A principios de este otoño feneció un blog del que era asiduo seguidor, cuyo nombre era el que encabeza este post. Se trataba, como se aclaraba en subtítulo para despistados, de un blog dedicado a la heráldica, ciencia anexa de la historia que tiene por objeto el estudio de los escudos de armas. Asunto que, desde luego, no suele salir en las conversaciones entre amigos, de modo que los aficionados a esta disciplina imagino que serán frecuentemente tildados de frikis en la jerga actual (por cierto, la Academia ya contempla este vocablo en su avance de la vigésima tercera edición del Diccionario). Gracias a ese blog mi cultura en esta materia ha pasado de la nada absoluta a una medida que, aunque muy modesta, es algo mayor de cero. También me ha servido para descubrir un campo del saber que casi ni sabía que existía y que, aún antojándoseme una excelente muestra de bizantinismo intelectual, me asombra nuevamente con la capacidad de nuestra especie para enrollarse en los temas más absurdos e incluso, como demuestra la historia, convertirlos en cuestiones de gran importancia.
Una de las utilidades de saber heráldica es, por ejemplo, no quedarse ojiplático leyendo la breve Ley 33/1981, de 5 de octubre, del Escudo de España, cuyos dos primeros artículos rezan lo siguiente:
El escudo de España es cuartelado y entado en punta. En el primer cuartel, de gules o rojo, un castillo de oro, almenado, aclarado de azur o azul y mazonado de sable o negro. En el segundo, de plata, un león rampante, de púrpura, linguado, uñado, armado de gules o rojo y coronado de oro. En el tercero, de oro, cuatro palos, de gules o rojo. En el cuarto, de gules o rojo, una cadena de oro, puesta en cruz, aspa y orla, cargada en el centro de una esmeralda de su color. Entado de plata, una granada al natural, rajada de gules o rojo, tallada y hojada de dos hojas, de sinople o verde.
Acompañado de dos columnas, de plata, con base y capitel, de oro, sobre ondas de azur o azul y plata, superada de corona imperial, la diestra, y de una corona real, la siniestra, ambas de oro, y rodeando las columnas, una cinta de gules o rojo, cargada de letras de oro, en la diestra «Plus» y en la siniestra «Ultra».
Al timbre, corona real, cerrada, que es un círculo de oro, engastado de piedras preciosas, compuesto de ocho florones de hojas de acanto, visibles cinco, interpoladas de perlas y de cuyas hojas salen sendas diademas sumadas de perlas, que convergen en un mundo de azur o azul, con el semimeridiano y el ecuador de oro, sumado de cruz de oro. La corona, forrada de gules o rojo.
El Escudo de España, tal como se describe en el artículo anterior, lleva escusón de azur o azul, tres lises de oro, puestas dos y una, la bordura lisa, de gules o rojo, propio de la dinastía reinante.
He resaltado algunas de las palabras cuyo significado preveo que se nos escapa a casi todos, pero hay más que, aunque creamos saberlas, desconciertan algo en el contexto de esta descripción tan prolija. Durante los años que he estado leyendo este blog una de las cosas que me fascinaba era la precisión y originalidad de la terminología, el curioso lenguaje técnico que continuamente me invitaba a investigaciones etimológicas para descubrir por qué el rojo vivo se dice gules o el verde se denomina con un vocablo tan estrambótico como sinople. Pero también ha llegado a engancharme esa minuciosa lógica interna de la composición heráldica y las asociaciones simbólicas de los distintos blasones, vinculadas naturalmente a condicionantes históricos, pero no solo. En fin, para no enrollarme: que quién iba a decirme a mí que un asunto tan ajeno a mis intereses iba a entretenerme tanto. Lamentablemente, lo poco que he podido aprender de esta exótica disciplina no ha arraigado en mi disco duro, por lo que sería incapaz de mantener una conversación con nadie mínimamente ducho; tan solo me han quedado unas vagas ideas.
