Imaginemos una comunidad humana alejada de la civilización; podría tratarse de la población de una pequeña y remota isla que el resto de la humanidad desconoce. Lo fundamental es que hayan desarrollado su cultura sin ninguna interferencia ajena; nuestros protagonistas creen firmemente que son los únicos del planeta, que su minúscula porción de tierra es la única habitada en la inmensidad de un mar infinito. Supongo que a estas alturas la hipótesis es imposible, pero como esto es una parábola ese pequeño detalle carece de importancia, así que vamos con el relato.
Un buen día, colgado de las ramas de un árbol, alguno de los nativos descubre un transistor, uno de esos pequeños receptores de radio a pilas. ¿Cómo ha llegado a nuestra isla? Imaginemos la solución que más nos apetezca, por ejemplo, que ha caído desde un avión que sobrevoló la isla –por supuesto, lo suficientemente alto para que ni los de abajo ni los de arriba se percataran unos de otros– y milagrosamente no se destrozó contra el suelo porque la correa se encajó en la rama. Insisto: no tiene importancia, estoy contando una parábola.
La cosa es que nuestro nativo, extrañado ante la apariencia del aparatito, comienza a manipularlo y en muy poco tiempo lo enciende y, moviendo el dial, consigue sintonizar alguna emisora lejana. Imaginemos el asombro del buen hombre: de pronto unas voces humanas ininteligibles salen del pequeño altavoz. Supongo que del susto se caería de culo y soltaría asustado la radio. Por suerte, el terreno estaba tapizado de alta y mullida hierba y desde allí, sin haber sufrido ningún desperfecto, siguió emitiendo la voz de un locutor ignoto.
Poco a poco el isleño se iría tranquilizando. En ese lapso, durante el cual acabó el boletín de noticias y empezó un programa de canciones pop que lo alucinó aún más, el tipo pensaría qué hacer. Probablemente ensayaría algunas pruebas para asegurarse de que el extraño objeto era inofensivo. De hecho, en los primeros momentos de sorpresa y miedo había cogido una pesada piedra con la intención de machacarlo pero finalmente, movido por la curiosidad, prefirió no hacerlo. Con prudencia volvió a sujetar en sus manos el receptor y a manipular los botones. Enseguida aprendió las pocas prestaciones: subir el volumen, cambiar de frecuencia, apagarlo y encenderlo.
Lo que está claro, se diría, es que he descubierto algo extraordinario, si sé jugar adecuadamente mis bazas este azar puede traerme fortuna y honores. Estoy reproduciendo una manera de razonar que es típica de nuestra civilización pero que también podría extrapolarse a esta cultura primitiva y remota si es que los móviles psicológicos que están en la base de nuestras instituciones básicas –la propiedad privada, por ejemplo– fueran, como algunos sostienen, intrínsecos a nuestra especie. Sin embargo, como soy yo quien recrea esta parábola, decido que no; que la comunidad de esa isla vivía en una especie de comunismo primitivo, ignorantes de que los individuos pudieran apropiarse de nada.
Por tanto, este hombre en taparrabos pensó lo que cualquiera no maleado pensaría: tengo que llevar esta caja mágica al poblado, para que la vean los demás y entre todos decidir qué hacer, cómo va a afectar este descubrimiento a nuestras vidas. Y así lo hizo, olvidó junto al árbol los frutales que había recolectado (más tarde le echarían la bronca por eso) y raudo e impaciente corrió hacia el caserío. Llegó a la carrera y dando voces, así que enseguida se congregaron todos en el espacio abierto central que hacía de plaza principal en donde tenían lugar casi todos los actos comunitarios. ¿Qué pasa? ¿Qué te ha ocurrido? Pero el nativo, jadeante no respondía a nadie, quería contarlo en presencia del jefe.
Sí, claro que había jefe porque la comunidad tenía una somera organización jerárquica e incluso atisbos de especialización del trabajo. Por ejemplo, había un grupito de indígenas, los más listos y estudiosos, que formaban el swzysklar que, en español, viene a significar algo así como "comité científico asesor". Los del swzysklar tenían fama de escépticos y andaban siempre a la greña con los sacerdotes (los fannshej), ironizando sobre las ceremonias religiosas de la aldea. Digamos a este respecto que nuestros nativos eran politeístas, aunque sin tomarse demasiado en serio la religión; la consideraban parte de sus tradiciones que estaba bien seguir practicando pero poco más. Desde luego, no había fundamentalismos de ningún tipo, un ambiente en este sentido mucho más cercano a la antigüedad grecolatina que al cristianismo medieval.
El caso es que ante toda la aldea y con la presencia del jefe, nuestro hombre se dio el lujo de montar un pequeño show con el receptor de radio, despertando el más descomunal de los asombros en su auditorio. Finalmente, después de un buen rato de subir y bajar el volumen y sintonizar varias emisoras, henchido de vanidad ante su éxito (porque la vanidad sí es un sentimiento innato a nuestra especie), entregó solemnemente el aparato al jefe quien, sobreponiéndose a sus reparos supersticiosos por eso de la dignidad del cargo, se puso de pie muy despacio y lo alzó en alto ante toda la tribu. Con ese acto simbólico dejaba claro que el extraño objeto pasaba a formar parte de la vida de la comunidad. Ahora había que dilucidar qué hacer con él.
Como es natural, lo primero que quiere el desconcertado jefe es saber qué es ese extraño aparato. El sacerdote principal se apresura a declarar que se trata de un objeto sagrado, enviado por los dioses a la isla para revelarles algunos mensajes trascendentales para la redención de la comunidad. Porque –eso lo aceptan todos los nativos– del cacharro salen voces, muchas voces distintas, algunas incluso cantando (probablemente, añade, todos los dioses hablan). Lo que pasa es que no las entendemos, así que lo que hay que hacer es, con la debida concentración y ceremonia, encerrarse a escuchar hasta que logremos descifrar los mensajes. Aclaro de pasada que con lo de la "debida ceremonia" el fannshej se refería a la ingestión ritual de un hongo alucinógeno que crecía en los bosques de la isla.
Si, ya, los dioses, exclamó burlón el más joven –e irrespetuoso– del swzysklar; toda la vida callados y de pronto les da por hablar sin pausa. Y para colmo en idiomas desconocidos; si quisieran contarnos algo ¿por qué no lo hacen en nuestra lengua? ¿Acaso no dices siempre que son omnisapientes? Ya iba a contestar airado el sacerdote, pero el jefe, con gesto huraño, levantó un brazo amenazador. Basta, dijo, quiero que el swzysklar estudie el objeto en profundidad a ver si sois capaces de descubrir su naturaleza. Custodiadlo con el máximo cuidado durante tres lunas. Pasado ese plazo quiero un dictamen riguroso. Como puede verse, en nuestra sociedad isleña el espíritu científico prevalecía sobre el religioso.
