Para el cristianismo, esta vida tan breve que nos ha tocado experimentar es una mera antesala de otra que es eterna. Cuando morimos no acaba todo sino que en realidad empieza, aceptando las imprecisiones de usar estos verbos temporales improcedentes para hablar de eternidad, que lleva implícita la ausencia de tiempo, mas ¿cómo puede entender nuestro pensamiento, cuya esencia son procesos neuronales en el tiempo, esa ausencia? Pero lo importante es que no dejaremos de existir y que esa eternidad, siempre que hayamos sido "purificados" será plena de dicha, la Gloria.
Hablamos del Cielo, cuya existencia es consustancial al cristianismo, tanto que, que yo sepa, nunca ha hecho falta declararla expresamente como dogma. Lo que sí ha sido objeto de debate (esas discusiones que ahora nos parecen bizantinas y que, sin embargo, fueron motivo de encendidas riñas de consecuencias no pocas veces dramáticas) es en qué consiste la vida eterna celestial. Sin embargo, estuvo claro desde los primeros Padres (Agustín y compañía) que en el Cielo veremos a Dios "tal cual es" y estaremos en comunión bienaventurada con Él. En principio no habrá nada más que hacer, lo que desde nuestra cutre óptica terrenal, quizá se nos antoje aburrido, pero creámoslo sin intentar entenderlo porque, al fin y al cabo, es un misterio. Puede servirnos de pista recordar que, al no haber tiempo, conjugar el verbo hacer carece de sentido (como aburrirse, claro). Digo yo que será un estado suspendido de visión beatífica, de unión con el todo (de ahí lo de comunión), sintiendo una paz, serenidad y felicidad absolutas, plenas.
En todo caso, a la jerarquía católica nunca le ha gustado demasiado meterse en elucubraciones sobre el Cielo. Pese a ello, no pocos cristianos a lo largo de la historia han experimentado la intuición anticipatoria de lo que es esa futura vida en comunión con Dios. Me refiero, claro está, a los místicos, esas personas que reciben la gracia del extásis y durante breves ratos acceden a esa comunión con la divinidad, que con frecuencia les viene cobrada con los desagradables estigmas. De las descripciones que hacen de sus experiencias místicas cabe generalizar que se caracterizan por una extraordinaria intensificación de la percepción visual, rapto de la voluntad y el interés por las cosas cotidianas y desapego de la materialidad (salir del cuerpo) con una sensación de fundirse en un todo unitario de infinita belleza y benevolencia que, obviamente, es Dios. Durante el éxtasis el místico "comprende", se le hace evidente la esencia de todo, sin necesidad de pensar (los innumerables interrogantes se desvanecen), trascendiendo de las limitaciones del saber mundano. Luego, cuando "vuelven", no son capaces de explicarlo pero la experiencia les vale, caso de San Juan de la Cruz y Santa Teresa, para componer poemas de bellas paradojas contradictorias.
La Iglesia explica las experiencias místicas como dones gratuitos que Dios concede sólo a algunos que perseveran en el camino de santidad, que es lo que para todos los cristianos ha de significar la vida aquí. En esta tierra hemos de esforzarnos en progresar hacia la plenitud cristiana y la perfección de la caridad y en ese recorrido algunos son recompensados con un anticipo de lo que a todos nos tocará en la Gloria (catecismo de la Iglesia Católica, 2013 y 2014). Lamentablemente, en los últimos siglos Dios se ha mostrado bastante tacaño en la concesión de esta gracia del misticismo, sobre todo si tomamos como referencia el fecundo periodo que transcurre entre los siglos XIV y XVI. Así pues, lo cierto es que, ateniéndonos a la dogmática católica, resulta que las fuentes con que contamos para imaginarnos cómo será la Vida Eterna (la del Cielo, por supuesto, que en la del Infierno mejor ni pensar) están algo anacrónicas. Sin embargo, dada la atemporalidad de la eternidad, este anacronismo es completamente irrelevante (si acaso, habría que actualizar el lenguaje descriptivo, pero no el fondo).
