Hasta justo antes de navidades, el Gobierno de Canarias estaba formado por un pacto entre Coalición Canaria (CC) y el Partido Socialista Canario (PSC), de modo tal que la presidencia la ocupaba el que había sido candidato de CC, la vicepresidencia la cabeza de lista del PSC y las nueve consejerías se repartían entre ambos partidos. Pero la víspera de Nochebuena, Fernando Clavijo, el presidente, cesó a los cuatro socialistas de su gobierno, culminando varios meses de rumores, zancadillas internas y una creciente desconfianza entre los dos socios. Por supuesto, cada uno echa la culpa al otro, e incluso se arrojan imputaciones que afectan casi a la honorabilidad de las personas lo que, al margen de la veracidad o no de las mismas, no deja de ser de pésimo gusto (no parece de recibo que cuando sales del gobierno te pongas a contar lo que se dijo cuando eras miembro del mismo). En fin, lo cierto es que la crisis navideña no ha resuelto nada pues, al quedar Coalición Canaria en minoría, se multiplican las especulaciones sobre lo que ha de ocurrir a corto plazo: ¿habrá una moción de censura en la que se voten juntos PP y PSOE? ¿Entrará el PP en el gobierno de Clavijo para reforzarlo? ¿Logrará CC aguantar lo que resta de legislatura aprovechándose de la división entre el resto de fuerzas parlamentarias, que aunque parecen coincidir en su rechazo al actual gobierno son incapaces de ponerse de acuerdo para formar uno alternativo? En esas andamos por estas islas ultraperiféricas, leyendo o escuchando cada día un nuevo rumor que se vende como noticia segura que luego se diluye como un azucarillo. Ayer, por ejemplo, en la portada del periódico La Opinión de Tenerife venía entrecomillada la siguiente declaración de Patricia Hernández, quien ocupara la vicepresidencia: “Seré presidenta pronto”. Y claro, no pude evitar que el palabro me rayara la vista, que me saliera de sopetón el chiste fácil: “más valdría que antes que presidenta volvieras a ser estudianta”.
Hace ya unos años circuló por Internet una pretendida carta de una profesora de instituto que, bajo el título “ignorantes e ignorantas”, denunciaba los errores gramaticales en el habla de quienes se esforzaban por ser políticamente correctos. Fundéu (Fundación del español urgente) publicó un artículo en 2011 en el que negaba la validez de los que calificaba argumentos pseudo-gramaticales de ese escrito (por ejemplo, que el participio activo del verbo ser fuera ente y que, por tanto, la terminación -nte denotara al ser) y concluía aseverando que “nada en la morfología histórica de nuestra lengua, ni en la de las lenguas de las que la nuestra procede, impide que las palabras que se forman con este componente tengan una forma para el género femenino”. Según Fundeu “para que una lengua tenga voces como presidenta, solo hacen falta dos cosas: que haya mujeres que presidan y que haya hablantes que quieran explícitamente expresar que las mujeres presiden”. Es verdad que el verbo ser no tiene nada que ver, pero sí que el sufijo -nte es el usado en español para construir a partir de la raíz verbal el que se denomina participio activo, forma que refiere quién (o qué) ejecuta la acción del verbo. Así, presidente es quien preside, y no hace falta que ponga más ejemplos porque es inmediato empezar a recitarlos de corrido. Pues bien, en la gran mayoría de los casos el sustantivo o adjetivo resultante es de género común, precisándose si la palabra es masculina o femenina mediante el artículo que la precede (el estudiante / la estudiante). Fundéu nos explica que en el latín lo que existía era el infijo <-nt- i=""> no el sufijo -nte, ya que las letras finales de la palabra variaban con el caso (declinaciones), género y número, lo que daba, para cada participio activo, un número potencial del 24 (6 casos x 2 géneros x 2 números) desinencias potenciales. No discuto que así pudiera ser en latín, pero eso no contradice que en el proceso de construcción de nuestro romance en estos adjetivos/sustantivos verbales no sólo se perdieran las declinaciones (como en el resto) sino también la diferenciación por género. De hecho, no hay más que remontarse a textos suficientemente antiguos para comprobar que en los participios activos la desinencia era siempre constante en el género común, es decir, siempre en -nte, nunca en -nta.
Ahora bien, aunque esté convencido de que en su origen el participio verbal valía indistintamente para ambos géneros, lo cierto es que desde hace ya siglos de algunos de ellos se segregó la forma femenina. He de reconocer que, cuando comprobé que presidenta aparece en el DRAE pensé que obedecía a una concesión (¿servil?) de la Academia a la corrección política, a las normas de estilo “no sexista”, en este caso. Sin embargo, para mi asombro y cura de humildad, tras la necesaria búsqueda descubro que el término en femenino aparece reconocido al menos desde la edición del Diccionario de 1803, e incluso encuentro en el Banco de Datos del CORDE ejemplos del uso en femenino desde finales del siglo XVI. Así que no, no puede sostenerse que estemos ante otro caso más de corrección política porque desde luego en esas épocas ya lejanas no creo que a los hablantes (y menos a los académicos) les preocupase el “maltrato lingüístico” de la mujer. De hecho, presidenta no es el único caso de feminización de un participio activo: sirvienta, dependienta, asistenta, regenta, gobernanta … Lo cual, aunque sigan siendo abrumadora mayoría los participios activos que no han engendrado forma femenina, confirma la afirmación de Fundéu de que para que una lengua feminice vocablos de género común basta con que los hablantes quieran explícitamente denotar que se están refiriendo a mujeres. Cabe contestar sin embargo que antes de la individualización del femenino no existía esa carencia, toda vez que se recurría al artículo si se quería especificar que se estaba hablando de una mujer, que de hecho es lo que se sigue haciendo con los participios activos que no se han desdoblado e incluso hasta con los que lo han hecho (la estudiante, desde luego, pero no creo que sea incorrecto o no lo era hasta hace poco, la presidente). Quizá, por tanto, el nacimiento de estos femeninos no obedezca tanto a la voluntad de los hablantes de especificar que son mujeres las que hacen la acción.