Pasaron los tres meses con insoportable lentitud para los isleños, ansiosos por conocer el misterio del aparato. Durante ese periodo, los miembros del swzysklar no perdieron el tiempo. Desmontaron con sumo cuidado el aparato y lo estudiaron, volviéndolo a montar sin que dejara de funcionar. Entendieron los materiales y mecanismos que hacían que sonara. Y lo más increíble de todo: como la isla disponía de todos los minerales necesarios y ellos eran unos artesanos extraordinarios y contaban con herramientas adecuadas (y si no, se las construían), fueron capaces de fabricar otro receptor, un segundo aparatito que funcionó exactamente igual que el original. Ya sé que parece imposible, pero repito que estos hombres, por muy primitivos que fueran, tenían altas dotes intelectuales. Y, en todo caso, insisto en que se trata de una parábola.
Pues nada, orgullosísimos –con razón– y portando la radio original y la réplica se presentan ante el jefe. La audiencia, para desconsuelo de los habitantes del poblado, es a puerta cerrada: sólo el jefe, los del swzysklar y los fannshej. El líder máximo es prudente: quiere conocer el informe de los científicos y valorar lo que se debe comunicar a los aldeanos; podría no convenir revelar la verdad completa al pueblo. Como vemos, en nuestros isleños no había calado aún la idea de democracia, pero no nos escandalicemos porque tampoco estamos mucho más avanzados que ellos, más allá de declaraciones retóricas.
Habla el presidente del comité científico asesor: sabemos lo que es este objeto, conocemos los materiales de que consta y la forma en que están ensamblados entre sí. Estos materiales, organizados en tan particular combinación, producen unas reacciones singulares consistentes en sonidos análogos a las voces humanas. Igual que el crepitar de la leña ardiendo produce unos sonidos característicos, así ocurre en este aparato, aunque ciertamente con mucha mayor variedad y complejidad. Las que nos parecen voces humanas son propiedades de los materiales en unas determinadas condiciones, fenómenos físico-químicos (por supuesto no usarían este término) sin duda sorprendentes, pero en absoluto dotados de una intencionalidad comunicativa; no hay ningún mensaje.
Los sacerdotes se escandalizan pero, antes de que empiecen a protestar, el jefe los calla y expresa sus propias reflexiones. No me termináis de convencer, les dice. Durante estos días también yo he reflexionado mucho y he llegado a otras conclusiones. No os niego que son los materiales concretos y la forma en que están dispuestos y conectados entre sí lo que permite que el aparato emita esas voces que vosotros llamáis aparentes. Pero coincidiréis conmigo en que esos materiales están elaborados y dispuestos en tan específica organización por alguien inteligente, alguien que ha construido este aparato y, por lo tanto, lo ha hecho con alguna finalidad. Pienso que lo hicieron para transmitir a otros las voces y canciones que algunos emisores están hablando o cantando. Es decir, lo que escuchamos a través de este objeto son voces de alguien que está vivo y que habla desde algún lugar, aunque no entendamos su idioma. Creo que, más allá de los límites de nuestra isla, podría haber otras personas que han sido capaces de crear alguna misteriosa red de comunicación a través de la cuales transmitir sus palabras, y que este aparato es uno de los muchos receptores que deben existir.
La hipótesis del jefe deja por un rato sin palabras tanto a los científicos como a los sacerdotes. Estos últimos, no obstante, la rechazan enseguida indignados. ¿Sabéis lo que decís? Está escrito en los libros sagrados que esta isla es el único mundo habitado, que nosotros somos los únicos seres humanos del universo. Vuestras palabras son heréticas, impropias del honor de vuestra jefatura. El jefe, inusitadamente humilde, baja la vista y en voz suave responde: lo sé, amigo mío, y sin embargo creo que mi idea merece ser explorada, que ni siquiera nuestras más hondas y sagradas creencias deben impedirnos investigar, aún a riesgo de que hayamos de cambiar nuestras convicciones sobre el mundo.
Toma entonces la palabra de nuevo el presidente del swzysklar: También nosotros consideramos la posibilidad que planteáis. Es verdad que la complejidad de este aparato parece revelar un artífice inteligente, pero ello no es una condición necesaria. Sabéis que la naturaleza es caprichosa, que está en incesante dinámica, generando de continuo múltiples combinaciones de formas y materiales. Sólo es cuestión de tiempo que en alguno de esos múltiples ejercicios de azar resulten objetos tan sorprendentes como éste, y tiempo es lo que sobra. Reconocemos que cuesta creer que fuerzas carentes de intencionalidad hayan creado este aparato, pero admitid que no menos sorprendente es que nosotros mismos, seres de muy superior complejidad, seamos también resultado de las mismas fuerzas (en este punto el sumo sacerdote carraspeó disgustado).
Nuestros antecesores, siguió hablando el científico, descubrieron el fuego y, gracias a su inteligencia, fueron capaces de reproducir a voluntad el fenómeno. Hoy ya no nos sorprende, sabemos sobradamente que la combustibilidad es una propiedad de algunas materias en determinadas condiciones. Ahora, con más conocimientos y capacidades que aquellos lejanos abuelos, hemos descubierto este objeto e, igual que entonces, hemos sido capaces de reproducirlo y así demostrar que las extrañas voces son, en efecto, reacciones naturales de estos materiales organizados en esa específica forma. Y tras decir esto enseñó la réplica que habían fabricado, encendió ambas y, manipulándolas adecuadamente, hizo que emitieran a la vez exactamente los mismos sonidos.
Quedaron todos impresionados por la rotundidad de los argumentos científicos y, sobre todo, por la pericia de los miembros del swzysklar, capaces de aplicar las enseñanzas de la naturaleza al bienestar de la comunidad. De nuevo se demostraba que bastaba la razón para afrontar y entender la realidad, sin necesidad de recurrir a explicaciones teístas (fue un duro golpe al prestigio ya bastante debilitado de los fannshej) ni tampoco a otras por muy sugerentes que resultaran. El jefe quedó convencido, aunque en el fondo de su corazón subsistiría una tozuda duda, que algunas noches le traía en sueños imágenes de hombres de otras tierras, idea que se esforzaba en desterrar de su cerebro por ser tan contraria a toda evidencia racional.
Esa tarde, en asamblea multitudinaria, el jefe arropado por el swzysklar informó a su pueblo del notable descubrimiento científico. Además, prometió que se fabricarían nuevos aparatos mágicos para que todos pudieran disfrutar de sus maravillosas propiedades. Así se hizo y de tal modo escuchar la radio se convirtió en una de las actividades predilectas de los isleños. Lo que ocurrió como consecuencia de ello daría para otra parábola sobre ciencia y religión.
Radio, radio - Elvis Costello & The Attractions (This Year's Model, 1978)
Nota: Antony Flew (1923–2010) fue un filósofo inglés, considerado el máximo exponente del ateísmo filosófico anglosajón de la segunda mitad del pasado siglo. Sin embargo, al final de su vida, a raíz de su interpretación de los últimos descubrimientos científicos –especialmente de la física y de la biología– llegó a la conclusión de la existencia de Dios, protagonizando un cambio de postura que generó un notable alboroto (y mucha indignación entre los que habían sido sus compañeros escépticos). En su último libro –Dios existe, 2007– propone la parábola que presento en este post. Él elige un teléfono móvil (me ha parecido más sugerente que fuera una radio) y desde luego la cuenta en bastantes menos palabras. Como no comparto la célebre frase de Gracián, he preferido recrear el cuentito a mi estilo, enrollándome más de lo estrictamente necesario.
