Hace algunos años acabé una novela. Se trata –no voy a caer en falsas modestias– de una novela extraordinaria que, con toda seguridad, se convertirá en hito señero de la literatura contemporánea, en punto de no retorno para su devenir. Difícil es catalogarla en alguno de los géneros al uso (me es difícil a mí y también a los pocos y escogidos amigos que la han leído). No negaré que algo tiene de novela negra, pues en efecto hay un crimen misterioso que desentrañar cuya investigación soporta y estructura en cierta medida la trama. Pero, desde luego, no es una novela negra, salvo en un nivel de lectura tan elemental que ni siquiera tomo en cuenta. Mi obra trasciende los géneros, banal clasificación tan de los gusto de mercaderes y lectores papanatas. En todo caso, es asunto éste que nada me interesa y que dejo gustoso a los críticos del mañana; probablemente bautizarán un nuevo género que enseguida transitarán incontables escritores ansiosos de fama. Mas yo no lo veré.
Escribir esta obra ha sido un esfuerzo arduo, un exigente ejercicio de disciplina y rigor. Nunca, desde niño, he carecido de inspiración. Las musas desde siempre han cultivado gozosamente mi fértil imaginación, así que no ha sido la carencia de ideas argumentales el problema, sino más bien todo lo contrario. Tan desbordante abundancia del material disponible me ha obligado a ser rigurosa y severamente ordenado, a convertir con titánico y cuidadoso empeño el exuberante bosque en un ordenado jardín que lo sublima y trasciende. Incontables los manuscritos (más bien serían mecanoscritos digitales) que se han ido sucediendo durante esta larga gestación y que guardo en un disco duro externo (junto con multitud de archivos auxiliares y referencias eruditas) para que sirvan a los futuros críticos e historiadores de la literatura. Valga como dato anecdótico pero ilustrativo que de las más de cinco mil páginas que abarcaba la primera versión la obra definitiva ha quedado condensada en apenas doscientas cincuenta. Un libro que podría leerse en apenas una tarde y sin duda así lo harán todos, incapaces de detenerse, devorándolo afanosamente. Pero esa primera lectura no será suficiente. Si bien habrá colmado sobradamente las más exigentes expectativas, despertará en cualquiera con mínimas inteligencia y sensibilidad el interés por descubrir otros niveles más profundos de la novela. Y así, casi todos volverán a disfrutarla, ahora más despacio, dejando que a sus entendimientos se les despliegue otra de las capas subyacentes del texto. Como todas las obras maestras, las que interpelan directamente al alma humana, mi novela será objeto de recurrentes regresos lectores.
Supongo que quienes estén siguiendo estas líneas pensarán que no soy más que un vanidoso de poca monta y que lo que he escrito apenas pasará de una pretenciosa y ridícula ópera prima. Conste que los entiendo y en absoluto me ofendo, convencido de que cuando puedan leerla trocarán el escepticismo burlón en admiración rendida. ¿Qué cuándo estará disponible mi novela? En principio tengo previsto que sea publicada póstumamente, así que confío en que tarde todavía algunos años en ver la luz. Quiero que sea un regalo a la humanidad y a la historia, mi devolución personal a tantas cosas buenas (y también algunas malas) que me ha dado la vida. Que no desee vivir la gloria del autor creo que basta para demostrar cuan mínima es mi vanidad, a la que sólo concedo el nimio placebo de este post. Pese a mi determinación, he de reconocer que no pocas veces me asalta, feroz, la tentación de hacer pública mi obra. De hecho, tres meses atrás cometí el interminable error de enviarla a una conocida casa editorial en cuyo catálogo aparecen algunos autores en cuya compañía no me sentiría a disgusto. El viernes pasado recibí, en la cuenta de correo que expresamente había abierto para garantizar mi anonimato, una respuesta estandarizada en la que con tópicas expresiones hueras me informaban de que en estos momentos una novela como la mía no encajaba en sus estrategias editoriales. Que dijeran "una novela como la suya" (¡cómo si hubiera otras novelas como la mía!) me aportó la seguridad de que ni siquiera la habían leído, calmando la torturante inquietud en que vivía desde que incurrí en el nefasto error de enviársela. Me queda, no obstante, la intranquilidad de saber que en algún disco de ordenador, olvidados, están guardados los caracteres de mi novela, como una potente bomba que en cualquier momento el azar puede activar poniéndolos a la vista de un lector mínimamente sensible. Confío en no vivir tan demoledor sobresalto, que mi archivo haya sido borrado o lo sea prontamente en alguna rutinaria operación de limpieza informática. Pero, como penitencia a mi pecado, habré de soportar hasta mi muerte esta dolorosa desazón.
