A la vista de mis videncias televisivas infantiles narradas en mi anterior post, Jesús P. Zamora Bonilla me adscribe a la que llama generación malasombra. El nombrecito –de su cosecha– alude a la pareja de malvados que participaban en el programa Los Chiripitifláuticos de TVE entre 1966 y 1976 o, por llevarlo a mi cronología vital, entre mis siete y diecisiete años. Según cuenta en su blog, Jesús andaba a la búsqueda de su propia generación, acicatado por no verse incluido en la llamada generación nocilla que incluiría a novelistas nacidos desde finales de los sesenta hasta bien avanzados los setenta. Como se ve, la referencia generacional de Jesús es literaria, ámbito éste en el que es costumbre clasificar los autores en grupos que combinan cierta comunidad estilística o temática con edades más o menos cercanas. Por ejemplo, en la literatura española se habla de las generaciones del 98 (fecha del Desastre con nombres como Baroja, Azorín, Unamuno, Valle Inclán), la del 14 (una intermedia centrada en la figura de Ortega y Gasset), la del 27 (por el homenaje a Góngora y formada predominantemente por poetas como Lorca, Guillén, Salinas, Alberti, Cernuda), la del 36 (también llamada de la Guerra, con Miguel Hernández, los Panero, Celaya, Otero, Cela, Laforet, Torrente, Delibes), la del 50 (o de los "hijos de la Guerra", con Fernández Santos, Aldecoa, los Goytisolo, Martín Gaite, Marsé, Matute). Si se revisan los natalicios de los integrantes de cada grupo, se concluye que no es nada fácil acotar por edades los intervalos de una generación. Aún así, la regla más frecuente es que los autores tienen entre veinticinco y treinta y pocos años en torno a la fecha que marca el hito generacional; es decir, una generación literaria se "constituye" con un grupito de gente en su primera etapa creativa y que entre ellos se llevan menos de diez años. Naturalmente, estos intervalos distan de ser regulares, entre otras razones porque los críticos e historiadores de la Literatura buscan alguna referencia cronológica que permita aglutinar a los distintos autores, cuyas obras muchas veces no es que sean demasiado homogéneas. Aún así y con todas las reservas que se quiera, tiene sentido la agrupación por edades ya que, ciertamente, cada época tiene sus peculiares puntos de vista y preocupaciones vitales. Lo que desde luego es muy complicado es fijar duración y límites de cada generación que además, por ser siempre convencionales, podrían cambiar en función del tema que estemos analizando (literatura, música, ciencia, política, etc).
Si, reflexionando sobre mi historia personal, me pregunto a cuál "generación" habría de adscribirme, la primera e inmediata conclusión a la que llego es que no sería ésa de los chiripitifláuticos en la que Jesús me mete. Creo que el hecho objetivo que me separa de ellos es que estuvimos escolarizados bajo dos planes de estudios distintos. Jesús y sus compañeros de generación hicieron la EGB y el BUP, de acuerdo al Plan de Estudios establecido por la Ley General de Educación de 1970 impulsada por José Luis Villar Palasí. Yo, en cambio, pertenezco a la penúltima promoción del Plan derivado de la Ley de 1953 de Ruiz Giménez (matizado tras el II Plan de Desarrollo), los que hicimos cuatro años de primaria, cuatro de bachillerato elemental y dos de superior (luego venía el COU que había sustituido al antiguo PREU). Al margen de los cambios en los contenidos de las asignaturas –que a mi juicio no fueron poca cosa–, el más importante consistió en que los que nos sucedieron tuvieron un año más de escolarización (8 de EGB + 3 de BUP), lo que significó retrasar de los diecisiete a los dieciocho la entrada en la universidad. Puede parecer una tontería, pero ese cambio de plan de estudios marca una barrera que, en mi caso, la percibí claramente desde adolescente y me separaba de mis cinco hermanos (soy el mayor), todos ellos en la EGB. La gente que hizo la EGB fueron los que han nacido a partir del 61, los mayores de ellos ciertamente muy cercanos a mi edad y sin embargo desde siempre me he sentido bastante más alejado "generacionalmente" de ellos que de los que, con la misma diferencia de años, eran mayores que yo. Ya digo que la distinta escolarización aporta una primera explicación, pero hay otras circunstancias de mi historia que ahondan esa barrera.
