Consumadas las elecciones a los más de ocho mil municipios de España (y a los siete Cabildos canarios) y en 13 comunidades autónomas (más Ceuta y Melilla), el partido más votado ha sido el PP y sus portavoces se han apresurado a proclamar la victoria, aunque no consigan ni siquiera aparentar que se lo creen. De entrada, casi un 30% de los votantes en las autonómicas lo han hecho al PP, pero es difícil extrapolar este resultado para medir el peso electoral del partido en el conjunto del Estado, ya que estas elecciones representan sólo el 54% del total. Si nos fijamos en los resultados de las municipales –estas sí cubren la totalidad del Estado– el porcentaje del PP baja al 26,61%, mientras el PSOE llega al 24,65%. Es decir, más o menos, uno de cada cuatro electores vota a los populares y otro a los socialistas. Ahora bien, en las últimas elecciones locales (2011) el PP obtuvo el 37,53% y el PSOE el 27,79%. Es decir, los dos partidos principales han perdido votos: el PP casi dos millones y medio (el 30% de los que le votaron) y el PSOE casi setecientos mil (el 11% de los de entonces). Pero las diferencias son bastante más sangrantes si recordamos los resultados de las últimas generales (20/11/2011), momento apoteósico del PP que alcanzó el 44,62% y dejó al PSOE en el 28,73%. Los populares han perdido en las municipales de ayer nada menos que 4,8 millones de votos, el 44% del total de 2011. Estamos pues ante porcentajes de pérdida altísimos que, a mi modo de ver, hacen que las declaraciones triunfalistas de los populares (aunque con tan poca convicción) resulten casi patéticas.
El PP es el único partido de la derecha española y lo viene siendo al menos desde 1982 tras las definitiva desaparición de la UCD y la irrelevancia del CDS de Suárez. Bien es verdad que en determinadas regiones, el electorado de derechas tiene otras alternativas, sesgadas por el componente más o menos nacionalista; justamente en ellas –Cataluña, Euskadi, Canarias y Navarra una vez roto el pacto con UPN– el peso electoral del PP es bastante menor a la media nacional. El grado de derechismo del PP es, por supuesto, cuestión de opiniones. En estos tiempos de descarado neoliberalismo, se permiten el lujo de considerarse en posiciones de centro, pero es sólo porque el centro se ha movido mucho a la derecha (y probablemente porque hay que redefinir los conceptos). En todo caso, si no consideramos todavía a los nuevos de Ciudadanos, durante los últimos 33 años (desde las generales de 1982), si eras de derecha votabas al PP. Y lo cierto es que a lo largo de 18 elecciones sobre todo el territorio del Estado –generales y municipales–, el PP con los altibajos normales ha mostrado una línea ascendente de captación electoral, moviéndose entre el mínimo del 25% al máximo de casi el 45%, porcentaje en el que se situó tras las últimas generales. Naturalmente, estos porcentajes se refieren a los votos, sin contar la abstención que no es desdeñable (35% en las elecciones de ayer).
La impresión que yo tengo es que el "cupo electoral" del PP en todo el Estado se sitúa en torno al 33% (que viene a ser, por otro lado, la media aritmética de las últimas dieciocho elecciones). Es decir, que los que me parecen sociológicamente anómalo son los resultados extraordinarios de las pasadas generales o de las del 2000 con la mayoría absoluta de Aznar. Para mí, que el PP llegara en ambas fechas a más de diez millones de votos se explica más que por sus méritos por la situación económica: en 2000 muy buena, lo que hizo repetir a Aznar; en 2011 muy mala, lo que hizo caer a Zapatero. Pero otro factor fundamental es el comportamiento del PSOE que lleva veinte años haciendo todo lo posible por perder peso electoral. El hecho es que al PSOE hay que atribuirle el discutible mérito de haber desplazado la escala ideológica hacia la derecha, logrando el gran éxito comunicativo de convencer a la mayoría del electorado de que el suyo era el nuevo y único posible intervalo ideológico de la izquierda. Minimizadas las diferencias entre las políticas económicas de socialistas y populares bajo el mantra de que el sistema es el que es (cada vez más descarnado), las opciones quedaban reducidas a formaciones minoritarias a escala nacional, que los sistemas mediáticos y electoral se ocupaban eficazmente de hacer irrelevantes (el caso paradigmático es el de Izquierda Unida). Simplificando mucho, yo diría que este país se divide en cuatro estratos ideológicos más o menos equivalentes en número de personas (en torno al 25% del electorado cada uno). El 25% más a la derecha sólo se encuentra representado por el PP, con lo cual éste vendría a ser su suelo teórico, salvo que Ciudadanos logre rascar algo ahí. El siguiente 25% es el grupo que puede cambiar entre PP y PSOE, sobre todo en función de la situación general (también como resultado de los escándalos). El tercer 25% es el tradicional caladero del PSOE, que, pese a su fidelidad, viene desapegándose cada vez más ante la derechización de sus políticas. Los más a la izquierda son los que ya desde hace tiempo piensan que el sistema es intrínsecamente injusto y, sin necesidad de reclamar cambios revolucionarios, votaban otras opciones minoritarias.