El principal motivo por el que he decidido no publicar mi novela en vida es la profunda aversión que siento a la fama. Creo firmemente que la agudísima mercantilización de la sociedad, en la que el propio hombre se ha convertido en objeto de mercadeo, ha conducido a una deleznable banalización de éste y de sus obras. Lo que llamamos cultura, que debería ser la más sublime manifestación del espíritu humano, no es ya más que otro producto del entertainment system, del show business o como se prefiera denominar (siempre con vocablos anglosajones) al cambalache que nos domina. Para que éste funcione parece ser condición necesaria vender junto con la obra a su autor, y esa venta lleva consigo una inevitable degradación, una suerte de prostitución espiritual, del infame manoseo mediático que es la celebridad. Podrá acusárseme de misógino (y no niego que alguna dosis de ello tinta mi carácter) pero, desde luego, no estoy dispuesto a pagar tan gravoso peaje. Y no sólo porque tema por mi integridad moral sino, también y sobre todo, porque de hacerlo ensuciaría, mediatizaría con ruidos irrelevantes, la apreciación de la novela. El arte, si bien creado por hombres concretos, ha de trascenderlos para hendir su rayo transformador en las almas de otros hombres. ¡Cuán distinta es la experiencia que se vive ante una catedral gótica cuyo autor desconocemos de la que nos producen las obras de los arquitectos famosos! Me viene a la mente ahora el conocido poema de Machado: "Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor". En fin, si he logrado explicarme a nadie sorprenderá que cuando se publiqué será de forma anónima.
Posponer hasta mi óbito la publicación de tan excelsa novela obedece también, aunque sea en menor medida, a otra razón que no tengo empacho en confesar. La aborrecida fama me traería de añadidura una insoportable presión pública para que escribiera un nuevo libro y, como es lógico, nada que pudiera construir después de esta obra llegaría a rozar siquiera su nivel de calidad. Inmerso a la fuerza en el vodevil literario y titulado Escritor (así, con mayúsculas), no descarto que por mi natural complaciente cediera a los ruegos lisonjeros de los tramoyistas de ese circo e intentara una nueva novela o quizá (Dios me libre) expusiera los muchos poemas que guardo en mi cajón privado. Si eso ocurriera, yo mismo asestaría la más sangrante puñalada a la novela, contribuyendo a deformar para siempre la lectura límpida, descontaminada, que se merece. Conjurar definitivamente tal riesgo sólo es posible apartando todo asomo de tentación (grave error es creerse inmune a las tentaciones). Renunciar a cualquier reclamación de paternidad, obligarme incluso, por muy doloroso que resulte, a ignorar cómo será la vida del hijo más amado y, hasta que se acaben mis días, seguir con las que son mis ocupaciones cotidianas, guardando en silencio el íntimo secreto. A veces, sin embargo, necesito el bálsamo de la confesión, pero ante exiguo auditorio, como el de este blog (y más en estas fechas); un breve desahogo, nada más.
