Érase una vez un pringao y sus amigos, también pringaillos algunos, otros no tanto y uno que otro bastante vivales. Al pringao, llamémosle Manolo, le convencieron de que estaría bien hacer un fondo común todos los amigos, por lo que pudiera pasar, ya sabes, y además así podremos hacer cosas juntos. Pues nada, que a todos les pareció bien la idea y pusieron perras y hasta aprobaron unas reglas que a Manolo y a los otros pringaos les parecieron bastante enrevesadas, pero bueno, se fiaban del listo del grupo, llamémosle Otto, que tenía fama de serio y de apañárselas bien en los asuntos de dinero, o sea, que mejor no preocuparse mucho, que la vida son dos días y hay que aprovecharlos en actividades menos aburridas. Por eso todos aceptaron sin rechistar la propuesta de Otto, que un amigo suyo, un tal Fritz, se ocupara de cuidar el fondo común, aunque no fuera del grupo, pero mira, casi mejor, porque así no está agobiado por los problemas que cada uno de nosotros tenemos, explicó Otto, y además habréis de reconocer (y miró a Manolo y a los otros pringaillos como él) que no se os da demasiado bien la economía, si dejáramos el dinero en vuestras manos seguro que no duraba mucho, en cambio Fritz lleva mucho tiempo trabajando para mí y el tío es un máquina, ¿no veis lo bien que me va?
Total que acordaron que cuando alguno del grupo necesitara dinero del fondo se lo pedían a Fritz y santas pascuas y, entre tanto, Fritz movería esas perras para hacerlas crecer, que se sabía un montón de trucos y tenía una inventiva extraordinaria. Eso sí, les dijo Fritz, me tenéis que dejar trabajar tranquilo, sin intromisiones, nada de pedirme cuentas; y todos le contestaron que sí, que desde luego, encantados de la buena decisión que habían adoptado porque enseguida se vio que Fritz era un genio, casi un mago, capaz de multiplicar hasta el infinito los recursos que necesitaban Manolo y sus amiguetes para gastos. En fin, que al principio todo iba de puta madre y Fritz y sus colegas (porque tenía varios colegas, incluso uno de ellos, un tal Paco, vivía en el barrio de Manolo) curraban frenéticamente y soltaban pasta sin descanso, mientras apuntaban rigurosamente las cantidades en sus libretitas de hule negro. Los del grupo sabían que Fritz y sus colegas algo se rebañaban del pastel, pero así son las cosas y tampoco era cuestión de quebrar la promesa y meter las narices, no fuera a ser que se enfadaran. Además, como el roce hace el cariño, pues miel sobre hojuelas; vamos, que Paco, por ejemplo, se había hecho íntimo de Manolo y ya se metía por su casa sin avisar.
Así que imaginad el disgusto de Manolo cuando Paco vino a decirle que le habían ido mal los negocios y que estaba en la ruina. Y no sólo el disgusto por la desgracia de un buen amigo, sino que a ver quién le pagaba ahora los caprichos a que se había habituado. Pero la cosa era más grave, que casi todos los colegas de Fritz, hasta el propio Fritz siempre tan solvente, andaban bien jodidos. Entonces el grupo de pringaos se reunió urgentemente y se repitieron unos a otros que había que salvar a Fritz y sus colegas, porque esos chicos eran imprescindibles y, además, ya les debíamos bastante dinero que nos habían adelantado de nuestro fondo. Eso lo añadió Otto que, como siempre, era el que llevaba la voz cantante porque para algo era quien más ponía al fondo común y también el que podría pasarlo peor si el montaje se desmoronaba porque, aunque los pringaos no lo supieran, menuda cantidad de chanchullos había hecho con Fritz a cuenta del fondo común. Pues nada, que todos decidieron disciplinadamente que había que usar el fondo para sanear los negocios de Fritz y sus chicos, el único modo para que todo volviera a ser como antes.
Les dieron pues dinero, mucho dinero, tanto que de la noche a la mañana Fritz y sus chicos volvieron a tener sus negocios viento en popa, si es que realmente habían estado arruinados, porque lo cierto es que Manolo no había notado que el lujoso tren de vida de su amigo Paco hubiera cambiado un ápice desde que le confesó que estaba en la ruina. Pero lo que si notó Manolo de golpe es que ahora era él el que estaba sin blanca, vamos que no le llegaba ni para pagar las medicinas. Así que llamó a sus amigos para pedir perras del fondo común (de hecho, llamaron casi todos lo pringaos) pero Otto se puso serio y le echó una reprimenda: que el fondo estaba muy mermado y que ya estaba bien de gastárselo en caprichos, que había vivido por encima de sus posibilidades y que había llegado el momento de apretarse el cinturón (o mejor, que cambiara de cinturón porque al que tenía le faltaban agujeros). Además, añadió Otto, ya sabes que el dinero del fondo lo administra Fritz, pídele a él. Ya, dijo Manolo, pero es que no me hace ni caso, si tú lo convencieras que tienes más amistad ... Y como Otto, pese a su fama de huraño, no era tan mal tipo habló con Fritz y le dijo que a ver qué se podía hacer con Manolo y Fritz cedió y dijo que estaba dispuesto a echar una mano.
