En 1992, Francis Fukuyama publicó El fin de la historia y el último hombre, donde sostenía que el mundo había llegado finalmente a una etapa de estabilidad, presidida por el triunfo definitivo del capitalismo neoliberal. Sería dentro de este sistema de referencia donde se produciría a partir de ahora el progreso humano, lo cual permitiría, tras la derrota final del «socialismo realmente existente», renovar las promesas de 1945, confiadas ahora a la supremacía incontestada de los Estados Unidos en el terreno político, y a los efectos de una globalización liberal en el económico. Lo que venía a significar que aquello que no había sido posible en 1945 ni inmediatamente después, como consecuencia de las necesidades de la guerra fría, podía realizarse una vez había concluido victoriosamente aquella Tercera guerra mundial contra el comunismo, que habría venido a completar los objetivos de la Segunda, librada contra el fascismo. Pero los años transcurridos desde entonces han visto desvanecerse las esperanzas depositadas en este vaticinio renovado de una era de paz y democracia universales, en que el conjunto de la humanidad viviría libre de temor y de pobreza.
No ha habido paz. ... Las guerras no solo siguen, sino que aumenta el número de víctimas civiles que causan. ... Las guerras, al fin y al cabo, se supone que son buenas para el mantenimiento del sistema. ... Si bien el miedo al holocausto atómico ha impedido desde 1945 que se produzca una confrontación general, no ha frenado, en cambio, la existencia de todo un montón de guerras de la mayor ferocidad que ... deberíamos considerar como un estímulo para la actividad humana. Lo cual es verdad, cuando menos, para la industria del armamento, que ha aumentado exponencialmente el valor de su producción, tanto para el consumo interno como para la exportación (en 2008 los Estados Unidos vendieron armas a otros países por un valor de 37.800 millones de dólares; cerca de un 80 por ciento de ellas a países «en vías de desarrollo».
Vivir más de medio siglo en una situación continuada de guerra latente implicó que el gasto en armamento consumiese una gran parte de los recursos que hubieran permitido mejorar la vida de los ciudadanos de uno y otro bando: los costes de la guerra fría explican la degradación de la sociedad norteamericana, incapaz de eliminar la pobreza en su propia casa, al igual que permiten entender el desastre económico y humano que implicó la crisis final de la Unión Soviética, y son también una de las causas principales de problemas que afectan al mundo entero, como la destrucción del estado de bienestar y la crisis ecológica.
Si es inoportuno hablar de paz en este mundo que mantiene tantos conflictos abiertos, tampoco el panorama de la democracia es satisfactorio. Que le siga importando poco al llamado «mundo libre» lo demuestra el hecho de que apoye en la actualidad a dictadores sanguinarios, como el presidente Teodoro Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial, a monarquías absolutas como la saudí, o a gobernantes corruptos como el presidente de Kirguistán, Kurmanbek Bakiyev, a quien Obama se apresuró a elogiar a renglón seguido de haber renovado la autorización de una base norteamericana en su país. Sin necesidad de llegar a una crítica a fondo de las corrupciones del sistema, como la que Luciano Canfora ha hecho de la compra-venta de votos en el mercado político, o la de John Kampfner sobre cómo los ciudadanos han puesto en venta sus libertades, apoyando a gobiernos que les garantizan seguridad a cambio de una represión selectiva, basta ver el caso de los Estados Unidos, donde es cada vez mayor la influencia de los lobbies, o grupos de cabilderos, y el peso de las entidades que proporcionan los fondos con los que se financian los gastos electorales de representantes y senadores. Lo cual acaba determinando el resultado de votaciones vitales, hasta el punto que haya podido afirmarse que «el Congreso se compra y se vende, pura y simplemente: cada noche pululan en Washington los buscadores de fondos políticos; cada día se cierran los tratos y se consiguen los favores».
Si esto sucede en el país que hizo la guerra fría en nombre de la voluntad de extender la democracia a todo el mundo, el problema se acentúa en muchos de los que la han adoptado formalmente. Las independencias de las colonias asiáticas y africanas, o las de las antiguas repúblicas soviéticas en Asia, han conducido a la formación de gobiernos que imitan las formas de los estados parlamentarios «occidentales», pero no garantizan ninguna de las libertades que aquellos se supone que defienden. La diferencia reside en que una cosa son las estructuras políticas que surgieron como resultado de las luchas sociales mantenidas a lo largo de siglos, que permitieron a la sociedad civil controlar gradualmente el poder, y otra muy distinta la adopción formal de estas mismas instituciones, implantadas por arriba en países donde no hay una sociedad civil que pueda intervenir en su funcionamiento. El resultado han sido repúblicas con dirigentes vitalicios, e incluso hereditarios, al estilo de las viejas monarquías, tanto en Asia central como en África, que gobiernan sin respeto alguno por los derechos humanos.
