Este fin de semana me releí un librito de Alianza, La habitación cerrada y otros cuentos de terror, que reúne diez relatos supuestamente de Lovecraft. Digo "supuestamente" porque el nombre del escritor de Providence encabeza la portada, si bien con el añadido, en segunda línea y letra más pequeña, de un tal August Derleth. No recuerdo que cuando lo leí por primera vez (hacia finales de los setenta según la fecha que puse en la primera página) me preguntara sobre la identidad de este segundo autor y su relevancia en la confección de los cuentos. Puede que ni me percatara o que, de hacerlo, se me antojara demasiado esfuerzo: téngase en cuenta que en aquellos años no existía internet. Ahora sí me he aclarado esa duda que a lo mejor nunca tuve, motivado por un pequeña sorpresa.
Tengo bastante mala memoria o quizá sería más atinado decir que el índice de acceso a mi disco duro no debe estar todo lo bien formateado que debiera. Así, muchos de los muchos libros que he leído se pierden en algún recoveco de mi cerebro y lo más que recuerdo de ellos, a partir de aleatorios estímulos, es que alguna vez los he leído, pero sin acertar a traer a mi pensamiento ni la más pobres síntesis de sus contenidos, lo más una vaga sensación de que me gustó o no. Si alguna vez los releo, o ojeo sus al azar sus páginas en un impulso curioso, me embarga una incómoda sensación casi de déjà vu que no es tal, claro. Eso me ocurrió este fin de semana con los relatos citados: según procesaba cada párrafo sentía que ya me era conocido, pero muy evanescentemente, tanto que ese endeble conocimiento no me permitía anticipar la continuación del argumento.
No me ocurre eso con todas mis lecturas; algunas, supongo que por que me impresionan más marcadamente, sí las mantengo en alguna pista del disco duro de la que mi cerebro consciente no extravía su ruta de acceso. Por ejemplo, mientras leía el cuento La lámpara de Alhazred, sobre las vagas evocaciones a que me he referido e imponiéndose a éstas con mucha mayor nitidez, me vino a la mente el argumento de El Aleph, el maravilloso relato de Borges que devoraría por primera vez uno o dos años antes que las historietas lovecraftianas. Para quien no lo haya leído (ya está tardando) diré que el aleph es una pequeña esfera tornasolada de apenas dos o tres centímetros de diámetro que contiene sin confundirse todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos y en todos los tiempos. Borges –porque es el propio Borges el narrador y personaje del relato– lo contempla durante un rato repantingado en la escalera del sótano de una vieja casona bonaerense en la parte inferior de uno de los peldaños. Tras la experiencia, todas las caras que veía en la calle le parecieron familiares y temió perder la capacidad de sorpresa; "felizmente, al cabo de unas noches de insomnio, me trabajó otra vez el olvido".
Pues bien, demasiadas son las similitudes entre la lámpara lovecraftiana y el aleph de Borges. Para empezar, en ambos cuentos el personaje principal, Carlos Argentino Daneri (el apellido es apócope de Dante Alighieri) y Ward Phillips (que he leído que es un trasunto del propio Lovecraft), es un escritor que pretende escribir un poema de tonos arcaicamente ampulosos y pretensiones totalizadoras. También en los dos cuentos tiene especial importancia en las tramas la casona familiar de los antepasados, en la que los protagonistas viven solos. Pero, sobre todo, coinciden en el objeto central que da título a los respectivos relatos. En el del estadounidense, una lámpara de aceite que parecía ser de oro, decorada con extrañas letras y jeroglíficos indescifrables, que al encenderse proyectaba escenas de mundos extraños, de tiempos mitológicos y paisajes ignotos cuyos nombres, sin embargo, se le revelaban al espectador asombrado. En el del argentino, un ente que más que un objeto se nos antoja alguna anomalía cósmica de energía, que, como ya he dicho, condensa en sus dimensiones finitas la representación infinita de todos los tiempos, espacios y ángulos de vista.
Muchas coincidencias, sin duda, en dos textos de muy similar extensión, demasiadas para que no sospechara de inmediato que uno de los autores había escrito partiendo del otro, haciendo su propia versión de un argumento que le había interesado en el grado que fuera. Mi primera intuición, antes de pararme a pensar o indagar nada, fue que era Borges el "plagiario" (adviértase el intencionado entrecomillado del adjetivo). Así lo asumí, imagino, porque siempre he creído que el de Providence era anterior al mi muy venerado JLB, lo cual es explicable porque mis años no se han superpuesto al primero y sí al segundo (incluso tuve ocasión de verlo y escucharlo en persona en un acto académico en Lima, yo un chaval rozando la veintena y todavía deslumbrado por mi reciente descubrimiento de su literatura). Sin embargo, Borges apenas era nueve años menor que HPL y sus respectivas entradas en los ruedos literarios son casi contemporáneas; lo que pasa es que el norteamericano murió con solo 46 años y el argentino con cuarenta más.
