En algunos de los comentarios al post de Lansky del pasado jueves como al anterior mío, se detecta el, parece que inevitable, componente emocional al discutir sobre identidades colectivas y asuntos asociados. Lo cual vendría a sugerir que en gran medida las vinculaciones personales al terruño y sus señas de identidad (siempre difusas y deformadas) están más cerca del ámbito de los sentimientos y emociones que de los pensamientos racionales. Nada que objetar, que conste, pues ambos son productos de la actividad cerebral, aunque quizá con sedes orgánicas diferentes. El problema con las emociones es que son muy difícilmente comunicables; las siente cada uno y de momento no se ha inventado la forma de transmitir ese sentimiento a otro o, al menos, con suficiente garantías de que la transmisión sea fiable (o sea, descarto los arrobos amorosos, espontáneos o inducidos, por no ser empíricamente comprobables). En cambio, las ideas son susceptibles de darse a conocer de unos a otros y, entendidas, discutirse racionalmente, siempre que se respeten unas reglas elementales de lógica formal (entre ellas, la pertinencia, a la que me referí hace no mucho). Ahora bien, estos intercambios suelen perder operatividad comunicativa cuando se tiñen de emociones. Igual ocurre con las discusiones: que se contaminan cuando, más que argumentar las opiniones que cada uno tiene (bajo el presupuesto implícito de estar dispuesto a cambiarlas si el otro le da argumentos convincentes para ello), lo que quiere es justificar a toda costa lo que siente. Entonces, cuando su poseedor encuentra que le debilitan los argumentos que se ha construido para justificarlo racionalmente, este sentimiento funciona como un muro contra el que se estrella todo esfuerzo de racionalidad discursiva. Supongo que se trata de un mecanismo de defensa del individuo, tanto más agresivo cuanto ese sentimiento cuya consistencia racional ve amenazada más importante es en lo que alguna vez he llamado la estructura ideológica personal. Me resistiré a que me convenzan de la poca racionalidad de mi opinión porque en ese caso se me desmoronaría uno de los pilares fundamentales de mi personalidad, de mi sistema de creencias, etc.
Que el nacionalismo pertenece básicamente al ámbito de las emociones lo compruebo casi todas las veces que discuto sobre temas relacionados. Pero también en las reacciones emocionales que produce, sin ir más lejos, en mí mismo. Yo no sabría explicar qué es España, si no es recurriendo a elementales definiciones jurídico-administrativas. Y conste que he leído multitud de ensayos que indagaban, en clave casi metafísica, sobre el ser de España (mira que este país ha habido gente hondamente preocupada por estas cuestiones esencialistas) que, aún interesándome, suelen dejarme la sensación desasosegante de que me están vendiendo humo, ideas etéreas que se me escapan entre los dedos. Además, esas abstracciones, cuando las sometes a confrontaciones mínimamente metódicas con la historia, siempre se tambalean. Verdad es que los más sagaces de estos autores aportan unas pinceladas que, a modo de pintura impresionista, me permiten reconocer cierto estilo de "lo español", pero es algo tan difuso que insatisface. De otra parte, a poco que uno se instruya, comprueba que también son tremendamente simplificadoras, reduccionistas y excluyentes. Si los datos no cuadran con la teoría, prescinden de los datos (muy científico, sí señor). Pese a ello, me siento español; es decir, reconozco que albergo emociones afectivas positivas (de poca intensidad, tampoco vayan a creer otra cosa) hacia algo abstracto que se llama España y que no sé qué es. Ese sentimiento mío se manifiesta en alegría ante acontecimientos que resultan favorables a entidades reales que, se supone, materializan la entidad abstracta de España, la simbolizan. Obviamente, el ejemplo más evidente son las selecciones deportivas y, sobre todo, la de fútbol (que es, en la actualidad, la quintaesencia de la españolidad). A mí me gusta el fútbol como espectáculo y, por tanto, disfruto viendo un buen partido. Por otro lado, mi innato sentido de la justicia me lleva en general a desear que un partido lo gane quien juegue mejor (y más bonito, a ser posible). Ahora bien, independientemente de cómo juegue, me alegro si la selección gana y me enfado si pierde (tampoco mucho en ninguno de los casos). El domingo, desde luego, quería que España ganara y, afortunadamente, ganó mereciéndolo (de sobra). Pero me gustaría, por aquéllo de que mis sentimientos fueran congruentes con mis razones, que prefiriera que perdiese cuando juega mal. Bien es verdad que, si no suprimirlos, he atenuado bastante mis emociones nacionalistas y, al menos, creo que limito satisfactoriamente (aunque puede que me engañe) que mi forma de razonar venga condicionado por esas "ideas-sentimiento" que tenemos encastradas en los sustratos más profundos del cerebro, bien como resultado de la genética o porque las hemos mamado cuando aún no teníamos los recursos racionales necesarios para examinarlas. Quiero decir que procuro cuestionar y discutir (conmigo mismo) mis propios pre-juicios, siempre, claro está, que me dé cuenta de ellos. Porque identificarlos (que forma parte básica del conócete a ti mismo) no es tan fácil. Digamos que, mediante esta modesta ética personal, intento que mi pensamiento no se convierta en un legitimador acrítico de mis emociones y que, por el contrario, sea una herramienta para cambiar aquellos rasgos profundos de mi personalidad (incluyendo esas "ideas-sentimiento") que, examinadas, no me gustan. Algunos éxitos voy cosechando, que combino con pactos de convivencia entre razón y emociones. O sea, que aunque contradigan mis razonamientos, tampoco pasa nada porque me alegre (comedidamente) si España gana injustamente un partido.
