Cito (de memoria) la frase con la que el impaciente moderador de uno de estos programas nocturnos de debate político interrumpió al político invitado porque debió parecerle que se escaqueaba del tema central sobre el que quería conocer su opinión: si la eventual independencia de Cataluña podían decidirla los catalanes solitos o era necesario extender la consulta al conjunto del territorio. Porque, claro está, si la soberanía reside en el pueblo español (del que "emanan" los poderes del Estado), tal como reza el artículo 1 de la Constitución, pues ya se sabe ... Pero, ¿qué coño es la soberanía? ¿Y el presentador –jovencito él– lo sabía? ¿Y a quién le importa esa señora?
La soberanía, enteraos, es un concepto abstracto, un invento de los filósofos políticos para legitimar el Poder. El Poder es la capacidad de hacer. O sea, que todos tenemos poder, el poder de hacer lo que hacemos, menuda obviedad. Pero esos son los poderes individuales, minúsculos e irrelevantes. Aún así, ilustran bien el origen del Poder (con mayúsculas). Yo hago lo que quiero porque puedo y no hago lo que también querría porque no puedo; y no puedo porque otro poder más potente que el mío me lo impide, sea una fuerza física (no puedo volar por más que me apetecería) o humana. Nuestra naturaleza gregaria que nos lleva a organizarnos en grupos sociales implica la necesaria aparición del Poder político, la capacidad de regular las vida de los miembros del grupo y también, por supuesto, de putearlos de mil y una maneras.
Los humanos somos unos animalitos que gustamos de que nos doren las píldoras, que nos dulcifiquen la realidad con palabras bonitas y convincentes, que si no se nos hace muy duro soportarla. El cromañón que se erigía en jefe de su clan supongo que sería el más fuerte, pero la apropiación del Poder es transitoria, siempre amenazada por otros que lo quieren, que se rebelan contra el que lo ostenta. Ese instinto de rebelión tan agudizado en nuestra especie bastante se atenúa si nos convencemos de que bien está, de que es justo que el Poder lo ejerza quien lo ejerce. Y aquí entran los filósofos: a legitimar el Poder (y, a veces, por el contrario, a legitimar la oposición al mismo).
Así pues, el Poder del Estado (español), la capacidad de todas las instituciones que conforman esa inmensa maraña que es el Estado, queda legitimado en estos tiempos de palabrería hueca porque la soberanía reside en el pueblo (español). Es decir, cada uno de nosotros que conformamos el pueblo (español) "emanamos" unos misteriosos fluidos que dan existencia al Poder del Estado. Gracias a una suerte de alquimia espiritual, we the people, transferimos al Estado (otro ente abstracto, por cierto) la legitimidad para ostentar el Poder y, sobre todo, para ejercerlo (y ese ejercicio se traduce en acciones que nada tienen de abstractas). A partir de este constructo mitológico resulta que el pueblo español le confiere al Estado la legitimidad para ejercer el Poder sobre el propio pueblo.
Pero, ¿qué es el pueblo? Pues el conjunto de los ciudadanos españoles, quienes, dicho sea de paso, han sido españoles desde mucho antes de que se inventara esta milonga mentirosa de que en ellos residía la soberanía. Es decir, que el Estado español (y el Poder cuyo ejercicio lo define) es muy anterior al nacimiento de doña Soberanía. Vamos, que la historia es al revés: Ahí está una institución social llamada estado español que ya no puede justificar el ejercicio de su autoridad en el derecho divino de sus monarcas y entonces se llama ciudadanos a los que hasta ese momento eran súbditos (qué importantes son los nombres) y se les dice que son ellos quienes le confieren legitimidad. Claro que esa porción de la soberanía nacional que "reside" en cada uno de los que a priori somos españoles se transfiere siempre al Estado español, lo queramos o no. Siendo así, ¿para qué carajo nos sirve ser los propietarios titulares de la soberanía?