Sí, claro que había jefe porque la comunidad tenía una somera organización jerárquica e incluso atisbos de especialización del trabajo. Por ejemplo, había un grupito de indígenas, los más listos y estudiosos, que formaban el swzysklar que, en español, viene a significar algo así como "comité científico asesor". Los del swzysklar tenían fama de escépticos y andaban siempre a la greña con los sacerdotes (los fannshej), ironizando sobre las ceremonias religiosas de la aldea. Digamos a este respecto que nuestros nativos eran politeístas, aunque sin tomarse demasiado en serio la religión; la consideraban parte de sus tradiciones que estaba bien seguir practicando pero poco más. Desde luego, no había fundamentalismos de ningún tipo, un ambiente en este sentido mucho más cercano a la antigüedad grecolatina que al cristianismo medieval.
El caso es que ante toda la aldea y con la presencia del jefe, nuestro hombre se dio el lujo de montar un pequeño show con el receptor de radio, despertando el más descomunal de los asombros en su auditorio. Finalmente, después de un buen rato de subir y bajar el volumen y sintonizar varias emisoras, henchido de vanidad ante su éxito (porque la vanidad sí es un sentimiento innato a nuestra especie), entregó solemnemente el aparato al jefe quien, sobreponiéndose a sus reparos supersticiosos por eso de la dignidad del cargo, se puso de pie muy despacio y lo alzó en alto ante toda la tribu. Con ese acto simbólico dejaba claro que el extraño objeto pasaba a formar parte de la vida de la comunidad. Ahora había que dilucidar qué hacer con él.
Como es natural, lo primero que quiere el desconcertado jefe es saber qué es ese extraño aparato. El sacerdote principal se apresura a declarar que se trata de un objeto sagrado, enviado por los dioses a la isla para revelarles algunos mensajes trascendentales para la redención de la comunidad. Porque –eso lo aceptan todos los nativos– del cacharro salen voces, muchas voces distintas, algunas incluso cantando (probablemente, añade, todos los dioses hablan). Lo que pasa es que no las entendemos, así que lo que hay que hacer es, con la debida concentración y ceremonia, encerrarse a escuchar hasta que logremos descifrar los mensajes. Aclaro de pasada que con lo de la "debida ceremonia" el fannshej se refería a la ingestión ritual de un hongo alucinógeno que crecía en los bosques de la isla.
Si, ya, los dioses, exclamó burlón el más joven –e irrespetuoso– del swzysklar; toda la vida callados y de pronto les da por hablar sin pausa. Y para colmo en idiomas desconocidos; si quisieran contarnos algo ¿por qué no lo hacen en nuestra lengua? ¿Acaso no dices siempre que son omnisapientes? Ya iba a contestar airado el sacerdote, pero el jefe, con gesto huraño, levantó un brazo amenazador. Basta, dijo, quiero que el swzysklar estudie el objeto en profundidad a ver si sois capaces de descubrir su naturaleza. Custodiadlo con el máximo cuidado durante tres lunas. Pasado ese plazo quiero un dictamen riguroso. Como puede verse, en nuestra sociedad isleña el espíritu científico prevalecía sobre el religioso.
Pasaron los tres meses con insoportable lentitud para los isleños, ansiosos por conocer el misterio del aparato. Durante ese periodo, los miembros del swzysklar no perdieron el tiempo. Desmontaron con sumo cuidado el aparato y lo estudiaron, volviéndolo a montar sin que dejara de funcionar. Entendieron los materiales y mecanismos que hacían que sonara. Y lo más increíble de todo: como la isla disponía de todos los minerales necesarios y ellos eran unos artesanos extraordinarios y contaban con herramientas adecuadas (y si no, se las construían), fueron capaces de fabricar otro receptor, un segundo aparatito que funcionó exactamente igual que el original. Ya sé que parece imposible, pero repito que estos hombres, por muy primitivos que fueran, tenían altas dotes intelectuales. Y, en todo caso, insisto en que se trata de una parábola.
Pues nada, orgullosísimos –con razón– y portando la radio original y la réplica se presentan ante el jefe. La audiencia, para desconsuelo de los habitantes del poblado, es a puerta cerrada: sólo el jefe, los del swzysklar y los fannshej. El líder máximo es prudente: quiere conocer el informe de los científicos y valorar lo que se debe comunicar a los aldeanos; podría no convenir revelar la verdad completa al pueblo. Como vemos, en nuestros isleños no había calado aún la idea de democracia, pero no nos escandalicemos porque tampoco estamos mucho más avanzados que ellos, más allá de declaraciones retóricas.
Habla el presidente del comité científico asesor: sabemos lo que es este objeto, conocemos los materiales de que consta y la forma en que están ensamblados entre sí. Estos materiales, organizados en tan particular combinación, producen unas reacciones singulares consistentes en sonidos análogos a las voces humanas. Igual que el crepitar de la leña ardiendo produce unos sonidos característicos, así ocurre en este aparato, aunque ciertamente con mucha mayor variedad y complejidad. Las que nos parecen voces humanas son propiedades de los materiales en unas determinadas condiciones, fenómenos físico-químicos (por supuesto no usarían este término) sin duda sorprendentes, pero en absoluto dotados de una intencionalidad comunicativa; no hay ningún mensaje.
Los sacerdotes se escandalizan pero, antes de que empiecen a protestar, el jefe los calla y expresa sus propias reflexiones. No me termináis de convencer, les dice. Durante estos días también yo he reflexionado mucho y he llegado a otras conclusiones. No os niego que son los materiales concretos y la forma en que están dispuestos y conectados entre sí lo que permite que el aparato emita esas voces que vosotros llamáis aparentes. Pero coincidiréis conmigo en que esos materiales están elaborados y dispuestos en tan específica organización por alguien inteligente, alguien que ha construido este aparato y, por lo tanto, lo ha hecho con alguna finalidad. Pienso que lo hicieron para transmitir a otros las voces y canciones que algunos emisores están hablando o cantando. Es decir, lo que escuchamos a través de este objeto son voces de alguien que está vivo y que habla desde algún lugar, aunque no entendamos su idioma. Creo que, más allá de los límites de nuestra isla, podría haber otras personas que han sido capaces de crear alguna misteriosa red de comunicación a través de la cuales transmitir sus palabras, y que este aparato es uno de los muchos receptores que deben existir.
La hipótesis del jefe deja por un rato sin palabras tanto a los científicos como a los sacerdotes. Estos últimos, no obstante, la rechazan enseguida indignados. ¿Sabéis lo que decís? Está escrito en los libros sagrados que esta isla es el único mundo habitado, que nosotros somos los únicos seres humanos del universo. Vuestras palabras son heréticas, impropias del honor de vuestra jefatura. El jefe, inusitadamente humilde, baja la vista y en voz suave responde: lo sé, amigo mío, y sin embargo creo que mi idea merece ser explorada, que ni siquiera nuestras más hondas y sagradas creencias deben impedirnos investigar, aún a riesgo de que hayamos de cambiar nuestras convicciones sobre el mundo.
