En Europa hay en la actualidad 50 estados reconocidos como tales (cuento a Kosovo pero no a Abjasia, Nagorno-Karabaj, Osetia del Sur, Transnitria ni la República Turca del Norte de Chipre). Cuando yo estudiaba geografía en el bachillerato, en el mismo ámbito geográfico los estados eran sólo 35. Todos los cambios de fronteras se han producido a partir y a causa de la quiebra de los regímenes comunistas; es decir, en el último cuarto de siglo. Dos de los países que yo me aprendí en la etapa escolar se han unificado (la RFA y la RDA para formar la actual Alemania), mientras que el resto de cambios de raya han sido siempre segregaciones de los antiguos Estados. Desde luego, el caso más importante en número (y superficies) es el de la antigua Unión Soviética cuya disolución ha generado nada menos que quince nuevos estados, aunque cinco no se consideran parte de Europa . Luego hay que referirse a la antigua Yugoslavia, de la que han salido siete repúblicas independientes (aunque Kosovo todavía no puede considerarse plenamente soberana). El último país de mi época infantil que se ha dividido es Checoslovaquia. Visto desde otro ángulo, sólo cinco de los treinta y cinco países de finales de los sesenta han desaparecido –al menos, tal como eran entonces– o, lo que es lo mismo, 35 se mantienen tal como yo los estudié (en realidad tal como quedaron tras la Segunda Guerra Mundial).
Hago esta introducción meramente estadística porque supongo que, puestos a tomar referencias de procesos de independencia recientes para el caso catalán, no conviene salirse de Europa. Podría valernos el litigio Quebec-Canadá, pero lo cierto es que de momento –tras varios intentos– el país sigue sin secesión. Hay muchos más ejemplos, claro, pero están en África y Asia (la mayoría como resultado de la descolonización) y no creo que ni a los más fervientes independentistas catalanes les valgan para ningún análisis. Centrándonos pues en Europa, los ejemplos de que disponemos se explican muy brevemente, porque todos tienen una característica común: la desaparición del régimen comunista.
La Unión Soviética, por ejemplo. Conviene recordar que la Constitución reconocía la soberanía de las repúblicas y admitía el derecho a la segregación. Naturalmente, en la práctica se trataba de papel mojado, pero las cosas cambiaron a finales de los 80 con la llegada de Gorbachov y sus reformas. Las declaraciones unilaterales de independencia de los tres estados bálticos crearon en su momento no poca tensión e hicieron peligrar las reformas de Gorby (fueron tiempos en que se temía la reacción del ala dura del aparato comunista), pero enseguida llegó el órdago de Yeltsin en Rusia y quedó claro que el viejo Estado de Lenin (y, sobre todo, de Stalin) no podía sostenerse. Es decir, que no es que las repúblicas accedieran a la independencia sino sencillamente que tuvieron que ser independientes sí o sí, porque la estructura común se derrumbó (con los empujoncitos interesados de los USA y Europa, ciertamente). Importa resaltar una constante de cualquier proceso de aparición de nuevos estados: las fronteras fueron exactamente las que había previamente (fijadas, en no pocos casos, por el régimen soviético). Así es como Ucrania integró en su seno la península de Crimea, porque en el 54 Kruschev la había pasado de Rusia (total, qué más daba, pensaría). Así es también como surgieron posteriormente numerosos conflictos separatistas de áreas concretas de las antiguas repúblicas, como es el caso de los cuatro "estados" que buscan la consolidación de sus precarias independencias: Nagorno-Karabaj de Azerbaiyán, Abjasia y Osetia del Sur de Georgia, y Transnitria de Moldavia. Estos casos –casi desconocidos entre nosotros– son significativos en la medida que muestran las dificultades de separarse de estructuras estatales asumidas, aún cuando éstas no sean precisamente potentes y de larga historia. Sólo la debilidad de las antiguas repúblicas soviéticas ha permitido a estas regiones independentistas alcanzar un cierto grado de autonomía, y ello a costa de más de una década de violencia continuada y empobrecimiento general.
Del caso yugoslavo no hace falta ni hablar porque los europeos lo vivimos mucho más cercanamente. La partera de las actuales seis repúblicas fue una larga y crudelísima guerra (varias encadenadas para ser más precisos) que ocupó casi toda la década de los noventa (y la situación de Kosovo aún no está resuelta). También este caso las nuevas fronteras son en su mayoría coincidentes con las fijadas por el régimen de Tito (con los conflictos que ello ha supuesto).