Seguro que a cualquiera que haya probado el LSD las experiencias de los místicos católicos les parecerán familiares, sobre todo en esa sensación de asombrosa percepción y fusión íntima con el Todo, mientras se está embargado por una felicidad infinita y serena. No en vano la dietilamida de ácido lisérgico se considera un enteógeno, término acuñado por el helenista Carl A.P. Ruck en el famoso El Camino a Eleusis y que viene a significar que hace nacer a Dios dentro. Naturalmente, el LSD no es la única sustancia enteógena (aunque sí de las más potentes) ya que éstas han convivido con la humanidad desde tiempos muy remotos, siempre empleadas en ceremonias sagradas en las que los participantes, normalmente guiados por un sacerdote, hierofante o chamán, alteraban su estado de conciencia para vivir unas experiencias de naturaleza religiosa muy similares a las descritos por los místicos (si bien obviamente desprovistas de las referencias cristianas con las que éstos las adjetivan), en las cuales conocían a Dios.
Una de las primeras y más precisas descripciones con voluntad científica de los efectos de los enteógenos nos la proporciona Aldous Huxley en su emblemático Las Puertas de la Percepción (1954), cuando refiere su primera experiencia con mescalina (el alcaloide principal del peyote) en una luminosa mañana de mayo. El escritor no siente ningún menoscabo en su capacidad intelectual (ni en pensar ni en recordar), pero los parámetros dimensionales de la realidad, espacio y tiempo, dejan de ser relevantes. Se entra en otro plano de la realidad en la que predomina la visión, con una percepción intensificada, de formas y colores (el ojo recobra esa inocencia perceptiva de la infancia) y, al mismo siente, se impone un sentimiento "sacramental" de inmersión en la realidad. Durante la vivencia se produce un cambio radical en la volición: pierden todo interés las causas que habitualmente nos motivan por la sencilla razón de que uno tiene mejores cosas en que pensar. Esas "cosas mejores" se experimentan en una fusión de exterior e interior, en armonía unitaria. Huxley se refiere al término Istigkeit acuñado por el padre de la mística alemana, el maestro Eckhart, y que el inglés interpreta como la Totalidad integradora, una visión de Dios muy cercana al budismo y que puso al dominico alemán bajo sospecha de grave herejía.
No voy a sostener que los místicos católicos ingerían alguna sustancia psicoactiva; al fin y al cabo, ciertos "desórdenes" psiquiátricos parecen estar causados por procesos bioquímicos cerebrales que implican moléculas de estructura muy similar a las de este tipo de alucinógenos. Pero de lo que estoy bastante convencido es de que esas experiencias anticipatorias de la Gloria católica pueden ser vividas mediante la ingestión de un enteógeno o, lo que es lo mismo y aunque suene herético, que la mejor explicación contemporánea (y perfectamente compatible con la de la Tradición católica) de cómo será la existencia en el Cielo sería decir que equivalente a un eterno viaje de tripi. Para acceder a la experiencia celestial, por tanto, no hace falta morirse ni esperar a que Dios nos conceda la gracia de un éxtasis místico. Ciertamente, estos "atajos" no le gustan nada a la Iglesia, mucho menos incluso que las iluminaciones místicas.
A otros en cambio, en especial durante los cincuenta, sí les pareció que estas sustancias eran un maravilloso don (de Dios o de la naturaleza) que contribuía poderosamente a desarrollar lo mejor del ser humano, un medio en el camino personal de autoconocimiento y felicidad, con muy beneficiosos efectos para la propia transformación interior. Incluso hubo algún extravagante personaje de esa época, un tal Alfred Matthew Hubbard (a cuya biografía, muy escasamente registrada, conviene acercarse) que, convertido en apóstol del recién descubierto LSD, recorrió Estados Unidos y Europa suministrándolo a todo quien quisiera (era un tipo tan extraordinario que hasta consiguió un permiso del Vaticano para administrarlo a sacerdotes católicos). Su propósito más preciado era conseguir que los gobernantes del mundo experimentaran los viajes lisérgicos y sintieran "el Amor como hecho cósmico fundamental y primordial" (son palabras de Huxley describiendo su primera dosis de LSD) ya que, entonces, habrían de cambiar desde arriba el sistema para propiciar la paz y felicidad humanas. Naturalmente, a pesar de que consiguió que algún alto capitoste tomara tripis, fracasó estrepitosamente.
