Fumaba y no cesaba de hablar, el cigarrillo en tembloroso equilibrio sobre el labio. La escena de la panadería de su pueblo, tan amarcordiana, cuando después de comprar las barras encargadas por su madre notó que su hermano menor no iba con él. Y volvió a la tienda y no había nadie al mostrador y entonces pasó detrás, descorrió la cortina y ahí estaba el enano de solo quince años con la inmensa teta de Concha en las manos, en la boca. La panadera le gritó furiosa, lárgate le dijo, y él sintió ira, contaba, su hermanito menor, todavía lampiño, mientras yo aún no me había comido una rosca. Así que grité también yo, tenemos que irnos Juan o mamá me echara la bronca. Y Juan sonrió y se levantó y lo siguió, dócil y en silencio. Mientras subíamos la cuesta quería matarlo, contaba, pero en cambio le pedí que convenciera a Concha para que me admitiera a esos juegos, le chantajeé con ir con el cuento pero no habría hecho falta. Ese fin de semana Concha, a regañadientes, nos invitó a los dos a la trastienda. Yo tenía dieciocho años, masculló aplastando la colilla contra el muro de piedra.
Siempre tuvo prisa, iba contando, y no soportaba obstáculos que le retrasasen; pero nunca supe a dónde quería ir. Fueron a Madrid en el 79, los dos hermanos juntos porque así lo quisieron los padres, que el mayor, más sensato, cuidase del pequeño, muy inteligente sí pero demasiado alocado. Juan iba a estudiar Caminos, yo, que no había acabado el bachillerato, trabajaría en la gestoría del tío Julián, que no era tío sino un antiguo pretendiente de mi madre, pero de eso me enteré más tarde, nos decía, una tarde después del cierre del local que estaba por Ventas en que Julián, ya bastante cargado, quiso que nos acabáramos una botella de un brandy asqueroso para hablar de hombre a hombre. Tú has salido a tu padre, igual de feo que él, contaba que le había dicho el tipo, pero se te nota buen fondo. En cambio tu hermano, ése es tan guapo y listo como tu madre, pero acabará mal. Y entonces se reía con carcajadas atragantadas, lloraba de risa el cabrón, Juan sería mi hijo, balbuceaba y siguió riendo hasta caer borracho del todo sobre el escritorio.
Encendía un cigarrillo con el pucho del extinto y seguía hablando, como si la voz fuera autónoma, ajena a su voluntad. Juan se enganchó al caballo a los pocos meses de instalarnos en el piso de San Marcos, muy cerca de la plaza de Chueca. A finales del 80 fue el accidente de mis padres, el R6 aplastado por un camión a pocos kilómetros del pueblo; iban a visitarnos a Madrid, pero nunca llegaron, tampoco nunca supieron nada. Durante los siguientes meses Juan se metió en vena casi toda su parte de la herencia. También financió los picos de Marga, su novia, de quien me enamoré desde el primer momento. En ese tiempo, nos confesaba, pensé muchas veces en pincharme, la única forma que se me ocurría de ser admitido en esa íntima comunión, de acceder al alma de Marga. Pero tuve miedo y a cambio bebía mucho, tanto como para olvidarla y también a mi hermano, desde primeras horas de la tarde en los bares de Ventas, luego en locales de moda de Malasaña y acababa en antros dudosos de la calle Infantas o por la Red de San Luis.
Mi tío Julián se mató en febrero del 81, justo después del Tejerazo. La víspera me lo había contado, los dos solos bebiendo el acostumbrado brandy que ya no me parecía tan asqueroso. Ahora nada tiene sentido, contaba que le dijo, y pensé que aludía al fracaso del golpe porque era bastante facha pero no, era porque mi madre había muerto y ya no volvería a estar con ella así que un tubito de pastillas que guardo desde hace tiempo y hasta nunca. Me dejó la gestoría, ya sabéis, y lo repetía como un mantra: me dejó la gestoría, me dejó la gestoría. A ti se te da bien este negocio, ojalá fuera para tu hermano pero ése acabará mal y empezó a reír o a llorar, hasta otra vez derrengarse sobre la mesa. Lo llevé casi en volandas hasta su piso en la parte alta del barrio de Salamanca, sí, en el que vivo; hasta lo acosté y lo dejé roncando. No me creí nada, claro, pero al día siguiente era un cadáver. A Juan le impresionó la noticia, más incluso que la muerte de nuestros padres. A los pocos días me pidió que nos viésemos en El Comercial. A fin de curso voy a irme a seguir la carrera en Karlsruhe. Me quedé de piedra, nos contaba mientras apagaba el enésimo cigarrillo, si eres un yonqui, le dije, si no sabes alemán, si te has vuelto loco. Pero Juan, entonces barbudo y demacrado, me mostraba la misma sonrisa del crío travieso del pueblo: voy a limpiarme y también a sacar todo segundo, no te preocupes por mí pero hazme un favor, ocúpate de Marga. Le pedí que reflexionase, que al menos me explicara por qué; sólo conseguí que me dijera que no podía esperar.
