Imaginemos un hombre cuya riqueza sólo se pueda comparar con su indiferencia por todo lo que la riqueza suele permitir de ordinario y cuyo deseo, mucho más orgulloso, estriba en querer abarcar, describir, agotar, no la totalidad del mundo –proyecto que se destruye con sólo enunciarse–, sino un fragmento constituido del mismo: frente a la inextricable incoherencia del mundo, se tratará entonces de llevar a cabo un programa en su totalidad, sin duda limitado, pero entero, intacto, irreductible. En otros términos, Bartlebooth decidió un día que toda su existencia quedara organizada en torno a un proyecto cuya necesidad arbitraria tuviera en sí misma su propia finalidad.
Ese hombre era un inglés nacido con el siglo, multimillonario y libre de cualquier atadura. Dotado de una lucidez poco común, ya siendo un muchacho comprendió el absurdo de la vida. Sin embargo, algo en su carácter –proveniente quizá de los antepasados puritanos– le impelía a imponerse un plan que justificase su vida, que diera sentido a sus años y, sobre todo, a una cierta idea de perfección. A los veinte años lo tuvo claro, después de enunciar los tres principios rectores alrededor de los cuales habría de articularse su empeño.
El primero fue de orden moral: no se trataría de una proeza o un récord, ni escalar un pico ni alcanzar una fosa marina. Lo que Bartlebooth hiciera no sería espectacular ni heroico; sería simple y discretamente un proyecto, difícil pero no irrealizable, dominado de cabo a rabo y que dirigiría la vida de quien se dedicara a él en todos sus pormenores.
El segundo fue de orden lógico: al excluir todo recurso al azar, el proyecto haría funcionar el tiempo y el espacio como coordenadas abstractas en las que vendrían a inscribirse, con una recurrencia ineluctable, acontecimientos idénticos que se producirían inexorablemente en su lugar y fecha.
El tercero, por último, fue de orden estético: el proyecto, inútil, por ser la gratuidad la única garantía de su rigor, se destruiría a sí mismo a medida que se fuera realizando; su perfección sería circular: una sucesión de acontecimientos que, al enlazarse unos con otros, se anularían mutuamente. Bartlebooth, partiendo de un cero, llegaría a otro cero, a través de las transformaciones precisas de unos objetos acabados.
Este Bartlebooth es el personaje principal de los casi doscientos que recorren la novela La vida instrucciones de uso, publicada en 1978 por Georges Perec. Esta obra, una de las más notables del Nouveau Roman y de la literatura europea del siglo pasado, es sobradamente conocida, así que no merece la pena que diga cualquier tontería sobre la misma cuando cuenta con multitud de reseñas con niveles de calidad a los que yo no lograría ni aproximarme. La lei al poco de haberse traducido al español (Anagrama, 1988), envidioso de un amigo francófono que no cesaba de elogiármela. Hará un mes, en sus Ensayos completos (Seix Barral, 2013), me topé con la reseña que Paul Auster hizo para The New York Review of Books cuando la novela de Perec se publicó en inglés. Y me trajo recuerdos de hace un cuarto de siglo, de lo que hacía y con quienes cuando leía el libraco pero, sorprendentemente, poco me acordaba de la historia, o mejor dicho, del exuberante caleidoscopio de historias que se van desgranando a lo largo de esas páginas. Así que me apeteció releerla, la busqué en mi desordenada biblioteca y lo hice.