Lo de reconocer en mí que me siento español (y que descubro en reacciones emocionales como la descrita del fútbol) me desconcierta un tanto por lo que ya he dicho de que no sé qué es España. Desde luego, el Estado español, una entidad jurídico-administrativa, no vale como generador de emociones afectivas. La mayoría de las instituciones que los sesudos ensayistas suelen relacionar como soportes de la españolidad me dejan frío cuando no me son francamente desagradables (monarquía e iglesia, por ejemplo). Desconfío profundamente de que existan rasgos caracterológicos distintivos de la personalidad colectiva española, porque para serlo habrían de tener suficiente homogeneidad hacia el interior y heterogeneidad hacia el exterior. No obstante reconozco que yo mismo he creído identificar algunos de ellos cuya presencia es bastante abundante entre nuestros paisanos y, la verdad, ni me gustan ni me parecen dignos de ser amados. Muchos paisajes españoles (otro de los leit motivs de los nacionalismos románticos) me despiertan emociones intensas que no tendría empacho en admitirlos como base de una vinculación afectiva, pero es que los mismo me ocurre ante paisajes extranjeros. He buscado en mis lecturas de historia (que me encanta) esas pretendidas constantes del alma española que (así pensaban en el XIX) hacen que una nación tenga un proyecto de vida colectiva, un destino manifiesto, pero si uno se deja de pamplinas apriorísticas, lo que se descubre es que los acontecimientos responden a juegos de fuerza entre intereses bastante poco espirituales, diferenciados en cada nación mucho más por las circunstancias materiales o incluso por el azar que por el alma colectiva de cada pueblo. No es casual que a los nacionalistas les interese tanto explicar la historia de su nación para mostrarnos en ella ese espíritu nacional siempre subyacente, aunque para ello hayan de simplificar hasta el ridículo, suprimir y distorsionar los hechos. España, me he dicho alguna vez, de ser algo, estará en los españoles, los de hoy y los de tiempos pasados. La gran mayoría de la gente con la que me he relacionado son españoles y, la verdad, he visto de todo (pero también conozco gentes muy distintas de otros países); añadiré que me topo con más españoles que me desagradan que de los contrarios y, en términos estadísticos, tengo una pobre opinión de nosotros. Más o menos lo mismo puedo decir respecto de los personajes históricos, con el agravante de que los que más me parecen dignos de admiración suelen haber sido rechazados por la sociedad y las autoridades de su época. Así que no, tampoco encuentro en mis conciudadanos motivos para sentirme español en términos afectivos.
Queda, por supuesto, la lengua, el castellano, en mi caso. A ésta sí la considero como seña de identidad colectiva, algo real capaz de generar un sentimiento afectivo de pertenencia comunitaria. Amo mi idioma y empleo el posesivo con profunda convicción de su pertinencia. Es mío en régimen de copropiedad y, a diferencia del habitual comportamiento tan "español" de maltratar la propiedad común (lo que es de todos no es de nadie), siento hacia el mismo la responsabilidad y el deber de cuidarlo. Pero también, a la inversa, siento que yo, gran parte de lo que soy, pertenezco al castellano. El aprendizaje de la lengua (natal), durante el proceso de conformación inicial de mi personalidad, ha modelado no pocos rasgos de ésta; probablemente sería yo otro si hubiera aprendido a hablar (y a pensar) en alemán o en chino. No digo, claro, que seamos como somos sólo por el idioma, pero sí que es quizá el único factor (desde mi propia y probablemente no representativa experiencia) al que reconocer como "identidad colectiva" con capacidad de generar ese tan manoseado sentimiento de pertenencia afectiva a una comunidad. Por eso, porque lo comparto, entiendo el amor de los catalanes (o de los vascos o de los gallegos) a la lengua con la que han aprendido a hablar, a pensar, a explicarse la realidad y comunicarse con los demás, así como que defiendan su pervivencia y se resistan a lo que para Unamuno (y para mí también) es el proceso natural de todo ser vivo. Por muy bien que yo hablara otro idioma (que no es el caso) me dolería profundamente no poder expresarme en castellano y estoy seguro de que, hasta mi muerte, ésta sería la lengua de mis pensamientos más íntimos y de mis sueños. Pero este sentimiento amoroso personal es compatible con la convicción (y el deseo) racional de que sería maravilloso que todos los humanos (o la mayor cantidad posible de los habitantes de la tierra) compartiéramos un único idioma. Ante ese ideal, el precio de que el castellano (o el catalán, el vasco, el gallego y cualquier otra lengua) desaparezcan me parece baratísimo.
Hablar (y pensar) en castellano es pues para mí, creo, una seña de identidad colectiva que genera un sentimiento afectivo de pertenencia comunitaria. Sin embargo, no puede limitarse a la idea abstracta de España y, por ello no puedo de la misma derivar hacia un "nacionalismo español". Tan "unido" por el idioma común me siento hacia mis conciudadanos como hacia los hispanoamericanos, y con frecuencia encuentro más afinidades empáticas con éstos. Quizá éste sea un motivo añadido (aprovecho para dirigirme a Grillo) por el que prefiera llamar castellano a nuestra lengua, privarla de la asociación connotativa a España y, al mismo tiempo, despojándola de esas ataduras nacionalistas, alegrarme de que sea un medio para la comunicación entre tantísimas personas, salvando y debilitando las fronteras y, en cierto modo, ridiculizando los principios de esas absurdas ideologías. Por eso también, aunque entienda y comparta el amor de los catalanes, vascos y gallegos a sus respectivas lenguas natales, no me ocurre lo mismo en absoluto respecto de la instrumentación de éstas para fines políticos. Pienso (especialmente en el caso del eusquera que es el que mejor conozco) que, desde la fundación del PNV y con el largo paréntesis del franquismo, los enormes esfuerzos del nacionalismo vasco no han obedecido tanto a la voluntad de los ciudadanos de seguir expresándose en su lengua, cuanto a los intereses (no siempre honestos) de unos pocos de crear artificialmente una seña de identidad colectiva que les valiera como excusa hipócrita para diferenciarse, para alimentar el atávico instinto tribal que tan perjudicial a mí me parece. Pero sobre el idioma vasco ya volveré más extensamente en una próxima ocasión.
En fin que, aunque me haya dispersado (como siempre), la intención de este post era constatar, a partir de la confesión personal de mis propios sentimientos, la fuerte carga emocional de las ideas nacionalistas, lo que explica en gran medida su éxito y también dificulta la discusión racional sobre los presupuestos en los que descansan. Como ya se ha dicho en anteriores posts, probablemente se deba a pulsiones instintivas de nuestra especie, reforzadas por la cultura-ambiente que mamamos desde nuestra niñez (de ahí ese sustrato que reconozco de "sentirme español"; al fin y al cabo, estudié FEN en mi niñez). Sin embargo, que (casi) todos alberguemos sentimientos nacionalistas (o, al menos, los embriones de los mismos) no es óbice para que, reconociéndolos, tratemos de, si no erradicarlos, sí al menos, ir poco a poco aminorándolos. Cumplido pues mi examen de conciencia y confesión, declaro mi voluntad de propósito de enmienda.
