En un comentario reciente, Lansky aludió a los geniales Tip y Coll y su celebérrimo sketch "bilingüe" sobre cómo llenar un vaso de agua. A raíz de ello me dio por recordar los viejos humoristas de la tele de mi infancia y adolescencia, en concreto del breve periodo comprendido entre mis ocho y quince años (entre 1967 y 1975), o lo que es lo mismo, desde que entró en mi casa la tele –en blanco y negro, por supuesto, y con sólo un canal y medio– hasta que, nada más superar la reválida de sexto, abandoné la todavía franquista España por unos cuantos añitos; a mi vuelta, ya nada era lo mismo. Téngase en cuenta que aunque TVE se creó oficialmente en octubre del 56, hasta bien avanzada la siguiente década eran muy pocos los que tenían aparatos para seguir la paupérrimas emisiones. Para que los jovencitos actuales, habituados al exceso de oferta catódica, se hagan una idea de lo que se ofrecía al telespectador hispano cuando mis padres adquirieron su primer televisor (un telefunken), aquí va, por ejemplo, lo que se emitió el martes 19 de diciembre del 67. Hasta las dos de la tarde no había emisión ninguna, que se iniciaba un cuarto de hora antes con la insoportable imagen fija de la carta de ajuste. Tras la presentación, un par de minutos de avance informativo, y un programa de casi una hora llamado Panorama de actualidad. A las tres el Telediario, sin duda el espacio más longevo e inalterable de nuestra tele. Luego, hasta las siete menos cuarto de la tarde, dos capítulos de novelas que no hacían sino trasladar al nuevo medio los más tradicionales seriales radiofónicos. Entre siete menos cuarto y siete y cuarto daban la programación infantil, que en esa época consistía en un programa llamado Jardilín del que apenas recuerdo sino que salía una profesora dirigiendo actividades lúdico-educativas de lo más soso con niños de jardín de infancia, algo que el chavalote de ocho añazos que yo era despreciaría, aunque tal vez lo siguieran mis hermanos pequeños mientras, recién llegados todos del colegio, comíamos la merienda –con frecuencia un trozo de pan en cuyo interior, a modo de bocadillo, iba una tableta de extraño chocolate arenoso cuyo gusto era congruente con su textura–. A las siete y cuarto comenzaba la programación de tarde, con un avance informativo y otro capítulo, esta vez de una serie histórica teatralizada, Diego de Acevedo, y luego, hasta las 8 y veinte, media horita de musical. A las 8:20 daba comienzo la emisión de noche y lo primero eran unos escasos diez minutos de dibujos animados –algún episodio de Hanna Barbera o de la Warner. Los dibujos eran –en nuestra familia, pero me imagino que también en la mayoría de las españolas, cortadas por unas rutinas horarias bien uniformizadas en aquellos tiempos que ni siquiera sabíamos que eran tan sosos– el anzuelo para que los críos, recién terminados de cenar, se pacificaran frente a la tele y se fueron contentos a la cama, siguiendo las instrucciones de la popular familia Telerín y su cancioncita imposible desobedecer. Eso ocurría a las ocho y media (en verano, a las nueve) y entonces la tele se ponía más seria: primero un documental (el día que estoy glosando tocó Hombres y tierras), luego, el telediario de la noche, media horita de un programa musical (Tele-Ritmo, se llamaba) y para rematar el también longevo Estudio 1 con la correspondiente representación de una obra teatral. Casi a las doce venía la última y breve edición del Telediario, diez minutos de un sermoncillo religioso (El alma se serena) y el cierre a las doce y cuarto. Estaba también el segundo canal o UHF, que al menos en mi casa se cogía bastante mal (tenía otra antena) y apenas veíamos; además, sólo emitía desde las 8 de la tarde a las doce de la noche.