Tengo la impresión de que en las familias de varios hijos (frecuentes por aquellos tiempos) las referencias de un niño tendían a ser sus hermanos mayores. Yo no los tenía y los busqué en los de amigos cercanos desde, más o menos, mis trece años. Eso se concretó, por ejemplo, en los inicios de mis aficiones musicales, gracias a mi amistad con José, cuyos cuatro hermanos mayores iban acumulando en los primeros setenta una buena colección de discos mayoritariamente anglosajones. Si echo la vista hacia mis compañeros de curso de los últimos años de bachillerato, compruebo que casi todos tendíamos mucho más a emular y relacionarnos con los de los cursos superiores, tratando de hacer nuestros sus intereses. Además, lo de ser el mayor, como era mi caso, marca mucho, máxime cuando te siguen dos chicas; quiero decir que apenas experimenté continuidad vivencial "hacia abajo", reforzando al interior de mi propia familia, esa ruptura generacional derivada de los distintos planes educativos. En resumen, que en mis últimos años de la enseñanza media, por más mequetrefe que fuera, me sentía mucho más vinculado a los mayores y, desde luego, lo que quería era ser mayor, tener la máxima autonomía posible y escapar del para mí opresivo marco vital de los chavales de esa época. Esa tendencia se reforzó notablemente porque nada más acabar el bachillerato y superar la reválida de sexto –que entonces ya no era obligatoria pero yo la necesitaba para conseguir el cartón de bachiller superior– me fui a vivir a Lima, adonde habían trasladado seis meses antes a mi padre. En el otoño (primavera allí) del 75 ingresé en la universidad con dieciséis años recién cumplidos, saltándome el COU que habría debido de cursar en España, y encontrándome con compañeros de promoción nacidos un año antes que yo. Además, como resultó que no suspendía, a medida que avanzaba en la carrera iba compartiendo estudios con gente aún mayor. De tal modo, en el grupo de amigos en el que cada vez más estrechamente me fui integrando yo era el más joven, siendo la mayoría del 57 y del 58. Cuando volví a Madrid, jovencísimo arquitecto de veintidós años (aunque tardé varios años en lograr el reconocimiento definitivo de mi titulación), empecé enseguida a trabajar y de nuevo a relacionarme y hacer amistad con personas también algo mayores que yo. Tanto es así que, durante esa primera etapa de mi vida laboral, casi interiorizaba que mi edad era uno o dos años más de los que realmente tenía.
Así que no soy de la generación chiripitifláutica, la de quienes hicieron la EGB y que en los últimos tiempos parece ser objeto de los afanes de los publicistas y de los productores de programas nostálgicos, lo que hace que los que somos un poco mayores nos sintamos un tanto relegados a la noche oscura de unos tiempos demasiado antiguos para que tenga interés (comercial) recordarlos. Siguiendo el vínculo aportado por Jesús, descubro que en 2004 se publicó un libro sobre esa generación a la cual no pertenezco (Los niños de los chiripitifláuticos), en el cual se recogían las quince principales “señas de identidad”; revisándolas, me reafirmo en mi conclusión de que no pertenezco a la misma. Así (1), yo no viví la muerte de Franco como un día sin colegio, sino empezando la universidad (mis compañeros del bachillerato estaban en COU). Mi educación escolar (2) no estuvo a caballo “entre la disciplina heredada y el aperturismo democrático”, sino exclusivamente bajo la primera, aunque no tan dura como las de mis mayores; tampoco rompimos “con la misa obligatoria” y sí recibimos educación política franquista (la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, aunque no pasaba de ser una “maría”). Tampoco, como conté en el anterior post, nacimos con la tele en casa (3), sino que ésta llegó cuando acabábamos la primaria o empezábamos el bachillerato; y los programas que nos gustaron de niños no fueron los que se citan en el libro (Pipi Calzaslargas, Starsky&Hutch) sino otros anteriores. En cuanto a mis lecturas infantiles (4), algunas son las que se citan –Enid Blyton, por ejemplo–, pero no las principales (más Verne y Salgari), y lo mismo pasa con los tebeos, porque nuestros favoritos eran los del Jabato, el Capitán Trueno o Hazañas Bélicas. En lo de la música de la pubertad (5) sí que hay una clara diferencia ya que, como he contado, nos enlazamos a los gustos de nuestros mayores (el rock anglosajón sobre todo) y despreciamos olímpicamente el emergente pop español tan amado por quienes nos siguieron. No fuimos de litronas en la calle (6), ni nos importó demasiado la moda (7); tampoco –afortunadamente– nos golpeó de lleno “el azote del desempleo” (8) ni, por tanto, comenzamos “a retrasar la edad de irse de casa de los padres” (11), sino más bien fuimos quizá la última generación que quería largarse lo antes posible. Tampoco creo que fuéramos poco activos políticamente (9); yo no viví en España los primeros años tras la muerte de Franco, pero varios de mis compañeros se sumaron fervientemente a las movidas políticas de la Transición, si bien es verdad que como los benjamines poco tenidos en cuenta. En cambio, sí parece que compartimos formas de jugar y juguetes (10) con quienes nos sucedieron; tuve mis álbumes de cromos, ansié el excalectric y, desde luego, jugué en descampados de mi barrio a las chapas, curro, media manga, manga entera, el pañuelo, etc (y a peleas a pedradas contra otras bandas de chavales). No diría yo que crecimos sin complejos sexuales (15) –al menos a mí me costó desembarazarme de los míos–, aunque supongo que nos fue más fácil que a nuestros mayores. Finalmente, las tres “señas” que me quedan por repasar, sí diría que también nos caracterizan (retrasamos la edad de tener hijos, accedimos masivamente a la universidad, y procuramos escaquearnos de la mili).
