De mí dirán que fui el precursor del western swing, aunque no haya usado esa expresión en mi corta vida y no es de extrañar, porque el término no se hará popular hasta dentro de unos meses, cuando el Duque y su banda saquen la que va a ser una canción de éxito y cambiará el jazz. En realidad, les diría yo si pudiera, no es más que una etiqueta para el negocio, para hacer respetable entre los blanquitos la música de los negros de los clubs del norte y, eso sí, montar grandes bandas que los entretengan en animados bailes y así se olvidan de la depresión. En el fondo, más o menos lo mismo hacíamos aquí los paletos del sur, verdad que menos pretencioso, sin tantas sofisticaciones como para poderlo llamar jazz. Al fin y al cabo, Ellington, Armstrong y los demás no son sino negratas sureños como tantos que he conocido, a los que les han puesto traje y corbata para que toquen en las Big Bands de Chicago y Nueva York; más jóvenes que yo y hasta se los han llevado de gira por Europa. Pues el western swing será la versión sureña y las Big Bands yanquis las llamarán en Texas y Oklahoma Western String Bands pero, ya digo, no me ha tocado llegar a verlo, aunque tampoco van a ser nada muy distinto de lo que hacía con mis Texas Ramblers: darle caña a los viejos temas sureños acelerando y amplificando las guitarras y violines. Eso sí, nosotros no éramos jazzmen sino que tocábamos country o música popular según otros. Alguna vez pensé en buscarme un trompetista para el grupo, pero Harmon me quitó la idea de la cabeza, ¿acaso no hacíamos lo que quería la gente? Así que digan que lo nuestro era country, aunque si a mí me pidieran una etiqueta (que maldita la falta que hacen) diría que era el blues lo que más había en nuestra música.
It don't mean a thing (if it ain't got that swing) - Duke Ellington (1932)
El blues, sí, por ejemplo mi Blues in a bottle, que vale, no lo compuse yo, pero desde mi grabación del 28 para la Okeh a ver quién me discute la autoría. Lo que hice fue, como luego dirían, crear un standard, algo así como el canon de los griegos, para que luego digan que los blanquitos no podemos interpretar el blues. Otros blanquitos, años más tarde, harán una versión que poco habrá de envidiar a la mía (habréis de esperar al 65, yo ya lo sé porque para los muertos no funciona el tiempo, todo es ahora, un poco lioso, sí, pero hasta que te acostumbras); me refiero a los Lovin' Spoonful, unos críos del Greenwich neoyorkino que no son malos pero que no sobrevivirán a los sesenta, esa década en la que tantos de los de mi generación serían reivindicados por los folkies activistas. Debería haber llegado vivo, maldito seas, William Douglas, me has robado mi derecho a la fama, a ser reverenciado por esos chiquillos que aún no han nacido, muchachas dulces de largos cabellos que me acariciarían melosas, mejor incluso que lo hacía tu mujer, capullo, que no supiste tratarla, que te despreciaba como te merecías, así te pudras en la cárcel. Es curioso que muerto y todo siga cabreado, pero me gusta, es mi carácter tejano, la herencia de los Hunt.
Blues in the bottle - The Lovin' Spoonful (Do you believe in magic? 1965)
Mi padre sí nació en Texas, en el condado de Kaufman, antes de que se fundara Terrell. Pero tampoco sus ancestros provienen del Estado de la estrella solitaria que, a fin de cuentas, se unió a la Federación apenas en tiempos de mis abuelos. En todo caso, la familia de Archibald Hunt III, mi viejo, desde las primeras épocas coloniales estaba asentada en los estados sureños, en Tennessee y las dos Carolinas, prácticamente todos. Igual que a mi madre la tildaban de india sin serlo, la fama de mi padre era su pura sangre irlandesa, de la que hasta él alardeaba, aunque para nada, que alguna vez rastreé mis orígenes y sólo encontré, muchas generaciones atrás, a un tal Carothers del condado de Donegal, quien a mediados del XVIII vino con su esposa escocesa a Tennessee. Así que vale, un poquillo de ascendencia celta me toca, pero demasiado diluida en la inglesa predominante y todas caldeadas por el ambiente sureño que, eso sí, de yanqui casi estoy seguro de no tener ni una gota. En todo caso, era un hombre de carácter mi viejo, que es lo que se dice de los tíos duros y propensos a arrebatos airados cuando se les lleva la contraria o las cosas no salen como las han previsto. Tenía que serlo, en esos tiempos y más en su ocupación, la chatarra, que no es mal negocio en una ciudad ferroviaria pero en el que abundan los aprovechados, dispuestos si te descuidas, a soplarte los márgenes. Pero mi viejo prosperó y la primera casucha de latas y madera se convirtió en otra de ladrillo y tejas, aunque los críos, los cuatro hermanos, siguiéramos prefiriendo las calles polvorientas del entorno de los almacenes.
