Durante los últimos días he estado procesando los informes que diversas administraciones públicas han emitido sobre el Plan General municipal en el que llevo ya demasiados años. Dudo que haya ningún otro documento que durante su elaboración sea sometido tan repetidamente al examen de tantos ojos. En nuestro caso, ésta es la cuarta vez que pasamos por el llamado "trámite de consulta y de cooperación interadministrativa", aunque lo de cooperación hay que entenderlo en la práctica en clave irónica. Unos quince departamentos de los tres niveles de la administración (Cabildo Insular, Gobierno de Canarias y Gobierno del Estado, de momento no informa nadie desde Bruselas) emiten sus correspondientes informes para verificar que las determinaciones del Plan son compatibles con sus respectivas legislaciones sectoriales así como con sus competencias. Salvo muy contadas excepciones, a cada uno de los funcionarios que revisa el documento no le importa nada en absoluto la ordenación urbanística del municipio y, en la gran mayoría de los casos, ni se molestan en entenderla. Tan sólo van directamente a comprobar si en el Plan se cumple lo que dicen las normas cuya vigilancia les ha sido encomendada; o, para ser más precisos, si se cumple la interpretación que en su departamento hacen de esas normas, que por lo general suele ser bastante abusiva. Si tenemos en cuenta que en este país hay un ingente cúmulo de normas y, de otra parte, que pareciera que el objetivo de esos señores es señalar el mayor número posible de incumplimientos, lo habitual es que cualquier Plan se encuentre, una vez recibidos los informes "preceptivos y vinculantes", con un mínimo de medio centenar de reparos que exigen otras tantas correcciones, algunas de gran calado y no pocas de ellas casi contradictorias entre sí. Para colmo, tratar de razonar con esos funcionarios es casi siempre descorazonador, no hay manera de que se salgan de sus universos estrechos que, confrontados con la realidad territorial, llevan a situaciones muchas veces surrealistas. El resultado es bajo cualquier prisma muy insatisfactorio: rendidos ante la imposibilidad de que impere el sentido común, acabamos cambiando lo que hay que cambiar, renunciando a la congruencia de la ordenación urbanística. Al final, lo único que casi importa es cumplir con disposiciones vacías de sentido para que el Plan obtenga el visto bueno.
En fin, podría estar quejándome hasta el infinito y dar multitud de ejemplos de estos absurdos a los que lleva tanto la profusión de preceptos inconexos y de muy baja calidad (en cuanto a técnica normativa) como la poca preparación y nefasta actitud de bastantes de los funcionarios que se encargan de estas tareas. Pero hoy lo que quiero es referirme a uno de esos informes que, excepcionalmente, es favorable. Se trata del que emite la Subdirección General de Redes y Operadores de Telecomunicaciones de la Dirección General de Telecomunicaciones y Tecnologías de la Información de la Secretaria de Estado de Telecomunicaciones y para la Sociedad de la Información del Ministerio de Industria, Energía y Turismo (ahí es nada) y que está previsto en el artículo 35.2 de la Ley General de Telecomunicaciones como uno de los "mecanismos de colaboración" entre el Ministerio y las administraciones públicas para el despliegue de las redes públicas de comunicaciones electrónicas. Simplificando mucho, esta Ley lo que viene a decirles a los planes urbanísticos es que no pueden imponer condiciones a la implantación de las instalaciones de telecomunicaciones, todo muy dentro del espíritu desregulador de la actual ideología dominante. De hecho, las muy escasas y razonables condiciones que habíamos señalado en la anterior fase de elaboración del Plan respecto de la instalación de antenas de telefonía en el medio urbano las tuvimos que suprimir tras recibir informe desfavorable de estos señores. Así que ahora han debido revisar el Plan y, una vez comprobado que no ponemos ninguna restricción a las compañías operadoras, han emitido su visto bueno.
Lo que me ha llamado la atención y motiva este post es cómo lo han hecho. Habría bastado con una página que dijera algo así como "visto el Plan General de Ordenación de ________, se emite informe favorable sobre el mismo, de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 35.2 de la Ley General de Telecomunicaciones". Pero supongo que el funcionario de turno habrá entendido que con eso no se gana el sueldo y se ha sentido en la obligación de rellenar doce páginas transcribiendo, "a título informativo y de conformidad con los principios de colaboración y cooperación entre administraciones", las principales consideraciones de carácter general contenidas en la Ley. Resumen ése que resulta absolutamente superfluo (y hasta un poquillo insultante) ya que de lo único de que se trata es de verificar si el Plan cumple la Ley. Pero lo realmente llamativo es la redacción de la frase con la cual otorga la bendición al Plan; merece la pena leerla con fruición: "No se han detectado observaciones referentes a las faltas de alineamiento respecto a la legislación vigente en el instrumento de planificación urbanística sometido a informe". ¿No es acaso una verdadera joya de la estulticia escribidora?