Toma entonces la palabra de nuevo el presidente del swzysklar: También nosotros consideramos la posibilidad que planteáis. Es verdad que la complejidad de este aparato parece revelar un artífice inteligente, pero ello no es una condición necesaria. Sabéis que la naturaleza es caprichosa, que está en incesante dinámica, generando de continuo múltiples combinaciones de formas y materiales. Sólo es cuestión de tiempo que en alguno de esos múltiples ejercicios de azar resulten objetos tan sorprendentes como éste, y tiempo es lo que sobra. Reconocemos que cuesta creer que fuerzas carentes de intencionalidad hayan creado este aparato, pero admitid que no menos sorprendente es que nosotros mismos, seres de muy superior complejidad, seamos también resultado de las mismas fuerzas (en este punto el sumo sacerdote carraspeó disgustado).
Nuestros antecesores, siguió hablando el científico, descubrieron el fuego y, gracias a su inteligencia, fueron capaces de reproducir a voluntad el fenómeno. Hoy ya no nos sorprende, sabemos sobradamente que la combustibilidad es una propiedad de algunas materias en determinadas condiciones. Ahora, con más conocimientos y capacidades que aquellos lejanos abuelos, hemos descubierto este objeto e, igual que entonces, hemos sido capaces de reproducirlo y así demostrar que las extrañas voces son, en efecto, reacciones naturales de estos materiales organizados en esa específica forma. Y tras decir esto enseñó la réplica que habían fabricado, encendió ambas y, manipulándolas adecuadamente, hizo que emitieran a la vez exactamente los mismos sonidos.
Quedaron todos impresionados por la rotundidad de los argumentos científicos y, sobre todo, por la pericia de los miembros del swzysklar, capaces de aplicar las enseñanzas de la naturaleza al bienestar de la comunidad. De nuevo se demostraba que bastaba la razón para afrontar y entender la realidad, sin necesidad de recurrir a explicaciones teístas (fue un duro golpe al prestigio ya bastante debilitado de los fannshej) ni tampoco a otras por muy sugerentes que resultaran. El jefe quedó convencido, aunque en el fondo de su corazón subsistiría una tozuda duda, que algunas noches le traía en sueños imágenes de hombres de otras tierras, idea que se esforzaba en desterrar de su cerebro por ser tan contraria a toda evidencia racional.
Esa tarde, en asamblea multitudinaria, el jefe arropado por el swzysklar informó a su pueblo del notable descubrimiento científico. Además, prometió que se fabricarían nuevos aparatos mágicos para que todos pudieran disfrutar de sus maravillosas propiedades. Así se hizo y de tal modo escuchar la radio se convirtió en una de las actividades predilectas de los isleños. Lo que ocurrió como consecuencia de ello daría para otra parábola sobre ciencia y religión.
Radio, radio - Elvis Costello & The Attractions (This Year's Model, 1978)
Nota: Antony Flew (1923–2010) fue un filósofo inglés, considerado el máximo exponente del ateísmo filosófico anglosajón de la segunda mitad del pasado siglo. Sin embargo, al final de su vida, a raíz de su interpretación de los últimos descubrimientos científicos –especialmente de la física y de la biología– llegó a la conclusión de la existencia de Dios, protagonizando un cambio de postura que generó un notable alboroto (y mucha indignación entre los que habían sido sus compañeros escépticos). En su último libro –Dios existe, 2007– propone la parábola que presento en este post. Él elige un teléfono móvil (me ha parecido más sugerente que fuera una radio) y desde luego la cuenta en bastantes menos palabras. Como no comparto la célebre frase de Gracián, he preferido recrear el cuentito a mi estilo, enrollándome más de lo estrictamente necesario.
Confieso que me encantaría saber el propósito con el que el amigo Flew se inventó y propuso esta parábola y las conclusiones que él sacó, y pretendía que los demás sacáramos, de ella. Imagino que está relacionado con el proceso por el que los últimos descubrimientos científicos, o su interpretación de los mismos, le llevaron a concluir que Dios debe de existir, a fin de cuentas. En cuanto a este proceso, los caminos del Señor son incognoscibles (y si lo que atraviesan es una mente humana, con doble motivo); y como la conclusión me parece acertada, doy por bueno cualquier camino que lleve a ella. Pero lo cierto es que me sorprende, porque mi opinión personal, creyente y todo como soy, es que no hay nada en el Universo cuya explicación requiera la hipótesis de que Dios existe, y que la fe se alcanza por otra clase de caminos y se sustenta en otra clase de experiencias. Así que nada, tendré que ponerme a la busca del libro de Flew, a ver si me entero de cuál fue su proceso mental.
ResponderEliminarLa analogía es bastante burda: los científicos, frente a maravillas del mundo que muestran la existencia de un creador inteligente, se empeñan en negarlo. Es el conocido argumento del diseño. Flew, con las últimas investigaciones de genética molecular y cosmológicas, rindió su ateísmo. En el librito lo explica, aunque sin extenderse mucho en los argumentos (remite a otras obras) porque lo que le interesa poner de manifiesto es, por decirlo de algún modo, su "honestidad intelectual", el que siempre ha sido fiel a su principio de seguir la razón hasta donde le lleve. En todo caso, él no dice que Dios haya de existir; tan sólo cree –y cita muchos científicos eminentes que comparten la misma creencia– que la hipótesis más plausible es la de la existencia de una suma inteligencia creadora. Es decir, en contra de lo que tú opinas, sí piensa que hay cosas en el universo cuya explicación más razonable es que Dios exista. También él, como tú dices, cree que a la fe se llega por caminos distintos al raciocinio y acaba diciendo que no es su caso, aunque en lo que le quedaba de vida (apenas tres años) estaba "abierto a la omipotencia" confiando que "quizás algún día pueda oír una Voz que dice: ¿Me oyes ahora?"
EliminarCon un teléfono móvil la parábola es ligeramente distinta, me parece. Con lo listos que son tus aldeanos, enseguida tendrán que notar que los ruidillos que emite el aparato no son independientes de lo que ellos dicen sino que, de algún modo misterioso, se producen como reacción o consecuencia de lo que ellos mismos hacen. Enseguida tendrán que orientar sus interpretaciones, pienso yo, por la hipótesis de que son "respuestas", lo que sugiere muy fuertemente un interlocutor...
ResponderEliminarEstoy de acuerdo; por eso preferí modificar el objeto central de la parábola; además de recrear el relato para divertirme un ratillo mientras lo escribía.
EliminarMe gusta la parábola y entiendo su propósito pero aun así...soy muy escéptica en relación a determinados temas.
ResponderEliminarPor cierto, ayer Bob Dylan actuó en Madrid y le quedan todavía otros tres conciertos más en Granada, Córdoba y San Sebastián, supongo que ya lo sabes.
Un saludo,:)
Por aquí la mayoría somos escépticos, lo cual creo que no es mal hábito. Pero no confundas escepticismo con negarse a escuchar y discutir cualesquiera argumentos.
