Las de el domingo fueron las décimas elecciones andaluzas. Con casi seis millones y medio de ciudadanos con derecho a voto, el índice de participación se situó en el 63,94%; es decir, casi 2,3 millones de andaluces prefirieron no votar (abstención del 36,06%). Excluyendo las europeas del pasado año, éstas son las primeras elecciones en las que se debería reflejar la supuesta indignación ciudadana, un renovado interés por acudir a las urnas para cambiar las cosas. Sin embargo, si bien es verdad que la abstención ha caído algo más de tres puntos porcentuales respecto de las de 2012, el aumento de la participación no se me antoja nada impactante; por el contrario, casi diría que es decepcionante ante tantas expectativas de los pasados meses. De hecho, el índice de participación en las andaluzas desde las primeras de 1982 hasta éstas se ha movido desde un mínimo del 55,51% (1990) hasta un máximo del 77,94% (1996). O sea, que el porcentaje del domingo está incluso por debajo del promedio; si ordenamos las diez elecciones de más a menos participación, las del domingo quedan en un triste octavo lugar. La cosa empeora si comparamos el dato con los equivalentes en las once elecciones generales que llevamos desde 1977, que varían desde el 68,04% (1979) al 79,97% (1982). Repito, me resulta muy curioso –casi más que los resultados– que no haya habido un incremento significativo de la participación. Y, ya puestos, también que los medios apenas hayan resaltado este hecho. Parece pues que uno de los síntomas anunciados del tan cacareado cambio –el de que los ciudadanos se iban a volcar activamente para acabar con la "vieja política"– no se ha producido, al menos de momento y en Andalucía. Veremos si las cosas cambian en las locales y restantes autonómicas de dentro de dos meses.
Como el Parlamento andaluz tiene 109 escaños, no estaría mal que se dejaran tantos asientos vacíos como correspondiera a los votos no emitidos (más los blancos y los nulos). Aunque el cálculo habría de hacerse aplicando la Ley d'Hont para cada una de las ocho provincias, para no perder tiempo supondré un reparto proporcional sobre circunscripción única. A este imaginario "partido" de quienes no han votado le corresponderían 42 escaños, de modo que quedarían sólo 67 para repartirse entre los partidos reales. Como puede comprobarse, el grupo de los parlamentarios inexistentes sería el más numeroso de la cámara andaluza; da qué pensar, ¿verdad? Y no se crea que planteo esta idea (que no es mía, claro) de cachondeo; creo seriamente que sería una buena medida de regeneración democrática, además de contribuir un poquito al ahorro en sueldos públicos. Por ejemplo, serviría para que cada parlamentario, al subirse al estrado para soltar su discurso y ver la bancada permanentemente vacía de los abstencionistas (y compararla con el número de escaños de su grupo), fuera consciente de la proporción de ciudadanos a los que representa esa cámara y su propio partido.
En fin, que estoy un poco chafado con esto de que la participación haya sido as usual tirando incluso a lo bajo. De momento no se ve suficiente voluntad popular de que las cosas cambien. Seguiré con otros aspectos de estas elecciones que me han llamado la atención.
¿Cómo mejorar la ciudanía?, esa es la gran pregunta, y mi única respuesta es que por un medio lento pero eficaz a largo plazo, la educación. No me procupan tanto los 'azanares' de ese mundo como los millones que lo aclaman.
ResponderEliminarSupongo que vinculas la abstención a a escasa calidad de la ciudadanía, ya que no hablo en este post de mi opinión sobre los votos populares a cada candidato. En todo caso, coincido contigo, claro. El problema es que los políticos saven que es más productivo (en términos de votos) una ciudadanía no formada, a la que se pueda convencer con eslóganes simplistas y medias verdades. Aún así, dado el aparente incremento de la movilización ciudadana de los últimso meses, esperaba que se notara más significativamente en la participación electoral.
EliminarMe refería a la abstención y a los votos cosechados por los mayoritarios igualmente (corrige ese error de tecleado de 'saven' con v, que desmerece este gran blog
EliminarOsti, tú, ¿saber es con b? Pero es que si lo corrijo se pierde la secuencia de los comentarios. Lo mantengo para castigarme masoquistamente por no revisar lo escrito. Mira que soy bruto.
EliminarEl problema, Miroslav, es que los diputados están acostumbrados a hacer campana. Si vieran esos asientos, no sé yo hasta qué punto pensarían enseguida "¡Jo, cuánta abstención!", sino más bien "¡Pues yo también me voy de copas!".
ResponderEliminarEstá de más decir que considero que habría de exigirse el cumplimiento de los reglamentos de los parlamentos, en los que consta muy clarito la obligación de los diputados de asistir a los plenos y comisiones a las que pertenezcan. Pero, yendo a la propuesta que apoyo en el post, te aseguro que algo de vergüenza (por el qué se pensará cuando se vea en la tele un parlamento medio vacío) les daría. Si fuera como sugiero, estoy convencido de que se afanarían bastante más en convencer a los ciudadanos de su importancia social y al menos un poquito cambiarían algunos de sus hábitos impresentables.
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