La botella de ginebra acabada y yo, aquí, mirando como un gilipollas el vacío, asumiendo poco a poco el fracaso. Qué mierda me importa la vida, mi vida de mierda; no, no me importa nada.
Suena una y otra vez la misma canción machacona, melodía que me horada el cerebro, me revuelve los sesos. Duele sí, y más a ese volumen, duele pero me gusta y no quiero que deje de sonar, que no cese de arañarme los pensamientos hasta que sangren.
Tarde dominguera de agosto en la ciudad deshabitada. Ropa esparcida bañada en sudor, platos sucios, restos pringosos de pasta. Pesa el calor, calor húmedo que convierte en gelatina las imágenes, los recuerdos. Morbo y una cucaracha que salta del auricular del teléfono zumbante. No contesto, que el mundo se vaya al carajo.
Sé que no era ella. ¿Y si era? Grito, aúllo, rabio de indignación contra mi insufrible debilidad. No era ella, no era ella, no era ella ... Abrirme la cabeza, partirla en dos como un melón, y arrancarla, pero no puedo. Grito de nuevo y mis puños golpean el cráneo frenéticamente. Lloro con patéticos hipidos. Asco.
Brindo por ella, la que no volvió, la que no volverá. Un último vaso de vodka con hielo. Ya no me quedan botellas, se me ha acabado el tabaco, algo tengo que hacer. En el suelo los añicos de la tele, los libros rasgados, miles de cristales de copas y vasos, nada falta por destrozar. ¿Salir a la noche abierta?
Sólo puedo seguir aquí, vomitar en el váter, arrojar al desagüe bilis empapada de ira. Sólo puedo revolverme en mi dolor y descubro que me alegro de sentirme tan mal, tan triste. La infelicidad me abraza, me ama como nunca me han amado y yo la deseo como nunca lo he hecho, como a la más voluptuosa de las mujeres. Río, carcajada ancestral, y entiendo.
Basta con abandonarse. Doy una patada al estéreo y, al cesar la música, oigo las sordas palpitaciones de mis vísceras, ruidosas, apremiantes. Ansío los besos acariciadores de esta única amante fiel. Las lágrimas me mojan la cara. Pienso en mi funeral y por un rato me emociono.
Una última idea me asalta y sonrío alegre. Os lego los remordimientos. Mientras camino hacia la ventana os imagino cuando me encontréis, cuando os enteréis. El pobre diablo que a nadie importaba habrá puesto vuestro mundo boca abajo. Ahí os quedáis, amigos, lo que está hecho, está hecho.
Suena una y otra vez la misma canción machacona, melodía que me horada el cerebro, me revuelve los sesos. Duele sí, y más a ese volumen, duele pero me gusta y no quiero que deje de sonar, que no cese de arañarme los pensamientos hasta que sangren.
Tarde dominguera de agosto en la ciudad deshabitada. Ropa esparcida bañada en sudor, platos sucios, restos pringosos de pasta. Pesa el calor, calor húmedo que convierte en gelatina las imágenes, los recuerdos. Morbo y una cucaracha que salta del auricular del teléfono zumbante. No contesto, que el mundo se vaya al carajo.
Sé que no era ella. ¿Y si era? Grito, aúllo, rabio de indignación contra mi insufrible debilidad. No era ella, no era ella, no era ella ... Abrirme la cabeza, partirla en dos como un melón, y arrancarla, pero no puedo. Grito de nuevo y mis puños golpean el cráneo frenéticamente. Lloro con patéticos hipidos. Asco.
Brindo por ella, la que no volvió, la que no volverá. Un último vaso de vodka con hielo. Ya no me quedan botellas, se me ha acabado el tabaco, algo tengo que hacer. En el suelo los añicos de la tele, los libros rasgados, miles de cristales de copas y vasos, nada falta por destrozar. ¿Salir a la noche abierta?
Sólo puedo seguir aquí, vomitar en el váter, arrojar al desagüe bilis empapada de ira. Sólo puedo revolverme en mi dolor y descubro que me alegro de sentirme tan mal, tan triste. La infelicidad me abraza, me ama como nunca me han amado y yo la deseo como nunca lo he hecho, como a la más voluptuosa de las mujeres. Río, carcajada ancestral, y entiendo.
Basta con abandonarse. Doy una patada al estéreo y, al cesar la música, oigo las sordas palpitaciones de mis vísceras, ruidosas, apremiantes. Ansío los besos acariciadores de esta única amante fiel. Las lágrimas me mojan la cara. Pienso en mi funeral y por un rato me emociono.