Los párrafos supra en color son transcripciones de la novela (páginas 147-148 de mi edición); entre medias inserto uno de mi cosecha que sustituye a otro de Perec, sacrilegio que cometo porque me da la gana y éste es mi blog. No he querido describir el proyecto que se impuso Bartlebooth para que quien no haya leído el libro trate de adivinarlo. O mejor todavía: que cualquiera se pregunte si alguna vez se le ha ocurrido plantearse un programa de vida. Me vale por respuesta afirmativa el simple fantasear con la idea. La segunda pregunta, para los que lo hayan hecho y para los que no, es si se comparten los principios rectores del inglés. Si yo decidiera dedicar mi vida al cumplimiento de un plan que libremente me impongo, ¿lo concretaría para que obedeciera esos tres requisitos, el moral, el lógico y el estético? Todavía hay una tercera cuestión: independientemente de las respuestas anteriores, suponiendo que coincidimos con la intención y los principios de Bartlebooth, qué concreto programa de acción nos propondríamos realizar durante nuestra vida. A pocos se les ocurriría el que inventó Perec para su personaje (que, quienes no han leído la obra no tienen más que buscar en internet, aunque mejor sería que no lo hicieran hasta plantearse estas preguntas), pero sería interesante lo que nos viene en mente.
En el fondo, se trata de una reflexión –o una tentación, si se prefiere–vieja, anterior a Perec, desde luego. Aunque explícita, como tema literario, por ejemplo, no lo es tanto ya que requiere en cierta medida –creo– la pérdida de la fe, sea religiosa o, más modernamente, la ilustrada en el progreso de la humanidad. Filosóficamente, Bartlebooth podría ser un existencialista. En todo caso, no faltan en la historia personas que se han organizado conscientemente sus vidas de acuerdo a un plan voluntariamente decidido. Que lo hayan logrado es otro cantar; la vida tiene la rebelde costumbre de no dejarse encauzar por nuestras miserables pretensiones. En el devenir de la mía, desde luego, poco ha intervenido mi voluntad, y mucho menos los planes, pues apenas he hecho nunca. Aún así, no puede negarse que como idea para un personaje literario la de Perec è ben trovata.
No hagas planes - Quique González (Delantera Mítica, 2013)
Verás, Miros, creo que sí, que tú serías muy capaz de cumplir ese planteamiento con triple requisito, del mismo modo que yo, rotundamente, no.
ResponderEliminarPero te confesaré una cosa, al estilo de aquel académico romano que en su lecho de muerte despotricó del Dante después de toda una vida de alabarle: Detesto a Perec, La vida instrucciones de uso me pareció infumable en su día y me lo seguiría pareciendo hoy, el Nouveau Roman al completo lo mismo, salvo excepciones, como la de la extraordinaria Zadig, y de todos los cantamañanas del famoso Oulipo sólo trago (en realidad lo adoro) al gran Ítalo Calvino.Creo finalmente, aunque aún no estoy en mi lecho de muerte, que la literatura y nosotros sus lectores ganamos mucho cuando pasó la puñetera moda de la llamada literatura experimental ¡Dios!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarComo tener, tengo ciertos proyectos. Me falta cierta estabilidad económica, pero tengo juventud y las ideas claras.
ResponderEliminarLansky: Fíjate que intuía que no te gustaba Perec ni, por extensión el Oulipo (que exceptúes a Calvino me resulta superfluo, porque yo al menos no considero que su obra se pueda adscribir a este movimiento más que en aspectos menores). Yo, que probablemente sea menos visceral, no detesto a esos escritores potenciales. Ciertamente, sus "productos" no me parecen en general grandes obras de la literatura, pero te confieso que me divierten y, según el humor, hasta me resultan instructivos. En una altísima proporción tienen mucho de "ejercicios de estilo" (como el así llamado de Raymond Queneau, que sólo por ser el creador de la maravillosa Zazie ya merecería ser salvado de tu hoguera). En cuanto a La vida instrucciones de uso te diré que cuando lo leí –a finales de los ochenta, recién traducido– hasta me aburrió un poco: se pasa de meticulosidad descriptiva de las habitaciones e infinitos objetos. Bien es cierto que a finales de mi veintena era todavía más impaciente que ahora. En esta reciente relectura lo he disfrutado bastante más y me ha admirado la capacidad imaginativa del tipo: la novela es un caleidoscopio de historias esbozadas, cada una de ellas con materia de sobra para dar pie a otra novela, y la mayoría realmente prometedoras. La mucho más asequible Se una notte de inverno un viaggiatore ... de Calvino es, sin duda, deudora de la de Perec (a quien por cierto adoraba nuestro común adorado Calvino). Literatura experimental como dices, sí, y cuando se pone de moda es cargante, como cualquier otra moda. Pero de los experimentos pueden salir resultados bastante decentes.