Para nada, claro, como no podía ser de otra manera por la sencilla razón de que la soberanía no es nada. Y si es algo, desde luego que no reside en ninguno de nosotros. Se trata de una ficción, una idea vacía que, sin embargo (no es la única), viene muy bien para justificar el montaje hipócrita en el que estamos irremisiblemente atrapados. Huid como de la peste de las palabras grandilocuentes y mucho más cuando se repiten en la comedia bufa de la política. Desconfiad también de los pueblos (y de sus identidades nacionales). Pero, entre tanto, si hemos de jugar con estas cartas marcadas (y consagradas constitucionalmente), a lo mejor hay que admitir que los catalanes tienen derecho en nuestro marco jurídico a tener un Estado propio.
Porque como son ellos los titulares de la soberanía, si no la "emanan" hacia el Estado español (ah, ¿pero eso se puede?) pues el Estado español no está legitimado para ejercer el Poder en Cataluña. Y si esos ciudadanos van y la emanan hacia la Generalitat pues ya está, ya tenemos legitimado el Estado catalán. Bien es cierto que para que el argumento sea completamente eficaz tenemos que admitir que el conjunto de ciudadanos de Cataluña conforman el pueblo catalán y que éste es indivisible y unitario a efectos de las transferencias de soberanía (porque el que algunos catalanes –minoritarios, claro– no transfieran su soberanía al nuevo Estado no puede menoscabar un ápice la legitimidad de éste). Tampoco vale que otros ciudadanos (yo, por ejemplo) emane mi soberanía hacia ese nuevo Estado, que la territorialidad es muy importante.
Pero eso del pueblo como entidad unitaria es asunto resbaladizo que tampoco conviene a los promotores de la independencia catalana, porque el mismo argumento lo usan los detractores. Me refiero a que también podemos decir que es el pueblo español, como un todo monolítico, el titular de la soberanía. Por ahí iba la pregunta del inquieto moderador de la otra noche. Así dirán algunos que hay que interpretar lo de que la soberanía nacional reside en el pueblo español: el domicilio de esa señora es indivisible como ella misma. Y de esta forma volvemos al principio que es la verdad verdadera, que la soberanía del Estado español reside en algo que es previo a los ciudadanos e independiente de sus voluntades individuales: un ente abstracto llamado el pueblo español (puedes usarlo como sinónimo de España) al que perteneces porque sí, por muy catalán que te sientas, vamos hombre.
Como dicen que dijo Cánovas, se es español porque no se puede ser otra cosa. Así que ajo y agua y sigamos discutiendo de soberanías, asunto trascendental donde los haya (casi tanto como la legítima aspiración independentista de los catalanes). Ay, cuánto me aburro. ¿Pero es que acaso no sabéis donde reside de verdad la soberanía?
PS: Esto de la soberanía preocupa e interesa en todos lados, no se vayan a creer, y hay unos cuantos que le dedican canciones con loable afán pedagógico amén de reivindicativo. Por ejemplo este hawaiano de ya larga carrera y que acabo de descubrir buscando un tema adecuado al post.
Pues con mirar el listín telefónico tenemos, no...?
ResponderEliminarOye, que Kapono no se oye.
Besos
Vaya, Zaffe, cuánto tiempo sin verte por aquí. Tienes razón, no se oye la música ... salvo que tengas instalado en tu ordenador el spotify. Lo acabo de descubrir, lo siento.
ResponderEliminar"y no hago lo que también querría porque no puedo...", ya, pero también no hago lo que quiero no porque algo externo me lo impide, sino algo muy propio, mi condición humana empática, como creían los primitivos cristianos (los de ahora no) , Rousseau y los benditos anarquistas.
ResponderEliminar"El cromañón que se erigía en jefe de su clan supongo que sería el más fuerte,...". Topicazo indemostrable, Miroslav, aunque los paleoantropólogos y los antropólogos, arquelogos y demás laya, vista nuestra proximidad con otros simios y testimonios arqueológicos, cada vez sostienen con más firmeza que el cacique y las jefaturas ( de reyezuelo para arriba; Cf.- Marvin Harris)surgen mucho más tarde, que las sociedades del paleolítico (magdaleniense) en que se inserta el cromagnon serían mucho más igualitarias, colectivistas y matriarcales incialmente (mito de La diosa blanca.