En fin, nunca me había puesto a pensar sobre esto de las generaciones en relación a mí mismo. No es que ahora lo tenga claro y quizá la conclusión es que la identidad generacional no ha pesado mucho en el desarrollo de mi personalidad; la verdad, es que me cuesta encontrar señas identitarias colectivas con las que me sienta cómodo. A lo mejor, esa especie de “desapego” a las pertenencias grupales vaya a ser una característica definitoria de la gente de mi quinta; vendríamos a ser unos “desubicados”, los pequeñajos de la generación de nuestros hermanos mayores a la que nos quisimos enganchar aunque llegáramos tarde, y negándonos a que se nos confunda con los que vinieron después, los que se tragaban los chiripitifláuticos cuando ya nosotros no les hacíamos ni caso.
Así que no soy de la generación chiripitifláutica, la de quienes hicieron la EGB y que en los últimos tiempos parece ser objeto de los afanes de los publicistas y de los productores de programas nostálgicos, lo que hace que los que somos un poco mayores nos sintamos un tanto relegados a la noche oscura de unos tiempos demasiado antiguos para que tenga interés (comercial) recordarlos. Siguiendo el vínculo aportado por Jesús, descubro que en 2004 se publicó un libro sobre esa generación a la cual no pertenezco (Los niños de los chiripitifláuticos), en el cual se recogían las quince principales “señas de identidad”; revisándolas, me reafirmo en mi conclusión de que no pertenezco a la misma. Así (1), yo no viví la muerte de Franco como un día sin colegio, sino empezando la universidad (mis compañeros del bachillerato estaban en COU). Mi educación escolar (2) no estuvo a caballo “entre la disciplina heredada y el aperturismo democrático”, sino exclusivamente bajo la primera, aunque no tan dura como las de mis mayores; tampoco rompimos “con la misa obligatoria” y sí recibimos educación política franquista (la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, aunque no pasaba de ser una “maría”). Tampoco, como conté en el anterior post, nacimos con la tele en casa (3), sino que ésta llegó cuando acabábamos la primaria o empezábamos el bachillerato; y los programas que nos gustaron de niños no fueron los que se citan en el libro (Pipi Calzaslargas, Starsky&Hutch) sino otros anteriores. En cuanto a mis lecturas infantiles (4), algunas son las que se citan –Enid Blyton, por ejemplo–, pero no las principales (más Verne y Salgari), y lo mismo pasa con los tebeos, porque nuestros favoritos eran los del Jabato, el Capitán Trueno o Hazañas Bélicas. En lo de la música de la pubertad (5) sí que hay una clara diferencia ya que, como he contado, nos enlazamos a los gustos de nuestros mayores (el rock anglosajón sobre todo) y despreciamos olímpicamente el emergente pop español tan amado por quienes nos siguieron. No fuimos de litronas en la calle (6), ni nos importó demasiado la moda (7); tampoco –afortunadamente– nos golpeó de lleno “el azote del desempleo” (8) ni, por tanto, comenzamos “a retrasar la edad de irse de casa de los padres” (11), sino más bien fuimos quizá la última generación que quería largarse lo antes posible. Tampoco creo que fuéramos poco activos políticamente (9); yo no viví en España los primeros años tras la muerte de Franco, pero varios de mis compañeros se sumaron fervientemente a las movidas políticas de la Transición, si bien es verdad que como los benjamines poco tenidos en cuenta. En cambio, sí parece que compartimos formas de jugar y juguetes (10) con quienes nos sucedieron; tuve mis álbumes de cromos, ansié el excalectric y, desde luego, jugué en descampados de mi barrio a las chapas, curro, media manga, manga entera, el pañuelo, etc (y a peleas a pedradas contra otras bandas de chavales). No diría yo que crecimos sin complejos sexuales (15) –al menos a mí me costó desembarazarme de los míos–, aunque supongo que nos fue más fácil que a nuestros mayores. Finalmente, las tres “señas” que me quedan por repasar, sí diría que también nos caracterizan (retrasamos la edad de tener hijos, accedimos masivamente a la universidad, y procuramos escaquearnos de la mili).