La división de la antigua Checoslovaquia es desde luego el ejemplo perfecto que subyace en el imaginario de cualquier nacionalista catalán, ya que se llevó a cabo de forma muy civilizada (recuérdense las palabras de Havel en 1991 reconociendo el derecho de los eslovacos a tener su estado propio). Ha de tenerse en cuenta que ni la República Checa ni Eslovaquia habían sido nunca estados soberanos, ya que hasta el final de la Primera Guerra formaron parte del Imperio austrohúngaro (Bohemia y Moravia de Austria, y Eslovaquia de Hungría). Clemenceau –supongo que con el placet de Wilson– decidió que era buena idea crear un único estado, aunque había relevantes diferencias entre las dos partes (económicas, idiomáticas, históricas) y de hecho, durante los escasos veinte años que duró el Estado antes de que Hitler se lo merendara, los eslovacos (ni los austriacos) no se sintieron muy a gusto con el predominio de los checos. Durante todo el periodo comunista obviamente las aspiraciones nacionalistas perdieron importancia (tampoco durante el franquismo lo que más importaba en Cataluña eran las reivindicaciones identitarias), pero cuando gracias a la llamada "revolución de terciopelo" se logró el abandono pacífico del comunismo, lo primero que se hizo fue conformar el país (coincidente con el que había hasta entonces) como una república federal. Hay que tener en cuenta que en esos momentos –mediados de los noventa– se estaba reinventando un Estado de corta historia que había nacido –en 1918– en un antiguo castillo de los reyes de Francia. Se debatía abiertamente entre una federación de dos partes o dos estados; se ensayó la primera fórmula y a los pocos años se decidió amigablemente (lo decidieron los políticos en el Parlamento checoslovaco, no a través de referéndum) ir a la segunda. Y lo cierto es que no ha pasado nada traumático (por cierto, ambos países entraron en la Unión Europea en 2004, cuando ya estaban separados).
A la vista de esta somera descripción de los nacimientos de nuevos estados europeos por segregación o división de los previamente constituidos, pienso que se puede afirmar que ninguno vale como referencia para Cataluña. Ciertamente, a estas alturas, el régimen político-económico del estado español no parece estar en proceso de disolución, tampoco creo que los españoles tengan los menores deseos de enzarzarse en violencias étnicas (ni cabe hablar seriamente de etnias) y por último, no se dan las condiciones constitucionales –como se daban en la URSS, en Yugoslavia y en Checoslovaquia– para plantear dentro del marco jurídico la segregación (a esto volveré con más detenimiento en otro momento). De hecho, puestos a buscar parecidos en Europa, los únicos que encontramos son los de regiones (o partes) de Estados reconocidos en los que perviven históricamente reivindicaciones segregacionistas. Escocia, por ejemplo, que recientemente llegó a ejercer el "derecho a decidir", o Bélgica con la comunidad flamenca y sus ansias separatistas. Aunque hay unos cuantos casos más (la Bretaña francesa, la Padania noritaliana, etc) tienen bastante menos relevancia. Pero tampoco estos ejemplos son muy comparables. Escocia, como es sabido, está agrupada teóricamente en pie de igualdad en el Reino Unido; Bélica, por otra parte, es también un estado federal. El reciente "ejercicio escocés de democracia" se hizo en el marco constitucional del Reino Unido (igual que lo han hecho ya varias veces los de Quebec). Si los flamencos no han logrado concretar sus voluntades independentistas es por que no encuentran el marco constitucional –y eso que lo tienen bastante menos difícil que en España–.
Concluyendo (por el momento). Lo que pretenden los independentistas catalanes no tiene antecedentes comparables en la historia europea. Lamentablemente, las formas habituales para la aparición de nuevos estados derivan bien de la violencia (guerras) o bien del colapso de las estructuras estatales previas. Sólo en esas condiciones –nada deseables ni siquiera por los más fervientes catalanistas, espero– un país logra accede a su independencia de forma unilateral. Ahora bien, que no haya antecedentes no implica que Cataluña no pueda ser el primer caso de una parte de un estado europeo que se convierta en Estado. Pero no se me ocurre cómo piensan hacerlo, cuáles son los pasos concretos que tienen previstos dar para lograrlo, sin necesidad de cambiar, con el consenso del resto de españoles, el marco constitucional. Deberían explicárnoslo porque, al menos a mí, me intriga.
Europa - Santana (Amigos, 1976)
Si había 35 estados mientras estudiabas y sólo cinco han cambiado, entonces se han conservado 30. A mí me pilló la aparición de los nuevos estados mientras estudiaba EGB (nací en el 82), así que figúrate la sorpresa cuando vi tantos estados nuevos de los que no había oído hablar.
ResponderEliminarSobre Cataluña, pues qué decirte: toda la razón, aparte de que habría que ver cómo les afecta económicamente. Fíjate en la propuesta de Colau sobre la monea propia: ridícula y un gasto inútil que sólo sirve para satisfacer egos.