De este jaez fue mi primera oferta televisiva. Tanta ilusión que teníamos todos por tener tele y en la caja negra sólo había aprovechables apenas diez minutos. Desde luego, en aquellos primeros tiempos ni se le había empezado a sacar partido al nuevo medio, por más que en otros sitios lo dominaban de maravilla (Estados Unidos era sin duda donde la programación era más avanzada). Visto desde ahora, sorprende el poco tiempo de emisión (catorce horas entre los dos canales) y, sobre todo, que a los niños casi ni se los tuviera en cuenta. Olvido que no tardarían en subsanar y cada vez dedicarían más tiempo a la programación infantil. De hecho, ya cuando entró la tele en mi casa, había empezado el programa de Los Chiripitifláuticos, el único televisivo que asocio a mi niñez (el día que he buscado para transcribir la programación no tocaría). Desde luego lo veía y no lo pasaba mal, pero no recuerdo que me entusiasmara y he de confesar que me caían un poquito mal tanto Valentina como el Capitán Tan. Algunos años después –ya se habrían iniciado los setenta– vinieron los payasos de la tele (Gaby, Fofó y Miliki) y su Había una vez un circo, pero yo ya era un chico de bachillerato y pasaba de esas tonterías que veían mis hermanos pequeños. Para entonces, lo que me atraía más que nada de la tele eran las series anglosajonas, que para verlas había de camelarme a mis padres. No tenía problemas con Bonanza, pocos con El túnel del tiempo y algunos más con las de detectives e investigaciones policiacas, como Mannix, Ironside o El fugitivo. Supongo que mis progenitores pretendían evitar que me impresionara por algunas escenas "fuertes" de violencia (porque de sexo nada), importadas de un país tan ajeno al nuestro que podría estar en otro universo. Además, conviene recordar los puñeteros rombos que salían al principio; bastaba que algún capítulo fuera calificado con un solo rombo (no apta para menores de catorce) para que fuera exiliado de la sala pese a mis protestas. Tan sólo cuando empecé quinto y adquirí la dignidad de bachiller superior, aunque aún tenía trece años, se me levantó la prohibición de los programas con un rombo. Pero entonces –cosas de la pubertad y las hormonas– me interesaban las pelis de dos rombos, y con algún amigo hacíamos pellas para intentar colarnos en los cines de sesión continua de Bravo Murillo y poder ver a Carmen Sevilla en ropa interior.
En fin, con este afluir de recuerdos de la televisión de mi infancia no entro a lo que pretendía escribir, que era sobre los sketchs humorísticos de entonces. Que yo recuerde, en el periodo al que me estoy refiriendo no había programas específicos de humor en la tele, todo eso vendría después, a partir de la aparición de las cadenas privadas (finales de los ochenta) y emulando una tradición anglosajona (en especial, la fiebre de los monologuistas). Los humoristas se colaban como parte de programas de entretenimiento y variedades, y justamente en uno de los primeros y más famosos –Galas del Sábado– debutaron Luis Sánchez Polack y José Luis Coll a finales de los sesenta. Desde luego, los tipos impactaron con ese humor del absurdo, ese jugar con las palabras hasta el desvarío; eso sin olvidar el cachondeillo imparable de dobles intenciones que se iban encadenando, algunas rozando lo políticamente incorrecto, lo que en esos tiempos no era un mero eufemismo. He estado repasando en internet los sketchs más viejos de la pareja –en blanco y negro, claro– y me traen vagos y escurridizos recuerdos. Deduzco que, dada mi tierna edad, los vería pero no terminaría de entusiasmarme con sus gracias; sin embargo, me acuerdo perfectamente de mi padre descojonándose frente a la tele. En todo caso, Tip y Coll son mi primera referencia humorística, que recuperarían ya plenamente en los primeros ochenta, una vez regresado a España. El del vaso de agua fue probablemente el más logrado de sus sketchs, pero absolutamente fiel a su estilo ya bastante definido desde sus primeras apariciones. No he logrado averiguar la fecha primera de ese gag, pero buscándolo me he encontrado con dos programas de TVE dedicados a estos genios (como tantos que hace la cadena pública recurriendo a sus archivos para rentabilizar las nostalgias) lleno de escenas divertidísimas que, pese a conocerlas casi todas, han vuelto a provocarme carcajadas. Así que no me resisto a incluirlos en este post (está el vaso de agua pero también muchos otros, todos pinceladas desopilantes del surrealismo absurdo de aquellos tipos).