No obstante, si he de ser sincero, por más que hasta le cogiera gusto a la heráldica mi fidelidad lectora al blog que reseño no se debía al asunto, sino sobre todo a su extraordinario estilo literario y a la admirable personalidad del autor. En cuanto a lo primero, he de decir que era absolutamente envolvente, basado en una técnica narrativa muy limpia y, a la vez, llena de lirismo contenido. Conste que cada post se atenía estrictamente a algún tema específico de la heráldica pero, mientras lo ibas leyendo, ese peculiar estilo hacía que en tu mente brotaran ideas tremendamente sugerentes que nada tenían que ver. De alguna manera, tras unos meses frecuentándolo, llegué a la conclusión de que todos los asuntos tratados eran excusas para inducir en el lector reflexiones sobre ámbitos que los trascendían; algo así como si se tratara de textos cifrados, basados en algún tipo de simbolismo que el subsconsciente traducía espontáneamente. Con la excusa de hablar de los orígenes de la flor de lis en la monarquía francesa, por ejemplo, el autor te obligaba a meditar sobre cuestiones eternas de la filosofía o la psicología. Y con tan extrema delicadeza que cuando reparabas en ello surgía el asombro (y la admiración). Y aunque sé que lo estoy explicando muy pobremente, quede claro que la magia de esa prosa no perdía un ápice de rigor expositivo; no vaya nadie a imaginar textos ambiguos al estilo new age.
Quizá alguno de mis lectores fieles lo haya sido también de este blog que, hasta hace pocas semanas, aparecía enlazado en la columna a la derecha de esta página bajo el epígrafe de "BLOGS HABITUALES" con el nombre de Jean Courtois (alias en honor a un heraldo francés de principios del XV al servicio de Alfonso el Magnánimo de Aragón y que fue uno de los sistematizadores de la heráldica). Los que hayan leído algunos de sus posts sabrán bien lo que pretendo describir con tan poco éxito. Para los que no y sientan curiosidad me encantaría recomendarles que lo hicieran ahora, pero del blog no queda ni rastro en la red: era de blogger y, en la actualidad, el dominio (jeancourtois.blogspot.com.es) no existe y está disponible. Si se hace cualquier búsqueda en Google tampoco se encuentra nada, ni siquiera referencias indirectas. Es como si nunca hubiera existido y, a la vez, una prueba de que es posible borrarse completamente de internet. Me pregunto cuánto esfuerzo y tiempo le habrá costado a Jean Courtois volver al anonimato del que surgió.
Esta desaparición voluntaria es una nota de la que antes he calificado como admirable personalidad del autor. Como suele ocurrir cuando te conviertes en asiduo visitante de un blog, poco a poco vas estableciendo una relación casi personal con el dueño de la casa. Debo decir, de entrada, que éramos pocos (yo diría que cuatro o cinco) los que con cierta asiduidad dejábamos constancia de nuestras visitas con algún que otro comentario. Courtois contestaba con una amabilidad y elegancia envidiables. Tenía la fantástica habilidad de transmitirte que se sentía agradecido por tu comentario y, a la vez, hacerte ver cosas que ni uno mismo se había dado cuenta que comentaba. Pero de nuevo lo lograba sin caer en el edulcoramiento que siempre hace sospechar hipocresía, sino entrando de lleno al asunto y desvelando aspectos nuevos del mismo como si brotaran de lo que uno le había dicho. Demostraba además, una paciencia infinita, pues no tenía ningún reparo en discutir hasta los más nimios detalles, apreciando cualquiera de los argumentos que se le presentaban. Por enlazar con el post anterior, diré que te hacía sentir bien cuando eras su interlocutor, y que ese hacer el bien en algo tan nimio como su actividad bloguera se notaba que para él era algo importante y que le "salía" desde dentro, para nada impostado. A los pocos posts de seguirle ya me pareció una buena persona.
No mucho después empezamos a intercambiar correos electrónicos en los que enseguida pasamos a hablar de asuntos totalmente ajenos a la heráldica. Fui descubriendo así al tipo real que había detrás de Jean Courtois y que resultó ser igual de encantador; podría decirse que el personaje internáutico no era más que la proyección bidimensional de un hombre real y, consiguientemente, con mucha mayor riqueza que su imagen plana. Los numerosos correos dieron paso hace algo más de un año a un encuentro personal al que han seguido otros dos; a estas alturas, creo que puedo considerarme amigo suyo y, desde luego, el haberlo ido conociendo más no ha hecho sino aumentar mi admiración. Admiración que no se soporta en su cultura e inteligencia, las cuales son abrumadoras, sino las que califico (para entendernos) de virtudes morales maravillosas y que resumo en la que las engloba y condensa a todas: bondad.