Me viene a la memoria el viejo retrato familiar que estuvo tantos años enmarcada sobre la alacena. Fue el único que nos tomamos, ahora no recuerdo por qué motivo, sería hacia 1904, yo soy el niño más pequeño, desenfocado entre mis padres. El viejo Archie, que andaría mediada la cuarentena, una edad que no me han dejado alcanzar, con su bigotazo negro y sus ojos de alucinado, pero es que en esos tiempos nadie tenía práctica en el posado. Todos con las ropas más elegantes, las que llevábamos los domingos señalados a la primera iglesia baptista de Terrell, moda anticuada, sí, hasta ridícula me parece y, sin embargo, se me humedecen los ojos que no tengo. Sobre todo al ver a mi adorada Geneva, al evocar su espléndida belleza; en la foto tendría unos trece años y sólo cuatro años después, con diecisiete recién cumplidos, la casarían con Jack Turner, un tipo malencarado que ocasionalmente trapicheaba con mi padre y se llevaba de juerga a John Wesley, mi hermano mayor. El cabrón de mi cuñado no era precisamente el marido que había soñado mi hermana, ninguna chiquilla del sur de esos años habría querido un tipo como Jack Turner, siempre de viaje, empleándose en los más variados curros y nunca durando más de unas semanas, bebiendo más de la cuenta y, eso sí, cumpliendo sus deberes conyugales con una puntería que mejor la habría empleado para volarse la tapa de los sesos. Once hijos le hizo y a cada parto mi hermana se iba marchitando. La última vez que la vi, apenas un par de meses antes de mi muerte, cuando tocamos en Wichita Falls que era donde había acabado tras no sé cuantas mudanzas, parecía una vieja y todavía no había llegado a los cuarenta; casi ni la reconozco pues nada quedaba de esa preciosa jovencita por la que tantos en Terrell suspiraban. En breve estará por estas negruras, otra muerte prematura que hará llorar de nuevo a mi pobre madre.
Blues in a bottle - Prince Albert Hunt's Texas Ramblers (1929?)
Está muy bien, aunque a veces incurres en el tópico, como cuando haces decir a tu personaje que el Duke es un 'negrata sureño', ¡a Elligton!, nacido en Washington (la mayor ciudad con población negra, pero bien al norte) y criado en NY, y ambas cosas se le notaban...
ResponderEliminarBah, pejiguerías mías
Tienes razón, Lansky, pero es verosímil que Hunt, un sureño por gerenaciones, se equivocara con Ellington. Ciertamente Washington estuvo entre los unionistas durante la Guerra Civil, pero recuerda que Virginia, lindante, era confederada y tanto en Maryland como en la propia capital hubo varios movimientos secesionistas que Lincoln logró abortar. Por eso con tu afirmación de que Washington está bien al norte (y no me refiero desde un punto de vista geográfico), a un sureño de principios del siglo pasado quizá no estuviera muy de acuerdo.
ResponderEliminarDe otra parte, Ellington se trasladó a Nueva York con 24 años y comenzó a ser conocido en todo el país por su nombre a partir de finales de los veinte, vinculado al Cotton Club. Aunque los negros de ese club de Harlem no eran todos, ni mucho menos, sureños, bastantes de los más famosos (Bessie, Armstrong, etc) sí lo eran. También me parece verosímil que los sureños pensaran que eran ellos los que habían "inventado" la música norteamericana (incluyendo el jazz) y que ahora venían los odiados yanquis y les robaban a sus artistas, aunque fueran "negratas".
Por último, para terminar de "disculpar" el error de mi personaje, ten en cuenta que la explosión musical que acompañó la Gran Depresión (sobre todo, el jazz) le pilló en sus últimos años de vida. Al pobre le faltó perspectiva.
Pues para darme la razón casi escribes otro post enterito. Tu personaje (no tú, aclaro)no tendría más que oir...hablar' al Duke, que por algo tenía ese apelativo, para darse cuenta de que de negrata sureño nada de nada: un dandy bien norteño. Y sí Virginia linda con Illinois, como Las Barranquillas madrileñas casi con al Gran Vía
ResponderEliminarTe la doy, la razón, y añado matices, poniéndome en la cabeza de "mi" personaje (que fue real), aunque puede que no pensara para nada lo que le atribuyo.
ResponderEliminarEn todo caso, probablemente no hubiera oído hablar al Duke (murió en el 31). E incluso si lo hubiera oído hablar puede (sólo puede) que no por ello le cambiara el presunto apelativo de negrata sureño. Primero, porque negratas eran todos los negros, por muy finos que se hubieran vuelto. Segundo, porque los negros "más finos" eran los que provenían del sur, más acostumbrados a la pedante aristocracia de los caballeros sureños; claro que también había dandys (blancos) en el norte, pero menos.
En cuanto a tu último comentario que me suena algo despectivo sobre que Virginia linde con Washington (no con Illinois), a mí me parece pertinente. Permíteme que dude de que los sureños de Virginia (o de Texas, como Hunt) consideraran Washington una población "yanqui", un sitio "bien al norte" desde el punto de vista de la división sociológica Norte-Sur de los Estados Unidos. Por eso te mencionaba los titubeos de los habitantes de la capital y del estado "norteño" de Maryland al inicio de la guerra civil.
no hay nada despectivo, te lo aseguro
ResponderEliminar