Supongo que quienes estén siguiendo estas líneas pensarán que no soy más que un vanidoso de poca monta y que lo que he escrito apenas pasará de una pretenciosa y ridícula ópera prima. Conste que los entiendo y en absoluto me ofendo, convencido de que cuando puedan leerla trocarán el escepticismo burlón en admiración rendida. ¿Qué cuándo estará disponible mi novela? En principio tengo previsto que sea publicada póstumamente, así que confío en que tarde todavía algunos años en ver la luz. Quiero que sea un regalo a la humanidad y a la historia, mi devolución personal a tantas cosas buenas (y también algunas malas) que me ha dado la vida. Que no desee vivir la gloria del autor creo que basta para demostrar cuan mínima es mi vanidad, a la que sólo concedo el nimio placebo de este post. Pese a mi determinación, he de reconocer que no pocas veces me asalta, feroz, la tentación de hacer pública mi obra. De hecho, tres meses atrás cometí el interminable error de enviarla a una conocida casa editorial en cuyo catálogo aparecen algunos autores en cuya compañía no me sentiría a disgusto. El viernes pasado recibí, en la cuenta de correo que expresamente había abierto para garantizar mi anonimato, una respuesta estandarizada en la que con tópicas expresiones hueras me informaban de que en estos momentos una novela como la mía no encajaba en sus estrategias editoriales. Que dijeran "una novela como la suya" (¡cómo si hubiera otras novelas como la mía!) me aportó la seguridad de que ni siquiera la habían leído, calmando la torturante inquietud en que vivía desde que incurrí en el nefasto error de enviársela. Me queda, no obstante, la intranquilidad de saber que en algún disco de ordenador, olvidados, están guardados los caracteres de mi novela, como una potente bomba que en cualquier momento el azar puede activar poniéndolos a la vista de un lector mínimamente sensible. Confío en no vivir tan demoledor sobresalto, que mi archivo haya sido borrado o lo sea prontamente en alguna rutinaria operación de limpieza informática. Pero, como penitencia a mi pecado, habré de soportar hasta mi muerte esta dolorosa desazón.
El principal motivo por el que he decidido no publicar mi novela en vida es la profunda aversión que siento a la fama. Creo firmemente que la agudísima mercantilización de la sociedad, en la que el propio hombre se ha convertido en objeto de mercadeo, ha conducido a una deleznable banalización de éste y de sus obras. Lo que llamamos cultura, que debería ser la más sublime manifestación del espíritu humano, no es ya más que otro producto del entertainment system, del show business o como se prefiera denominar (siempre con vocablos anglosajones) al cambalache que nos domina. Para que éste funcione parece ser condición necesaria vender junto con la obra a su autor, y esa venta lleva consigo una inevitable degradación, una suerte de prostitución espiritual, del infame manoseo mediático que es la celebridad. Podrá acusárseme de misógino (y no niego que alguna dosis de ello tinta mi carácter) pero, desde luego, no estoy dispuesto a pagar tan gravoso peaje. Y no sólo porque tema por mi integridad moral sino, también y sobre todo, porque de hacerlo ensuciaría, mediatizaría con ruidos irrelevantes, la apreciación de la novela. El arte, si bien creado por hombres concretos, ha de trascenderlos para hendir su rayo transformador en las almas de otros hombres. ¡Cuán distinta es la experiencia que se vive ante una catedral gótica cuyo autor desconocemos de la que nos producen las obras de los arquitectos famosos! Me viene a la mente ahora el conocido poema de Machado: "Hasta que el pueblo las canta, las coplas, coplas no son, y cuando las canta el pueblo, ya nadie sabe el autor". En fin, si he logrado explicarme a nadie sorprenderá que cuando se publiqué será de forma anónima.
Posponer hasta mi óbito la publicación de tan excelsa novela obedece también, aunque sea en menor medida, a otra razón que no tengo empacho en confesar. La aborrecida fama me traería de añadidura una insoportable presión pública para que escribiera un nuevo libro y, como es lógico, nada que pudiera construir después de esta obra llegaría a rozar siquiera su nivel de calidad. Inmerso a la fuerza en el vodevil literario y titulado Escritor (así, con mayúsculas), no descarto que por mi natural complaciente cediera a los ruegos lisonjeros de los tramoyistas de ese circo e intentara una nueva novela o quizá (Dios me libre) expusiera los muchos poemas que guardo en mi cajón privado. Si eso ocurriera, yo mismo asestaría la más sangrante puñalada a la novela, contribuyendo a deformar para siempre la lectura límpida, descontaminada, que se merece. Conjurar definitivamente tal riesgo sólo es posible apartando todo asomo de tentación (grave error es creerse inmune a las tentaciones). Renunciar a cualquier reclamación de paternidad, obligarme incluso, por muy doloroso que resulte, a ignorar cómo será la vida del hijo más amado y, hasta que se acaben mis días, seguir con las que son mis ocupaciones cotidianas, guardando en silencio el íntimo secreto. A veces, sin embargo, necesito el bálsamo de la confesión, pero ante exiguo auditorio, como el de este blog (y más en estas fechas); un breve desahogo, nada más.