No se han detectado observaciones. Pero, hombre de Dios, ¿cómo ibas a detectar observaciones en los tochos del Plan? Es más, ¿cómo se detectan las observaciones? En todo caso, se pueden detectar (descubrir algo que no es patente) a los observadores. Aunque, ¿para qué diablos andas buscando observaciones en el documento? Ah, seguramente usaba este sustantivo como sinónimo –que no lo es– de objeciones. O sea, que lo que no ha detectado el buen señor son objeciones. Es natural; difícilmente íbamos a escribir argumentos para impugnar las disposiciones de la legislación vigente. Las objeciones toca hacerlas al funcionario, es a él a quien corresponde objetar algún contenido concreto del Plan por incumplir alguno de los preceptos de la Ley. El probo funcionario, tras su minucioso examen de la documentación, podría detectar contradicciones, incumplimientos, desviaciones ... pero nunca objeciones. Bueno, está claro que lo que quería decir es que no tiene objeciones que hacer al Plan.
Pero lo mejor viene ahora, si las hubiera tenido, esas objeciones habrían estado referidas a "las faltas de alineamiento respecto a la legislación vigente". Omitamos el frecuente error de escribir "respecto a" en vez del correcto "respecto de" y vayamos al meollo. Nos viene a decir que algunas determinaciones del Plan (aquéllas que habría objetado) carecerían de alineamiento, no estarían alineadas con las disposiciones de la Ley de Telecomunicaciones. No encuentro ninguna acepción de alineamiento o de alinear que case con mínima congruencia ambas partes de la comparación. Supongo que es un ejercicio de creatividad metafórica, que en la fértil imaginación del funcionario redactor las determinaciones del Plan se le presentan en una fila bien alineada (quizá paralela) con la de las disposiciones legales, como si ambos tipos de contenidos jurídicos fueran engalanados participantes de un solemne baile de salón decimonónico, dispuesto a ejecutar una armónica danza. Así, el funcionario ha comprobado que el orden es perfecto, que ninguno de los invitados –las determinaciones del Plan– a este noble palacio –el de la legislación vigente– se descoloca, incurre en una objetable falta de alineamiento.
Como decía mi padre, ¿para qué hacerlo fácil si se puede hacer difícil? Y como opino yo desde hace ya bastante tiempo, quien escribe de forma tan confusa es que piensa de forma igualmente confusa. Y así nos va. Lo mejor que podrían hacer en el Ministerio con el funcionario al que le encargaron informar nuestro Plan es pagarle un cursillo de redacción.
What kinda fool - Mick Abrahams (Working in the Blues Kitchen, 1958)
Sobre el tema de fondo estoy de acuerdo contigo, pero… Dices (o escribes) para rematar: "quien escribe de forma tan confusa es que piensa de forma igualmente confusa". Estoy de acuerdo. Luego añades: "Lo mejor que podrían hacer en el Ministerio con el funcionario al que le encargaron informar nuestro Plan es pagarle un cursillo de redacción.", y ya no lo estoy y además y en mi opinión te contradices. Aunque aprender a redactar correctamente es una forma de organizar el pensamiento no es un substituto del pensamiento. El viejo asunto de la gallina y el huevo...el huevo, el huevo, primero aprender a pensar. Y no es un tema menos, porque aprender a redactar sin pensar previamente condice a la retórica vacua, de la que no sólo está llena la administración sino también los profesionales 'externos' que trabajan de y para ella, los mal llamados consultores.
ResponderEliminar"condice a la retórica vacua..."
ResponderEliminarquería escribir: conduce...
"Tan sólo van directamente a comprobar si en el Plan se cumple lo que dicen las normas cuya vigilancia les ha sido encomendada; o, para ser más precisos, si se cumple la interpretación que en su departamento hacen de esas normas, que por lo general suele ser bastante abusiva."
ResponderEliminarCasi del todo de acuerdo. Solo un pequeño matiz: si al menos su interpretación de las normas que han de aplicar se limitara a ser abusiva... Si fuera, efectivamente, todo lo abusiva que quisieran pero al menos previsible, racional e inteligiblemente abusiva... Pero, en mi experiencia al menos, rara vez es así. El resultado suele ser abusivo, sí, pero acaba en serlo por un proceso aleatorio presidido, mucho más que por la voluntad de abuso, por la torpeza, la confusión, la rutina mental, el alejamiento vocacional y obtuso de cualquier contacto con la realidad de los hechos y el entendimiento igualmente vocacional de la selva inextricable de normas del modo más retorcido, irracional e inaplicable posible.