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Ahora bien, aunque esté convencido de que en su origen el participio verbal valía indistintamente para ambos géneros, lo cierto es que desde hace ya siglos de algunos de ellos se segregó la forma femenina. He de reconocer que, cuando comprobé que presidenta aparece en el DRAE pensé que obedecía a una concesión (¿servil?) de la Academia a la corrección política, a las normas de estilo “no sexista”, en este caso. Sin embargo, para mi asombro y cura de humildad, tras la necesaria búsqueda descubro que el término en femenino aparece reconocido al menos desde la edición del Diccionario de 1803, e incluso encuentro en el Banco de Datos del CORDE ejemplos del uso en femenino desde finales del siglo XVI. Así que no, no puede sostenerse que estemos ante otro caso más de corrección política porque desde luego en esas épocas ya lejanas no creo que a los hablantes (y menos a los académicos) les preocupase el “maltrato lingüístico” de la mujer. De hecho, presidenta no es el único caso de feminización de un participio activo: sirvienta, dependienta, asistenta, regenta, gobernanta … Lo cual, aunque sigan siendo abrumadora mayoría los participios activos que no han engendrado forma femenina, confirma la afirmación de Fundéu de que para que una lengua feminice vocablos de género común basta con que los hablantes quieran explícitamente denotar que se están refiriendo a mujeres. Cabe contestar sin embargo que antes de la individualización del femenino no existía esa carencia, toda vez que se recurría al artículo si se quería especificar que se estaba hablando de una mujer, que de hecho es lo que se sigue haciendo con los participios activos que no se han desdoblado e incluso hasta con los que lo han hecho (la estudiante, desde luego, pero no creo que sea incorrecto o no lo era hasta hace poco, la presidente). Quizá, por tanto, el nacimiento de estos femeninos no obedezca tanto a la voluntad de los hablantes de especificar que son mujeres las que hacen la acción.
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Si revisamos los diccionarios antiguos, veríamos que mayoritariamente estos femeninos tienen acepciones que configuran significados distintos al vocablo original. Si significan “la mujer que hace la acción” (que preside, que asiste, que sirve) es con connotaciones propias. Así, mientras assistente (Diccionario de Autoridades, 1726-1739) era quien asiste o está presente en algún acto o función (y desde luego podría ser hombre o mujer), assistenta era una mujer que trabajaba de criada, significado que ha llegado hasta nuestros días; es decir, la asistenta asiste, sí, pero es un asistir específico, distinto del genérico. Pero, en otros casos, la feminización del participio activo pierde incluso el significado original. Nos vale también el ejemplo de asistente que, en una acepción más específica que la genérica ya citada, significó primero el título de los corregidores de algunas ciudades y luego se extendió a diversos cargos (religiosos, militares, judiciales), desde luego con bastante más prestigio social que el oficio de asistenta. Pues bien, asistenta pasó a usarse para designar a la mujer del asistente, de la misma forma que generala, jueza o regenta (no olvidemos que en la famosa novela de Clarín, Ana Ozores no ocupaba el cargo de regenta sino que era la mujer del regente). En resumen, que me da la impresión que la feminización de algunos (no demasiados) participios activos no se produjo en español para designar que quien hacía la acción era una mujer, sino para dar un significado distinto (al menos no exactamente igual) al vocablo original. Una vez que se dispuso del término propio en femenino, también se usó con el mismo significado que el original cuando había la voluntad de especificar que quien ejercía la acción era una mujer (ya he dicho que hay ejemplos de presidenta con tal uso desde finales del XVI). Pero durante mucho tiempo esa acepción no era la principal, ni tampoco exclusiva. Quiero decir que el participio activo en -nte seguía manteniendo el género común y, por tanto, permitiendo su uso cuando las actuantes eran mujeres, como prueba que haya también hay abundantes ejemplos, probablemente más, de la presidente.
De modo que, creo yo, lo que puede haber ocurrido con los participios activos feminizados no ha sido, como dice Fundéu, que se ha creado el vocablo porque las mujeres han pasado a ejercer ciertos cargos o profesiones y, además, han querido explicitar que son ellas las que los ejercen, sino que, verificándose en efecto esas dos condiciones se ha cambiado la acepción de una forma femenina ya existente (porque no parece que se haya feminizado por estas causas –y recientemente, por tanto– ninguna de estas palabras; presidenta no, al menos). Lo cierto es que, al convertir en acepción predominante de presidenta la de “mujer que ocupa la presidencia” se produce el efecto de desplazar hasta casi la irrelevancia la que había dado origen a la feminización del participio activo, o sea, “mujer del presidente” (y lo mismo ocurre con todas las palabras de esa clase, como jueza, alcaldesa, generala, etc). Es decir, si hoy escuchamos presidenta a nadie se le ocurre pensar que nos referimos a la mujer del presidente; si queremos decir eso habremos de hacerlo con todas las palabras o recurrir a términos como primera dama, etc. Si mi conjetura es acertada, resultaría que la reciente feminización de estos participios activos (que ya estaban aceptados en femenino) no ha sido tanto explicitar que es una mujer la que ocupa el cargo sino más bien arramblar con una acepción en la que la mujer aparecía supeditada al varón (cuando lingüísticamente no se daba la situación simétrica). Intención feminista también, ciertamente, pero que no tengo reparos en compartir.