EliminarA Dylan probablemente no lo veré más en vivo, salvo e el altísimamente improbable caso de que me invite a un concierto privado. Sería largo explicarte mis razones, que en nada afectan a mi admiración por él.
Conocía el caso de Flew, aunque no he leído el libro. En todo caso, no entiendo muy bien cómo el cuento de la radio (o el móvil) puede servir de premisa para justificar la creencia en dios. No me parece que nada de lo que conocemos en el universo sea lo suficientemente análogo como que la única reacción razonable ante ello sea "esto es algo que nos mandan desde el más allá".
ResponderEliminarNo, Jesús, la parábola no sostiene tu conclusión. Más bien pone de manifiesto lo contrario: no que la única reacción razonable sea pensar que esto es algo que nos mandan desde el más allá, sino que la única reacción razonable NO es sostener que esto no nos lo mandan desde el más allá.
EliminarEn cuanto a si en el universo hay cosas de tanta complejidad como para que se pertinete la analogía con un aparato de radio a los ojos de esos isleños, pues Flew piensa que sí, incluso bastante más improbables, según él (cita las fuentes) que el que unos materiales se hayan ensamblado por causas naturales para conformar un receptor de radio.
Lo que sigo sin ver es cómo puede la existencia de dios ser la explicación de nada
ResponderEliminarHombre, eso es muy fácil de ver. Dios es una entidad autoconsciente, inteligente, todopoderosa y fuera del espacio-tiempo (eterno en términos espacio-temporales). Desde su omnipotencia decide crear el universo, dotarlo de una leyes muy específicas, diseñar el sistema de transmisión de información genéticaa que permite la vida, etc, etc ... Todo quedaría explicado.
EliminarCuestión distinta es que, como bien dice Vanbrugh, sea necesario recurrir a Dios para explicar todo eso. Pero que explica, vaya si explica.
No es a eso a lo que yo llamaría una "explicación". Más bien consiste en inventarse algo para eludir la responsabilidad de ofrecer los detalles de cómo carajo se las ha apañado ese superagente para hacer las cosas. Si es por eso, yo puedo intentarme la teoría del "superazar": una fuerza totalmente aleatoria y totalmente poderosa capaz de crear por pura casualidad cualquier cosa imaginable.
ResponderEliminarNo es tan simple y no deberías despachar tan rápidamente las discusiones de naturaleza filosófica sobre lo que convencionalmente llamamos Dios (y no confundir con ningún Dios de las religiones institucionalizadas). De hecho, ya que lo citas, justamente uno de los argumentos que apunta hacia conclusiones teístas es la infinitesimal probabilidad de que ciertos fenómenos y leyes físicas sean las que son por azar. Hay un matemático –cuyo nombre no tengo ahora a mano– que justamente ha elucubrado y cuantificado sobre estas cuestiones. Tengo la referencia pero no lo he leído.
EliminarDe otra parte, Dios como constructo humano es ante todo una explicación de lo que no entendemos. No creo que nos lo hayamos inventado para eludir ninguna responsabilidad de averiguar los porqués de las cosas, aunque ciertamente las consecuencias prácticas de la creencia generalizada en Dios (es decir, las religiones institucionalizadas) han actuado históricamente como impedimentos para buscar explicaciones que prescindan de Dios.
Pero eso ya no es relevante (más bien ahora sería al contrario). De hecho, la aceptación científica de que el universo tiene un inicio (y tendrá un final), la concepción del tiempo como una dimensión, los avances en genética molecular, etc, etc parece que son los que han llevado a poner en la palestra la "hipótesis de Dios".
Finalmente, que Dios sea una explicación "fácil" –que lo es– no es argumento del que concluir que no es la explicación verdadera.
Miroslav: no lo despacho "rápidamente"; mis argumentos están expuestos con detalle por otros lugares y suponen años de trabajo mío, y recopilación de siglos del trabajo de otros. Por no volver a repetirme, te remito a uno de los textos, p.ej.
ResponderEliminarhttp://abordodelottoneurath.blogspot.it/2012/08/echandole-las-cuentas-la-teologia.html
Un saludo
OK, disculpa, pero es que me dio esa impresión. Leeré el post y ya te comento.
EliminarSobre el código genético, pues a Dios ya le vale haberlo creado, tan degenerado: 64 codones para 20 aminoácidos, y si desaparecen o se cuelan nucleótidos en número no múltiplo de 3, puede causar grandes problemas a gran escala. Aparte, me sumo a lo que dice Vanbrugh.
ResponderEliminarNo creo que ningún "teísta" serio piense que Dios creó nuestro código genético. Más bien el hecho de que la vida se transmita mediante información.
Eliminar¡Eh, atención! Un momento solo, por favor: Imagino que al ser creyente se me puede calificar de teista -aunque mi fe en Dios y mi relación con Él van mucho más allá de ningún "ismo"-; me considero serio, en el sentido con que aquí usas el adjetivo -desde luego, si hay algo que me tomo "en serio" en mi vida es a Dios- y, naturalmente, sí creo, como cualquier otro "teísta serio", que Dios creó nuestro código genético, puesto que le considero el creador del universo, que lo incluye. Lo único que no creo, y que he manifestado no creer, es que esta creencia mía se deduzca ineludiblemente del propio Universo, de tal manera que sea el estudio de este una de las vías para llegar a la opinión de que Dios debe de existir.
EliminarQuizá me expresé mal, Vanbrugh. Lo que tú llamas "crear nuestro código genético" no es lo mismo que lo que yo denominaba con las mismas palabras. Con crear nuestro código genético (o el de cualquier ora especie) me refería a creer en que Dios decidió y creó expresamente la secuencia de ADN que nos individualiza como especie. Entiendo que tú, como cualquier "teísta serio", cree que Dios creó los mecanismos de transmisión de la información genética como elementos de lo que llamamos vida, dejando que la evolución (la forma en que opera esa transmisión de información y consiguientemente varía en el tiempo) hiciera su "trabajo". Es la diferencia entre "crear" el ajedrez y crear todas y cada una de las casi infinitas partidas posibles bajo las reglas del juego. Sólo en un sentido muy amplio se puede decir que la partida que acabo de jugar fue creada por el hindú (?) que inventó el juego hace cientos de años.
EliminarCuestión distinta es si Dios, en su omnisapiencia atemporal, sabía desde el principio (aunque para él no hay principio) que nuestra especie sería la resultante de este código genético concreto.
Aclarado. Sencillamente, me ha sobresaltado tu opinión de que ningún "teísta" serio piensa que Dios creó nuestro código genético, porque no creo que haya ninguna forma de interpretarla según la cual coincida con mi propia opinión de teísta que me creo serio, ni con la de ningún otro teísta, serio o no. Cada creyente tendrá su propia hipótesis, según cuál sea su formación y cuánto tiempo haya dedicado a reflexionar sobre el asunto, sobre el modo en que Dios ha creado el Universo -y me imagino que es en relación con estas hipótesis como tú juzgas su mayor o menor "seriedad"- pero, desde luego, todos creemos que lo ha hecho. Creo que la palabra "teísta" se refiere, en última instancia, precisamente a esa creencia.