Hay otro argumento de más peso que me hizo presumir la posterioridad del relato borgiano: que es muchísimo mejor. Es como si Borges se hubiera apropiado de las ideas pergeñadas por Lovecraft para elaborar con ellas un relato perfecto, del que suprime con su inigualable maestría los estorbos adiposos originales. Además, releyendo enseguida El Aleph a la luz del cuentito lovecraftiano, me percaté admirado de la genial ironía metaliteraria con la que JLB lleva a cabo esa labor de re-creación. El facilón recurso, rayano en la cursilería, de la lámpara árabe de obvias reminiscencias mistéricas, se depura radicalmente hasta quedar en ese ente esencial, desprovisto de todo atributo material que siempre será superfluo ante la maravilla de su contenido. El pretencioso estilo poético de Ward Phillips se magnifica hasta el disparate en Carlos Argentino Daneri, con la consiguiente mutación de una crítica casi complaciente a una implacable e inteligentemente irónica burla que deja en ridículo a los mediocres escritores de la Argentina de aquellos años (no dejar de leer la postdata); además, no se priva Borges de regalarnos una de esas exhibiciones eruditas tan marca de la casa, aludiendo a la "epopeya topográfica" del Polyolbion de Michael Drayton. También, por último, he creído adivinar un elegante desprecio de Borges hacia la metáfora de la lámpara de Alhazred. Ésta, que ofrece escenas de otros mundos y de otros tiempos, queda como pobre cosa ante la infinitud del Aleph, insinuando, creo yo, la limitación del escritor de mundos mitológicos (Lovecraft encarnado en su personaje). Pero además me pareció relevante que mientras Ward Phillis crea su obra casi al dictado de las escenas que le ofrece la lámpara, Borges, vivido el breve lapso de la contemplación del Aleph, experimentada la maravilla, sale al mundo y se alegra de que le trabaje otra vez el olvido (me encanta esa locución), sin querer adeudar nada a inspiraciones esotéricas.
Ahora bien, tras releer El Aleph, quise hacer algunas mínimas comprobaciones. De entrada, el propio Borges dice en el Epílogo al libro de 1949 que "en El Zahil y El Aleph creo notar algún influjo del cuento The Cristal Egg" (1899) de Wells". Curiosamente (otra de las coincidencias que siempre me sorprenden) ese relato se incluye en el libro Los ojos de Davidson (editorial Atalanta, 2009) que compré con otros más en Madrid hace tres semanas y que esperan su turno en la mesilla de noche. Wells, es más que sabido, era uno de los predilectos de Borges ("Lamento haber descubierto a Wells a principios de nuestro siglo: Querría poder descubrirlo ahora para sentir aquella deslumbrada y, a la vez, terrible felicidad") y, en cambio, no apreciaba los relatos de Lovecraft (en el epílogo al Libro de Arena, de 1975, escribió: "El destino que, según es fama, es inescrutable, no me dejó en paz hasta que perpetré un cuento póstumo de Lovecraft, escritor que siempre he juzgado un parodista involuntario de Poe"). Así que, en principio, no hay por qué desconfiar de la honestidad del argentino, tanto en 1949 callando una aparente relación con La Lámpara de Alhazred porque no había tal, como en 1975 asegurando que el cuento There Are More Things es su primer internamiento en el ámbito lovecraftiano (al menos consciente). Por cierto, otear los vínculos y divergencias de este relato de senectud daría para otro post con el mismo título que el presente, pero ya otra persona se ha ocupado de ello (consúltese aquí).
Pero para quien desconfíe de las palabras de un hacedor de ficciones (tan aficionados a ficcionarse a sí mismos y sus circunstancias), la prosaica realidad de los hechos zanjó mis elucubraciones. Más atento o curioso este fin de semana que en mi primera lectura, descubro que los relatos de La Habitación Cerrada se publicaron en 1974 bajo el título de The Watchers Out of Time and Others. Parece que, pese a la atribución de la autoría a Lovecraft, estas historias están escritas prácticamente en su totalidad por August Derleth. Los expertos en el autor de Providence, en cuanto a La Lámpara de Alhazred, tan sólo han encontrado una breve referencia en una carta de Lovecraft a Derleth fechada en 1937. Es decir, el cuento ni es de Lovecraft ni Borges podía conocerlo cuando escribió El Aleph. En tal caso, ¿fue Derleth quien se inspiró en Borges para escribir su relato al estilo lovecraftiano? Si así fue (y tantas coincidencias incitan a sospecharlo) mejor habría hecho no destapando la pluma. Porque si El Aleph no existiera, La Lámpara de Alhazred podría leerse como un cuento menor al estilo de Lovecraft, pasable sin estridencias como tantos otros del género. Pero después de El Aleph es casi un pecado mortal.
Lo mejor del librito que mencionas es la extraordinaria portada del diseñador Daniel Gil, uno de los dos genios junto a Diego Lara, del libro de bolsillo español
ResponderEliminarPoco, nada que comentar; excepto congratularme por ser 'fan' de tu blog y de tus posts.
ResponderEliminarCreo que todos hemos leído y saboredao a los autores que mencionas pero muy pocos - yo no, desde luego - están capacitados para esas comparativas tan sutiles y esos hallazgos de verdadero buceador de textos.
Me gustó tanto el Aleph que si me pidiesen opinión no sabría expresarla con más acierto de lo que dijera un pez si le preguntasen qué es el agua...
Esperando al Niño Jesus y más tarde una cena que seguramente será pantagruélica, quiero desearte Felices Fiestas y Prospero Año Nuevo con mucho trabajo (mira hasta donde hemos llegado), nada de cosas raras tipo hospitalisación o similares, amor con cariño, y esas entradas tan insolitas, desoncertantes, asombrosas, con temas tan diversos y lo que supone de investigación y memoria, sin hablar de tu estilo tan claro que hace que siempre es un placer leerte. Recibe un abrazo de tu fiel lectora, C.C.
ResponderEliminarGracias por tus artículos son muy buenos y se me pasa el tiempo super rápido cuando los leo.
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