Porque la otra, que sería feminizar participios activos que hasta ahora no tienen forma femenina (ni masculina pues su género es común) para explicitar que quien ejerce la acción del verbo es mujer, lo siento pero me parece una estupidez. En primer lugar, no termino de entender por qué es más correcto (menos discriminatorio hacia las mujeres) dejar claro que quien ocupa el cargo es mujer cuando la palabra, como es el caso, tiene género común. ¿Porque si no lo especificáramos daríamos por sentado que se trata de un hombre? Pues errónea presunción que no demuestra sino la ignorancia de quien la hace. Pero, sobre todo, porque aún aceptando que se deba poder explicitar el género de quien hace la acción, esa posibilidad ya existe mediante el artículo que precede a cualquier participio activo. Y bueno, de momento parece que al menos en lo que se refiere a los participios activos esta razón basta ya que, que yo sepa, en las abundantes guías de estilo para escribir con “corrección de género” todavía no se reclaman nuevas feminizaciones; no parece que a corto plazo hayamos de escuchar agenta de policía o estudianta universitaria. Por último, he de suponer que, como consecuencia de la acepción dominante de presidenta, ya no procede decir la presidente. Bueno, a todo nos vamos acostumbrando y, la verdad, es que ya casi empieza a sonarnos hasta mal. En todo caso, lo cierto es que estaba equivocado en relación a presidenta: disculpa, Patricia.
De modo que, creo yo, lo que puede haber ocurrido con los participios activos feminizados no ha sido, como dice Fundéu, que se ha creado el vocablo porque las mujeres han pasado a ejercer ciertos cargos o profesiones y, además, han querido explicitar que son ellas las que los ejercen, sino que, verificándose en efecto esas dos condiciones se ha cambiado la acepción de una forma femenina ya existente (porque no parece que se haya feminizado por estas causas –y recientemente, por tanto– ninguna de estas palabras; presidenta no, al menos). Lo cierto es que, al convertir en acepción predominante de presidenta la de “mujer que ocupa la presidencia” se produce el efecto de desplazar hasta casi la irrelevancia la que había dado origen a la feminización del participio activo, o sea, “mujer del presidente” (y lo mismo ocurre con todas las palabras de esa clase, como jueza, alcaldesa, generala, etc). Es decir, si hoy escuchamos presidenta a nadie se le ocurre pensar que nos referimos a la mujer del presidente; si queremos decir eso habremos de hacerlo con todas las palabras o recurrir a términos como primera dama, etc. Si mi conjetura es acertada, resultaría que la reciente feminización de estos participios activos (que ya estaban aceptados en femenino) no ha sido tanto explicitar que es una mujer la que ocupa el cargo sino más bien arramblar con una acepción en la que la mujer aparecía supeditada al varón (cuando lingüísticamente no se daba la situación simétrica). Intención feminista también, ciertamente, pero que no tengo reparos en compartir.
Porque la otra, que sería feminizar participios activos que hasta ahora no tienen forma femenina (ni masculina pues su género es común) para explicitar que quien ejerce la acción del verbo es mujer, lo siento pero me parece una estupidez. En primer lugar, no termino de entender por qué es más correcto (menos discriminatorio hacia las mujeres) dejar claro que quien ocupa el cargo es mujer cuando la palabra, como es el caso, tiene género común. ¿Porque si no lo especificáramos daríamos por sentado que se trata de un hombre? Pues errónea presunción que no demuestra sino la ignorancia de quien la hace. Pero, sobre todo, porque aún aceptando que se deba poder explicitar el género de quien hace la acción, esa posibilidad ya existe mediante el artículo que precede a cualquier participio activo. Y bueno, de momento parece que al menos en lo que se refiere a los participios activos esta razón basta ya que, que yo sepa, en las abundantes guías de estilo para escribir con “corrección de género” todavía no se reclaman nuevas feminizaciones; no parece que a corto plazo hayamos de escuchar agenta de policía o estudianta universitaria. Por último, he de suponer que, como consecuencia de la acepción dominante de presidenta, ya no procede decir la presidente. Bueno, a todo nos vamos acostumbrando y, la verdad, es que ya casi empieza a sonarnos hasta mal. En todo caso, lo cierto es que estaba equivocado en relación a presidenta: disculpa, Patricia.
Pero es que el español, digan lo que digan algunos, carece de "participio activo" y por eso al "otro" participio lo llama así, a secas, sin añadir "de pasado" ni "pasivo". Y la mejor prueba está en que varios verbos no tienen dicha forma, como pueden ser "luchar", "dar", "coger" o "quedar". Si alguno ha oído "dante" sin que se refiera al de la Divina Comedia, que salga y me lo muestre.