EliminarMás que por la parábola de Flew, me quedo intrigado por los motivos que te llevaron a no volver a asistir a un concierto de Dylan; en realidad no por los motivos, que no son asunto mío, sino por si entre ellos está su escasa capacidad vocal en los últimos tiempos, motivo de polémicas y discusiones: unos dicen que canta de puta pena y que es el momento de retirarse, y otros que nunca cantó mejor, que su voz nunca fue tan expresiva. Yo lo vi en directo una sola vez, en el 97, y fue un concierto memorable, pero en algunos vídeos recientes parece que hubiera bebido un vaso de aguarrás antes de subir al escenario, y un amigo que fue a uno de sus últimos conciertos me decía que, de no ser quien es, aun tío que canta así le habrían tirado tomates. Lo cual no disminuye mi admiración por su carrera en general (única, inmensa, insólita, incomparable, inagotable), y por sus últimos discos en particular.
ResponderEliminarNo, no está su escasa capacidad vocal o, al menos, no como argumento principal. El primer motivo no tiene que ver con Dylan, sino con mi edad y lo que ya acepto soportar o no, y entre estas últimas cosas está la de ir a un concierto multitudinario. He ido a muchos y fantásticos (de grandes grupos y del propio Dylan), pero llegó un momento en que comprobé que ya no disfrutaba tanto; ahora prefiero los auditorios más reducidos y a ser posible sentado cómodamente.
EliminarEn mi opinión –que no coincide con la suya– Dylan es mucho mejor en sus discos que en conciertos (aún así, de los tres a los que he asistido, uno fue fantástico). Su voz, en efecto, es muy irregular, el sonido de sus bandas no termina de convencerme y él es un borde que no transmite apenas empatía hacia un público mayoritariamente compuesto de adoradores ante el mito. Sin embargo, no creo que con los años la voz le haya empeorado (por ejemplo, en el último disco, el de Sinatra, canta estupendamente); le ha cambiado pero sigue pareciéndome enormemente sugerente. Otro motivo es que he de confesarte que me parece un poco patético que a sus 74 tacos siga en giras interminables y agotadoras (eso es lo que le debe pasar factura a la voz). Prefiero disfrutarlo a mis anchas o ver algunos de sus conciertos históricos en videos (por si no la conoces, date una vuelta por dylantube.com).
Espero haber satisfecho tu curiosidad.
Notas:
ResponderEliminaren las discusiones se está confundiendo el código genético (que es común para todos los seres vivos terrestres conocidos, y que consiste en los tipos de ARN que emparejan cada codón de 3 pares de bases con un aminoácido y no otro) y el genoma (que es la peculiar lista de bases que tiene cada individuo, o los rasgos comunes de esa lista en los miembros de una especie, y que, como es obvio, es cualquier cosa menos universal). Los genomas evolucionan por el mecanismo de selección darwiniana. El código genético no se sabe cómo evolucionó, si fue en "competencia darwiniana" con otros tipos de ARN, o si hay algunas características fisicoquímicas que hacen que sea el único posible, p.ej. En cualquier caso, no hay ninguna hipótesis científicamente seria que consista en la idea de que "el establecimiento del código genético es un proceso que puede ser explicado por la intervención de una inteligencia inmaterial".
Tienes toda la razón, Jesús. Voy a tener que esforzarme en ser más preciso con la terminología. Pero, en fin, más o menos se entiende lo que decimos, ¿no es cierto?
EliminarDe otra parte, muy radical te noto en tu afirmación de que "no hay ninguna hipótesis científicamente seria que ..." En realidad, te daría la razón, si aceptamos que se trata de una afirmación tautológica: si se plantea que el inicio de la vida se debe a una "inteligencia inmaterial" –o sea, a Dios– por definición no es una hipótesis científica seria. Más discutible sería si afirmases que no hay ningún científico que admita la posibilidad de la creación por una inteligencia material. Ten en cuenta que, por definición, Dios es (siempre lo ha sido) un "comodín" para explicar lo que no podemos explicar desde el ámbito de la ciencia. Obviamente que algo no podamos (de momento) explicarlo no implica que Dios exista, pero tampoco que Dios no exista.
En realidad, el propio Flew reconoce que su cambio del ateísmo al deísmo no responde a que crea que se "ha demostrado" la existencia de Dios, sino que a la vista de lo que él haya podido entender de los avances e incógnitas del conocimiento científico piensa que las probabilidades le inclinan a "apostar" porque sí existe una inteligencia inmaterial creadora. Naturalmente, las probabilidades se manejan en general muy alegremente (tú mismo, en el post al que me remitisme, haces un cálculo basado en un supuesto absolutamente arbitrario de ir dividiendo alternativas al 50%) y el problema es que, en este tipo de cosas, me temo que no tenemos ni la más mínima idea de cuál es la probabilidad de cada evento hipotético.
En fin, que insistes en argumentar que nada exige la hipótesis de la existencia de Dios, pero me da que nadie por aquí está en contra de esa afirmación (ni el propio Vanbrugh, que es creyente, como bien dijo en su comentario). Pero que de la ciencia no se deduzca la existencia de Dios (ni siquiera en términos probabilísticos) tampoco lleva a la inexistencia de Dios.
Decías en un comentario anterior que no entendías qué explicaba la existencia de Dios y te contesté que me sorprendía que no lo entendieras. Vuelvo al tema: asumamos que existe una inteligencia inmaterial y eterna (fuera del marco espacio-temporal de nuestro universo) que decide crearlo. Pues todo explicado. Cuestión distinta es que, como bien dices, eso sea una forma de no explicarlo por causas "materiales". Ok, pero eso no invalida lógicamente la posibilidad de su existencia.
En fin, me siento un poco incómodo argumentando así porque, la verdad, tiendo a creer que Dios no existe, pero no me atrevería a decir que sé que no existe.
Segundo, lo de que "la vida se transmite por información" no es decir nada: TODO proceso físico es un proceso en el que "se transmite información". Hablar de "información" es sólo una manera de DESCRIBIR un proceso (p.ej., las bandas con diferente orientación magnética en las dorsales oceánicas contienen y transmiten información sobre los cambios en la orientación del campo magnético de la tierra en el pasado - "paleomagnetismo"). No hay absolutamente ninguna razón para pensar que la información necesita de alguna "mente" para existir; más bien es al contrario: sólo pueden existir mentes -es decir, organismos con un sistema cognitivo cuyo funcionamiento llamamos "mente"- si el mundo tiene ciertos tipos de información, es decir, si el mundo es de una cierta manera en vez de otra.
ResponderEliminarMiroslav
ResponderEliminarEl problema es que lo que a ti (y por lo visto, a muchos otros) les parece "una hipótesis", a mí me parecen palabras vacías. Hablas de "una inteligencia inmaterial, eterna y todopoderosa". Bien, la cuestión, es ¿qué diantres quiere decir EXACTAMENTE eso? En el caso de una hipótesis científica seria, lo que tenemos que hacer para que lo sea es formularla de tal manera que a partir de ella se puedan deducir exactamente los hechos empíricos que queremos explicar Y NO OTROS. P.ej., la ley de la gravedad de Newton fue una hipótesis estupenda porque podías cogerla, hacer cálculos a partir de ella, y esos cálculos te llevaban a que, si la ley era cierta, entonces los planetas se movían obedeciendo las leyes de Kepler, los cuerpos tenían que caer según la ley de Galileo, las mareas tenían que ocurrir con la periodicidad que ocurrían, se tenía que observar una cierta torsión de una balanza de gran precisión en las proximidades de una masa muy pesada, etc., etc., etc.