La poesía es un arma cargada de futuro - Paco Ibañez (En el Olympia, 1969)
Este maravilloso poema de Celaya ha sido citado recientemente por Lansky, Vanbrugh y yo mismo y me ha apetecido poner su versión musicalizada, pese a que Paco Ibañez, que mucho escuchaba en mi adolescencia, ya no me gusta tanto como entonces.
Si esto fuera un manifiesto, yo, tan partidario de dar mi versión y objetar, lo subscribiría sin duda, hasta tal punto estoy de acuerdo contigo
ResponderEliminarComenzando por tus dos preámbulos sobre Las emociones y sobre las esencias, que evitan otras objeciones
Sin embargo, cuando dices (textual): “Lo de reconocer en mí que me siento español (y que descubro en reacciones emocionales como la descrita del fútbol) me desconcierta un tanto (…)”, debo objetar que, precisamente eso te hace humano, porque no hay nada más monstruoso que un individuo que se declare coherente (como las rocas) y racional absoluto. Yo he conocido alguno que se aproximaba y son monstruosos, ya digo.
También amo mi idioma, como mi casa más que como una patria, no sé. Y desconfío del rigor del concepto de carácter de los pueblos (aunque hay algo de cierto siempre en los tópicos: la soberbia alemana, la envidia española –más que el orgullo, que mola más pero yo noto menos, quizás en tiempos de los hidalgos…)
Entonces ¿dónde está el problema? A mi juicio en la honestidad intelectual, en reconocer en uno mismo, como tú haces, que los ‘razonamientos’ están teñidos o contaminados de emociones.
Tu retórico propósito de enmienda, por tanto, no tiene por qué.
Firmo abajo, amigo Miros, yo también me siento español de este modo (aunque a menudo me cabrea ser español, y esa es otra forma de serlo, precisamente)
Lo clava Lansky; tu 'honestidad intelectual'... que no conoce 'fronteras' - añado yo, y ninca mejor aplicado.
ResponderEliminarLo dices claramente al principio de esta tacada, 'las emociones son muy dfíciles de comunicar'. Sí, pero con estos posts y los comentarios se va cada uno enterando, entendiendo entre líneas y 'cpmprendiendo' las emociones, si se admite la paradoja.
También la carne es muy difícil de literaturizar, pero entre intentos, ensayos, poesías, novelas y la propia experiencia, creo que todos sabemos qué y cómo es la carne. Lo sabemos de sobra aunque desonozcamos los principios básicos de nuestra fisiología y los múltiples mecanismos que intervienen en el atractivo físico y en el acto sexual. También tragar, deglutir, es un acto muy complejo que tenemos resuelto desde bien temprano.
Lo que ya es más duro, es hacerse con esa identidad nacional, con el apego/despego al terruño y con dejar que el sentir no atropelle al pensamiento o a la costumbre tan arraigada en los adentros de modo remoto.
Es muy curioso, muy interesante, lo que dices del alma del pueblo español... ¿Y el alma rusa? ¿No se parecían tanto? ¿No le preocupó con igual interés a Unamuno y parece que se fue sin tenerlos muy claro...?
¿No recuerdas a Ciorán amando al pueblo español y a los españoles precisamente por ser tan cristianamente paganos y disparatados? En sus breviarios de podredumbre suspiraba por ser otro español desgarrado.
Oye: que te suscribo de pe a pa aunque a veces (te) tope como un Mihura. Creí notar tu alusión en el segundo o tercer párrafo.
¿Cómo era quello y de quién? : 'al toro no se le torea por bravo, sino que es bravo porque se le torea' ¿Por eso va el toro Osborne en nuestras banderas menos patrioteras? Ja, a veces lo pienso, creo que la gente blande esa rojigualda sin darse cuenta del significado oculto.
Seguiría comentando en serio, pero termino con un
¡chócala, amigote!
El apego al terruño yo lo interpreto como una metáfora de la identidad. Por cierto, ¿por qué os parece tan nefasto ese concepto? Las identidades no tienen por qué ser excluyentes, ni opresoras, ni discriminadoras. Al contrario. Yo las interpreto como un signo de gratitud. Nos guste o no, somos el resultado de nuestros antecesores, de sus actos, de su pensamiento. No veo nada malo en eso. Y como tales podemos reafirmarlas o negarlas con la perspectiva de la distancia.
ResponderEliminarSí lo vería si esa afirmación pasara por la negación del otro. La 'alteridad', tan literaria ella, sirve entre otras cosas para situarte en el mundo y, por lo tanto, para confeccionar tu identidad gracias a la alteridad. No me vale el eslogan publicitario del 'ciudadano de un lugar llamado mundo'. Es manipulador y bastante estúpido. Y sobre todo falso y vacío.
Saludos
Lansky: No se me había ocurrido que pudiera sonar a manifiesto, pero me alegra que estemos de acuerdo. También coincido en que la coherencia absoluta es inhumana, probablemente porque bloque los canales de la empatía. Esos "monstruos" a los que te refieres probablemente serían seres de una crueldad fría y autista. En cuanto al carácter de los pueblos, pues sí, es para desconfiar cuando se lleva muy lejos, pero es verdad que hay ciertas "tendencias" comunes a cada nacionalidad, los famosos "tópicos" tan socorridos en los chistes. Supongo que, por los azares y circunstancias particulares de la historia de cada comunidad (más cuanto más cerradas hayan sido), se ha favorecido más la expresión de ciertos rasgos caracterológicos frente a otros o (lo que viene a tener los mismos efectos prácticos) ha hecho que los individuos en los que predominaban hayan sido más "visibles" que los restantes. Ahora bien, esos tópicos no dejan de ser, cuando se los examina en detalle intentando corroborarlos, demasiado genéricos y superficiales (difícilmente puede de ellos extraerse nada con tantas pretensiones metafísicas como el alma colectiva) y, de otra parte, son cambiantes a lo largo de la historia (tu misma referencia al hidalgo castellano, tópica quintaesencia del español del XVI, no nos convence hoy para autodefinirnos, aunque algo quede todavía). Con esos matices, aún compartiendo contigo que la envidia abunda entre nuestros paisanos, a mí me parece más relevante (quizá esté relacionada) la "mala leche", que nos inclina hacia actitudes destructivas mucho más que constructivas.