ResponderEliminarOtra cosa es que el latín tuviera, ahí sí, participio activo que, por cierto, era en efecto común ("amans" era masculino, femenino y neutro) y que la formación de estos se haya transformado en español en un recurso lingüístico para derivar palabras a partir de verbos. Pero es que incluso muchos de esos "participios activos", aunque obviamente relacionados con el verbo, no funcionan como tales, sino como sustantivos y hasta rechinan si se intentan usar como tales. Comandante, por ejemplo, no es un adjetivo. Otro caso es el hecho de que, aunque exista el participio, no cubre el significado total del verbo: “corriente” no se usa para el significado normal del verbo excepto en el ámbito de la fontanería y para referirse a algo propio del tiempo que corre (o corría).
Que el español antiguo tuviera o no participio activo no invalida mi argumento, porque tampoco escribimos ya “deste”. Tampoco que exista en poesía, porque tampoco es acostumbrado escribir “rïelar”.
Acerca de los purismos gramaticales, pues no es que sea absurdo usar formas femeninas para estas palabras, sino que, como he dicho antes, no se perciben como adjetivos de género común. Lo mismo que ocurre con palabras como “señora” o “priora”, que provienen de comparativos del latín (asimismo comunes, por si lo dudabas), respectivamente “mayor (en edad)” y “anterior”, pero los comparativos iniciales se perdieron y los hablantes las trataron como sustantivos susceptibles de recibir formas femeninas.
Sobre si nos suenan absurdos o no... Pues sí. La costumbre, que nos hace verlos así o no... Y de ahí que me oponga a que nos digan los políticos cómo hablar, pues no son ellos los dueños de la lengua (ya se creen dueños de demasiadas cosas para encima cederles esa). Puede que con el tiempo hasta palabras como “estudianta” resulten normales, pero oye, a lo mejor se invierte la tendencia. El español recuperó formas cultas latinas y tampoco veo imposible que recupere el común para estos derivados que siguen las reglas de la formación del participio activo latino.
La supuesta carta abierta de la profesora sexagenaria tiene puntos incorrectos y es un pelín pueril en el tono, con franqueza. Dejo para acabar que la Universidad de Granada ha sacado una calendaria (sic) con los meses en femenino, incluyendo los cuatro últimos. Además, añaden el lema “Yes, Women Can”, para demostrarnos que saben inglés y aún ven aprovechable el lema de Obama.
Yo debo ser uno de los que dicen lo que digan, pero creo que el español sí tiene participios activos. Que no lo tengan todos los verbos, y que en los que lo tienen su significado no siempre coincida exactamente con el del verbo, no significa que no haya verbos que tienen esa forma acabada en "ente", y que no sea perfectamente correcto e inequívoco llamar a esa forma participio activo. Como tal participio, funciona como un adjetivo; y, como todos los adjetivos, puede sustantivarse y en muchos casos se ha sustantivado; y el sustantivo así creado ha adquirido a veces su propio significado. Todo ello es cierto, pero nada de todo ello me parece un argumento para negar que existan en español los participios activos.
EliminarLo mal que nos suena "estudianta" o "acompañanta" prueba que nuestro sentido del idioma "sabe "que las terminaciones en "ente", por regla general, son invariables y no admiten la desinencia femenina. Históricamente la regla general se ha forzado en muchas ocasiones: "asistenta", "regenta", creando palabras que se han hecho usuales y han dejado de sonarnos mal. Son excepciones. Nunca he pensado esa tontería de que las excepciones confirman la regla, pero desde luego tampoco creo que la invaliden. Es decir, sigo pensando que la regla existe, y que los participios activos, si se me admite esa forma de referirme a ellos, son invariables en cuanto al género -no es que no lo tengan, sino que la desinencia es igual para ambos géneros- y no admiten la terminación en "a" para el femenino. Desde luego puede forzarse esta regla una vez más para "presidenta", como ya se ha hecho para "regenta" o"asistenta". De hecho se está haciendo ya y comienza a no sonar mal. Cualquier cosa que se repita el número suficiente de veces se hará un hueco en el idioma y dejará de sonar mal, eso no significa nada sobre su corrección o incorrección. Seguirá siendo un femenino incorrectamente formado, como lo son regenta y asistenta.
(El pronombre "quien", en el siglo XV, era invariable respecto del número, como sigue siéndolo "que", que se usa igual en singular y en plural. "Quienes" era una incorrección, un plural incorrectamente formado, como si dijeramos "los perros ques ladran no muerden". Por usar "quienes" en plural, en vez de "quien", como era lo correcto, sus coetáneos más cultivados se burlaban de Cervantes. El uso repetido de este plural incorrecto acostumbró al oído colectivo y lo asentó en el idioma. El idioma funciona así).
No pasa solo con las terminaciones en "ente", el caso es el mismo para las terminaciones en "ista", o en "al": son invariables en cuanto al género. También se han dado excepciones aceptadas por el uso: "modisto", "corrala", que tampoco han invalidado las correspondientes reglas. Nos hemos acostumbrado a oirlas y usarlas, pero seguimos sabiendo que no se dice artisto, ni principala. Ni concejala, aunque a esta, en cambio, acabaremos acostumbrándonos, porque esta sí se usa. Pero seguirá siendo un femenino incorrectamente formado.