Pues bien, en tu hipótesis de la "inteligencia inmaterial, eterna y todopoderosa", en realidad el único elemento que cumple alguna función es lo de que es "todopoderosa" (es decir, que si la da la gana que las cosas sean así, serán así), pero todo lo demás sobra por completo: ¿qué más da que sea eterna? (podría haber existido sólo al crear el mundo y luego desaparecer), ¿qué más da que sea inmaterial? (eso no sólo es irrelevante, sino que crea un problema, pues no se entiende cómo carajo puede apañárselas una cosa inmaterial para interactuar con una cosa material; esa es, al fin y al cabo, la razón por la que la mayor parte de la gente con cierto conocimiento científico ha terminado rechazando la hipótesis de la existencia del alma como una "entidad inmaterial"), y para el caso, ¿qué más da que sea una inteligencia, o una mente? (podría ser cualquier otro tipo de cosa de las infinitas que ignoramos, y que por poder, pueden ser tan diferentes de las mentes conscientes como de las margaritas). Es decir, que sea una mente, que sea inmaterial, y que sea eterna, son meramente elementos superfluos en la hipótesis, y que una consideración racional e imparcial del asunto nos tendría que llevar a descartarlos como tales (igual que es superfluo añadir que la fuerza de la gravedad sabe a chocolate, p.ej.).
Pero el único elemento "operativo" que queda en tu hipótesis (el de la omnipotencia) tampoco es lo bastante serio como para considerarlo una conjetura a considerar, porque precisamente si esa entidad puede hacer CUALQUIER cosa, no te sirve como explicación de por qué lo que observamos es lo que observamos EN VEZ DE OTRA COSA. La ley de la gravedad tiene que permitir probar que los planetas se mueven en elipses Y QUE NO SE PUEDEN mover en órbitas con forma de cuadrado, p.ej.
La hipótesis de un dios omnipotente (o de cualquier otra entidad omnipotente), en cambio, como permitiría "acomodar" cualquier observación posible, es, precisamente por eso, una hipótesis que podemos descartar sin ni siquiera considerarla.
(Por cierto, Hume ya demolió la necesidad de suponer que dios es omnipotente: bastaría en principio con suponer que es capaz de crear el universo tal como el universo es, pero que a lo mejor es INCAPAZ de crearlo de otra manera, aunque le gustase más).
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Por último, con respecto a las asignaciones de probabilidad, por supuesto que son arbitrarias, pero lo razonable cuando no tenemos NINGUNA información sobre una cuestión determinada, es atribuir probabilidad IGUAL a todas las posibilidades que seamos capaces de conseguir. A medida que obtenemos mediante la experiencia datos que nos permiten ir ajustando esas probabilidades a otras cifras, lo iremos haciendo, pero en el caso que nos ocupa no hay absolutamente ningún dato empírico que nos pueda ayudar a salirnos ni un milímetro de las asignaciones equiprobables. Quizá esas asignaciones sean erróneas, pero la carga de la prueba de que lo son la tiene el que no quiere aceptarlas.
No es "mi" hipótesis, Jesús; estoy simplemente transcribiendo una forma habitual de describir la "hipótesis de Dios".
EliminarDe otra parte, completamente vacía a mí no me parece. Se dice que es inteligencia, pienso, para atribuirle al ente hipotético la capacidad volitiva, que su acción sea resultado de un proceso intelectual, no del azar. Se dice que es inmaterial –pienso también– para poder considerarlo un ente ajeno, exterior, al universo. Habría, claro, que convenir qué es el universo, pero sin tratar de ser riguroso, digamos que si Dios fuera material sería parte de él y por lo tanto el creador se crearía a sí mismo. Lo de eterna obedece a la misma razón (más exacto sería decir fuera del tiempo): al fin y al cabo, el tiempo es una de las dimensiones de nuestra realidad (¿había tiempo antes del big bang?) y por lo tanto el ente hipotético debe estar fuera. Finalmente, al revés que tú, la omnipotencia es la cualidad que me parece menos necesaria: me basta, como hipótesis teórica, con que pudiera poner en marcha el proceso (y luego no hacer nada, aunque, claro, el adverbio "luego" carece de sentido); en este sentido estoy con Hume.
Naturalmente, se trata de una hipótesis absolutamente al margen de la ciencia y que por tanto no explica nada científicamente. Pero es que no acierto a ver cómo, salvo que se "revelara" de forma absolutamente incontestable, puede la ciencia tratar con una hipótesis que está por definición al exterior de su propio ámbito. Ahora bien, que sea una hipótesis inútil desde el punto de vista científico (que es en lo que insistes y que nadie niega) no la invalida lógicamente. Al final, es cuestion de fe.
Como mero apunte, no considero que cuando no tenemos ninguna información sobre una cuestión determinada lo razonable sea atribuir probabilidad igual a todas las posibilidades. A mí, más bien, lo razonable me parece no usar las probabilidades en la argumentación. Pero bueno ...
Mirsolav
ResponderEliminardigo "tu" hipótesis porque parece que estás defendiéndola, pero claro, la hipótesis es anterior a nosotros. Lo que dices sobre la inteligencia, inmaterialidad y eternidad sigue sin convencerme. Conocemos montones de procesos que no son ni inteligentes ni azarosos (la ley de la gravedad no actúa al azar, sino que crea órbitas muy bien determinadas, y no lo hace "pensando"); por poder, puede haber infinitos tipos de "fuentes de orden" que sean tan distintos de una "mente inteligente" como queramos, así que la hipótesis de que dios es una mente es totalmente superflua (y está basada, más bien, en nuestro instinto que nos hace tender hacia la personificación).
Lo de la inmaterialidad y la eternidad (o atemporalidad), presupone que el creador del universo no puede tener características propias de las entidades del universo, pero es una presuposición totalmente gratuita: al fin y al cabo, no pareces ver ningún problema en atribuirle a dios una mente, pero poseer una mente es una característica que tienen algunos entes naturales (los animales superiores, p.ej.), así que, en principio, si le puedes atribuir una propiedad que comparte con ciertos entes de la naturaleza, no hay motivo para no poder atribuirle otras. Es más, si dios es omnipotente, por poder, podría ser elegir material y temporal si quisiera (al fin y al cabo, ¿no es eso lo que dice el dogma de la encarnación?).
Pero en todo caso, insisto en que el principal defecto de la hipótesis no son los elementos superfluos que contiene, sino su absoluta falta de poder explicativo (es decir, predictivo), pues explicar algo a partir de una hipótesis significa DEDUCIRLO a partir de ella, como Newton dedujo las leyes de Kepler a partir de la ley de la gravedad. De la hipótesis de Dios, en cambio, no se puede deducir nada (deducir que ciertas cosas NO pueden pasar), así que, por mucha ñoñería que le entrase a Flew en su vejez, la hipótesis sigue sin tener absolutamente NADA que nos permita considerarla siquiera como relevante.
