La frasecita que titula este post fue pronunciada por Rodríguez Zapatero en 2003, cuando era el líder de la oposición al último gobierno de Aznar y, aún con todas las cautelas que hay que tener ante enunciados simplistas, lo cierto es que, a mi juicio, merece un lugar relevante entre los hitos simbólicos que han ido marcando la errática evolución ideológica del PSOE desde aquel ya legendario congreso de Suresnes (1974) hasta la demagogia incongruente del actual secretario general. Lo cierto, en todo caso, es que uno de los grandes éxitos del discurso dominante neoliberal ha sido que a casi todos los españoles les parezca que, en efecto, bajar impuestos –así, en términos generales– es bueno. Y, como es bueno, los del PSOE no tienen rubor en apostar por ello y proclamar, en enésimo ejercicio de vaciamiento ideológico, que además es de izquierdas. Si es que pareciera que izquierda o derecha ya no tienen contenido real, como si pudieran definirse sencillamente por lo que en cada momento dicen los dos partidos con los que se identifica cada una de estas posiciones. O sea, lo que hacen y dicen los socialistas es de izquierdas; lo que hacen y dicen los populares, de derechas. Lamentable el nivel intelectual de nuestro escenario político.
Si algo es, o debiera ser, el Estado es la organización pública para garantizar la vida en común de los ciudadanos. Estado somos –deberíamos ser– todos, como en relación a Hacienda rezaba el famoso eslogan de hace unas décadas. Y todos, se supone, hemos decidido dotarnos de unos servicios públicos comunes que, por tanto, pagamos entre todos. Los impuestos (directos e indirectos) representaron en 2014 del orden del 90% de los ingresos del Estado (descontando transferencias entre administraciones). En la actualidad pues, con un Estado sin prácticamente actividad productiva (en el sentido de que casi no genera ingresos directos, lo que es absolutamente congruente con el ideario neoliberal), su financiación depende casi absolutamente de lo que pagamos los ciudadanos y las empresas. Consecuentemente, la cantidad y calidad de los servicios que podemos darnos entre todos –desde la seguridad pública hasta la atención sanitaria– son directamente proporcionales a los impuestos que pagamos. Bien es verdad que influyen otros factores, entre los que destaca la capacidad de gestión de los recursos por el Sector Público –que los neoliberales consideran pésima por definición, sin necesidad de corroborar su prejuicio con datos–, pero la afirmación anterior es válida en términos generales.
Hay dos cuestiones de discusión ideológica que se relacionan con la frasecita de Zapatero. La primera sería la proporción de la riqueza de un país que debe destinarse a financiar el Estado. La posición tradicional del PP ha sido que cuanta menos mejor, añadiendo que donde mejor ha de estar el dinero es en el bolsillo de los contribuyentes y no en las arcas de un Estado voraz. A su obsesión ideológica por reducir hasta el mínimo imprescindible el peso económico del Estado, suman el argumento de que si el ciudadano se queda con más perras (porque paga menos impuestos), éstas se movilizarán en la economía productiva –más consumo y, por lo tanto, más producción; más ahorro y, por lo tanto, más inversión– y, consecuentemente, aumentara la riqueza del país, resultando que con una carga impositiva media menor se podría recaudar lo mismo o más que con impuestos más altos. Vale, la teoría parece convincente, aunque habría que verificar cuál es la relación real, en la práctica, entre la presión fiscal media y el incremento del PIB por habitante. Lo cierto es que desde la muerte de Franco el PIB español ha aumentado vertiginosamente, pasando de los 4.227 € por habitante en 1980 a 22.800 € en 2014 (un 540%), mientras la presión fiscal también ha ido creciendo en el mismo periodo (con una ligera bajada en el último lustro) desde un 23% a un 33%, lo que significa que, por término medio, cada español paga hoy siete veces más que hace treinta años pero dispone de casi cinco veces más renta de la que disponía entonces. Si se observa la gráfica de las evoluciones durante los últimos treinta y cinco años del PIB por habitante y la recaudación fiscal también por habitante, no parecen encontrarse correlaciones entre ambas. El lustro en que más creció la carga impositiva (la segunda mitad de los 80) también fue en el que más se incrementó el PIB por habitante.
A lo mejor hay sesudos economistas que han sido capaces de establecer el grado de correlación entre la presión fiscal media de un país y su riqueza y, consiguientemente encontrar el punto de equilibrio en que la recaudación se optimiza. Pero intuyo que no existen fórmulas de ese tipo y, desde luego, estoy casi seguro de que nuestros gobiernos cuando toquetean los tipos impositivos de los distintos tributos lo hacen "a sentimiento", sin tener nada claro sus efectos sobre la relación entre ambas variables (básicamente se preocupan de conseguir ingresos para financiar las previsiones de gasto). En todo caso, sin entrar en la segunda cuestión que es la más relevante (cómo se reparte entre los ciudadanos el pago de impuestos), podríamos presumir simplificadamente que, en cuanto a eso de izquierdas o derechas, los primeros deberían defender una mayor presión fiscal que los segundos porque eso significa, en principio, que hay más parte de la riqueza nacional que se destina a los servicios comunes.