Porque el problema es, exactamente, ese que denuncias. Por un lado, la idea que muchos funcionarios suelen tener de su tarea no es la de que deban resolver problemas para hacer cosas, sino la de que deben crearlos para impedir que las cosas se hagan. Y al servicio de ese esclarecido fin ni siquiera se aplican de un modo deliberado e inteligente a entorpecer. Eso supondría que actuaran con alguna mira dirigida a obtener algún resultado previamente fijado. No, el principio parece ser que a nadie le importe el posible resultado de lo que hace, sino el mero proceso de hacerlo, del modo más minuciosamente complicado posible. El resultado es siempre problema de otro.
Pensar de un modo confuso es imprescindible para hacer compatible ese planteamiento con una mínima tranquilidad de conciencia, y para asegurar la necesaria confusión de pensamiento nada es más útil que expresarse de un modo confuso. Y es, además, inevitable, porque la expresión confusa conduce necesariamente al pensamiento confuso, que, a su vez, produce una nueva expresión confusa... Como bien dice Lansky, es un perfecto modelo de círculo vicioso entre el huevo de pensar mal y la gallina de escribir peor.
Tras toda esta delicada urdimbre, asegurando que no haya en ella resquicios ni salidas, suele haber, claro está, un jurista o un equipo de ellos. Preferiblemente enfrentados entre sí y deseosos de boicotearse mutuamente.
Lo asombroso es que en ocasiones, pocas pero algunas, sea posible a pesar de todo sacar adelante algunas cosas. Las raras veces que pasa constituye un verdadero y jubiloso canto al tesón de la especie humana.
Pero es que escriben así todo. Por ejemplo, para simplemente publicar que han cambiado los requisitos para acceder a ciertas pagas sociales, la noticia del teletexto no puede, por lo visto, resumirlo con "el organismo Tal y Cual ha decidido revisar los requisitos para la paga X, como se publicará en Y". No, es necesario llenar tres párrafos largos que citan documentos con nombres completos, la reunión con la fecha, citar al presidente de la reunión, etc. Más de una vez he tenido que explicarle a algún familiar demasiado aburrido que no, que no dicen nada de los requisitos "per se" ni de cómo cambian, información que les sería mucho más útil.
ResponderEliminarLansky: Tienes razón, claro, en que primero es aprender a pensar. Lo malo es que desconozco dónde dan esos cursos y, además, he comprobado que la gente suele estar más dispuesta a aceptar que escribe mal a que piensa mal. Pero, en todo caso, aprender a redactar ayuda a organizar el pensamiento, a desarrollar unas pautas lógicas de raciocinio. Tampoco pretendamos tener grandes pensadores entre el funcionariado (aunque muchos hay, pero a mí no me tocan). Por eso, creo que mi consejo sigue siendo válido.
ResponderEliminarVanbrugh ¿qué puedo decirte sino que suscribo de pe a pa todo lo que has escrito? De hecho, dices una de las grandes verdades que casi nunca se exponen en foros públicos: en su intimidad, la mayoría de los funcionarios están convencidos de que su sacrosanta función es que las cosas no salgan. Hace unos años, en una fiesta de amigos a la que asistió uno de los juristas de la gerencia de urbanismo para la cual trabajo, me dijo con toda su honestidad que su función era asegurarse de que nosotros –el equipo técnico redactor del Plan– cumpliésemos la Ley. Yo, indignado, le dije que para nada, que su función, como la de todos los de la Gerencia, era resolver los problemas urbanísticos del municipio y, para ello, tenían que tener una idea de hacia dónde querían ir; cumplir la Ley era un requisito que se da por supuesto, pero no el objetivo. De más está decir que no le convencí. No sólo eso, sino que mis relaciones con el equipo "supervisor" del Plan fueron empeorando hasta un punto en que me cabreé y les advertí –con el apoyo del gerente y del concejal, claro– que ya no admitía más noes; si a partir de entonces alguna de las propuestas que hiciéramos no les convencía en cuanto a su ortodoxia legal, no bastaba con que la rechazaran sino que tenían que plantear otra alternativa que por supuesto resolviera el problema concreto. Esta misma estrategia la he usado en otros ámbitos recibiendo como respuesta: "el redactor eres tú", que entre líneas permitía leer: y no te preocupes que por cada solución que se te ocurra, se me ocurrirá a mi un reparo. Podría contarte innumerables anécdotas todas en la misma línea, pero para qué cabrearme. Antes de acabar, creo que apuntas algo muy interesante: eso de que la confusión mental que demuestra a esa especie funcionaril es un requisito para tener la conciencia tranquila. Porque ciertamente la tienen, demuestran la más absoluta falta de empatía, de preocupación por la utilidad social de su trabajo ...