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ResponderEliminarR. Montblanc: Hoy no es 28 de diciembre, pero cuando me conozcas un poco sabrás que me gusta escribir bobadas totalmente ajenas a la realidad. Te aseguro que si tuviera una novela jamás hablaría de ella como se hace en este post. ¡Felices fiestas!
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ResponderEliminarY con esta van...Tienes indudable talento para la parodia
ResponderEliminarPues yo sí te creo bien capaz de escribir una novela. Como por otra parte parece que aspirarías a que no se pudiera circunscribir en ningún género, tendrías que publicarla como 'un libro'...
ResponderEliminarTe daría dos presuntas ideas.
A. Publicarla como la obra póstuma de un familiar o conocido tuyo recién fallecido que te ruega en su testamento que así lo hagas.
B. Al mismo tiempo puedes inventarte un nuevo género novelístico: el "género de formas". Esto es, por el modo como se agrupan los tipo (las letras) cada página sería distinta a la otra: las letras de estas forman un figura geométrica, la siguiente tomaría la forma de cualquier fruta, de un corazón, un árbol, la silueta de tu cara (o de tantas como hay), y, en fin, tu imaginación te irá dictando cuántas otras formas podrían adquirir ese conjunto de letras: animales, edificios, y hasta una catedral gótica...
Feliz salida de 2013 y mejor entrada del 14.
Jó, que comentario más pollardo te he escrito. A ver si lo mejoro con este otro, verídico.
El padre (vasco) de una "amiguita" mía (vasca) - o sea, que ya era un señor bastante mayorcete - se mandó hacer un libro en tapa dura con letras doradas en el canto y en la portada, oro sobre burdeos el título, "TODO LO QUE SABEMOS SOBRE EL SEXO".
Todas las páginas estaban en blanco. Únicamente en la línea superior de cada hoja escribió el nombre de uno de sus amigos. 'Agustín + apellido. Cuéntalo tú'.
El libro tenía casi 300 páginas. La idea era que cada uno de los amigos se lo fuera pasando a los demás para seguir escribiendo. Fue divertidísimo.
En las copias que me llegaron y remití hice el amago de describir (inventarme) qué práctica sexual acostumbraban a hacer conmigo las esposas de los otros - no conocía ni a 3 de ellos. (Y a él mismo solo le conocía por teléfono y por referencias que me daba su hija.)
El tipo (un gran bromista y simpático) se llamaba Urrestarazu. Lo puedo decir porque seguro que le encantaría que airease su idea, y porque tras un repaso a los Urrestarazu de Internet no son él.
Lástima que no haya retrasado la publicación de este post un par de días.
ResponderEliminarDespués de haber seguido tus entradas durante algún tiempo, la inocentada era bastante fácil de descubrir. Salvo que la verdadera inocentada sea que sí tienes la novela y que sí piensas publicarla y esta no es más que una manera de empezar con el marketing. En cualquier caso, a tenor de la imaginación que le echas a la broma es seguro que una novela tuya resultaría la mar de interesante.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz año, a pesar de la que se avecina.
Lansky: Viniendo de ti, lo consideraré un consejo para elegir el género de mi próxima novela.
ResponderEliminarGrillo: Yo, en cambio, no me creo capaz. No, al menos, de escribir una novela decente (puede que sí un best seller y forrarme :). Tampoco me atraen nada –como lector– los "vanguardismos" formales, sean los intentos intencionados de desmarcarse de géneros y mucho menos los del tipo que apuntas en tu segunda sugerencia. En cambio, sí me agrada tu primer consejo; lo tendré en cuenta en el improbable caso ...
Números: La inocentada ya era demasiado obvia como para hacerla coincidir en fecha.
Molón Suave: No, no tengo la novela. Lamentablemente, tener imaginación no es suficiente para escribir una.
Y a todos, feliz año nuevo y que –que por desear no quede– fallen los más que razonables augurios.