ResponderEliminarGrillo: Como bien dices, es difícil que los "sentimientos de identidad colectiva" no avasallen el pensamiento racional. Creo (y en ello radica mi mayor motivo para que me desagraden los nacionalismos) que es porque esa adscripción personal a una serie de tópicos sin existencia real es un modo de engañarse, de eludir la primera obligación ética personal: conocernos a nosotros mismos. Abdicamos de nuestra individualidad (y consecuentemente el esfuerzo de "construirnos" como personas) a favor de unas presuntas señas de identidad que nos vienen dadas y asumimos acríticamente.
ResponderEliminarEn cuanto a Rusia, siempre se ha dicho que hay muchas similitudes entre nuestras dos almas nacionales, pero yo no he conocido casi rusos. Sí su literatura en la que, como en la nuestra, abunda esa machacona preocupación por el alma colectiva, que conduce indefectiblemente a actitudes atormentadas, con dosis de patetismo. Tu referencia a Unamuno, tan contradictorio y desmesurado (si bien me resulta muy atractivo y profundamente honesto) me parece muy pertinente; recordarás que al pobre le "dolía España".
En cuanto a Cioran, aciertas plenamente en traerlo a colación y me das la ocasión de transcribir un párrafo suyo sobre este tema: "Ciertos pueblos, como el ruso y el español, están tan obsesionados por sí mismos que se erigen en único problema: su desarrollo, en todo punto singular, les obliga a replegarse sobre su serie de anomalías, sobre el milagro o insignificancia de su suerte. ... España se inclina sobre sí misma por razones opuestas. Tuvo también comienzos fulgurantes, pero están muy lejanos. Llegada demasiado pronto, trastornó el mundo y se dejó caer: esta caída se me reveló un día. Fue en Valladolid, en la Casa de Cervantes. Una vieja de apariencia vulgar, contemplaba el retrato de Felipe III; «Un loco», le dije. Ella se volvió hacia mí: «Con él comenzó nuestra decadencia». Yo estaba en el corazón del problema. «¡Nuestra decadencia!». Así que, pensé, la decadencia es, en España, un concepto corriente, nacional, un cliché, una divisa oficial. La nación que, en el siglo XVI, ofrecía al mundo un espectáculo de magnificencia y de locura, hela ahí reducida a codificar su abotargamiento. ... Charlatanes por desesperación, improvisadores de ilusiones, viven en una especie de acritud cantante, de trágica falta de seriedad, que les salva de la vulgaridad de la felicidad y del éxito. Aunque cambiasen un día sus antiguas manías por otras más modernas, seguirían, empero, marcados por una ausencia tan larga. Incapaces de acoplarse al ritmo de la «civilización», clericoidales o anarquistas, no podrían renunciar a su inactualidad. ¿Cómo van a alcanzar a las otras naciones, cómo se van a poner al día, si han agotado lo mejor de sí mismos en rumiar sobre la muerte, en embadurnarse con ella, en convertirla en experiencia visceral? Retrocediendo sin cesar hacia lo esencial, se han perdido por exceso de profundidad. .... No es nada asombroso que, para cada uno de ellos, el país sea su problema. Leyendo a Ganivet, Unamuno u Ortega, uno advierte que, para ellos, España es una paradoja que les atañe íntimamente y que no logran reducir a una fórmula racional. Vuelven siempre sobre ella, fascinados por la atracción de lo insoluble que representa. No pudiendo resolverla por el análisis, meditan sobre Don Quijote, en el que la paradoja es todavía más insoluble, porque es símbolo. Uno no se imagina a un Valéry o a un Proust meditando sobre Francia para descubrirse a sí mismos." (La tentación de existir, 1972).
40 años después creo que esa "obsesión" diagnosticada por Cioran ya no es tan así. No obstante, algo de ese texto me parece plenamente aplicable al meollo de toda ideología nacionalista: hacer de la esencia de la nación (difusa cuando no inexistente) algo que les atañe íntimamente, obsesionarse por descubrirse a sí mismos (individuos) en la tramposa alma colectiva. Actitudes, para mí, empobrecedoras, cobardes y potencialmente muy peligrosas.
Ire: Contestarte cumplidamente me obligaría a extenderme demasiado. Aunque si empezáramos a matizar y explicarnos mutuamente cada una de tus frases es probable que cambiara mi opinión, de entrada diverjo. Que el "apego al terruño" lo interpretes como una "metáfora de la identidad" merece un extenso análisis. De entrada, habríamos de aclararnos lo que entendemos por apego, terruño, metáfora e identidad, casi nada, porque las cuatro son palabras cargadas de connotaciones.
ResponderEliminarEl apego, en general, no me parece nada productivo en lo personal; estoy a este respecto en bastante sintonía con el budismo: entorpece nuestro "crecimiento" personal, nos ata y empobrece. No estoy muy seguro de qué es el terruño. Lo entiendo como el reducido entorno de la infancia en especial cuando es un entorno rural, el pueblo en que naciste o te criaste. Mal me cuadra para un oriundo de Nueva York o Barcelona, por ejemplo. En todo caso, en absoluto asocio esa palabra con el país o la nación, ese sujeto ficticio al que se dota (artificiosamente) de una alma colectiva. Cataluña tiene muchos terruños y sólo mediante tramposas artimañas cabe decir que el "ser catalán" es una síntesis esencialista de los mismos (lo mismo para España o para cualquier "nación"). Tener "apego al terruño" es natural porque significa sentir "ternura" hacia nuestra niñez, reconocer que en ella se pusieron los cimientos de nuestra personalidad individual (de nuestra "identidad"). Pero creo que hay que parar ahí, no dejar que esos componentes que nos fueron instilados cuando carecíamos de recursos intelectuales suficientes se erijan en directrices del esfuerzo personal de construir nuestra personalidad. Ese es, para mí, el peligro del apego al terruño (y casi de cualquier apego): que nos desliza por una cómoda pendiente de pensamiento acrítico, fácilmente permeable a la absorción de las subsiguientes "ideas-sentimiento" de los nacionalismos, abonadas por su fuerte carga de emotividad.