Todo un detalle, sí señor. El grupo de amigos volvió a reunirse y aprobó que Fritz prestara dinero del fondo común a Paco para que Paco, a su vez, se lo prestara a Manolo. Bueno, la verdad es que la cosa no fue tan simple ni tan rápida. Si lo fue para Paco, a quien le dieron en un santiamén las perras, casi sin condiciones ni intereses. Pero luego Paco no quiso pasárselas a Manolo así como así porque, según le dijo (y no es nada personal pero es que los negocios son los negocios), no tenía mucha confianza en que se las devolviese. Antes de prestártelas me has de asegurar que se acabaron los derroches, y empezó a tacharle cosas de la lista de la compra ahí mismo, en la mesa del comedor de la casa de Manolo, con la familia escandalizada ante el descaro del tío Paco y, sobre todo, acojonada imaginando el hambre que iban a pasar. Y Manolo callado, asintiendo en silencio, suplicando de vez en cuando (no, hombre, eso no) pero tragando sin rechistar, también lo de firmar un papel (que obligaba incluso a toda su familia y a los nietos que aún no tenía) por el que se comprometía a que, por encima de todo y antes que nada, pagaría religiosamente la deuda. Y aún así Paco no terminaba de fiarse. Te voy a dejar el dinero, le dijo al fin, qué quieres, en el fondo soy un sentimental. Pero tienes que entender que me arriesgo mucho así que tengo que cobrarte un interés alto, son las reglas. Y entonces le susurró al oído la tasa de interés y a Manolo casi le da un síncope: pero, Paco, si es más de diez veces a lo que te lo hemos dado del fondo. Bueno, si no estás de acuerdo ... Sí, sí, contestó Manolo, y firmó.
Vinieron las vacas flacas a la casa de Manolo. Aún así, pringao como era, pensaba que estaba haciendo lo correcto, que había decidido lo mejor para su familia, y que tras esta mala racha volvería la añorada bonanza. A fin de cuentas, veía a Manolo de nuevo boyante y pensaba, pringao, que la fortuna de su viejo amigo le llegaría pronto a él. También veía, es verdad, que otros del grupo estaban pasándolo fatal, pero es que, le explicaba Otto, ésos habían sido mucho más derrochadores que tú y no estan dispuestos a sacrificarse lo suficiente. En fin, que Manolo quería estar tranquilo y no angustiarse, así que cada vez pasaba menos tiempo en casa y más con Paco, que le repetía las mismas cantinelas que, aunque incomprensibles (hasta absurdas, le venía a la mente a Manolo en las raras ocasiones en que se le escapaban los pensamientos), calmaban sus ansiedades. En cambio, en su casa, todo eran caras largas y abatimiento; y últimamente, hasta algunos de sus hijos se atrevían a discutir sus decisiones, a hacerle preguntas incómodas a las que, como no sabía responder, tenía que dar la callada por respuesta o soltar un exabrupto, que estos críos llegaban a hacerle perder los nervios, a él que siempre había hecho gala de serenidad.
Lamentablemente, no sé cómo acaba este cuento, pero tengo el pálpito de que al pringao no le fueron nada bien las cosas.
Love me, I'm a liberal- Phil Ochs (Phil Ochs in Concert, 1966)
No recuerdo bien porqué, pero esta historia me suena tanto...
ResponderEliminarUn beso
Y ahora Otto y Fritz además van diciendo que uno no puede fiarse de la seriedad de Manolo y los demás pringaos...
ResponderEliminarHabrá que echarles a las respectivas madres que son de cuidado, a ver si arreglan algo.
ResponderEliminarPorque no es posible apretarse el cinturón y bajarse los pantalones al mismo tiempo.
Qué extrañas ficciones se te ocurren.
Grillo
Yo a Fritz lo llamaría Jean-Claude si es que te he entendido bien.
ResponderEliminarAlicia: Vaya, y yo que pensaba que se me había ocurrido unaficción muy original. Un beso.
ResponderEliminarLansky:Sí, en efecto, ya lo cuento en el cuento.Y te diré que Manolo ya no sabe que hacer para recuperar la confianza de Fritz y sus secuaces. Hasta les ha cantado la vieja canción de Ochs que he he subido: querédeme, les dice, que soy un (neo)liberal. Patético, sí, pero da un poquillo de pena.
Grillo:¿Extrañas? Sí eso pensaba yo, que tengo una imaginación calenturienta que pare ideas inverosímiles. Pero resulta que a Alicia le suena la historia.
C.C: Que esto es una ficción, sin ningún parecido con la realidad :) Pero sí te empeñas en cambiarle el nombre a mi Fritz, yo habría escogido Mario, si es que me he entendido bien.
Pues cuantas más cosas conozco, mejor me caen Fritz y Otto y peor Manolo y Paco:
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