En fin, nunca me había puesto a pensar sobre esto de las generaciones en relación a mí mismo. No es que ahora lo tenga claro y quizá la conclusión es que la identidad generacional no ha pesado mucho en el desarrollo de mi personalidad; la verdad, es que me cuesta encontrar señas identitarias colectivas con las que me sienta cómodo. A lo mejor, esa especie de “desapego” a las pertenencias grupales vaya a ser una característica definitoria de la gente de mi quinta; vendríamos a ser unos “desubicados”, los pequeñajos de la generación de nuestros hermanos mayores a la que nos quisimos enganchar aunque llegáramos tarde, y negándonos a que se nos confunda con los que vinieron después, los que se tragaban los chiripitifláuticos cuando ya nosotros no les hacíamos ni caso.
My generation - The Who (My generation, 1965)
Coincido con el párrafo final de tu entrada, porque yo tampoco me siento encuadrado en una generación concreta, aun que soy mayor que tú. Eso sí, el resto de tu entrada me ha producido una profunda envidia retrospectiva, sana, pero envidia. En mi casa (la de mis padres) entró la radio cuando yo tenía ocho o nueve años y nunca hasta que muy de ella, con 25 años, para casarme entró la televisión. Yo también era el mayor, pero sólo de los dos hijos que tuvieron mis padres, el segundo una niña, así es que poco podía rascar por allí. Mi madre, una buena mujer, pero llena de miedos, alguno de los cuales me inoculó, costándome lo mío desprenderme de ellos, me prohibía tener amigos. Los tuve, pero en la calle y sin poder llevarlos nunca a mi casa. Igualmente tenía prohibida la lectura de tebeos. Los leía, pero a escondida en localillos que entonces había en Córdoba donde los alquilaban por una perra gorda para leerlos en el mismo lugar. Leí también bastantes en casa de un amigo que tenía dos arcones llenos. ¡Este sí que me daba envidia! Más o menos leía los mismos que tú, aunque mis preferidos eran los de El Cachorro, de piratas. Mi padre era un gran lector, pero de novelas de Oeste, cosa que mi madre odiaba. Estas fueron mis primeras novelas, a escondidas, naturalmente. Algo después, cuando, no sin discusiones, conseguí imponer mi criterio, empecé con libros mejores. No recuerdo cómo me hice con la Isla del tesoro y no sé cuántas veces la leí, porque no tenía otra cosa. Luego, sí Salgari también, como tú, del que, mucho tiempo después, me maravilló que hubiera escrito todas sus novelas sin salir de su pueblo, y Verne. No pude, aunque lo deseaba ardientemente, ir a la Universidad, porque en mi casa no había un duro y tampoco hice el bachillerato, porque mi madre decía que no servía para nada. Tuve que conformarme con ir a la universidad laboral y cursar estudios que me desagradaban. Todo esto sin contarte mis andanzas religiosas, que resultaron bastantes angustiosas, por emplear un eufemismo. En fin, que enhorabuena por tu infancia y enhorabuena a los chavales de hoy, pese a que muchos no saben lo que tienen.
ResponderEliminarYo tampoco me preocupo por cuál es mi generación, por un lado porque considero que como todas las generalizaciones hay peros y problemas, en la otra porque aunque coincido con mis compañeros en ser de las primeras generaciones que ha crecido con los videojuegos y que ha visto Dragon Ball de chaval, mis maneras no coinciden con la suyas. Por ejemplo, jamás entendía su desprecio a juegos o series que simplemente no les gustaban por cuestiones de gusto; ni ese sentimiento anti-intelectual que, aunque algunos lo nieguen, empezó con las últimas generaciones de la EGB que, eso sí y como fue también mi caso, cambiaron a la LOGSE en la mayor parte de los casos porque los institutos se habían cambiado y era lo que había.