Insisto, el idioma funciona así. Podemos saltarnos sus reglas, si decidimos que queremos hacerlo; y si la infracción tiene éxito, se quedará y dejará de ser una infracción. Pero que nos las saltemos cuando queramos hacerlo no significa que debamos ignorarlas o negarlas.
Diga pues "presidenta" quien quiera; pero sepa que para hacerlo, no es en absoluto necesario negar la existencia de participios activos, ni ignorar o negar que, por regla general, son invariables respecto al género y no admiten la desinencia femenina.
A mí me parece un caso más, uno más, de como la corrección política atenta contra el idioma. En el fondo, además de tonto porque incita a expresarse mal, me parece una forma no siempre sutil de censura.
EliminarEn cuanto al tema gramatical en sí, estoy de acuerdo con Vanbrugh y lo subscribo.
Yo soy maniático, mal pensado y lleno de vehementes prejuicios. Véase la muestra: estoy convencido de que el hecho de que la corrección política incite a expresarse mal no es visto por sus partidarios como un inconveniente menor al que hay que resignarse a cambio de un bien mayor sino, muy al contrario, como un incentivo. Reivindicar el papel de la mujer, estupendo. Pero si puede hacerse vulnerando gallardamente una "regla", a la que así de paso puede denunciarse como machista, retrógrada y prueba de que el idioma es una institución más del patriarcado capitalista, pues mucho mejor. Una revolución sin enemigos a los que aplastar es una birria de revolución; cuantos más enemigos puedan descubrir y sumir en el escarnio público, más contentos están los revolucionarios. De modo que fuerzan incorrecciones gramaticales estúpidas e innecesarias, sostengo, solo para buscarse así nuevos enemigos a los que poder denunciar y avergonzar justicieramente entre quienes, en principio, no teníamos nada en contra de las reivindicaciones feministas y tratábamos solo, inocentemente, de defender el uso correcto del lenguaje.
EliminarOzanu, como Vanbrugh, yo sí creo que el español tiene participio activo. Puede que formalmente no se le llame así, pero desde luego hay unos sustantivos o adjetivos que se forman a partir del lexema verbal con la terminación –nte para denotar a quien hace la acción. Ciertamente, no vale con todos los verbos, pero eso no contradice en los que funciona lo haya. En todo caso, se llame participio activo o de otra manera, lo importante es contar con una denominación para referirnos a una familia precisa de vocablos. Y, sobre todo, no veo qué tiene que ver que se llamen participios activos o no con el asunto del post; es decir, no termino de entender cuál es el que llamas “mi argumento” y la relación de dicho argumento (que no sé cuál es) con los que yo desarrollo en el post.
EliminarVanbrugh (respecto de tu primer comentario): Como digo en el post, Fundéu asegura que nada en la morfología histórica del español impide que los participios activos admitan la desinencia femenina. Sus argumentos, sin embargo, no me convencen. Todas las feminizaciones de participios activos que he localizado y que acepta el diccionario son posteriores al correspondiente vocablo de género común. Luego, en su momento, fueron, como tú dices, infracciones a la regla que me imagino que sonarían fatal hasta que los oyentes y lectores se fueron acostumbrando. Fueron pues infracciones con éxito que, por tanto, dejaron de serlo. El único matiz es que presidenta (como otras cuentas) es muy antigua (en el DRA está registrada al menos desde 1803). Así pues, más de doscientos años después, ha dejado de ser una infracción y, me temo, lo incorrecto sería decir “la presidente”, pues presidente habría pasado a ser masculino (¿o no?)
EliminarLansky, cuando leí el titular que cito al principio del post me pareció (como a ti) que la ex-vicepresidenta canaria se expresaba mal por mor de la corrección política. Pero tras hacer las indagaciones procedentes descubro que no, que en este caso no estamos ante un caso más de la corrección política atentando contra el idioma. La palabra presidenta existe con todas las bendiciones académicas desde 1803 y con ilustres escritores avalándola desde al menos el XVI. Ciertamente, tal como explico en el post, con otra acepción principal (mujer del presidente). Así que en este caso no se ha hecho ningún atentado al idioma (como habría sido, por ejemplo, inventar “estudiante”). Justamente he escrito el post para reconocer que me equivoqué pensando lo mismo que tú ha spensado (al menos en este caso, insisto).
EliminarVanbrugh (respecto a tu segundo comentario): Sí que eres mal pensado, sí ☺ Sin embargo, sin negar que en la mayoría de los casos (y en especial en estos del lenguaje políticamente correcto) es más que probable que aciertes, no así con presidenta, cuya existencia en nuestro léxico nada debe a la ola de corrección lingüística de género que nos invade a todos y a todas. Para eso he escrito el post, para castigarme a mí mismo por mi mal pensar y para proponer una conjetura sobre el origen y evolución de estos vocablos feminizados de los participios activos. Lamentablemente, me debo explicar fatal o el tema no interesa, porque nos vamos al lío.
EliminarNo me parece, en absoluto, que te expliques mal. El objetivo del post está claro, y resulta, efectivamente, muy ilustrativo que las primeras infracciones en la formación de femeninos espurios (a mí, creo que lo he dejado claro, no me cabe ninguna duda de que lo son) no fueron instigadas por la corrección política ni por el feminismo, sino por la necesidad de llamar de algún modo a la mujer del presidente, del regente o del general. Es más, otras son, de hecho, bastante políticamente incorrectas y muy poco feministas: "asistenta" se creó para dejar claro que la fregona, mujer por definición, no tenía la misma categoría, ni podía llevar el mismo nombre, que el distinguido varón que asistía al general o al ministro. Y "modisto", para distinguir al varón creador de alta costura de la pobre modista que cosía vestiditos y batas de andar por casa.