(Sigo en un siguiente comentario)
Sobre las metáforas se ha discutido en este blog y otros amigos en abundantes ocasiones. Peligrosas también y no es casual que muy recurridas por todos los nacionalistas (aunque no sólo, claro). Una metáfora consiste en expresar algo real mediante algo figurado, lo cual viene de perlas cuando ese algo presuntamente real es tan difuso, tan abstracto como la idea de nación. ¿Y la identidad? Dice el DRAE que es "el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás". Es decir, implica diferenciarte, elegir los rasgos que te caracterizan y excluir otros (no, necesariamente, desde luego, oprimir a quienes no comparten los tuyos). Me parece también muy significativa la definición del Diccionari de la llengua catalana del Institud d'Estudis Catalans": "Propietat de l’individu humà de mantenir constantment la pròpia personalitat". No creo que sea bueno que los humanos "mantengamos constante los rasgos que definen nuestra personalidad" sino que, por el contrario, opino que debemos esforzarnos en cambiarlos a mejor. Sin embargo, la definición catalana sí es válida para las identidades colectivas que se pretenden lo más inmutables posibles (y lo más diferenciadoras posibles). Ciertamente, esos rasgos más o menos "compartidos" (aunque ya he dicho en el post que desconfío de su existencia real) por la comunidad en la que habitas se integran como parte de nuestra personalidad individual. Ahora bien, asumirlos como la parte más importante de ella o, al menos, respecto de la que no admitimos cambios (para no perder nuestra "identidad colectiva") me parece empobrecedor. Y por eso pienso que el nacionalismo tiende a degradar a los seres humanos.
ResponderEliminarY claro que somos el resultado de nuestros antecesores, más de sus actos (en especial los sexuales) que de sus pensamientos. También de acuerdo en que debemos gratitud a quienes han venido antes que nosotros, pero no apego. El simbólico "matar al padre" del psicoanálisis es, en lo que se refiere a las "herencias localistas" de lo más recomendable. Pero, como todo esto son obviedades, imagino que estaremos de acuerdo.
Sobre tu segundo párrafo tal vez vuelva en otro momento. Sólo decirte que a ti puede que no te valga "el eslogan publicitario del 'ciudadano de un lugar llamado mundo'"; a mí sí (aunque desconfíe de él en tanto eslogan). Y, desde luego, me parece bastante menos estúpido, manipulador, falso y vacío que cualquier otro análogo de las propagandas nacionalistas.
Si seguimos identificando el nacionalismo como 'el lobo feroz' nada de lo que podamos decir aquí servirá para mucho.
ResponderEliminarTú mismo te reconoces ciertamente 'nacionalista', aunque eres indulgente contigo mismo. Bien, no pasa nada, mientras tu percepción, tus sentimientos o tu 'apego' - al castellano, a lo que quieras- no quiera imponerse al de ningún otro.
Metáfora: representación general del concepto 'terruño', que tanto gustáis de utilizar. Llámale recuerdos o, mejor, background -siento el anglicismo, pero lo define muy bien.
Y fíjate que he antepuesto el concepto de 'alteridad', que viene a significar 'ponerse en el lugar del otro', cosa imprescindible para hablar de 'identidad'.
Y sí, ese 'ciudadano del mundo' es un ser acrítico, individualista y egoísta, y bastante poco interesante como persona.
Saludos
Ire: Tal vez que algunos identifiquemos el nacionalismo con el "lobo feroz" y otros con la "abuelita" (¿cómo puede percibirse una misma cosa de forma tan diferente?) se explique porque hablemos de conceptos diferentes. Al menos así me lo parece cuando te leo que el nacionalismo (o las identidades colectivas, que son la base de aquél) pueden ser lo contrario de excluyentes, opresoras y discriminadoras, cuando pienso que la historia demuestra justamente lo opuesto debido a que, en mi opinión, no podría haber sido de otro modo pues creo ese mito de sobrevaloración de las identidades colectivas e incorporarlas como un componente básico (y fuertemente motivador) de la personalidad individual lleva en sí mismo la tendencia a lo que en la realidad ha ocurrido.
ResponderEliminarPero, repito, tal vez es que hablemos de cosas distintas. Por eso te propongo que nos describas lo que para ti es el nacionalismo (no el catalán en particular, sino lo que tienen de común todos). Para mí, por si no ha quedado claro, (y creo que para la mayoría de los autores) el nacionalismo es la ideología política que sustenta la existencia del Estado-nación (o propugna su establecimiento) en base a la existencia de una "identidad colectiva" de la cual deriva la existencia de la propia nación. En segundo lugar, por su propia lógica de pervivencia, tiende a "convencer" a los individuos de la "nación" de que esa identidad colectiva es algo inmutable (o poco mutable) y que forma parte constitutiva fundamental de sus rasgos individuales, a fin de propiciar lazos de cohesión internos. Se es tanto más nacionalista cuanto más importante considera uno los rasgos colectivos como definidores de su personalidad y motivadores de sus comportamientos e ideales. El caso extremo sería el del patriotismo heroico que lleva a justificar el sacrificio personal (incluso de la vida) en aras de la defensa o pervivencia de esos rasgos constitutivos de la identidad colectiva. Me gustaría saber con cuáles de estas notas sobre lo que entiendo por nacionalismo estás de acuerdo y con cuáles no.
Yo, por cierto, no me reconozco nacionalista, sino que albergo sentimientos nacionalistas (residuos, en la medida que los tengo bastante debilitados). No podría ser de otra forma, porque los he mamado desde niño, como todos. También me descubro sentimientos machistas, egoístas, envidiosos, orgullosos, etc ... Lo malo no es que los tengamos, sino que los demos por buenos (aquí vendría la perniciosa sobrevaloración de lo "natural") o, peor todavía, que ni siquiera los identifiquemos en nosotros mismos. Si los reconocemos y no nos gustan, nuestra obligación ética, creo yo, es combatirlos para mejorar (crecer) personalmente.
En cuanto a tu opinión de que la "alteridad" es imprescindible para hablar de "identidad", deberías explicarla porque, en principio (y en la práctica) me temo que, al menos en el ámbito de las identidades colectivas, son casi antónimos. Difícilmente concibo que una persona que se ponga en el lugar del otro pueda ser nacionalista pero, claro, vuelvo a decir que puede que nuestras ideas sobre el nacionalismo sean distintas.
Por último, insisto en que no estoy para nada de acuerdo con tu caracterización despectiva del "ciudadano del mundo" (aunque no me guste el término". También es bastante probable que hablemos a este respecto de cosas diferentes.
Es evidente que no estamos hablando de lo mismo, Miro.
ResponderEliminarLa asociación Estado-nación es el nacionalismo discriminador por excelencia, el que impone unas reglas políticas, sociales y culturales en base a una 'identidad colectiva', normalmente ficticia pero real de facto, y que se sustenta en promover un sentimiento de superioridad entre sus súbditos. Hasta aquí creo que estaremos de acuerdo.