ResponderEliminarDe hecho, se nota ahora que soy adulto: a diferencia de ellos, no tengo en un altar cualquier cosa que disfrutara de pequeño, y valoro según lo vea justo cualquier otra que apareciera antes o haya aparecido después de mi infancia.
Molón, yo también tengo sólo una hermana, también menor.
Molón: Los recuerdos que guardo de mi niñez son borrosos y no demasiado felices. Por lo que cuentas de la tuya, la mía fue más desahogada pero no vayas a creer que la de un niño de clase acomodada. Tuvimos tele relativamente pronto, sí, porque a mi padre se la regaló el "tío Enrique", un amigo suyo –nunca supe qué relación les unía– que era (a nuestros ojos) rico, tanto que cuando se presentaba por casa nos llevaba al pueblo de Fuencarral a merendar y nos regalaba un duro a cada uno. Eso sí, aunque casi nunca tuvimos los juguetes que ansiábamos, de libros nunca anduve falto, seguramente porque era tradición familiar (soy nieto y bisnieto de libreros). Los tebeos eran racionados, y si llegué a leer bastantes, fue gracias al habitual intercambios en el cole. En cuanto a mis "andanzas religiosas" alguna vez he escrito sobre ellas en el blog; baste decirte ahora que entre los once y los catorce años (quizá algo más)lograron crearme una profunda angustia ante la muerte que, sobre todo de noche, llegaba a paralizarme. Creo que salí de ese túnel, aparte de otros medios, gracias a que mi cerebro aprendió a cambiar de pensamiento (cuestión de supervivencia, supongo), práctica que me ha ayudado bastante en la edad adulta.
ResponderEliminarOzanu: Me siento incapaz de datar tus referencias generacionales, pero por lo que cuentas debes ser de la quinta de mi hijo o menor. Supongo que no sólo creciste con videojuegos, sino también con varios canales de televisión en color e internet. Comparar nuestras infancias se me antoja un buen ejercicio para entender cuanto hemos cambiado en el último medio siglo.
Pues nací en el 82 y tuve una Atari 2600 a los ocho años, una Game Boy a los diez, seguramente. Dragon Ball empezó a emitirse completa en Canal Sur en 1990, según leo en la Wikipedia.
ResponderEliminarDe todos modos, en los tebeos sí es posible que muchas de las referencias sean parecidas. Ha sido muy comentado entre los aficionados al cómic que Grupo Z, en la línea Ediciones B, se ha dedicado a explotar los viejos éxitos de Bruguera. La diferencia está en que, en tu caso, Ibáñez llegó bastante después y era un novato, mientras que para la mía es el autor más popular; dejando atrás a autores como Víctor Mora, Escobar e incluso al gran Vázquez, que ya no es tan conocido, pero suena.
Después, no todos los de mi quinta se han dedicado a leer tebeos americanos o japoneses, pero quizás se puede comentar que los primeros animes (Akira) ya empezaban a llamar la atención.
Gracias por la entrada y por las referencias.
ResponderEliminarQuiero aprovechar para decir que otro motivo por el que "Generación Malasombra" me pareció un concepto muy adecuado para definir mi generación (los nacidos en los sesenta, básicamente) es por el ligero matiz pesimista del término, y por su referencia a la "sombra" en que nos sumergieron las generaciones precedentes: éramos demasiado pequeños para tener un mínimo protagonismo en la transición y para alcanzar grandes cuotas de poder en la democracia, pero hemos vivido el sistema del 78 como nuestro marco natural y tendemos a simpatizar con él, pues conocimos lo bastante del sistema anterior como para poder compararlos y darnos cuenta de que no había color. También, el enorme crecimiento económico y progreso social a partir de los sesenta nos pilló demasiado jóvenes, de tal manera que los principales puestos en el mundo de la cultura, la ciencia, la academia -por hablar de lo más cercano a mi experiencia-, y supongo que también en la empresa y los negocios, fueron igualmente copados por gente mayor, limitándonos nosotros en la mayor parte de los casos a hacernos un hueco a la sombra de esas figuras.