EliminarLo que pasa es que a mí me da lo mismo cuál sea el motivo de la incorrección, y la fecha en que se generalizó, y el significado de la palabra a que dió lugar; las incorrecciones no me molestan por feministas ni por machistas, por novedosas ni por antiguas, por su corrección ni por su incorrección política: me sobresaltan y me irritan por su incorrección morfológica, exclusivamente. Quién las cometa, cuándo y por qué son asuntos para mí muy secundarios y puramente anecdóticos. Lo que me importa es dejar claro que, en español, las terminaciones en "nte", en "al" o en "ez" no admiten la desinencia "a" para el femenino; que las excepciones a estas reglas vienen autorizadas solo por el uso, y que admitirlas no implica discutir, ni mucho menos derogar, la regla general, que entiendo que sigue en vigor por más excepciones que se le fuercen de ese modo.
No hace falta que añada, por tanto, que por mucho que "presidenta", "concejala" o "jueza" lleguen o hayan llegado ya, a ser palabras admitidas y de uso generalizado, yo seguiré considerando no igualmente correcto, sino más, hablar de "la presidente", "la concejal" y "la juez", y seguiré prefiriendo y empleando estas formas. Una cosa es admitir (tolerar es la palabra exacta, en mi caso) las incorrecciones, nuevas o antiguas, y otra proscribir la forma correcta de hablar. Hasta ahí podíamos llegar.
Mi "queja" de que me explico mal no iba a tu argumentación sobre la incorrección morfológica en general, que desarrollas estupendamente en tu primer comentario que comparto casi al 100%. No, era, como creo que dejé claro, en relación a tu segundo cambio en el que, entrando al trapo de Lansky, te ponías estupendo con la corrección política. En todo caso, me alegro que te haya quedado claro que en el caso de presidenta no hay razones de índole feminista, más bien como señalas acertadamente (y yo insinúo en el post) los motivos que hicieron aparecer a casi todas esta feminizaciones de participios activos serían considerados hoy muy incorrectos y discriminatorios contra la mujer.
EliminarNota, Vanbrugh, que en ningún momento niego que cuando el "participio activo" es adjetivo, su género es común. Simplemente comento que parece tener sentido para los hablantes crear formas femeninas cuando se habla de una mujer y el "participio activo" no suele funcionar como adjetivo, que es el caso de "presidente". Fijémonos en cómo nadie ha pretendido nunca decir la "pendienta" para distinguirlos de los pendientes, porque con las cosas y los conceptos abstractos no hay problemas*.
EliminarEn el terreno gramatical, claro que llevas razón. Es como dices... Los hablantes típicos no son perfectos gramáticos y a veces acaban dando por buenos claros errores, como "modisto" y "corrala". también va esto para Miroslav, quería comentar que, tal como lo veo, los "participios activos" no tiene por qué cumplir con todas las reglas que tenían los del latín... Aunque, por otro lado, hay que admitir que mayormente cumple con esa de que son de género común. Que algún político o activista no quiera enterarse, ya es problema suyo con el habla.
* Hasta que han venido los de la calendaria (sic). De todo tiene que haber en la viña del Señor, ¡qué poca duda me cabe!
Yo en cambio creo, Ozanu, que lo más frecuente (adjetivo, por cierto) es que funcionen como adjetivos. Precisamente "presidente" es de los pocos que no, porque se sustantivó, y el uso como sustantivo ha pasado a ser el preferente (adjetivo, por cierto). Pero en general estos palabros funcionan más como adjetivos (ausente, repelente, cargante, interesante, viviente... no sé, casi todos los que puedas pensar) que como ninguna otra cosa. Los que se usan como sustantivos, insisto, han llegado a serlo sustantivizándose desde su primitiva función de adjetivos. Y si en ella no admitían la desinencia en A ¿por qué van a tener que admitirla sustantivizados?
Eliminar(Lo de calendaria es una memez, en efecto, pero ya ves tú: se trata esta vez de una memez gramaticalmente correcta. Esta terminación sí admite la desinencia femenina: se puede ser diario o diaria, presidiario o presidiaria... y calendaria igual de bien que calendario. No lo usaré nunca, porque las extravagancias me sobran notoriamente, sin necesidad de que atenten contra la morfología. Pero no tengo ninguna objeción teórica que ponerle).
Vanbrugh: Las reglas morfológicas del lenguaje, como el propio lenguaje en su conjunto, tampoco son rígidas y hasta han ido cambiando, al menos durante los largos siglos en los que el latín mal hablado de este extremo occidental del Imperio fue derivando hacia varios romances. Así que, dentro de un orden, tampoco me parece inadmisible la existencia de esas “infracciones” como la que nos ocupa. Es más, me atrevo a conjeturar que no pocas de las irregularidades de nuestro idioma (llamadas así precisamente por no seguir las reglas morfológicas) han podido surgir a partir de “infracciones”. No creo, por ejemplo, que te niegues a decir “yo quepo”, por ejemplo.