Yo nunca he tenido tanta prisa, nos decía. De hecho tuve que tener paciencia, mucha paciencia, para conseguir desenganchar a Marga y cuidarla, siempre cuidándola, todavía incluso. De Juan poco fuimos sabiendo y sólo hace unos meses volvimos a verlo, cuando vino a morir entre nosotros. Muy de largo en largo una carta, primero desde Alemania, luego de Estados Unidos. También los ingresos de algunas de sus patentes que nos cedió, la gestoría no iba mal pero fue una ayuda, un empujón. Eso sí, en más de treinta años nunca volvió por aquí; no tenía tiempo para nada, me dijo en alguna carta. El mes pasado me explicó que siempre pensó que no llegaría al medio siglo; me equivoqué por poco, dijo con su sonrisa adolescente. Acababa de cumplir los cincuenta.
La gente salía al vestíbulo del tanatorio. Pisó el cigarrillo y, con los ojos aguados, fue hacia Marga, la abrazó y juntos se dirigieron a la capilla.
Bueno... es precioso, bello, verosimil, pero es a la vez extraño, apresurado relato, porque más que un relato breve o un cuento es la sinopsis de una novela, asomada aquí, quizás para no verte obligado al fatigoso trabajo de escribirla. (Por eso, contra lo que dicen lo snobs literarios, el cuento siempre es inferior a la novela). Pero muy bien
ResponderEliminarSí, es apresurado, porque son los balbuceos esquemáticos de uno que está enterrando a su hermano menor, al que desde pequeño le ha marcado la vida. En ese rato no le daba tiempo a demorarse contando toda la novela.
EliminarNo polemizo con tu arte narrativo, pero como lector opino que por mucho que el hermano esté enterrando al otro, me sigue pareciendo un esbozo de novela más que un relato en sí. Quizás hayas oído eso de que cuando se publica (o cuelga) un escrito deja de pertenecer en exclusiva al escritor y pasa a pertenecer también al lector, que en cierto lo completa. Es un viejo pacto, se llama 'literatura'
EliminarNo me quejaba en mi respuesta, Lansky. Y sí, tienes razón, la historia de mi narrador y su familia da para una novela. También aciertas en que no veo con fuerzas (ni tiempo) para intentarla. En otro momento, sobre lo que sí polemizaré es sobre las relaciones entre cuento y novela que apuntas. En cualquier caso, hay tantos estilos de cuentos, aunque he de confesar que me gustan los más "circulares", los que se completan en sí mismos. Desde luego, no es el caso de este relato.
EliminarCuando era más joven mis cuentos preferidos eran esos que llamas 'circulares', que se cierran sobre sí mismos, precisos y tallados como un diamante perfecto. Sin embargo, como bien dices, hay muchos otros tipos de cuentos y mis preferidos ahora son por el contrario los que no se cierran y sugieren, lo que no quiere decir que sean ni fragmentarios ni esbozos, como los de Hemingway o Salinger
EliminarLa vida es muy amarga y también aquellos relatos que son capaces de recordártelo, eso es que está muy bien escrito.
ResponderEliminarUn abrazo,
Gracias, Babe. Y sí, para algunos, la vida es muy amarga, aunque siempre agridulce.
EliminarMe da algo de lástima el pobre tío Julián. Juan y Marga, pues regular, las historias de yonquis ochenteros se suelen parecer.
ResponderEliminarPues si conocieras la vida oculta del tío Julián ... Y permíteme que te contradiga, pero como en botica, historias de yonquis las hay muy variadas. Las más repetidas, lamentablemente, son las de que quienes se quedaron colgados hasta palmarla.
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