Las generaciones posteriores a la nuestra, en cambio (sobre todo, nacidos a partir del 80), nos han identificado con esa "casta" de la que hemos disfrutado como mucho de algunas migajas, y serán los que detenten los puestos de la élite social y cultural cuando el curso biológico o la revuelta social desbanquen a los nacidos en los 50.
No me interesan las generaciones, salvo la espontánea, que se desmontó con el descubrimiento de los gérmenes y demás. Me interesan más las degeneraciones, para evitarlas o para caer en ellas.
ResponderEliminarY ahora en serio, entiendo que el 'ambiente' de una época te marque bastante, las modas, las lecturas, las costumbres, las comidas, los amigos y lo que hacen. Entiendo también que la infancia y la juventud sean periodos decisivos en la forja de un rebelde y en la de un sumiso, pero mi experiencia, mi pequeño muestreo entre antiguos compañeros, me dicta pensar que influye finalmente más uno mismo, el puto libre albedrío, o como lo decía Borges, una cosa es lo que la vida te hace y otra es lo que uno hace con lo que la vida te hace. Por lo demás yo leía a los clásicos griegos en demótico original, pintaba al oleo desde los ocho años en el taller de Rembrandt y tuve mi primera experiencia sexual con una novicia bellísima en la ribera de un río aún sin contaminar, sin represar y con su bosque galería y sus sotos intactos, ya digo.
Por cierto, los chiripitifauticos esos me parecen unos soberanos gilipollas; en cambio los niños no, hasta que los agilipollan, claro.
Jesús: Si lo ves con suficiente perspectiva y a posteriori, comprobarás que cada generación está más o menos igualmente representada en los distintos ámbitos de la vida social. Basta que dejes pasar el tiempo y repases cualquier ámbito (política, literatura, etc) y verás que la distribución de fechas de nacimiento es bastante uniforme. La percepción de estar subrepresentados de un grupo generacional es sobre todo eso, percepción.
ResponderEliminarLansky: Tampoco a mí me han interesado nunca las generaciones, como explico en el post, pero cualquier asunto es válido para desbarrar un ratito. Desde luego, tu infancia y adolescencia son memorables, sobre todo tu iniciación sexual (yo, en cambio, me llevé a una al río creyendo que era mozuela ...)
Creía que era de la quinta de Onazu y no, qué bajón. Bueno yo soy del 76 y no me identifico con ninguna generación la verdad, no me acerco ni de lejos a la gente de mi edad que dejé en Santander ni a muchos que conocí en Madrid, si tuviera que identificarme con un grupo sería con la gente con la que estudié la carrera, Biología,nuestro espíritu y para lo que nos prepararon estaban en sintonía, más o menos nos transmitieron que el chollo de aquellos catedráticos y profesores asociados ya se acabó y que los nuevos biólogos sabríamos mucho pero trabajaríamos en el Burger King o de teleoperadores, teníamos tan pocas aspiraciones, trabajábamos gratis...etc,que en mi entorno/generación más o menos hemos triunfado todos,laboralmente nos abrimos camino y desde mi punto de vista, personalmente, que es lo más importante. Supongo que cuando tus aspiraciones son tan bajas tus logros son siempre éxitos.
ResponderEliminarEn definitiva creo que no me siento parte de ninguna generación.
My Generation de los Who,sublime.
Un abrazo grande, :)
Babe: La mayoría de la gente con la que llevo trabajando en los últimos años son de tu quinta, de las que andan entre los treinta y cinco y cuarenta y muy pocos. Casi todos arquitectos (y casi todas mujeres). Mi impresión general (con lo malo que es generalizar) es que están bastante más inseguros de lo que estábamos nosotros, han acumulado menos experiencia que la que teníamos nosotros a esa edad pero, por contra, tienen una actitud muy positiva y ponen mucho empeño en aprender y sacar el trabajo. En todo caso, más allá de cierta "comunidad generacional", hay de todo; o sea, pesa más lo individual que lo generacional.
ResponderEliminarLos Who son de los grandes, por supuesto. El tema que he puesto –porque obviamente venía como anillo al dedo– no es ni siquiera de los que más me gustan de ellos, pero sí, es fantástico.
Siguiendo con impresiones, yo tengo también la de que los que eran más o menos "sabios" o "intelectuales" de entre la gente mayor que yo, en general sabían bastante más cosas que los de mi generación, y no digamos que los de las siguientes. Pero, como decía Lansky, admito que puede ser una impresión subjetiva.
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