La verdad que de los años a los que me estoy refiriendo no recuerdo ningunos otros humoristas de la talla de Tip y Coll, casi me atrevería a decir que no los había. Alguien podrá estar pensando en el gran Gila, pero por entonces andaba por América y, aunque había tenido ya éxito en radio y teatro durante los cincuenta, su despegue televisivo no fue hasta mediados los ochenta. Uno de bastante menor empaque pero que me hizo reír mucho a mis doce o trece fue el argentino Joe Rígoli encarnando a su personaje Felipito Takatún con su coletilla "yo sigo" acompañada del gesto rotatorio del dedo índice; el hombre éste desapareció de los medios años después y ahora me enteró que prácticamente acabó en la indigencia. No sería hasta la década de los ochenta –pero entonces yo ya era "mayor"– cuando se consagrarían en la tele otros cómicos con empaque suficiente, muchos de ellos deudores y practicantes del estilo que, si no creado (porque ciertamente provenía de una tradición ya larga del humorismo escrito y gráfico español, representado, por ejemplo, por La Codorniz), sí habían adaptado y pulido para la tele, aquellos dos señores de negro. Estoy pensando, por ejemplo, en Martes y Trece, el ya mencionado Miguel Gila, el catalán Eugenio o los ídem de La Trinca, e incluso un poco después, ya acabando los ochenta, los madrileños Faemino y Cansado. Todos ellos tienen unos cuantos sketchs memorables, que relacionaría en mi Top Ten del humor televisivo, archivo relevante de mi historia sentimental. Pero corresponden ya a mi primera juventud, no a la infancia, aunque sea de esta etapa de la que guardo los más hilarantes recuerdos, incluyendo por supuesto varias escenas de Tip y Coll. Así que, concluyendo, son éstos los "padres" de mi sensibilidad humorística –al menos en lo que a la televisión se refiere– y supongo que de muchos españoles de mi generación. En los tiempos recientes hay mucha más abundancia de humoristas pero me da la impresión de que difícilmente pueden encontrarse profesionales de tanta calidad. Es una opinión personal, claro, que puede estar distorsionada, primero, porque desde hace años veo bastante poco la tele, y luego por la inevitable tendencia a magnificar los recuerdos de cuando uno era joven y menos "resabiado". También es verdad que la inmensamente mayor cantidad de horas de emisión obligan a meter a muchos graciosillos y, por otro lado, que a estas alturas es muy difícil que nos sorprendan con nuevas teclas humorísticas. En todo caso, lo dicho: Tip y Coll son ya uno de los primeros y más importantes capítulos de esa parte de la Historia de la vida cotidiana que sería el humorismo televisivo.
Saludos de otro miembro de la "Generación Malasombra"
ResponderEliminarhttp://regalodereyeslanovela.blogspot.com/2013/10/generacion-malasombra.html
Yo tenía un amigo, un colega, mucho más golfo que yo que se colocaba mirando fijamente la carta de ajuste mientras se fumaba un porro.
ResponderEliminarEso sí, estás atrasado de noticias de este tiempo, cuando escribes: ”Para que los jovencitos actuales, habituados al exceso de oferta catódica, se hagan una idea”; deberías tratar un poco con las generaciones más jóvenes, porque esos ahora tampoco ven apenas la tele, quiero decir la tele-tele, la que enciendes y te tragas lo que te echen; la han sustituido por los contenidos que ellos se bajan por ahí. Lo mismo que yo, que no pretendo ir de moderno y jovenzuelo, lo que sería patético, sino que simplemente no quiero pagar ni los peajes de una pésima programación de los canales abiertos, ni el peaje de pagar por una televisión de más calidad, ni, sobre todo, el peaje ajustarme a los horarios absurdos y encima el peaje de la maldita publicidad (aunque haya anuncios bonitos, y que san Vanbrugh me perdone), así que me veo las series que quiero, leo los periódicos que quiero, y veo la tele poquísimo, aunque la uso como monitor con pantalla mayor que mi portátil.
Y no añoro para nada esos tiempos de tele en blanco y negro, que tan bien hacía juego con esa España gris, opresiva y deprimente. En cualquier caso, jamás ni en blanco y negro ni en color, ni analógica ni digital, ni en abierto ni de pago he tenido el apego sentimental por la tele que he tenido y tengo por las oscuras y emocionantes salas de cine, que parece que renacen ahora, cuando estaban a punto de desaparecer.
Tienes una errata en la línea 11 del primer párrafo, has escrito “en mi cada”, cuando es obvio que querías escribir “en mi casa”.
Jesús: Me ha parecido muy sugerente esa propuesta tuya de la generación malasombra a la que me adscribes (sin duda, por haber sido en mi niñez espectador de Los Chiripitifláuticos). Si, como he visto en el posta que me remites, en octubre del año pasado estabas a punto de cumplir los cincuenta, deduzco que eres de finales del 63 o principios del 64, unos cuatro años y medio menor que yo. Digo esto porque, aceptando las señas definitorias de esa generación, la verdad es que no me siento parte de ella, ni por estrictos límites cronológicas ni por los avatares de mi vida personal. De hecho, con lo difícil que es señalar límites precisos a esos intervaos convencionales que son las generaciones, entre nosotros hay uno bastante inequívoco: tú eres del plan educativo de la EGB y yo no, soy de la penúltima promoción que hizo hasta sexto de bachillerato (incluso, en mi caso, con examen posterior de reválida). En todo caso, has hecho que me interese por el asunto este generacional, y te contestaré más ampliamente en un próximo post.
ResponderEliminarLansky: Vaya con tu amigo; los míos y yo preferíamos escuchar rock progresivo mientras dábamos pausadas caladas a los canutos. Pero, en fin, sobre gustos y aficiones ...