A este respecto puede ser pertinente comparar la evolución de la presión fiscal (en relación al PIB) española con la de otros países, tal como hace la gráfica adjunta tomada de una publicación del Banco de España. Puede verse que España ha estado siempre (desde 1965) muy por debajo de la media europea (aunque por encima de Japón y Estados Unidos), si bien desde la transición democrática se comprueba un notable esfuerzo de convergencia que pierde intensidad a partir de los noventa. Si nos fijamos en los gobiernos democráticos, se aprecia que el fuerte impulso inicial hacia una presión fiscal propia de los países desarrollados corresponde a la UCD –recuérdese que la gran y rupturista primera reforma fiscal fue la de Fernández Ordoñez– que nos puso en las tasas medias de norteamericanos y japoneses, continuada durante las dos primeras legislaturas de Felipe González, cuando nos ponemos por el nivel de la OCDE y unos 5 puntos por debajo de la media europea, diferencia que se ha mantenido de ese orden desde entonces. Los dos últimos gobiernos de González supusieron un descenso no demasiado acusado de la presión fiscal, que fue ligeramente corregida en el primer gobierno de Aznar, para estabilizarla en su segundo. Luego vino un Zapatero eufórico (era la época de la burbuja) y empujó significativamente la presión fiscal hacia arriba, logrando hacia el final de su primera legislatura que estuviéramos más cerca que nunca de la media europea (nótese que en esos años se observaba una suave tendencia a la reducción en Europa). Sin embargo, le llegó la crisis y empezó a bajar la presión fiscal (a la par que a desmantelar el Estado Social) hasta dejarla en torno al 30% del PIB, valor equivalente al del inicio del segundo gobierno González. Finalmente, el actual gobierno de Rajoy no parece haber mantenido una política clara en estos casi cuatro años, aunque lo cierto es que la presión fiscal media ha aumentado algo desde el suelo en que la dejó Zapatero, pero sin reducir la brecha respecto de la media europea.
A la vista de la evolución descrita uno se siente incapaz de sacar ninguna conclusión sobre si los distintos gobiernos que hemos tenido (sufrido) son más o menos de derechas o de izquierdas en cuanto a su actuación respecto de la carga fiscal y de la construcción del Estado Social. Me quedo con la sensación de que si hasta finales de los ochenta hubo una decidida política de incremento de la presión fiscal no fue tanto por posiciones ideológicas sino porque partíamos de unos niveles ridículos que era necesario actualizar hacia los propios de los países desarrollados (entre otras cosas, fue una exigencia de Europa). Naturalmente, ese espectacular incremento de la recaudación impositiva se tradujo en importantísimos avances en inversiones públicas –tanto en infraestructuras como en servicios básicos como sanidad y educación– que fueron conformando nuestro Estado Social (porque llamarlo del bienestar es presuntuoso). Quien detuvo la línea ascendente no fue un partido que se califica de "centro-derecha", sino los que se dicen socialistas. Y aunque el PP –ni los gobiernos de Aznar ni el de Rajoy– nunca ha mostrado gran entusiasmo en avanzar en esa dirección, lo cierto es que considerado globalmente tampoco es responsable de los mayores retrocesos (de momento). El descenso más grande –en pendiente negativa– es responsabilidad de otro gobierno que se proclama "de izquierdas", el gobernado por quien dijo la frasecita de que bajar impuestos era de ellos (aunque después de decirlo, los subió, antes de darle el brutal palo de su segundo mandato).
En fin, que de momento sigo pensando que, en términos generales y más en el caso de España, subir impuestos –o, para ser más precisos, subir la presión fiscal media– sí es de izquierdas. También creo que, una vez culminada la etapa de aggiornamento fiscal de nuestro país (aunque sin llegar a la media europea), la política fiscal no ha obedecido más que a meros ejercicios contables, sin que se pueda descubrir ninguna filiación ideológica en los distintos gobiernos. Con lo cual, estas breves ojeadas a la política fiscal española de las últimas décadas refuerzan mi idea de que, en materia económica y con mínimos matices, PSOE y PP vienen a ser fieles creyentes en los dogmas dominantes, sin que por sus hechos pueda decidirse quien está más o menos a la derecha o a la izquierda (los dos están a la derecha, claro). Ahora bien, la presión fiscal media es un indicador mucho menos relevante que la cuestión de la distribución de la misma entre los ciudadanos a efectos de discutir sobre la posición ideológica. A este segundo y más importante asunto me referiré en un próximo post.
Estoy de acuedo con tus conclusiones del último párrafo: la forma de ingresar en el estado por la fiscalidad es muy similar en el PSOE y el PP; la forma de gastar esos ingresos les diferencia más, por ejemplo el PP reduce las aportaciones a los servicios públicos, sanidad y educación siempre que puede
ResponderEliminarEso es lo que creemos, pero también creía yo que había marcadas diferencias en la política fiscal entre PP y PSOE y, una vez vistos los datos, compruebo que no. Así que no me sorprendería si descubriera que no hay diferencias relevantes en las políticas de gastos. Pero ya lo verificaré y te comento.
EliminarEstoy de acuerdo con Lansky.
ResponderEliminarPues te comento lo mismo que a él.
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