ResponderEliminarEn cuanto a tu primer párrafo, aunque creo que ya lo digo en el post, ten por seguro que yo ni de coña sería capaz de cumplir un planteamiento vital del tipo del de Bartlebooth. Distinto es que sí pueda fantasear con la idea, pero es que fantaseo mucho.
R. Montblanc: El plan de Bartlebooth era totalizador, algo muy distinto a marcarse objetivos. Aunque habría que saber qué entiendes por "largo plazo". Los objetivos que yo me marco (o mejor, que me marcan) son cada vez a menor plazo. Y en cuanto a la novela de Perec, en mi opinión merece la pena leerla, aunque puede ocurrir que la detestes.
ResponderEliminarOzanu:Desde luego, que Bartleooth fuera multimillonario era una condición necesaria para proponerse un plan de vida como el que hizo. Tener juventud e ideas claras son dos posesiones efímeras: pasan pronto.
Por supuesto que yo sería incapaz de cumplir un plan semejante -creo que como el noventa y cinco por ciento de la humanidad, felizmente; hay que ser una clase muy rara de perturbado para ser capaz de tal cosa-. Pero más incapaz aún de proponérmelo. La mera idea me parece un empobrecimiento inexplicable, una especie de amputación innecesaria y necia, de la maravillosa y afortunadamente imprevisible e inencauzable riqueza de la vida. Siempre he apreciado y disfrutado más lo que se me da de modo gratuito, imprevisto e inmerecido que nada que haya tenido yo que conquistar o comprar; de esto último, invariablemente encuentro que vale mucho menos de lo que he pagado por ello. Hacer planes, pues, me parece un método, ineludible a veces y nunca deseable por sí mismo, para lograr fines que si lo sean y no puedan alcanzarse sin ellos. Pero hacerlos porque sí, por el mero gusto de hacerlos y cumplirlos, me parece una aberración incomprensibel y, como digo, un empobrecimiento lamentable de la vida, y hasta una especie de negación suya.
ResponderEliminarEso es lo que me pareció el absurdo plan de Bartlebooth cuando, en los ochenta, como tú, leí La vie, mode d'emploi. El caso es que, puesto por obra, se concretaba en cosas que no estaban mal y que hasta podían resultar apetecibles, pero la mera idea de hacerlas en cumplimiento de un plan les quitaba, a mis ojos, buena parte de su posible atractivo. En cambio el libro me encantó, me gustó tanto que lo leí dos veces seguidas, la segunda apenas dos o tres años después de la primera. Es lo único que he leído de Perec, pero siempre me ha gustado mucho. De hecho lo tengo ahora mismo cargado en mi ebook, en espera de una futura relectura. No he leído nada más de nadie del Oulipo, salvo de Calvino, que me gusta también mucho -me entero ahora de que perteneciera al taller en cuestión; lo creía un asunto exclusivamente francófono- y de Quenau que, en cambio, no me gusta nada.
Bien y discretamente corregido -como hacen los buenos maestros- ese error/errata/despiste mío colocando el Zadig volteriano en lugar del Zazie de Queneau.
ResponderEliminarEl motivo de incluir a Calvino en el OuLiPo: Ouvroir de littérature potentielle», que coimo bien sabes se traduce como "Taller de literatura potencial", la mayoría franceses y matemáticos como seguro que igualmente sabes, es que se incluía él y lo consideraban así el resto del pesadísimo grupo, y sí Queneau era mejor.
Bien intuia tu intuición sobre mis gustos (y tal vez criterios)
Compré el libro de Perec cuando apareció por España, porque el título ya me pareció curioso, cachondo. Se conoce que no tenía mucho tiempo para dedicar a la lectura porque PRECISAMENTE entonces estaba buscándome la vida, cómo ganarla, merecerla y vivirla. Y con los ojos bien abiertos.