EliminarConste que no sé si el origen de la conjugación irregular de caber proviene de una infracción pero justamente ese desconocimiento mío me lleva a aventurar otra conjetura. Y es que con mucha probabilidad tú, como cualquier hablante del español, empleas formas del lenguaje que considerarías incorrecciones si te pararas a pensar o a investigar en su origen. Y si lo hicieras –me pregunto– y verificaras que en efecto lo son, dejarías de emplearlas por muy antiguas y admitidas que fueran (y muy acostumbrado que a ellas estuvieras) para recuperar la forma que (entonces caerías en la cuenta) son no igualmente correctas, sino más. Para bajar de lo abstracto a lo concreto (y, además, pertinente al objeto de este post): ¿Dices “la asistente”, refieriéndote a una mujer que va por horas a limpiar a tu casa?
Permíteme que lo dude, como que muestre un ligero escepticismo respecto de tu declaración tan absoluta, eso de que por muy generalizadas y antiguas que sean las incorrecciones, tú seguirás prefiriendo emplear la forma correcta de hablar. Al fin y al cabo –de esto ya hemos discutido otras veces–, la finalidad del lenguaje es comunicar, entendernos. Cuando un significado pasa a asociarse a una palabra, aunque ésta haya surgido en contra de las reglas morfológicas, y el vocablo original (y correcto) pierde esa acepción, empeñarse en seguir usándolo para designar la acepción perdida no conduce sino a traicionar la finalidad del lenguaje por ser fiel a sus reglas. Si dices “he contratado a una asistente” todos entenderemos otra cosa distinta.
Tu comentario parece encaminado a discutir alguna afirmación mía, o quizás mi postura en su conjunto, pero, analizado, no sé cual de cada una de sus partes se dirige a rebatir cuál parte de lo que pareces quererme rebatir -que, por otra parte, tampoco tengo muy claro qué es-. Iré por partes, a ver si me aclaro.
EliminarEvidentemente, las reglas morfológicas de un idioma evolucionan, sí. No sé qué relación lógica ves (¿«Así que.. .»?) entre esta obvia verdad y tu siguiente afirmación de que «no crees inadmisible la existencia de "infracciones"»; pero en fin, lo que me importa decir es que tampoco yo creo inadmisible la existencia de infracciones. ¿Qué querría decir que las creyera «inadmisibles»? Las infracciones existen, obviamente, «admítalas» yo o no – confieso que no entiendo qué pinta aquí el verbo admitir-, y existen además, precisamente porque hay reglas, -que, efectivamente, evolucionan a causa de ellas, en buena medida-. No puede haber infracción sin regla que infringir, y es prácticamente imposible que existan reglas sin que alguien las infrinja. Y estas inevitables infracciones, entre otras causas, hacen a veces cambiar las reglas, y otras veces, sin cambiarlas, les crean por lo menos importantes excepciones y casos singulares. Hasta aquí, de acuerdo, pues.
De lo anterior se sigue, evidentemente, que muchas de las formas actualmente usuales, y que yo uso, provienen de infracciones. Sí, efectivamente. Soy muy consciente y creía haberlo dejado ya claro hablando, por ejemplo, de "asistenta", o de "modisto". No me cabe la menor duda, sin necesidad de demasiada investigación, de que estas dos, y muchas otras, fueron en su origen incorrecciones, infracciones a la regla, que al generalizarse su uso han pasado a ser aceptadas como correctas. Y no solo eso sino -más importante para mí, y para lo que me preguntas- han pasado a parecerme aceptables a mí, que las empleo sin problemas. No, no llamaría "la asistente" a la señora que limpiara mi casa por horas, si tal existiera -que no es, ay, el caso-. La llamaría "la asistenta", como todo el mundo. Pero, insisto, creí que eso ya había quedado claro, sin necesidad por tu parte de conjetura ni pregunta alguna.
(En realidad, como bien señala Lansky en otra línea de comentarios, nuestras lenguas romances actuales son todas ellas una pura infracción de las reglas del latín que creían hablar –y de hecho hablaban, mal- sus primeros hablantes. Toda la lengua castellana es fruto de un enorme conjunto de incorrecciones, bastante claramente rastreables, y es obvio que saberlo no me impide usarla. Digo “la asistenta”, y no “la asistente”, por idénticos motivos –solo más modernos, pero los mismos- por los que digo “mesa” y no “mensula”, a pesar de saber que, originalmente, “mesa” no era más que “mensula” mal dicho…)
¿Qué pasa entonces con “la presidenta”? Por qué no la acepto como “la asistenta”, si casi seguro que lleva mucho más tiempo admitida por la RAE que la otra? (Creo, sinceramente, que esta pregunta era el meollo de tu comentario. No sé por qué no la has formulado directamente así). Bueno, en primer lugar sí que la acepto. Puesto que la RAE la admite, me parece estupendo que la use quien quiera hacerlo, y me abstengo virtuosamente de juzgarle como un ceporro. No me sumo a tus disculpas a Patricia, pero le perdono la vida con gran amabilidad. Que diga Presidenta, si quiere, la pobre. Más aceptación que esa… Me limito, simplemente, a no usarla yo. Desde pequeño oí hablar con naturalidad de la asistenta, de “la Regenta” y del modisto, y recibí estas palabras como parte legítima de mi idioma, y sigo considerándolas así después de saber que originariamente fueron incorrecciones. Forman parte de mi “uso”. La presidenta, en cambio, no. Me suena a incorrección y, como conozco una regla morfológica en vigor en virtud de la cual lo sería (las terminaciones en “nte” no admiten la desinencia femenina), y que explica cabalmente por qué me suena así, no necesito más para eliminarla discretamente de mi habla. Que la use el que quiera, yo no. Yo uso “la presidente” porque es la forma que me parece correcta y que no me suena mal a mí. Ignoro si la RAE, al aceptar la otra, ha proscrito esta pero, sinceramente, me da igual. La RAE me parece un órgano muy útil para lo que lo es, pero no es la dueña del idioma. Todo lo más, su pastora. El idioma nos pertenece a los hablantes, que somos los que lo cambiamos o lo conservamos, según nuestros gustos y preferencias, con absoluta libertad. Mi libertad para decir “la Presidente”, la de Patricia para decir “la Presidenta”, la de la Alcaldesa de mi pueblo para decir “vecinas y vecinos, unámonos todos y todas”. La Academia cumplirá su misión recogiendo a su debido tiempo las formas de decir que se generalicen y se consoliden, y nosotros cumplimos la nuestra empleando las formas que nos parecen adecuadas a nuestro “sentido del idioma” –los que creemos tenerlo- a nuestros particulares objetivos extralingüisticos: feministas, políticamente correctos, políticamente incorrectos… -los que los tengan-, y, en general, a nuestra necesidad de entendernos y nuestra capacidad de expresarnos –todos-.