La verdad es, Jesús, que cada vez más me voy quedando con la incómoda sensación de no saber qué estamos discutiendo. Quizá me equivoque, pero tengo la impresión de que argumentas contra lo que yo (ni creo que ninguno de los anteriores comentaristas) dice. Voy a tratar de ser lo más claro posible, a ver si nos entendemos.
Eliminar"Lo que dices sobre la inteligencia, inmaterialidad y eternidad sigue sin convencerme". Primero, no pretendo convencerme; pero yendo al fondo: ¿qué es lo que no te convence? Supongo que lo que no te convence es que exista una inteligencia inmaterial y eterna. Pero yo no he dicho en ningún momento que exista, simplemente que es una hipótesis. Tú dices conoces muchos procesos de orden que no son inteligentes, bien. Dices que no hay ninguna limitación para atribuirle a esa entidad hipotética otros atributos; claro que no la hay, ¿y qué? La cuestión es que se le atribuyen esos atributos (porque conviene, claro) y no otros. Luego añades que el principal defecto de esa hipótesis es que no explica nada porque no es predictiva. A este respecto, me temo que estás acotando en exceso el significado de explicar. Explicar algo no necesariamente implica que ese algo responda a unas causas generales, máxime cuando de lo que estamos hablando es de la causa última (o primera, según se vea). Evidentemente, tienes razón si te restringes a la metodología científica, pero ni yo ni nadie hemos dicho nunca que esa hipótesis sea científica, sino al contrario.
Pero lo que más asombro me produce es que insistas en que son palabras vacías o que la hipótesis de Dios no explica nada. Podrías decir –de hecho lo dices– que no hay ninguna necesidad o incluso que no es "razonable" resolver con la hipótesis de Dios las cosas que científicamente siguen siendo un misterio (y estaría de acuerdo contigo, entre otras razones porque, como dijiste en algún comentario, si así fuera tendríamos la tentación de no recurrir a la investigación racional para explicar lo que aún no conocemos). Pero lo que no acierto a entender es que digas que no explica nada porque, a mi modo de ver, justamente la primera finalidad del invento (humano) de la hipótesis de Dios ex explicar lo que científicamente no sabemos (¿todavía?) explicar. Cuestión distinta es que a ti (o a mí) esa explicación no nos convenza porque creemos (o queremos creer) que todo lo que existe obedece a causas físicas, materiales, sin la intervención de ninguna inteligencia inmaterial eterna. Pero, al margen de nuestras creencias, si hacemos el ejercicio de asumir la hipótesis (no había nada y Dios produjo el big bang voluntariamente) el universo queda absolutamente explicado.
Tampoco creo que sean palabras vacías (entiendo que de significado). Son atributos precisos y necesarios justamente para que la hipótesis de Dios valga como panacea explicativa. Si esa entidad va a crear el universo no puede ser parte de él, con lo cual no puede ser ni materia ni tiempo. Lo de la inteligencia coincido contigo que obedece más a una antropización porque sería muy deprimente que esa entidad fuera una fuerza inmaterial y eterna pero carente de voluntad, ciega. Me dirás que, entonces, lo mismo que nos hemos inventado la hipótesis de Dios tú podrías inventarte otra entidad con otros atributos que también valiera para explicar los orígenes del universo. Vale, pero el que quepan (si es que caben) otras hipótesis explicativas al margen de la ciencia no es ningún argumento para que una de ellas –la de Dios– sea falsa.
En todo caso, acabo concretándote un par de cosas para quedarme con la esperanza de que entiendes en que estamos o no de acuerdo. Yo no creo que la hipótesis de Dios sea una hipótesis científica. En cambio sí creo que la hipótesis de Dios es bastante congruente en sí misma (no son palabras vacías) y, desde luego, explica sobradamente lo que la ciencia ignora (todavía). Finalmente –a diferencia de Flew (y aunque tengo enormes lagunas científicas)– no creo que a la hipótesis de Dios se pueda nunca llegar desde el conocimiento científico, pero tampoco creo que desde éste se pueda demostrar (incluso mediante métodos probabilísticos) que esa hipótesis es falsa. En síntesis, es un tema que escapa de la ciencia y se va al ámbito de la fe (que es lo que hace la mayoría de los científicos).
EliminarEl amigo Jesús me ha dejado agotado con esta discusión sobre Dios. Que conste que, al margen de su finalidad teísta o ateísta, si he recreado en un post la paráabola de Antony Flew fue porque me gustó como mero cuentito, sin pretensiones trascendentes. Un divertimento literario, vamos.
EliminarMiroslav:
ResponderEliminarPor resumir: ¡pues claro que la hipótesis de dios ha sido planteada PARA explicar cosas! Pero eso quiere decir que ha sido planteada para INTENTAR explicar esas cosas. Lo que yo estoy discutiendo es si tenemos alguna razón "razonable" para aceptar que HA CONSEGUIDO explicarlas, o más allá, para aceptarla como UNA BUENA EXPLICACIÓN de esas cosas. La teoría de Ptolomeo intentaba explicar ciertos aspectos del movimiento de los planetas: por desgracia para Ptolomeo, cuando el conocimiento astronómico avanzó se vio que no explicaba SUFICIENTEMENTE BIEN eso que tenía que explicar, y hubo que meterla en un cajón y sustituirla por otras que explicaban MEJOR esas cosas. El desarrollo de la ciencia ha supuesto, entre otras cosas, un avance tremendo en nuestro conocimiento de lo que tenemos que exigir a una hipótesis para ser una explicación razonable de algo. Y mis argumentos anteriores iban dirigidos a mostrar la obviedad de que la "hipótesis de dios" no satisface ni de lejos esas exigencias. Uno es muy libre de creer en la existencia de dios, tanto porque, aunque reconoce que es una explicación objetivamente pésima de lo que tendría que explicar, le trae al fresco esta cuestión epistemológica y se queda con la hipótesis por el "calorcito moral" que le proporciona, como porque, haciendo gala de una esquizofrenia cognitiva que no es nada infrecuente, no se molesta en aplicar a la "hipótesis de dios" los requisitos mínimos de aceptabilidad que seguramente aplicaría a otras hipótesis en otros ámbitos del conocimiento. Pero, en fin, la gente es muy libre.
Un saludo, y gracias por la paciencia
Chulísimo. Aunque siempre me sorprende que en estos cuentos de tribus, los jefes escuchen a todo el mundo y parecen ser los más sabios... Respecto a las parrafadas sobre ciencia, dios, eternidad, universo, etc., me estoy leyendo "Comme un chant d'espérance" de Jean d'Ormesson. Un planteamiento con mucha sencillez y luz. Lo recomiendo.
ResponderEliminarhttp://www.lefigaro.fr/livres/2014/06/12/03005-20140612ARTFIG00041-jean-d-ormesson-croire-en-dieu-on-aurait-tort-de-s-en-priver8230.php