Ozanu: Sí, probablemente el nivel de redacción medio es bajísimo. Y no es tanto un problema de escribir mucho, sino de hacerlo desordenadamente. Aunque suene muy bestia, yo no dejaría entrar a la universidad a quien no muestre una aptitud suficiente en redacción. Para mí, escribir con la corrección suficiente para que se entienda lo que quieres decir ha de ser un requisito mínimo para aprobar cualquier asignatura y no digamos para obtener una titulación.
A mí no me suena en absoluto bestia tu propuesta. Lo que me parece realmente bestia es lo que sucede ahora, cuando no es ya que entra en la universidad, sino que acaba saliendo de ella una innumerable recua de analfabetos funcionales que pasean y esgrimen sus títulos universitarios con una capacidad de redacción que a mi juicio les debería haber impedido matricularse en primero de bachillerato. He leído sentencias judiciales, supuestamente redactadas y en cualquier caso firmadas por jueces, que ponían los pelos de punta.
ResponderEliminarEn cuanto a la conciencia de los funcionarios, muchos no es que la tengan tranquila, es que están positivamente orgullosos de la rectitud y la eficacia con que hacen su trabajo. Cuantos más obstáculos pongan, más compliquen los procedimientos y más proyectos tumben, mejores funcionarios se creen.
Ese asunto que señalas, el de que creen honestamente que su tarea no es lograr que la administración preste los servicios para los que está, sino hacer cumplir la ley, me parece el meollo del asunto. Como dices, esto último se debería dar por supuesto, pero en su cabeza se trata de dos objetivos no solo diferentes, sino opuestos. Para ellos, hacer que la Ley se cumpla es emplearla para dificultar e impedir que las cosas se hagan.
Además, la capacidad de redacción está en mínimos en cualquier carrera. Mis profesores solían protestar acerca de que muchos alumnos, a la hora de desarrollar un tema, en lugar de centrarse en el tema en sí, empezaban a escribir párrafos y más párrafos hablándoles no sólo del tema en sí, sino de otros cuarenta. Ocurre con estos alumnos lo mismo que ocurre con quienes, no entendiendo latín o árabe (coránico), son sin embargo capaces de recitar oraciones, a veces considerablemente largas, en dichos idiomas. Pues estos mismos alumnos son incapaces de expresar toda esa perorata en otras palabras.
ResponderEliminarPara solucionar esto, algunos profesores imponían un límite de espacio. Les apenaba ver que, con excepción de tres o cuatro como yo, la mayoría era incapaz de redactar.
Baste decir que yo me hice famosillo en primero, porque fui capaz de realizar la parte de problemas de un examen de Física I, perfecto por otro lado, en un solo folio... Algunos, no entiendo cómo, emplearon tres.
El 'clima' general no es favorable a vuestras propuestas que subscribo e intenté practicar, pero... cuando fui profesor en la Autónoma de Madrid bajaba la nota a los alumnos por malas redacciones y ortografía. Se reclamó ante mis autoridades (y las suyas), porque eran exámenes de biología no de gramática o lengua. Y las reclamaciones prosperaron. A partir de entonces, seguí bajando la nota en esos casos, pero me abstuve de indicar por qué, y ya no tuve ningún problema: la arbitrariedad si es admisible pero meterse con los pobre niños porque no saben explicarse o lo hacen con uve de baca o be de vurro, no, eso no.
ResponderEliminarOtra cosa, sabéis que no soy gremial ni corporativo, pero la mala redacción no es atributo del funcionariado (sí, casi, cierta retórica vacua), como no lo es de los alumnos. Quiero decir que he conocido informes externos de consultorías que, cuando no eran un simple corta y pega, eran ininteligibles de mal escritos, lo mismo con profesores que se explicaban y hablaban igual de mal que los alumnos, algunos de esos profes semianalfabetos eran muy...guays
Escribir bien con propiedad, saber redactar, no es ni de lejos lo mismo que escribir bien, hablo de literatura, pero parece que es sólo en ese ámbito donde en todo caso es exigible esa buena capacidad de expresión. Es como si la buena educación sólo se exigiera los festivos, pero el resto, los días laborables, te pudieras cagar en la puta madre de todios. Ser culto de hecho se considera poco ‘cool’, molón como se decía antes, a lo mejor cambia el viento, pero no me lo parece cuando enciendo la tele y veo un programa concurso típico.