ResponderEliminarEn parte, como dice Vanbrugh, nunca he buscado huecos u objetivos profesionales exactos, diseñados por mí mismo. Me ha limitado a cumplir lo mejor posible con los (muchos) que se me han ofrecido; hasta encontrar con lo que verdaderamente me gustaba. Y desde entonces estoy encantado, ya un poco de regreso a Ítaca. Bueno, tal vez me habría gustado tener mejor mano para la escritura. Es decir, no verme constreñido a contar en clave de humos mis alocadillas vivencias personales. No importa: cada uno llega hasta donde llega.
Volveré leerlo ahora sin prisa.
Me hice con la segunda edición del libro de Queneau (que estaba como una puta cabra) y me interesó la parte que dedicada a la 'literatura incómoda'. Eso y poquito más. Tal vez una semblanza que creo recordar que hizo (a propósito del 'enigma') de la historia de Huang Tzu (¿?¿?) que luego popularizara Borges con lo del hombre que soñó ser una mariposa y al despertar no supo si fue así o una mariposa que soñó haber sido un hombre.
Obvio: he querido decir 'clave de humor'-
ResponderEliminar(No sé si hacer un cursillo de mecanografía; eso sí que me vendría de perlas. El año pasado empecé otro 'corte y confección' y me despidieron.)
Vanbrugh:Nada que decirte poco comparto prácticamente íntegro tu comentario.
ResponderEliminarGrillo: Creo que la vida de la mayoría de nosotros se decide por sí misma, indiferente a nuestros ilusorios planes. Así que mejor ni hacerlos. No obstante, el asunto tiene su miga como fuente de inspiración de personajes literarios, como el que aquí he traído.
Volveré a Leer a Perec y su Vida e instrucciones..., no vaya a ser que llevéis razón Vanbrugh y tu, Miros...bueno, lo intentaré, la tengo por casa en el pueblo, aunque mis prejuicios suelen ser tan buenos (o malos) como mis juicios.
ResponderEliminarMiros, desde luego el personaje que nos traes aquí si vale como fuente de inspiración literaria. Ya dije que tengo que releerlo (previo encontrarlo.)
ResponderEliminarQué rabia: siempre tuve mi biblioteca bastante bien ordenada, con sus fichas y una etiqueta con numerito adherido al lomo de cada libro. Vamos: como debe ser para quien tenga una razonable cantidad de libros, seleccionados por temas en cada librería o estantería. Pero cuando tan bien instalado estaba se me ocurrió pintar la casa entera - el piso, quiero decir. Ya entonces no me encontraba con demasiadas ganas para darme el tute, confié en el equipo de operarios que vinieron... fueron llevando trastos, libros, cuadros y objetos de arriba abajo, del sótano al garaje y al trastero, algo al piso de mi ex, cruzando la calle, etc. ... y ahora, de a poquitos, buscando este o aquel volúmen por el tremendo guirigay voy ya teniendo un poco de orden. Digamos que me oriento...
Y, en efecto, la vida se ha decidido por sí misma para la MAYORÍA de nosotros y de gente que yo conozco y he conocido. La mayoría de las veces debido a circunstancias de lugar y tiempo.
PERO he conocido a algunos que desde bien pequeños y sin que nadie le recomendara hacer esto o lo otro ya tenía metido en la cabeza lo que querían ser de profesión.
Uno de ellos mi hermano mayor Alfonso que hizo ingeniero de minas y luego se doctoró en Geología porque le entusiasmaban esas cosas casi desde niño. Ejemplos de esos, tan espontáneos, habrá bastantes más, pero no es lo que sucede normalmente.
(También hay que decir que como las minas no suelen estar en la calle Hortaleza, el hombre no paró de vivir ahora en Kiruna, en Alquife, en Chile, etc. y para una vez que le llamaron para solucionar cómo cavar el subsuelo de Sevilla para hacer el Metro, el hombre dijo que lo más eficaz a la larga sería congelarlo todo por donde debía pasar; construir y luego descongelar. Les sonó muy raro y no se lo aceptaron...)