Si no doy datos concretos sobre este hombre es, obviamente, porque él no quiere. Sin embargo, aún a riesgo de enfadarle (me sorprendería) diré que siendo académicamente "de letras" (es doctor en Historia) tiene una capacidad y conocimientos matemáticos asombrosos. Es unos años mayor que yo (se acerca a los sesenta) y ha vivido "mucho", en muchos sitios y siempre muy intensamente. Hasta los cuarenta más o menos desarrolló una carrera intelectual en la que alcanzó merecidos reconocimientos; a partir de entonces, una serie de acontecimientos dramáticos catalizaron un cambio radical en sus planteamientos vitales que, entre otras cosas, le llevaron a meterse a trabajar de 8 a 3 en una sucursal bancaria de poca monta, de la que se prejubiló hace unos cinco años (fecha hacia la cual empezó a publicar en su blog). Si hubiera de destacar alguna de esas virtudes que sintetizo en su bondad, sería la humildad, la muy llamativa ausencia de vanidad o de soberbia; y es que quizá esta virtud sea requisito inherente para ser buenas personas.
En fin, este tipo admirable va a morir muy probablemente en pocos meses. Aparte de empeñarse en borrar sus huellas (no sólo de internet) se dedica todavía a seguir amando y, por añadidura, a ser feliz.
Humble me - Norah Jones (Feels like Home, 2004)
Entiendo a lo que te refieres, pero yo no calificaría de bizantinismo los saberes heráldicos, aunque antes opinaba lo mismo. El cambio en mí no se produjo por el blog que mencionas y que conocí a través tuyo, en efecto, sino por la lectura asombrado de Michel Pastoureau inicialmente a través de su espléndida Una historia simbólica de la Edad Media occidental; luego he seguido leyéndole, especialmente su libro dedicado al oso y otros animales heráldicos medievales y otros a los colores (¿por qué las rayas eran propias de las prostitutas y lo son de los presos hasta hace poco? Pastoureau lo explica). De hecho, la historia tiene sus modas, como todas las llamadas ciencias humanísticas o sociales, aunque es otra cosa, y de una sucesión de fechas y batallas y reyes, pasó a unos analisis más materialistas, ambientales, económicos (Baudrell) y, curiosamente, a un estudio de los símbolos, ideologías, ideas y otras 'inmaterialidades' verdaderamente fascinante que completa las visiones anteriores. Nada sobra si sabemos integrarlo en contextos inteligentes
ResponderEliminarAh, last but not least: siento mucho lo de tu admirable amigo
ResponderEliminarTienes razón, Lansky, el bizantinismo que asocio a la heráldica es tan solo aparente. Como bien dices, "nada sobra si sabemos integrarlo en contextos inteligentes", a lo que yo añadiría que todo tiene varios niveles de lectura (o significado) y que de lo que se trata es de saber leer (para lo cual es fundamental el contexto, en efecto). Algo, por cierto, plenamente aplicable al blog de mi amigo.
ResponderEliminarTambién yo siento lo de Jean Courtois, alguien que me ha aportado mucho; entre tantas otras cosas, el descubrimiento de Pastoureau, del cual es buen amigo.
Ahora lamento no haber cedido nunca al impulso de entrar en el enlace de tu blog a echarle un vistazo al de Jean Courtois. Siempre mal de tiempo, y la heráldica, de lejos, me parece un asunto tan ajeno... Creo que has descrito admirablemente una cualidad de sus textos que me parece de las más altas a que un texto puede aspirar: la capacidad de inducir en el lector reflexiones sobre ámbitos que trascienden al asunto del propio texto. Está muy relacionada, claro, con una lectura inteligente, como bien apunta Lansky. Siento que ya no podré comprobarlo por mí mismo, por lo que dices.
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ResponderEliminarUsar bizantinismo en este contexto está bien, es de relativo interés: se aplica a la discusión que es demasiado sutil o insignificante, o que al final no conduce a nada.
ResponderEliminarY digo que es solo de relativo interés porque creo que cualquier forma de conocimiento es buena, nunca está de más.
Pero tratándose del tema heráldico me atrevo a introducir una calificación más 'sabrosa' para esa materia: el esnobismo que ha degenerado del tema.
Porque actualmente se da muy a menudo que debido a los verdaderos conocedores de la materia han aflorado una serie de personas que buscan en un especialista 'heráldico'..., cuál y cómo sería el escudo, mote y blasón
que les correspondería a su apellido... Y el 'entendido' lo encuentra o se lo inventa por poco dinero y el esnob se manda hacer un anillo con ese sello o cuelga en la pared de su salón el pergamino que recibe. Hala, todos tan contentos. Lo que esos patanes ignoran es que SNOB viene del latín Sine nobilis' y ahí empieza lo que a mi me producía extrañeza al principio ¿cómo pude alguien ser tan jactancioso' y luego me dio risa mezclada con cierta forma de piedad, porque precisamente SNOB viene del latín 'sine nobilis'; sin la nobleza que andan buscando...
¿Me explico bien? ¿Se entiende lo que digo ya a dónde pretendo llegar con tan chusca paradoja?