Por el contrario, el ácido y casi todas las restantes sustancias enteógenes fueron muy poco después prohibidos (en varias disposiciones a lo largo de los sesenta), lo cual no impidió que su consumo alcanzara un notable auge durante esa década en el movimiento contracultural; de hecho, los enteógenos son un elemento indispensable para entender esos años y a muchos de los personajes que rondaban por entonces la veintena. Hay quienes piensan que la benevolente mística del LSD fue aniquilada conscientemente con la introducción de la heroína desde los mecanismos del poder. Sin meterme en "teorías conspiratorias", lo que sí parece bastante congruente es que al sistema no le tenía que hacer mucha gracia que los súbditos accedieran a un grado de lucidez que pusiera en cuestión los mecanismos psicológicos que los mantienen sumisos (a tales efectos, los opiáceos, en cambio, resultan mucho más adecuados). Salvando las distancias, parecidos motivos a los que explican que a la Iglesia no le guste demasiado que conozcamos el Cielo en esta vida mortal.
Heaven is in your mind - Traffic (Mr. Fantasy, 1967)
1.- Cuando pienso en el cielo católico, en una eternidad sin tiempo, me imagino un lugar en el que consecuentemente tampoco existe el movimiento, es decir que todos los que allí estuvieran estarían eternamente quietos.
ResponderEliminar2.- ¿De verdad el Vaticano autorizó el uso de LSD a sacerdotes católicos? Es la primera noticia que tengo. Seguro que se hicieron una idea anticipada del cielo.
3.- Leí, pero no recuerdo donde, que los éxtasis de los místicos clásicos, los de los siglos que citas, se debían a un elemento que tiene el trigo integral, con el que se hacía el pan entonces, y que tampoco recuerdo. En determinadas circunstancia, el pan fermentaba y el elemento entraba en acción. Este elemento, al parecer, producía alucinaciones parecidas a las del LSD. Lógicamente, tales alucinaciones no las tenían sólo los místicos, pero estos, con su formación, eran los únicos con capacidad para trascenderlas y darles y significado sagrado. El común de la gente pasaría por loco
Molón Suave:
ResponderEliminar1. Es difícil, si no imposible, para nuestro cerebro concebir la eternidad, la ausencia de tiempo.
2. Pues eso parece. De hecho, el tal Hubbard se lo pasó a más de uno. Por ejemplo, al reverendo Brown, de la catedral del Sagrado Rosario de Vancouver, quien quedó tan entusiasmado que en una carta de 8 de diciembre de 1957, lo recomendó fervientemente a sus fieles.
3. Más que el trigo (aunque también), el centeno, del cual también se hacía pan. Este cereal principalmente es parasitado por un hongo llamado cornezuelo que contiene alcaloides como la ergolina. Comer centeno contaminado podía originar una enfermedad bastante devastadora (más lesiva que la propia lepra, pues las extremidades van consumiéndose hasta desprenderse, lisiando y matando a los enfermos) que hoy se llama ergotismo y en la Edad Media fuego de San Antón.
En todo caso, trabajando sobre la ergolina, Albert Hofmann sintetizó el LSD. Comprobados sus potentes efectos enteogénicos, el propio Hofmann, con dos más, en el libro que cito (El camino hacia Eleusis) propuso que los famosos misterios de esa localidad de la antigua Grecia se basaban en el consumo ritual de una bebida "aliñada" con ergolina. Y, sin duda, consumiendo cereal parasitado con cornezuelo en dosis no nocivas tuvo que haber más de uno que se colocara místicamente. De lo cual no debe deducirse que las experiencias místicas sólo sean posibles mediante ayuda de drogas.
'Estarse quieto' no significa nada cuando no hay tiempo (uno se mueve durante el tiempo) ni, sobre todo, espacio. ¿Cómo vas a cambiar de sitio -eso es moverse- si no estás en ninguno, porque no hay sitios?
ResponderEliminarComo bien dice Miroslav, no no es posible imaginar siquiera cómo se existe en la eternidad, sin espacio ni tiempo. Personalmente creo que puede ser cualquier cosa menos aburrido, pero no pasa de ser una opinión, como comprenderéis, no demasiado fundada.
También creo, más o menos con el mismo fundamento, que un tripi de alucinógeno debe de tener tanto parecido con el 'Cielo' católico, en el que personalmente espero, como mirar un paisaje de los Alpes con estar realmente en el lugar pintado, y eso en el mejor de los casos; a lo peor es más bien como mirar un cuadro de Miró.
Me parece que os conformaríais con muy poco Cielo, no me extraña que os hayáis borrado...