Luego están los 'nacionalismos periféricos' como os gusta llamarlos, que normalmente no tienen esa asociación con el Estado, simplemente porque no lo han sido nunca. Estos 'nacionalismos' suelen estar sustentados por diferencias culturales, reales y tangibles, y que básicamente lo que reclaman es un respeto que les ha sido negado a lo largo de los siglos. Estos nacionalismos no pretenden imponerse a ningún otro, solo exigen su respeto a la diferencia, a la 'alteridad', una diferencia palpable, evidente, cierta, no un montaje, como el nacionalismo de Estado pretende mostrar. Si no lo consiguen se radicalizan, y ahí se complica todo, porque en el fondo compartimos rasgos comunes, como la soberbia.
Y viajar mucho, vivir en diferentes países, no necesariamente implica tener una visión amplia del mundo. Cuando vives en un país extranjero lo normal es que te relaciones sobre todo con gente de tu país, o que hable tu mismo idioma, para sentirte protegido, y que te preocupes más bien poco de las características del lugar en que te encuentras. Conste que yo no lo he hecho.
Saludos
De acuerdo, Ire, pero no me constestas lo que me gustaría sabeer (Me gustaría saber con cuáles de estas notas sobre lo que entiendo por nacionalismo estás de acuerdo y con cuáles no).
ResponderEliminarY sí, viajar y vivir en otros países al propio no necesariamente implica tener una visión amplia del mundo, pero freceuntemente constribuye a ello. Yo sí he vivido fuera de España varios años y, de hecho, llevo 25 años viviendo en Canarias, a donde vine ya adulto.
Creo haberlo hecho. Desde el momento en que los 'nacionalismos periféricos' no se se fundamentan en la noción de 'Estado' no comparten sus mismos principios.
ResponderEliminarY también he vivido fuera bastante tiempo. Cuando estuve en París la primera opción fue irme vivir con compañeros españoles. No duré más de tres meses, porque el círculo de relación se reducía a otros españoles e hispanohablantes, sin casi contacto con franceses.
Saludos
Desde que el Viernes vi este post a través de Google Reader sin poder entrar ni comentar llevo queriendo encontrar un rato largo y sosegado para poder leerlo con paz, junto con sus comentarios, y para comentarlo a mi vez como merece. Aunque temo mucho que el único comentario que se me va a ocurrir es "Me adhiero", tan absolutamente de acuerdo estoy con todo lo que dice y tan brillante y exactamente expuesto he encontrado en él todo lo que yo pienso, razonado y argumentado con mucha más ponderación de la que yo soy capaz de poner en estos asuntos.
ResponderEliminarMe reconozco por entero en él. Como ya se ha dicho, los sentimientos de pertenencia y las adhesiones emocionales a identidades colectivas son innatos -ni siquiera creo que aprendidos; tengo un hijo al que jamás hemos enseñado ni transmitido el menor sentimiento 'nacional' ni 'pariótico' y que sin embargo los ha desarrollado ardientes y lozanos, y solo en los últimos meses, con la entrada en la adolescencia y el florecimiento repentino del hábito de pensar por su cuenta, que, en cambio, sí hemos tratado de inculcarle, está empezando a replanteárselos y a ponerlos en cuestión.- Como tales sentimientos naturales e innatos también los reconozco en mí, naturalmente. Como reconozco en mí muchos otros sentimientos instintivos: agresividad, por ejemplo, o egoismo, a los que no por saberlos 'naturales' dejo de considerar, en conjunto, dañinos o, al menos, necesitados de control y 'educación'.- A todos ellos, pues, los combato en mí mimo, los 'meto en vereda' y, mediante la razón y el autocontrol trato, con bastante éxito, de sustituirlos por reacciones 'aprendidas', sin duda menos naturales y menos acordes con lo que 'soy', pero más acordes con lo que quiero ser. Es un proceso bastante parecido a los que me sirvieron, por ejemplo, para aprender a hablar, a no arrebatar a los otros niños por la fuerza los juguetes con que deseaba jugar, a resolver integrales o a comer usando los cubiertos, y no arrancando mordiscos de la comida sujeta con las manos. Yo los considero en general beneficiosos y útiles, e incluyo entre ellos el a mi juicio imprescindible proceso de desprenderse del cálido útero materno de la identidad colectiva dada, -familia, tribu, nación- que nos dice cómo ya somos y nos empuja a recrearnos en ello, y desarrollar en cambio y construir la propia identidad individual, que nos dice cómo queremos ser y nos empuja a esforzarnos por ello.
Sigo:
ResponderEliminarMe parece especialmente importante, entre todas las cosas importantes que dices, la sagaz observación de que hay convicciones basadas en emociones, anteriores a ningún razonamiento lógico, y a las que el razonamiento lógico sirve de disfraz, coartada o apoyo, pero no está en su raiz. También yo tengo de esas, natualmente, y no encuentro nada malo en tenerlas: siempre que se tengan honradamente, es decir, siendo consciente de que se trata de convicciones irracionales, y no forzando ni adulterando los razonamientos para que conduzcan a ellas si descubrimos que, sin ese forzamiento o esa adulteración, lo que hacen es desmentirlas.
En cuanto a las distintas clases de nacionalismo, creo que si damos a todos el mismo nombre es porque, fundamentalmente, son todos iguales. Se diferencian en algunas cosas, sí, las correspondientes a los adjetivos con que las diferenciamos. El nacionalismo con estado se diferencia del nacionalismo sin estado, exclusivamente, en que el primero tiene estado y el segundo no -aunque no conozco ninguno de los segundos que no quiera ardientemente tenerlo, ni se esfuerce por conseguirlo.- Y los nacionalismos centrípetos se diferencian de los centrífugos en que los primeros tratan de aglutinar en torno a un centro, y los segundos de escapar de él. Son diferencias sin duda muy importantes y llenas de consecuencias en determinados ámbitos y para determinados efectos, pero a mí me resultan, para mis fines y desde mi punto de vista, perfectamente irelevantes. Porque lo que me molesta y me parece dañino del nacionalismo es que se centre en el concepto de nación, que fomente y refuerce la identidad colectiva basada en la nación. Y esto, que es lo que caracteriza a todos los nacionalismos -por eso los llamamos así- lo hacen todos, tengan o no estado y sean centrípetos o centrífugos.