Pues resulta que el mensaje de la inevitabilidad del sistema empezó a resquebrajarse, uno de los buenos efectos de la crisis. Tampoco exageremos, porque lo cierto es que sus principales voceros, PP y PSOE, siguen congregando la mitad del electorado (sin contar abtencionistas). Pero es significativo que en las elecciones de ayer ambos partidos se sitúen en torno al 25%, lo que interpreto como que el 25% más a la izquierda muy mayoritariamente se ha decantado por las opciones que se empeñan en despreciar. No estamos todavía ante el fin del bipartidismo (que tampoco es tan claro en este país), pero sí me parece que aglutinar en dos formaciones principales a la mayoría de los votantes exige a los que quieran asumir ese protagonismo transformaciones muy profundas. O, si no, confiar en que las aguas vuelvan a su cauce y que o que está ocurriendo no sean más que anomalías coyunturales. Siempre queda –pensaran algunos– tomar las medidas que haya que tomar para obligar a los españoles que voten como se debe y se dejen "experimentos" irresponsables (estoy citando a Rajoy).
Que el PSOE reconduzca las cosas para ser uno de los protagonistas se me antoja muy difícil. Pero que lo haga el PP me parece imposible, salvo que consiga imponernos la resignación. Así, bajo mi punto de vista, la pataleta de los populares de que han ganado las elecciones y, por tanto, deberían gobernar donde son los más votados, además de cínica (¿acaso están dejando gobernar a Susana Díaz?), demuestra que no entienden (o, probablemente, se hacen los que no entienden) lo que significan los resultados de ayer. Lo relevante no es tanto que un 26,61% de los españoles (o un 30% de los votantes en las autonómicas) quieran que el PP gobierne, sino mucho más que un 73,39% (o un 70%) quiere que NO gobiernen. Incluso limitándonos a las formaciones que explícitamente han declarado tal voluntad ante sus electores, el porcentaje de quienes quieren sacar al PP de las instituciones no baja del 55% de los votantes. Por eso, decir que lo democrático es que gobierne el partido más votado es llamar bobos a los españoles y calificar las inevitables alianzas que vendrán de "pactos entre perdedores" es insultarlos, aparte de ser una burda falacia. Pero se bastan ellos solos para desmentir su mensaje oficial. Basta haber visto ayer noche la cara de Esperanza Aguirre en su comparecencia y compararla con la alegría de los candidatos de Ahora Madrid. Tienes razón, Esperanza, has ganado las elecciones y el 35% de los madrileños quiere que seas alcaldesa; pero al menos el 47% quiere que no lo seas: ¿Qué es más democrático?
Por otro lado, Barberá y Cospedal han tenido que tragar con muy buenos batacazos que no han disimulado (por usar las palabras de la primera). En el caso de la segunda es especialmente hiriente porque cambió dos veces la ley electoral y le ha salido un resultado perjudicial.
ResponderEliminarSobre el pacto de perdedores, sólo puedo decir que no entienden nada. Lo que se necesita es mayoría absoluta y en ningún caso esto está limitado a los "ganadores". Para colmo, con esas palabras sólo se ganan el aislamiento y que pacten con cualquiera menos ellos. Es la lógica de un matón de colegio, que sólo sabe amenazar.
En efecto, Ozanu, también yo pienso que la forma en que está "comunicando" el PP las consecuencias que saca de los resultados electorales es bastante negativa para ellos mismos. Pero es que llevan la arrogancia en el ADN.
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