Mala tu comparación, Vanbrugh, porque "ver" un paisaje pintado sólo involucra (y bastante parcialmente) uno de los sentidos, mientras que estando en el lugar la "vivencia" la experimentas con la participación de todos los sentidos. De hecho, un viaje de LSD supone una alteración de conciencia y una vivencia muy profunda, tanto o más que las que experimentaban los místicos. Si, como establece la propia Iglesia, los que tales personas sintieron fue un "anticipo" del Cielo (gracias a un don de Dios), también un tripi puede concederlo. En cuanto a lo de conformarse con poco, creo que para afirmar eso hay que hacerlo desde la experiencia. En todo caso, el Cielo es eterno y los efectos de los tripis (aunque largos) no –como tampoco las experiencias místicas–.
ResponderEliminarY, por cierto, ¿quién te ha dicho que me haya borrado? El que sea muy muy escéptico sobre su existencia no creo que implique que, de existir, me será vedado el acceso. Al fin y al cabo, la fe es una gracia divina y no me parecería justo que Dios me castigara por no concedérmela en la dosis adecuada.
ResponderEliminarLa substancia psicoactiva -esta muy demostrado- la ingerían con el pan hecho con un trigo muy contaminado de hongos parásitos como el mildio y otros; en realidad, en el Medievo media población andaba colocada...
ResponderEliminaruena mi comparación. Lo que estaba comparando eran las distancias -"debe de tener tanto parecido..."-, la que hay entre el cielo y un tripi con la que hay entre un lugar real y su pintura. Obviamente para que esta comparación funcione no es necesario ni que el cielo se parzca a los Alpes ni que un tripi se parezca a un cuadro. Si yo dijera que Madrid dista de Guadalajara lo mismo que San Sebastián de Bilbao sería una tontería que me contestaras que mi comparación es mala porque en Bilbao hay ría y no se fabrican bizcochos borrachos; bien, pues tu respuesta a esta otra comparación mía ha sido bastante similar.
ResponderEliminar¿Y quién ha dicho que vaya a estarte vedado el acceso ni que Dios vaya a castigarte? Lo que he dicho es que 'os habéis borrado', forma algo castiza de decir que voluntariamente habéis dejado de formar parte de un colectivo, el de los creyentes en el Cielo, en esete caso. Cosa que no solo no me niegas, sino que me corroboras: 'El que sea muy escéptico sobre su existencia...' Si alguna vez creíste y ahora ya no crees, a eso llamo yo haberse borrado. Nada he dicho sobre cuáles sean las consecuencias.
Vale, Vanbrugh, aférrate a la pertinencia de tu comparación que, pese a lo que ahora dices, sigue sin parecerme afortunada. Por llevarte a un terreno más preciso, ¿dirías igualmente que una experiencia mística de Santa Teresa debe de tener tanto parecido con el 'Cielo' católico como mirar un paisaje de los Alpes con estar realmente en el lugar pintado, y eso en el mejor de los casos; a lo peor es más bien como mirar un cuadro de Miró?
ResponderEliminarNo me aferro a nada. Explico por qué creo pertinente una comparación que a ti no te lo parece, y rebato tus argumentos contra ella porque los encuentro muy fáciles de rebatir.
ResponderEliminarDentro de lo poco que sé de las experiencias místicas de Santa Teresa -menos aún que de los viajes de LSD- creo, sí, que también a ellas les es aplicable mi comparación.
Vale, veo que no puedo entrar (me ignoráis) en vuestra disputa -retórica más que nada- entre vanbrugh y miroslav, pero si deseáis información en relación a mi breve comentario anterior, es decir, si queréis informaros sobre lo que realmente estáis discutiendo aquí va el libro fundamnetal:
ResponderEliminarEl Pan Salvaje
Autor: piero camporesi
Lo que realmente estamos discutiendo, querido Lansky -y nadie mejor que nosotros para saberlo- es si el Cielo se parece o no a un tripi, y cuánto; y eres más bien tú quien nos ignora en esa disputa. Muy legítimamente, por cierto, si es cuestión que no te importa, como imagino. Es más o menos lo que me pasa a mí con cuál sea la sustancia exacta con la que nuestros antepasados se procuraban esos mediocres sucedáneos de paraíso de que habla Miros, y por eso no entro en la cuestión.
ResponderEliminarYa conté en un post burlón lo que le sucedía a Santa Teresa: que se arrobaba porque iba a tope del LSD contenido en los viejos mendrugos de pan de centeno fermentados por el cornzuelo. Algo mencionaba también de su confesor y místico san Juan de la Cruz - con quien se lo hacía en ocasiones, bajo los efectos de la droga o por las buenas, por el gustazo.
