Verano de 1993, un bar de copas en el bajo Manhattan, la música –demasiado alta–, rock potente, en su mayoría temas clásicos de los setenta. De pronto suena una canción que desconozco, un tema pegadizo en el que destaca la imponente voz femenina, rica en registros. Pregunto a una camarera: no conoce la canción pero me promete averiguarlo y, chica cumplidora, pasada casi una hora, cuando estábamos ya a punto irnos, me da el dato. Se trata de una banda de chicas (no era del todo cierto) y la canción se llama What's up? Unos días después, en Tower Records, vi el CD: era el Bigger, Better, Faster, More! de las 4 Non Blondes (Cuatro No Rubias). Me hizo gracia el nombre del grupo y la portada del álbum, así que lo eché en la cesta. Total, por uno más, cuando compramos un centenar, alucinados por lo baratos que estaban.
What's up? - 4 Non Blondes (Bigger, Better, Faster, More!, 1993)
Seguro que todos habéis escuchado más de una vez esta canción, porque la emiten frecuentemente en las emisoras comerciales. Desde su publicación (1993) alcanzó los primeros puestos en las listas de muchos países, aunque que yo recuerde en España tardó algo más en hacerse popular. A mí me sigue gustando y considero que es un tema muy correcto, pese a que la famosa web musical Spinner.com la sitúa en el puesto 19 de su lista de "las peores canciones de la historia". Se trata en todo caso de una selección más que discutible (como cualquiera) y además con excesivo sesgo yanqui. No obstante, coincido con la inclusión del Macarena de Los del Río y un tema de las Spice Girls, así como con la opinión negativa que se nota que los de Spinner tienen de los noventa. Pero no pasa de mera anécdota intrascendente. Lo que sí es verdad es que 4 Non Blondes es lo que los anglos llaman un one-hit wonder, es decir, músicos que son conocidos por un sólo éxito, en este caso la mentada What's up? Por cierto, en las listas de one-hit wonders (¿de qué no hacen listas los americanos?) este tema aparece bien valorado. Las chicas prometían, pero sólo grabaron ese álbum (en estudio, porque tienen otro en vivo) que tampoco está nada mal en su conjunto, aunque las otras diez canciones pasaron desapercibidas. En su momento, como ya he dicho, me llamó la atención el nombre que del grupo y lo atribuí a reivindicación feminista contra el modelo publicitario de mujer insustancial. La estética de las chicas, entonces veinteañeras, contribuía a tal suposición; ninguna era rubia y sus imágenes no nada edulcoradas: estética grunge con guiños punkies, abundantes abalorios, piercings y tatuajes y poses agresivas. Aunque no creo que ande muy desencaminado, he encontrado en internet una versión (apócrifa) que refiere que el apelativo se les ocurrió a raíz de un incidente en un parque de San Francisco. Mientras las chicas comían una pizza y charlaban sobre Gremlins 2, apareció una matrimonio muy wasp con un niño pequeño. Éste quiso coger algunos trocitos caídos de pizza para dar de comer a los pájaros, pero los padres se lo impidieron: no los toques, están sucios por toda la gente que hay por aquí, y echaron una significativa mirada hacia la banda. Por lo visto los tres eran “muy rubios”.
En fin, que me disperso. Todo el rollo anterior venía para contar cómo “descubrí” a este grupo de “chicas guerreras” que me gustó, no como para echar cohetes pero sí para estar atento a futuros álbumes. Sin embargo, pasaron los años y no volví a saber nada de ellas salvo en una ocasión (hará unos diez años) en que me llegó un disco homenaje a los Zeppelin (Encomium, 1995) cuya primera canción (Misty Mountain Hop) era interpretada por las 4 Non Blondes; no me extrañó que las "no-rubias" fueran convocadas a este tributo porque ya les había notado las influencias de la banda de Page entre las fuentes de su eclecticismo (por ejemplo, apostaría a que también escuchaban mucho a los Jefferson Starship). Creo que fue por entonces que me enteré de que se habían disuelto y también de que la cantante y líder era una tal Linda Perry que se mantenía en activo, si bien sin destacar en las listas comerciales (las otras, salvo una que murió de sobredosis, también seguían en la música, pero ellas sí que en un universo muy underground). Pero lo cierto es que seguí desconociendo lo que hacían estas mujeres, ignorancia en la que he perseverado hasta hace unos días en que reapareció inesperadamente, desde las brumas de mi lejano pasado, una vieja amiga.