Una última idea me asalta y sonrío alegre. Os lego los remordimientos. Mientras camino hacia la ventana os imagino cuando me encontréis, cuando os enteréis. El pobre diablo que a nadie importaba habrá puesto vuestro mundo boca abajo. Ahí os quedáis, amigos, lo que está hecho, está hecho.
Pernod - Enrico Ruggeri, Dente (Le Canzoni ai Testimoni, 2012)
Enrico Ruggeri es un cantautor italiano, de músicas densas (rock tirando hacia el punk o el progresivo) y textos sugerentes. Hacia finales de los setenta, cuando rondaba los veinte años y era miembro del grupo milanés Decibel, compone el tema que he subido a este post. La historia que cuenta es, con algunas variaciones, la que he escrito (o, dicho de otra forma: lo que he escrito viene a ser una reinterpretación poco imaginativa del más escueto texto italiano). Un estado de ánimo y unos pensamientos morbosos propios sólo de esas edades tempranas, pienso yo. En fin, una excusa para recomendar (en mi afán divulgativo de la música italiana tan poco conocida por estos lares) que escuchen esta canción, interpretada a duo con Dente (también cantautor, pero veinte años más joven), en una versión que mejora la original.
Morboso, (en su 1ª acepción, luego estás las médicas originales referidas a la enfermedad): “Que muestra atracción por las cosas desagradables, crueles, prohibidas o que van contra la moral”. O sea, sí, la autocompasión es morbosa de esta forma y hasta perjudicial para la salud y el patrimonio, equipos de música y tele, pero ¿cuál es la alternativa para digerir un dolor como el del protagonista de la canción, una alternativa más equilibrada, digamos. Darse penita a uno mismo sin dejarse arrebatar, llevar el “duelo” con control o sin él…En fin, esta mañana estoy muy espeso. Preciosa, verdadera canción
ResponderEliminarNunca he tenido esa capacidad para autocompadecerme, cuando las circustancias me han llevado a la posibilidad de un episodio así después de cinco minutos llorando ya siento que si sigo, estoy fingiendo y haciendo un esfuerzo inútil por darme pena. Se ve que no me doy mucha pena...jajaja. No en vano jamás he necesitado de tranquilizantes o antidepresivos.
ResponderEliminarAmaranta.
'Autocompasión morbosa' a mí me parece una redundancia. Toda autocompasión me parece morbosa, incluso las más sobrias, que se limitan a quedarse calladas en un rincón con cara de pena. Algún resorte malvado de mi carácter hace que me niegue a prestar atención a los que quieren llamarla, a compadecerme de los que solicitan ser compadecidos, a considerar interesantes a los que se consideran demasiado interesantes... De modo que cuando alguien está triste de un modo que me parezca mínimamente ostentoso, tiendo a desentenderme de su pena, los sufrimientos exhibidos no me despiertan la menor simpatía y sí bastante hostilidad.
ResponderEliminarQué decir cuando el sufriente se cree autorizado, por serlo, a romper cosas, pegar gritos y poner la música muy alta, entonces ya lo único que realmente me inspira son fuertes deseos de aumentarle los sufrimientos de un modo definitivo. Si se tira por una ventana, mi verdadero sentimiento es que es lo mejor que podía hacer, aunque empezando por ahí y ahorrándose el prólogo arrasador. Si cuenta con mi desolación, lo lleva claro.
(No estoy defendiendo mi postura, ojo, no digo que esté bien. Debería ser más compasivo, como suelo serlo con los sufrientes discretos y que tratan de no molestar con su sufrimientom a nadie más. Pero es lo que me pasa, qué le voy a hacer. Lo describo solo, no lo defiendo.)
Empatía sí que tengo, pero no con el que se suicida, supongo que tendrá que ver con mi educación cristiana y la consideración que éste tiene en la religión católica.
ResponderEliminarEl protagonista probablemente no pensó lo sola que se quedaría la infelicidad cuando él faltase, de haberlo imaginado, quizás no habría saltado.
ResponderEliminarBesos (¡me ha encantado este lamento autocompasivo!)
Jaaa, Miroslav, se nota que no te gusta el Pernod, que prefieres la ginebra.
ResponderEliminarNo siento ninguna compasión por gente que ahoga sus penas en el acohol.
Buen fin de semana y ¡ARRIBA TODOS LOS PADRES!