta nada a la empresa y mucho menos al producto que fabrica y/o vende.
ResponderEliminarAmaranta.
Ah Vanbrugh te voy a poner un ejemplo. Yo creo que la publicidad es como ir al psicólogo, en cuanto a funcionalidad y efectividad. Para mi ir al psicólogo me resulta irrisorio, innecesario, superfluo, etc, etc. Pero por una simple razón, mi equilibrio emocional ha demostrado a lo largo de los años que está hecho a prueba de bombas, y he sufrido episodios de los que muchas personas no podrían levantarse o eso dicen en los testimonios que ofrecen por televisión. Y sin embargo a mi, que no digo yo que no cuente con mis cicatrices y acarre con sus consecuencias, pero siempre he sentido la suficiente estabilidad para que no afecte en demasía a mis responsabilidades. Por eso podría pensar que los psicólogos y la psicología es pura superstición y afirmarlo incluso.
ResponderEliminarPero si lo pienso bien quizás mi equilibrio se deba a cierto "don" con el que el creador me premió y que no sólo me ayuda a mi sino a todo aquel que anda un poco bajo de ánimo y termina por levantarse y siguer hacia delante.
La publicidad es algo similar, si tu empresa va y bien y vende como churros, sería un poco snobs crear un departamento de marketin para invertir en esta partida. Pero si te quieres expandir o salvar la situación y apuestas por una iniciativa empresarial de este tipo y te "salva el culo" pues hijo qué quieres que te diga.
Amaranta.
Sigo opinando, como decenas de comentarios ya hice que la metáfora o analogía de los potlatchs de Vanbrugh es acertadísima y no, como él parece desdecirse ahora en parte, una muestra de su irracionalidad. La publicidad es todas esas cosas tan sensatas y de marketing que bien dice Amaranta, pero...
ResponderEliminar...pero también es como los dichosos potlatchs, hay que hacerlos porque todos lo hacen, o sea, hay que hacerlos. O sea, es 'una huida hacia adelante' ("yo no me anunciaría pero como todos lo hacen lo tengo yo que hacer también para no quedarme rezagado"). La publicidad, como ciertos parásitos, crean las propias necesidades que luego se ofrecen o se fuerzan a satisfacer sus huéspedes. Y esto tampoco es ningún juicio moral, sino una costatación darwinista, todos se anuncian y el que no lo hace perece, ¿A quién beneficia eso? Al parásito, perdón, al sector de la publicidad. Pero al consumidor no veo por qué le va a favorecer
Conste que la irracionalidad no la predico de mi teoría ni de mis símiles -gracias, también yo considero que el de los potlatch es muy acertado, iluminaciones que le vienen a uno de vez en cuando-, sino de mi actitud al mantenerla sin ningún dato que la sustente. La teoría la creo acertada, claro, por eso la mantengo como mía. (De igual modo que creo verdaderamente que existe Dios, pero admito que mi creencia es de carácter irracional porque no puede ser demostrada, ni deriva de argumentos lógicos; 'irracional', aquí y para mí, no tiene nada de peyorativo, es una mera descripción objetiva de una de las formas, tan legítima como cualquier otra, de las que puede formarse y mantenerse una opinión.)
ResponderEliminarBravo, Miroslva. Yo tampoco me trago ese tipo de información. Enseguida, como tú, empiezo a hacer cálculos, y nunca cuadran. La última que nos sirvieron hace poco en la tele alemana fue que ahí hay 10 millones enfermos del alzheimer. Siendo la población de 82 millones, uno puede facilmente imaginar cómo millones de hijos y nietos están día y noche buscando a sus viejos por las calles.
ResponderEliminarVuelvo a manifestar mi acuerdo general con las tesis de Vanbrugh, más todavía con sus matices a partir de la "defensa" que Amaranta hace de la publicidad. No niego desde luego que la publicidad influya en el aumento de ventas de los productos o servicios, pero tiendo también a pensar que en gran medida hay una desproporción entre los gastos publicitarios y los resultados y que mucho de lo que se hace es porque "se supone" que hay que hacerlo. Me gustaría en todo caso conocer los estudios que correlacionen gastos en publicidad y resultados comerciales y ver cuánto rigor tienen.
ResponderEliminarLo que ya no tengo nada claro, a diferencia de Amaranta y Vanbrugh, es eso de que como los gastos en publicidad son "privados" pues son perfectamente legítimos en términos morales. Bueno, tan legítimos moralmente hablando como los mecanismos que subyacen en el funcionamiento del sistema capitalista. Eso sin hablar de lo muy permeable que en estos tiempos es la frontera entre lo público y lo privado y lo eficazmente que funciona la vieja máxima de "privatizar los beneficios y socializar las pérdidas".
Bueno, mi 'absolución moral' a la publicidad era más bien una respuesta a Amaranta, para dejarle claro que cuando digo que la publicidad es un despilfarro no lo hago 'juzgándola', ni quejándome porque sea un despilfarro que yo financie, sino que me limito a tomar nota de una característica objetiva que creo advertir en ella y que en ese momento no entro a juzgar.
ResponderEliminarLo cual, claro, no significa que me parezca bien. La considero, como bien dices, tan legítima como lo sea la economía de mercado en que se produce, y la acepto como acepto esa economía de mercado -es decir, faute de mieux, como dicen los gabachos, y porque no tengo otro remedio.- Pero está, desde luego, dentro de las cosas que no me gustan del capitalismo y es uno de los motivos -no de los más importantes, claro- por los que no me parece bien.
Y es, además, -ya lo he dicho- con quizás lo que personalmente más me estorba, me irrita y me cabrea del capitalismo. Frívolo que soy, y egoísta: es más grave que el capitalismo condene a la miseria a cuatro quintas partes de la población mundial que que me inunde la vida con anuncios indeseados, pero, mea culpa, mi cabreo espontáneo y cotidiano contra él viene más de esto último que de lo otro.
Quien lea estos comentarios míos podría decir que soy de derechas...jajajaj, !qué cosas!.
ResponderEliminarAmaranta.
Este tema se va politizando como todos los de interés social común, y me voy a permitir un atajo bárbaro y contundente de raíz:
ResponderEliminarEn las Generales votamos al partido que consideramos menos malo o mejor.
En el Parlamento se reúnen 'nuestros' elegidos de acá y los de enfrente también. Sale una propuesta de Ley o Norma sobre Televisión, Sanidad, Enseñanza, Fomento, etc, etc. 'Nuestros' diputados TIENEN que votar a favor o en contra, pero muchos se abstienen, y ahí empieza el escaqueo y la ESTAFA con nuestro propio dinero y sufragio.
¿Qué hacer?
ELIMNIAR EL BOTONCITO DE ABSTENCIÓN EN TODOS LOS ESCAÑOS.
¡Hala! !
Grillo