Giulia fue mi casi novia durante el 78. Yo estaba en tercero y ella acababa de ingresar en la escuela de arquitectura. La nuestra fue una relación prácticamente platónica (algún que otro besito y poco más); estábamos muy bien juntos pero no terminaba de haber química. De hecho, cuando hacia mitad de ese curso me enrollé con su amiga Lourdes, tan distinta a ella, Giulia no se molestó un ápice y con la mayor naturalidad pasamos de presunta pareja a amigos íntimos, desembarazados de equívocas expectativas sexuales. Siempre he creído que ella ha sido una de las personas con quien más confianza he tenido; hablábamos de todo sin tapujos, hasta de lo que más secreto considerábamos. Sin embargo, Giulia no fue conmigo tan abierta como hasta hace unos días había supuesto; nunca me dijo, pequeño detalle, que era lesbiana (y no, nunca lo sospeché). Acabado su primer año, mi amiga decidió que la arquitectura no era lo suyo. Que se hubiera matriculado en la escuela cuando lo que quería era hacer Bellas Artes fue el frágil consenso al que llegó con su padre, un ingeniero civil muy acomodado en la selecta oligarquía limeña, que pensaba que debía enderezar las aficiones bohemias de su primogénita. Pero tras cumplir su promesa de que probaría lo que para el viejo era una especie de ingeniería descafeinada, consiguió de éste el precio pactado: que le pagara los estudios de Artes en Berkeley. Y así, después de las Navidades del 78, Giulia partió hacia San Francisco y no la volví a ver hasta la semana pasada. Recordaba a una chica de 18 años recién cumplidos y me he encontrado con una mujer a punto de los 52. Toda una vida.
Mi amiga, por increíble que parezca, apenas ha cambiado en estos largos treinta y cuatro años. Sigue siendo flaca y esbelta, con la tez muy blanca sin apenas arrugas y el mismo pelo castaño abundante en rizos. Ahora es una profesora universitaria de prestigio, muy asentada en los círculos académicos de la bahía de San Francisco y su apariencia, elegante y sobria, encaja a la perfección con lo que dice su tarjeta de visita. Pero por lo que me ha contado, durante sus primeras dos décadas californianas no fue tan formalita y compaginó sus estudios con una intensa inmersión en el ambiente rockero de esa fantástica ciudad, haciéndose muy amiga de cantidad de músicos. Por lo visto, el que la metió en ese mundo fue el virtuoso guitarrista Joe Satriani, con quien coincidió en Berkeley. Lo sabe todo Giulia de las bandas de los 80 y 90 que pululaban por la Bahía, y no fueron pocas ni escasas en talentos. Hasta participó en algunas grabaciones underground y diseñó más de una portada de disco. Me ha prometido enseñarme cuando vaya a visitarla unos voluminosos álbumes de fotografías propias que según ella ya tienen un alto valor histórico para documentar los movimientos culturales (o contraculturales, si se prefiere) de una época de gran efervescencia artística y social.
Pues bien, Giulia me ha traído de regalo dos CDs de Linda Perry, In Flight (1995) y After Hours (1999). No sé si la conocerás, me dijo, pero en mi opinión es muy buena. Le comenté lo poco que sabía de ella y que desde hacía tiempo me despertaba interés. Entonces me contó que fue muy amiga suya hacia finales de los noventa, que incluso vivieron una corta aventurilla romántica que, confesó, le había dejado secuelas. Me enamoré mucho y creo que los posos no han desaparecido del todo y eso que hace más de diez años que no la veo. Linda era un ciclón que te apabullaba y creaba adicción, como una droga euforizante, supongo que será por su sangre brasileña. Yo la escuchaba y me asombraba de la fuerza atractiva de los opuestos porque, al menos en lo físico, nada tiene que ver la rockera con mi amiga. Días después, sin embargo, cotilleando en internet descubro que la Perry ha tenido unas cuantas novias de aspecto muy diferente al suyo, por ejemplo Clementine Ford, la hija de Cybill Shepherd (la que se hizo famosa en la serie Luz de Luna con Bruce Willis), que como su madre tiene pinta de rubita modosita. En fin, que dudo que a Linda y sus novias le hayan dicho eso tan tonto de que hacen buena pareja, suponiendo claro está que ese juicio tan bien pensante se aplique ya a los homosexuales.
Así que resulta que en aquel verano de 1993, días después de descubrir a las 4 Non Blondes, cuando visité San Francisco, quizá hubiera podido conocer a Linda Perry si hubiese quedado con Giulia. Pero por entonces todavía no habíamos retomado contacto (eso ocurrió hacia 2008, gracias a internet) y puede que ni me acordara de que vivía en California. Como agua pasada no mueve molino, lo que he hecho estos últimos días es escuchar los discos de esta mujer que parece tan vital y me han gustado. Desde luego, la música no es muy original (se le notan muy claramente las influencias que cubren un amplio abanico de nombres famosos de los setenta, al menos en lo que yo detecto), pero me parecen composiciones muy correctas y, sobre todo, interpretaciones con mucha fuerza. Y la voz me encanta. No acierto a entender por qué no ha tenido más éxito comercial. De hecho, me entero de que casi le ha ido mejor como productora y compositora de otros artistas, entre los que hay nombres nada desdeñables (Jewel, Alicia Keys, Robbie Williams, Melissa Etheridge, James Blunt y hasta el capullo de Enrique Iglesias). Acabo ya y como muestra un botón: ahí va un tema de descarado estilo zeppeliniano (y también un cierto aire a la Joplin).
Fly away - Linda Perry (After Hours, 1999)
felicidades,
ResponderEliminarinagotable amigo!!!
Que bueno
ResponderEliminarme encanta esas fotografías, saludos.
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