En fin, he escrito mucho más de lo que pretendía para decir mucho menos de lo que quería. Lo dejo. Un abrazo a todos, así los coincidentes como los discrepantes.
Hola Vanbrugh.
ResponderEliminarLa 'identidad colectiva' que tan mal te suena suele limitarse a la lengua. No somo más altos, ni más rubios, ni más fuertes ni más guapos.
Es exactamente la misma 'identidad colectiva' básica que une a los que tienen el castellano como lengua única, aunque pueda existir la promoción de otros rasgos identitarios, mucho más discutibles, que como bien sabes, haberlos haylos.
Y la aspiración que das por sentada a crear Estados suele surgir ante la reacción de Estados intransigentes, delimitados, con sus fronteritas y sus cosas, y sus leyes. Algunos creen que si no hablas en los mismos términos la comunicación es imposible. Yo quiero creer que no y no pierdo la esperanza.
Saludos
Lo que me parece mal de las identidades colectivas, Ire, es la clase de adhesión irracional y emocional que requieren de las personas, y logran suscitar en algunas de ellas, y los medios de que se valen para afianzarse y extenderse. Que se basen en la lengua, o en ser más altos, más rubios y más guapos -las hay que se basan en esas cosas: pregúntale a algún alemán...- no me cambia nada. Evidentemente hay rasgos identitarios más desagradables y dañinos que otros. Un nacionalismo que se basara en promover y fomentar entre sus nacionales el rasgo identitario de ser más chulos y mas agresivos que nadie me resultaría más dañino que uno que se limite a fomentar la lengua vernácula y las danzas regionales. Sin duda. Pero, con todos los distingos y salvedades, todos ellos me resultan al menos un mínimo de nocivos y perjudiciales por el mero hecho de promover y fomentar rasgos identitarios, cualesquiera que sean, entre sus adeptos, y de requerir de ellos adhesiones emocionales e irracionales. Porque, al hacerlo, entiendo que todos ellos entorpecen y retrasan el necesario desarrollo de la propia identidad individual y personal de cada uno. Y porque las medidas que toman, apenas disponen de los medios para hacerlo, para fomentar esos rasgos identitarios, atentan invariablemente contra derechos individuales. Por ejemplo, el nacionalismo español que desea preservar el rasgo identitario 'lengua española', adopta para ello medidas que atentan contra el derecho de muchas personas a utilizar lenguas distintas del castellano. Y viceversa, exactamente igual.
ResponderEliminar(Cuando digo 'exactamente igual', quiero decir exactamente igual).
En cuanto a la aspiración de los nacionalismos sin estado de crear uno, no la doy por sentada; me limito a constatarla.
Mira, Cataluña no ha sido nunca mayoritariamente independentista, ni mucho menos, pero de un tiempo a esta parte las actitudes se van radicalizando, más concretamente desde el gobierno de Aznar ¿Crees que responde a una comida de coco institucional generalizada? Yo diría que no, y más teniendo en cuenta que CIU no está por esa labor ni mucho menos. La explicación es bastante sencilla. No hay que ir a buscarla en 'identidades colectivas' supuestamente ficticias.
ResponderEliminarSí, creo que responde a una comida de coco institucional generalizada, sin duda. Estoy absolutamente convencido de ello. No conozco ningún caso histórico de nacionalismo creciente que no haya sido promovido por una comida de coco institucional generalizada, unas veces a favor y otras en contra del nacionalismo, pero siempre institucional y siempre generalizada. En el caso concreto de Cataluña creo que gobierno central en un sentido y Generalitat y partidos nacionalistas en el otro, han cooperado muy eficazmente en promover el nacionalismo en lo que considero una comedura de coco institucional generalizada francamente paradigmática.
ResponderEliminarPero vamos, no estoy especialmente interesado en el caso concreto de Cataluña, que salvo por lo que juzgo una política de inmersión lingüística injusta y desafortunada, tampoco me parece especialmente grave. Hablo de nacionalismo, en general, donde se dé y en la medida que se dé.
Ok, pues así tan amigos. Eres muy libre de juzgar las cosas como te parezcan. Igual que yo.
ResponderEliminarSaludos
Vanbrugh: Ya te estaba esperando pues suponía que algo tendrías que comentar sobre el tema. También suponía que coincidirías en casi todo lo que mantengo: éste no es uno de nuestros temas de disenso.
ResponderEliminarPor matizar, y ya que traes a colación el ejemplo de tu hijo, yo estaría de acuerdo en que la necesidad (o tendencia) emocional de adherirse a un colectivo sí es innata, pero la concreción de ese "instinto" en algo es sin duda cultural y, por lo tanto, aprendida (debes tener muy en cuenta que tú y tu mujer no sois los únicos que educáis a vuestro hijo; de hecho, hace unos años, cuando todavía ejercía de padre de un adolescente, me leí un tochazo de una "reputada" psicóloga educativa estadounidense que sostenía que hasta bastante mayores el sistema de valores de los críos se construye por referencia al de sus amigos y en gran medida por oposición al de los padres; parece que la educación paterna funciona con "efectos retardados", como un poso que aflora en la conformación de los valores del chico ya adulto).
De otra parte, me alegra que hayamos adoptado un parecido patrón ético personal en cuanto a reconocer los rasgos de nuestros caracteres que no nos gustan e intentar controlarlos e incluso suprimirlos, sustituyéndolos por otros implantados desde la voluntad. Como he dicho en el post, ésa me parece la primigenia obligación ética de cada uno de nosotros (muy relacionada, por cierto, con "aprender" a ser feliz) y es, a mi juicio, una de las más nobles potencias de nuestra especie. Por eso también me parece una grave traición íntima (aunque las más de las veces sea inconsciente) la de quienes construyen argumentos para sustentar sus emociones apriorísticas. Cuando además, como es el caso del nacionalismo, esas emociones están ya en un nivel secundario (han sido elaboradas a partir de lo que te han inoculado culturalmente), me parece más triste. Pero, siendo penoso, este distinto grado de compromiso de los humanos con su propio proceso de maduración personal, es algo propio de nuestra especie que, en estos aspectos de fondo no parece haber evolucionado mucho desde Sócrates. Los que en cambio me indignan son quienes, a lo largo de la historia, han dado soporte ideológico para legitimar esos "instintos" que a ambos nos disgustan y encauzarlos hacia fines muy perjudiciales para el bien común, pero que bien convenían a sus intereses deshonestos.