ResponderEliminarCuando se habla del cielo, de la eternidad, del tiempo, del gozo, del aburrimiento allí, etc. etc. hecho mano de lo que pudiera haber sido mi existencia ANTERIOR (pues dicen que somos eternos...) y no tengo ninguna sensación, nada que me suene a bueno ni malo ni complicado. Supongo que eso es el no ser, la nada; y me parece estupendo, fácil y muy lógico.
Cómo te gusta presumir de viejo, Grillo. Pero esta vez te has pasado. No me irás a decir que estabas tú allí, para saber con esa seguridad si Teresa y Juan se lo hacían o no...
ResponderEliminarHe estado pensándolo, Miroslav, y tras hacerlo he cambiado de opinión sobre la cuestión que me planteabas esta mañana. Ahora mi respuesta es: no, no diría que una experiencia mística de Santa Teresa se parece tan poco al Cielo como la contemplación de un paisaje pintado a la presencia en el paisaje real. No sé cuánto de parecidos serán los trances místicos a la bienaventuranza eterna, pero creo que se le parecerán mucho más, en cualquier caso, que lo que pueda parecérseles un viaje de alucinógeno. A pesar del autorizado testimonio de Grillo, que parece saberlo de buena tinta, no creo que los trances de Santa Teresa estuvieran inducidos por la ingestión de ninguna sustancia. Creo que se trataban, tanto los suyos como los de otros místicos, y no solo cristianos, de verdaderas 'uniones', ignoro de qué tipo o bajo que forma, con Dios, al que yo entiendo como un ser personal que participa libremente de estos encuentros y sin cuya voluntad no pueden tener lugar; y no como una instancia cósmica a la que se accede mediante determinados mecanismos objetivos, con igual resultado para cualquiera que acierte a ponerlos en marcha, como quien enciende la luz apretando un botón. Desde fuera, sin duda, y para quien no lo vive, el trance místico puede parecerse a un tripi, o a un orgasmo. Creo, sin embargo, que se trata de otra cosa por completo diferente e incomparablemente superior.
ResponderEliminarUn viaje ácido es algo impresionante, Vanbrugh. Sin perder en ningún momento la capacidad consciente, sientes una absoluta fusión con Todo, ni siquiera vale decir que te sientes parte armónica del todo, sino que te identificas con todo, disolviéndose tu ego. Al mismo tiempo, la percepción se multiplica e intensifica lo indecible, como si cada sentido, además de aumentar su capacidad específica, estuviera dotado de otras posibilidades que desconocías (aunque, sobre todo, es en el ámbito de lo visual). Las principales sensaciones (o sentimientos, si prefieres) que te embargan son de felicidad y amor. Sientes muchísimo amor, casi como algo físico (aunque está mal elegido el adjetivo) y, a la vez, alegría porque todo está bien, comprendes todo como evidente; en realidad, esa comprensión no es específica (porque los asuntos concretos se vuelven irrelevantes) sino global, omnicomprensiva.
ResponderEliminarEn contra de lo que dices, no hay iguales resultados para cualquiera. El contenido concreto de la experiencia depende de uno mismo, sus sentimientos y expectativas de partida, su carácter, etc. Incluso hay malos viajes que pueden hacerte transitar por sendas de terror y angustia, pero, salvo que la sustancia esté alterada (lo que no es infrecuente gracias a la ilegalización), son muy pocos. En todo caso, en las "buenas personas" y más si están adecuadamente preparadas para la ingestión, la experiencia es perfectamente asimilable a un éxtasis de naturaleza religiosa; de hecho, históricamente estas sustancias han estado reservadas a los cultos sagrados y por algo se les ha dado en llamar (modernamente) enteógenas. Naturalmente, que esa experiencia religiosa se acote en el marco de una determinada creencia (la cristiana en el caso de nuestros místicos) puede explicarse perfectamente por la fe previa de quienes la viven.
Algo he leído sobre los arrobos místicos cristianos y no sólo yo, sino gente mucho más sabia, opina que son análogos a los inducidos por sustancias de este tipo. No aseguraré, como Grillo, que se colocaban con panes infestados de cornezuelo (aunque todo puede ser) porque tampoco es necesario. El propio cerebro puede provocarse esos estados alterados de conciencia, máxime si, como Teresa, eres una persona de fuerte "emocionalidad". También, claro está, puede uno creer, como enseña la Iglesia, que el "rapto mental" lo produce Dios; al fin y al cabo, una minucia para su voluntad omnipotente. Lo que ya no me parece tan defendible es negar que ese mismo estado pueda alcanzarse mediante LSD, salvo desde que uno se empeñe en que los efectos de algo que hace Dios tienen que ser, porque sí, "incomparablemente superiores". No veo por qué, incluso desde el planteamiento de un creyente: al fin y al cabo, los alcaloides que afectan de tan espectacular manera a nuestros cerebros están en la Naturaleza, ésa que Dios nos ha dado para que la usemos; y qué mejor uso que nos permita atisbar su gloria.
