Me desperté sin saber dónde estaba. Enseguida me di cuenta, cama de hospital, entubado. Recordé –un fogonazo– la escena: el coche se nos echaba encima, yo me abalanzo para protegerá Juan, inmediatamente el golpe. La imagen, el recuerdo, se diluía en brumas de sueño, me dormí.
Quedó inconsciente en el atropello y así siguió durante tres largos días, ochenta y dos angustiosas horas. De pronto despertó, abrió mucho los ojos, intentó alzarse pero no tenía fuerza, intentó hablar pero sólo barboteó sílabas sin significado, y luego, tras ese breve espejismo, volvió a caer en la inconsciencia. Pero entonces fue un sueño agitado.
Soñé con Juan. Una presencia permanente, cambiaban los sueños pero Juan siempre en todos ellos. Salí de la vorágine de sueños y junto a mi cama había una mujer, unos cuarenta años, melena castaña, ojos verdes que me miraban ansiosos. Juan, dijo ella, Juan. Sí, contesté, Juan, ¿Qué le ha pasado a Juan?
Me avisaron del hospital, había salido del coma, fui corriendo. Cuando llegué musitaba en sueños, su cuerpo se agitaba en breves espasmos. Pasadas unas horas abrió los ojos, nos miramos, lo llamé. Al escuchar su nombre su mirada se iluminó, sus manos cogieron las mías, qué le ha pasado a Juan, me preguntó.
Llevo ya dos días atado a esta cama de hospital. La mujer que estaba a mi lado al despertar dicen que es mi mujer. Dicen que me atropelló un coche pero que iba solo, que no llevaba ningún niño de la mano, que no tengo ningún hijo pero sí tres hijas. No les creí, insistí que quería saber qué le había pasado a Juan, grité, me agité. Me sedaron.
Poco a poco se va calmando. Parece atender a razones. No me reconoce, no recuerda prácticamente nada de su vida. Es como si fuera otro. Sin embargo, ya no se niega tajantemente a escucharme, creo que ya empieza a admitir que no es quien cree ser. Mañana le traeré a las niñas, quizás al verlas algo se recomponga en su cerebro.
Ayer vino Mercedes con tres niñas, nuestras hijas, me dijo. Estaban asustadas, me miraban con miedo y solo una, la menor, se acercó a la cama, me besó y me preguntó que si también de ella me había olvidado. Tiene los ojos de Juan, iguales. Me quebré en llanto, abrí los brazos y las tres se apretaron a mi cuerpo inmóvil, todos llorando.
El médico quiere saber los antecedentes familiares de Juan, pero no le puedo dar ningún dato. Juan es huérfano y nunca me ha querido hablar de sus padres, un dolor profundo al que no ha dejado que ni siquiera me asome. El médico insiste, me pide que trate de encontrar algún familiar. Cree que en su infancia puede estar la causa de lo que le pasa.
Tal vez sea verdad que Juan soy yo y no mi hijo. Tal vez sea verdad que llevo diez años casado, que tengo tres hijas, que trabajo en el Ayuntamiento y muchos más detalles que Mercedes me ha contado. Pero, ¿de qué me vale que ésa sea la verdad si yo siento que soy otro, si sólo puedo pensar en mi hijo Juan?
Juan lleva días encerrado en un terco mutismo, la mirada cada vez más oscurecida como si viera un mundo distinto al nuestro. También desde hace unos días sufre una parálisis casi total, del cuello hacia abajo. Los médicos dicen que no hay ningún motivo físico que la justifique. Es su propio cerebro el que lo ha paralizado.
No sé porqué ha ocurrido todo esto, qué milagro ha trastocado el tiempo y me ha permitido atisbar la vida adulta de Juan. Pero no soy Juan sino su padre; lo sé porque así lo siento, porque esos son mis recuerdos. Y desde estas brumas en las que estoy sumido comprendo que, para que esa vida sea posible, yo no puedo existir.
Juan murió hace tres días, sin razón orgánica aparente. Esta mañana localicé a un tío materno suyo. Me contó que su padre, cuando Juan era un niño de cinco años, se interpuso entre él y un coche. Lo atropellaron y quedó parapléjico. Un año después su mujer, la madre de Juan, lo mató con una inyección y luego se suicidó del mismo modo.
Death is not the end - Bob Dylan (Down in the Groove, 1988)
Parece un inquietante caso de transmigración. Pobre Juan, desalojado por su padre de su propio cuerpo, uno se pregunta qué ha sido de él, donde está cuando su padre se apodera de su agonía. Y pobre padre de Juan, para qué poco le sirve el desalojo. Salvar la vida de su hijo de cinco años para quitársela treinta años después... Nunca he creído en la metempsicosis, pero espero que, si se da, lo haga con un poco más de lógica que la de esta triste historia.
ResponderEliminarComo le digo a Joaquín, el relato surge a partir de algo que viví, aunque tangencialmente, hace años. No me lo planteé como metempsicosis, pero no te lo discuto. Más bien, mientras lo escribía, pensé en una especie de cruce entre dos universos temporales. En el segundo (el que aparentemente no sucedió) el padre de Juan no logra impedir la muerte de su hijo, pero la escena se revive cruzándose con el tiempo real. En fin, tampoco me exijas demasiada congruencia lógica; me dejé llevar por la "inspiración".
EliminarHombre, parece que quien "vive desde dentro" el coma y despertar de Juan no es él, sino su difunto padre. Si eso no es transmigración...
EliminarSí, no te digo que no, tan sólo te contaba cómo lo había concebido.
EliminarNo es real, no, aunque tiene un vago origen en un suceso que me tocó de cerca.
ResponderEliminarSí, yo pensé lo mismo y la foto no me terminaba de convencer. Pero no encontré otra más adecuada (no le dediqué demasiado tiempo a buscar)
ResponderEliminarInquietante relato, sí señor. Me ha llamado la atención lo de " tres largos días, ochenta y dos angustiosas horas". ¡Ya pueden ser largos, para tener diez horas más sobre las setenta y dos acostumbradas!
ResponderEliminarSe me ocurrió que tal vez a alguien le llamara la atención esa frase, pero no hay gazapo; quiero decir que aún me acuerdo de que un día tiene veinticuatro horas y el producto de tres por veinticuatro es setenta y dos.
EliminarSupongamos que a Juan lo atropellan un jueves a las 10 de la mañana y despierta del coma el domingo a las 8 de la tarde. ¿Cuántos días han pasado? Yo diría que tres; aunque han transcurrido más de las setenta y dos horas, no parece que la respuesta sea cuatro días. Contestar tres días largos parace una solución adecuada para 82 horas; si, en cambio, se hubiera despertado a las 6 de la mañana (después de 92 horas) habría escrito casi cuatro días.
Por supuesto es opinable. No habría discusión si hubiese dicho solo tres días largos (cada uno entendería lo que quisiera) o solo 82 horas. Lo que te llama la atención es ver las dos unidades de medida de tiempo juntas, supongo.
Solo un pero. Deberías haber esperado al uno de noviembre para publicar este post. ;-)
ResponderEliminar