Los párrafos supra provienen del epílogo del tocho de mil páginas de Josep Fontana –Por el bien del Imperio, una historia del mundo desde 1945– que me ha tenido subyugado durante un casi un mes. Dice la wiki que, pese a su reciente publicación (2011), se considera "como una obra de referencia para entender los acontecimientos históricos posteriores a la segunda guerra mundial: la creación del estado de bienestar como respuesta al fascismo y al totalitarismo que habían llevado a la guerra, la posterior guerra fría, la caída de la URSS, la intervención de Estados Unidos en el mundo así como la involución que se vive desde la década de 1970 en relación a los derechos sociales, el bienestar social y democracia como consecuencia del triunfo del neoliberalismo". Y ciertamente, al menos en mi opinión, lo es: un repaso exhaustivo (con las limitaciones propias de su ambición enciclopédica) y objetivo (sin dejar de ser crítico) de lo que ha pasado durante los últimos 65 años, un libro casi imprescindible para hacerse una idea global y ser capaces de entender el mundo que nos toca vivir. Había leído ya dos o tres obras de Fontana y desde luego me gustaba mucho, pero con ésta m ha obnubilado. Valga este post para recomendarla encarecidamente a mis escasos lectores.
lamentablemente hay quienes festejan el capitalismo neoliberal
ResponderEliminarBelén Be: Sólo los muy tontos o los muy "listos" (en el sentido de aprovechados) lo festejan.
ResponderEliminarEl de Fontana es un libro magnífico,c omparable a 'tochos' como el Tony Jud de Posguerra. No hablo por boca de ganso, pero confieso que no lo he terminado... aún.
ResponderEliminarCreo que debe ser escaso el número de "tontos" o "listillos" que festejan el capitalismo neoliberal, como en cierto modo bien dice Belén Be. Escaso en comparación con el mucho mayor número de quienes lo detestan y lo denuncian.
ResponderEliminarMe temo que , lamentablemente, la humanidad jamás vivirá libre de temor y de pobreza.
La mínima satisfacción que de rebote me produce la democracia o cualquier otra forma de Gobierno es la constatación de que los grandes dineros, de empresas o de particulares apenas se quedan en el mismo sitio: los propietarios acaban siendo otros. Yo sé - y vosotros también - de tantos y tantos millonetis que ganaron sus fortunas por medios lícitos o no tanto, y que sus hijos o descendientes lo fundieron con torpeza (y con chulería) de modo que esas fortunas acabaron pasando a otras manos. Nuevas manos que a su vez volverán a dilapidar lo que les llovió del cielo... Y así sucesivamente, en un lento rodar de cangilones históricos.
Eso sí: mientras tanto, la sufrida clase media y obrera sigue insatisfecha y , como mucho derecho al pataleo les queda la constatación de que los dineros del neocpaitalismo casi nunca son fieles a sus amos.
(Hay que tener 'un par' para meterse entre el pecho y la espalda el tocho de Fontana. Casi preferiría leerme todos los catálogos de Ikea - que dicen que ya superan en páginas y en ventas a los de la mismísima Biblia...)
Pues si lo veo, lo leeré y ya te comentaré.
ResponderEliminarAfirmaciones como que "el número de víctimas de las guerras no ha hecho sino aumentar" son claramente falsas. La tendencia desde la Segunda Guerra Mundial es justamente la contraria, no sólo en porcentaje de la población que muere en guerras, sino incluso en la cantidad total de víctimas (pese a que la población mundial se ha más que duplicado en ese período). En general, han disminuido muy significativamente casi todas las manifestaciones de violencia, con la casi única excepción (en cuanto a gradísimas magnitudes) del genocidio de Ruanda.
ResponderEliminar.
Podéis ver los datos y una posible explicación en el libro de Steve Pinker, "Los ángeles que llevamos dentro" ("The better angels of our nature").