Lo cierto, y acabo, es que ambas experiencias comparables sí son y de hecho se han comparado hasta la saciedad. Y sin necesidad de poner en duda la intensidad de las de los místicos, sí me atrevo a asegurar –y conmigo gente de grandísima madurez y benevolencia– que el ácido lisérgico (y otras sustancias) te abre unas vías de percepción que en nada desmerecen en intensidad (yo diría que al contrario) a aquéllas. Pero es muy difícil hablar de estos asuntos ...
Lansky, como ya te ha dicho Vanbrugh más arriba, tu comentario primero poco tenía que ver con el asunto que tratábamos él y yo. Él no te contestó, como dice, porque no le interesan las contaminaciones del cereal en el medioevo. A mí, en cambio, sí y si no lo hago hasta ahora es por la simple razón de que desde primeras horas de la mañana no he tenido ocasión de entrar a este blog hasta hace un rato.
ResponderEliminarEn todo caso, si lees la respuesta que ayer le di a Molón Suave, comprobarás que ya me referí a los hongos que parasitaban los cereales (más el centeno que el trigo) y, en concreto, al cornezuelo, responsable del temido fuego de San Antón, una terrible enfermedad medieval. De ese hongo proviene la ergolina de la que Albert Hofmann obtuvo (casi por casualidad) el LSD. Pero fuera del ámbito europeo, como bien sabes, hay otras sustancias psicoactivas de naturaleza enteogénica que se han usado en las respectivas culturas con fines sagrados.
No sé lo que es el mildio; quizás te refieras a la enfermedad que afecta a algunas plantas, producida por protistas fungoides Oomycetes de la familia Peronosporaceae (wikipedia). En todo caso, el contaminante alucinógeno por excelencia de nuestra edad media fue el cornezuelo. El libro de Camporesi lo tengo en italiano en una edición de 1980; lo acabo de hojear y no encuentro referencia al milvio (no digo que no esté), pero sí a la segale cornuta, que se refiere a la enfermedad producida por el centeno con cornezuelo.
Grillo: ¿No nos digas que estás pensando en contarnos aventuras de algunas de tus anteriores existencias? Nada que objetar, desde luego, aunque con todas las que te quedan por narrarnos de la actual, tan fecunda, no creo que sea necesario.
ResponderEliminarTienes razón, Vanbrugh: me la suda vuestra discusión, me parece carente de interés, auqnue creía que sí.
ResponderEliminarMiros, sí Cornezuelo, que también parasita trigos primitivos, mildio y demás basidiomicetos.
Nunca he tenido trances místicos, y tampoco he experimentado un viaje ácido. Mis opiniones sobre ambos son absolutamente teóricas y sin el menor fundamento. Pero dudo mucho que ninguna de esas personas mucho más sabias cuya autoridad invocas para asegurar la analogía entre ambas experiencias hayan pasado por las dos, único caso en el que podrían compararlas con más autoridad que yo.
ResponderEliminarDesde el planteamiento de un creyente sí hay, desde luego, muchos motivos para empeñarse en que se trata de dos cosas radicalmente diferentes. Un trance místico es, como te decía, alguna clase de comunicación personal con Dios. Mientras que un viaje ácido, por muchas puertas de percepción que te abra y mucha benevolencia hacia el Cosmos que te induzca, no parece, siempre desde un punto de vista creyente, que pueda 'obligar' a Dios a comunicarse con el viajero. Para mí, por tanto, sin negar, Dios me libre, que los tripis sean una experiencia estupenda y enriquecedora de la que personalmente prescindo gustosísimo, la comparación entre un tripi y un trance místico es, sencillamente, grotesca. Mis disculpas por creerlo así tanto a tí, Miroslav, como a tus referencias maduras y benevolentes que creen otra cosa.
Los trances místicos deberían estar sujetos a control médico y tener registro de sanidad.
ResponderEliminarLo están, lo están. Yo al menos no sé de nadie que haya tenido un trance místico sin control médico ni registro de sanidad. Claro que con ellos tampoco...
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