Vanbrugh / Ire: Hasta ahora no había leído el comentario de Vanbrugh y el intercambio a raíz de la réplica de Ire (y he aprovechado para borrar los dos repetidos). No creo necesario insistir en que el "pecado original" de todos los nacionalismos es el sobrevalorar una pretendida "identidad colectiva", reclamando de sus "acólitos" que los rasgos de ésta son fundamentales en la definición de sus identidades personales, así como una "adhesión emocional" a la entidad abstracta que definen (siempre muy ambiguamente, por cierto) como nación; Vanbrugh ya lo ha explicado de sobra y me temo que podríamos seguir con la cháchara y esto no dejaría de ser un diálogo de sordos.
ResponderEliminarDe hecho, ayer sábado, temiéndome que la idea de nacionalismo de Ire no es la misma que la mía (o la de Vanbrugh o la de la gran mayoría de autores que sobre el asunto han escrito, y me he leído un buen número de ensayos al respecto), le pedí que me la definiera y, para tratar de identificar nuestras eventuales diferencias de concepto, le concreté las que creo como notas definitorias para que me dijera si estaba o no de acuerdo. En mi opinión (no en la suya) no contestó; aprovechó una parte no tan sustancial de mi definición (que los nacionalistas propugnan el establecimiento de un Estado) para derivar hacia la distinción entre sus dos tipos de nacionalismos. No quise insistir, que tampoco es cuestión de ponerse en plan de fiscal de película yanqui. Pero, aprovechando la aclaración de Vanbrugh al respecto, vuelvo a preguntar a Ire (y que se olvide por el momento del caso particular de Cataluña) si está de acuerdo o no con la siguiente frase de Vanbrugh, que yo suscribo al cien por cien:
"Todos (los nacionalismos) resultan al menos un mínimo de nocivos y perjudiciales por el mero hecho de promover y fomentar rasgos identitarios, cualesquiera que sean, entre sus adeptos, y de requerir de ellos adhesiones emocionales e irracionales. Porque, al hacerlo, entiendo que todos ellos entorpecen y retrasan el necesario desarrollo de la propia identidad individual y personal de cada uno".
A lo mejor, si contesta (sí, no o matizando) logro acotar en que coincido o no con ella. Porque, por cierto, es muy "typical spanish" no estar de acuerdo sin estar muy seguro de que no se está de acuerdo sobre la misma cosa. Todos somos muy libres, como dice la propia Ire en su último comentario, de juzgar una cosa como nos parezca, pero sería de agradecer que supiéramos que nuestros distintos juicios se refieren a la misma cosa.
Y añado que el amor a la lengua propia no es para mí, en sí mismo, un rasgo identitario colectivo. Pasa a serlo cuando ese amor se convierte en un sentido de adhesión a una comunidad, que se antepone a otros rasgos como uno de los definidores de cada personalidad individual.
Miro, no puedo darte más argumentos. No hay más. Los círculos concéntricos que estáis describiendo sobre el tema- sí, pero no, el castellano vale, las 'identidades colectivas' no, las naciones, ninguna, pero la mía bueno, la cultura, bueno, según cuales...- es evidente que no nos va a llevar a ningún sitio diferente del que venimos, y a mí me hace retroceder cinco siglos en el tiempo, cosa que no me apetece demasiado.
ResponderEliminarTe agradezco que me hayas dejado hablar libremente, lo digo con toda sinceridad, pero creo que hemos llegado a un punto muerto, bueno, ya lo estaba en un principio. No me gustan los proselitismo de ninguna clase ni las ideas preconcebidas e inmutables - que sí, ya, hay que ver lo inmutable que es esta Ire...- Creo que te he explicado la situación que vivo yo, y mis vecinos, y mi comarca, y.... No hay identidades colectivas que se antepongan a las individuales, sino más bien al contrario. Pero esto, como todo lo demás, si no te lo crees no te lo voy a hacer creer yo, que me canso.
Te repito que me ha gustado hablar con vosotros. Pero, como es lógico, si la cosa fuera tan fácil de solucionar intercambiando un par de opiniones seríamos tanto vosotros como yo presidentes de algún gobierno, no? jaja!
Saludos y hasta otra
Ire, pero si no quiero que me des argumentos ni tampoco convencerte de nada. Tan sólo quiero saber, con la mayor precisión posible, en lo que estamos de acuerdo y en lo que no. Por eso te pedía que me dijeras si estabas de acuerdo o no con la frase que te transcribo. Se trata de acotar el tema para estar seguros de que hablamos de lo mismo y, aclarado eso, pues ya pasaremos a ver si tenemos o no distintas opiniones. Poque lo cierto, y lo digo en serio, en que no termino de saber con certeza en qué consisten nuestors desacuerdos. Y me da la impresión de que se debe a que tú no quieres que eso quede claro.
ResponderEliminarPor cierto, no tienes que agradecerme que te deje hablar libremente; aquí todo el mundo lo hace, faltaría más. Saludos
1.- Los seres humanos somos animales sociales
ResponderEliminar2.- Los nacionalismos son formas rudimentarias y peligrosas de socializarse, porque lo hacen siempre en relación al '0tro', el ajeno, el extranjero, el maketo, el gabacho, el godo, el gaijin, el charnego, el...
3.- de 1.- se deriva la causa de la proliferación de los nacionalismos
4.- del punto 2 se sigue que comvendría superalos dado que ni son inevitables para satisafecer 1.- y que generan problemas de convivencia como mínimo intergrupales (o inter-naciones)
Los nacionalismos son la infancia peligrosa de la especie, una forma básica a superar por conceptos y nociones mejores, como al de ciudadanía, a la de 'humano' cabal.
Sí, Lansky, yo también deseo la paz en el mundo y acabar con el hambre.
ResponderEliminarSaludos
Ire:
ResponderEliminarLa ironía, como la tierra, y como todo, para el que la trabaja
No era ironía, Lansky. Una cosa es cómo nos gustaría que fuera el mundo y otra muy distinta cómo es en realidad. Por suerte o por desgracia tenemos que caber todos en él. Se trata de buscar la mejor manera para hacerlo, la que mejor convenga a todos, o en su defecto la que resulte menos perjudicial para la mayoría, que está montado así.
ResponderEliminarSaludos
que buena entrada, para que se hizo la escritura si no es para expresar un desahogo claro del alma y que el escritor es responsable de lo escrito...
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