Por lo demás hablar de la evanescente soberanía sin citar a Montesquieu (y a Hobbes) es como hablar de evolución sin mencionar a Darwin.
Pero, vamos, Soberanía es un término grandilocuente, como bien dices, no exactamente vacío de contenido, pero usado a conveniencia por los políticos, la gente común no lo utiliza, creo.
ResponderEliminarLansky: Cuando escribí lo del cromañón ya pensé que me enmendarías la plana. Y conste que también me acordé de Rousseau, Montesquieu y Hobbes (y de Jean Bodin, desde luego). Pero el tono e intención del post no se compadecen con precisiones bibliográficas como suele ser mi estilo en la mayoría de los casos. Digamos que la tesis apunta en otra dirección y tampoco se trata de mirar el dedo sino la luna. Más pertinente me parece tu segundo comentario, aunque esperaba que entraras al trapo de la retórica pregunta final.
ResponderEliminarDisculpa pero diseiento, no veo por qué eres exigente citando ciertos argumentos y utilizas el término cromañón de una manera tan tópica y grosera; digamos entonces que miro el dedo porque tiene las uñas sucias no porque ingnore que señala la luna.
ResponderEliminarLo del dedo con uña sucia me parece sencillamente genial. Es la respuesta canónica a la metáfora del dedo apuntando a la luna.
ResponderEliminarHablabamos ayer con un amigo de cataluña y los nacionalismos.
ResponderEliminarNos parecía asistir a una escena en que las naciones (naciones-estado) empezaban a ser vaciadas de poder pues los desafíos que enfrentaban no podían ser afrontados por las organizaciones actuales. En su lugar, otras organizaciones (regiones, zonas, municipios, segun cada pais los nombres varían).
Quizas el concepto de soberanía sea inadecuado para expresar lo que se pretende resguardar. Digamos: Creo que los catalanes les gustaría saber adonde se va el dinero que creen poner en el estado, y mucho menos el lugar donde reside la soberanía.
Quizas necesitemos otros Montesquieu que definan un concepto tan resbaladizo.
Chofer...canónica aunque sea invención mía espontánea; gracias.
ResponderEliminarMás que Montesquieu recomiendo a ciertos libertarios radicales que han reflexioando desde el lenguaje sobre la soberanía, como el recién desaparecido Agustín García Calvo
La frase la soberanía radica en el pueblo yo la entiendo como una contraposición a El Estado soy yo, forma fina y educada de decir Aquí se hace lo que a mí me sale de mis santos perendengues.
ResponderEliminarLo que si veo más peliagudo es definir el concepto y alcance del concepto de pueblo ligado al de soberanía.
Si aceptamos que solo el pueblo catalán puede decidir sobre su independencia, también tendríamos que aceptar que el pueblo de Barcelona, decida sobre la suya, que el de Sabadell sobre la suya y ya puestos que el número 7 de la calle Balmes sobre la suya.
Los nacionalistas suelen argumentar en este caso que los habitantes de Sabadell tienen que aceptar las reglas democráticas y ceñirse a la voluntad mayoritaría que exprese el pueblo catalán, pero ¿por qué la voluntad del pueblo catalán tiene que prevalecer sobre la voluntad del pueblo sabadellense?
Nacionalismos, secesión, separatismo... Qué más da. Al paso que vamos de déficit tendrán que 'embargarnos, a todo el país; al Reino de España.
ResponderEliminarSeremos un país colonial de quien nos quiera comprar a buen precio. Y no pasará nada. Seguiremos con nuestros trabajos, nuestras casas, novias y esposas, nuestro idioma, etc. Lo único será que tendremos dos banderas y que nos evitarán el coñazo de ir a votar.
Es lo que se llama una vida regalada. ¿Habéis visto malestar en las gentes de Hawaii o Puerto Rico?
Naturalmente los muy patriotas estarán a disgusto unos años. Luego lamentarán la situación tanto como lamentamos ahora no ser aún el Imperio donde no se ponía el sol. ¿Y qué?