Tienes razón en que los jovencitos de este tiempo han sustituido la tele por el consumo audiovisual a partir de internet (y yo también, hago prácticamente lo mismo que tú y el mismo uso le doy mayoritariamente a la pantalla de la tele). Pero eso no contradice lo que escribí porque, ciertamente, los chavales de ahora están habituados al exceso de oferta catódica, aunque pasen de verla y por eso me parecía que podría interesarles que quienes vivimos los comienzos de la caja tonta les contáramos cómo eran las cosas hace casi medio siglo.
Tampoco yo añoro el periodo de mi infancia al que hago referencia en este post (¿he dado la impresión de que lo hago?) ni nunca, como tú, he tenido ningún apego a la tele, entre otras cosas –como cuento en el post– defraudó enseguida las expectativas infantiles que podría haber albergado. Puesto a añorar, mis "buenos tiempos" vinieron justo después, del 75 al 81 en Perú y del 81 al 86 en Madrid. En todo caso, teniendo en cuenta nuestra diferencia de edad, has de tener en cuenta que muy diferentes tuvieron que ser nuestros respectivos primeros contactos con la tele; si éstos se dieron hacia la misma fecha del calendario (y supongo que no habrá demasiadas diferencias), mientras yo era todavía un crío de primaria, tú ya deberías ser todo un universitario. La percepción y efectos en nuestros ánimos y personalidades de la caja boba tuvieron necesariamente que ser muy distintas.
Paso a corregir la errata, gracias por señalarla.
Tip y Coll fueron muy grandes. Clásicos inmortales del humor, sin duda. Cuando yo era pequeño, fueron los años de No te rías que es peor... Así he salido, ¡je!
ResponderEliminarComo somos de la mismísima edad nuestros recuerdos y experiencias tienen esas similitudes que da el ver las mismas cosas a los mismos años y ser de los penúltimos de aquel bachillerato antiguo. Me lo he pasado bien recordando personajes y series de aquellos años, que en mis recuerdos son en blanco y negro como la televisión. Recuerdo muy bien Diego de Acevedo, así como novelas míticas como Los Tres Mosqueteros y el conde de Montecristo, protagonizado por José Martin. Me gustaban tanto las series americanas que ni siquiera nos dábamos cuenta que estaban extrañamente dobladas. Especialmente la del Túnel del tiempo o Jim West me encantaban. Había algunas que, aparte de por los temidos rombos, debía ser por la hora, nunca pude ver, como los Intocables que echaban los sábados por la noche. A mediados de los ochenta por lo que veo coincidimos en Madrid, los años de la movida y de Tierno Galván como alcalde. Como dato curioso te diré que recuerdo a Faemino y Cansado actuando los domingos en el Retiro y pensaba: estos no llegarán muy lejos...y me equivoqué! Un saludo y te sigo leyendo con gusto.
ResponderEliminarCuando murió el genial Tip, Sanchez Polac de complicadísima vida sentimental, Coll se vino abajo y echó fuera su amargura. No tenía la menor gracia. Confundía humor con un triste sarcasmo.
ResponderEliminarGrillo
En un bareto en subsótano en la calle Almirante Coll repetía hasta la náusea lo que le dijo a su mujer cuando le pilló con otra en la cama: - No es lo que te imaginas...
ResponderEliminarBien bobo, porque para el verdadero humor sólo tendría que haber puesto una simple coma y quedaría - No, es lo que te imaginas.
Grillo
Búcaro: Seguro que tienes más memoria que yo de la niñez; a mí, la verdad, todos esos recuerdos los tengo muy borrosos. A Faemino y Cansado también los vi yo en los ochenta y me encantaron, pero esa época es ya posterior a la narrada en este post. Gracias por seguir pasando por aquí.
ResponderEliminarGrillo: Te echaba en falta; confío en que sigas bien y no te ausentes tanto. ¿Por qué no te animas y nos cuentas algunos chismes sobre la complicada vida sentimental de Tip?
Porque ni el mismo Tip lo comentaba con nadie.
ResponderEliminarYo soy de la quinta de Onazu y estos humoristas que comentas los he visto infinidad de veces pero ya de mayor, recuerdo en mi infancia sentarme junto a mi hermano a ver "No te rías que es peor" y la verdad es que me reía mucho con ese programa, y luego también disfrutábamos mucho con "La Bola de Cristal" y "Plastic", aunque estos ya eran de otro tipo. Mis humoristas preferidos son Les luthiers, Faemino y Cansado y actualmente, Luís Álvaro.Una profesión muy difícil la de hacer reír la verdad.
ResponderEliminarFeliz Navidad:)
por si echas de menos los NO-DOS
ResponderEliminarhttp://www.rtve.es/filmoteca/no-do/