EliminarMi comentario, Vambrugh, iba encaminado a discutir una afirmación tuya, en efecto. En concreto la que rezaba: “No hace falta que añada, por tanto, que por mucho que "presidenta", "concejala" o "jueza" lleguen o hayan llegado ya, a ser palabras admitidas y de uso generalizado, yo seguiré considerando no igualmente correcto, sino más, hablar de "la presidente", "la concejal" y "la juez", y seguiré prefiriendo y empleando estas formas”. Mi error fue generalizar tu declaración, entender (cuando no lo habías dicho así) que siempre preferirías usar las palabras correctas antes que las originadas por infracción de las reglas. Ahora me aclaras que no, que algunos vocablos de origen espurio han pasado a parecerte aceptables. Y te son aceptables porque desde pequeño los has usado, forman parte de tu uso natural del idioma. Dado que añades que aceptas presidenta, aunque no prefieras no usarla, pues nada tengo que discutirte; lo que erróneamente discutí fue una afirmación que me pareció excesivamente taxativa, pero que tú no habías hecho.
EliminarDe hecho, Joaquín, tu propuesta es como ya funcionan estos vocablos (los participios activos) que, al ser de género común (es decir, que valen tanto para el masculino como para el femenino) requieren el correspondiente artículo para denotar el género (una estudiante, el conferenciante, la aspirante ...)
ResponderEliminarLo que me resulta a mí un poco (anormal) estridente para leer y por repetitivo es lo siguiente: de mi Colegio profesional recodo revistas cada dos meses o tres; resulta que para cualquier escrito aplican no solo los dos géneros sino que también los plurales..., haciendo cansino e insoportable leer cualquier artículo sobre todo si lo escribe alguna mujer. Es más hasta en algún seminario ha habido veces que han empezado la ponencia con la misma..., digamos pesadez. En alguna ocasión he levantado el "del" (habría que hablar por qué se habla así, en vez decir dedo) y he dicho: compañera si quieres por mi parte puedes anular el género masculino y aplicar todo al femenino. En realidad sois cadí todas mujeres en esta ponencia y no hace falta que para cuatro gatos que somos estar siempre con la misma retahíla. Ni **** caso me hacen. Fdo.: Joaquín
ResponderEliminarCorrigenda. Como escribo vía móvil del es del; y no se qué más se me ha pasado por alto. Fdo: el mismi
EliminarDigo dedo. Joer.
EliminarVale, 'presidenta' no es una incorrección gramatical, pero reitero el ataque al idioma como fórmula pesadísima de supuesta reivindicación feminista, y estoy de acuerdo con Vanbrugh en que hay un paso más, el de buscar enemigos donde no los hay, como el del lenguaje. A este paso, ese feminismo para mí torpe,verá como un agravio que los varones orinemos de pie en lugar de todos agachados o todos de pie, que es lo igualitario. En cuanto a la repetición de los dos g´neros granaticales para los suetos: "compañeros y compañeras, etc" es directamente tan memo como insufrible (como los que colocan la @ en lugar de la o y la a)
ResponderEliminarPresidenta sí fue una incorrección gramatica, pero lo fue en su día, hace ya mucho tiempo, y en nada estuvo motivado por el ñoño feminismo lingüístico.
EliminarEn lo demás, en lo de que estas reivindicaciones feminsitas son pesadísimas, que implican una actitud de censura y que buscan enemigos donde no los hay, también yo estoy de acuerdo, aunque no fuese el objeto dentral del post.
Prácticamente todas las palabras en sus inicios fueron incorrectas, incluso lenguas enteras, como las románicas en relación al latín de origen.
EliminarY sí, ya sé que no era ese el objeto central de tu post (o dentral, como escribes por salto de tecleo en inadvertido hallazgo linguístico: dentral: lo que no es central pero está dentro)
Lansky, lamento comunicarte que en algunos países, en efecto, se ve ofensivo orinar de pie. Y aquí también por parte de algunos activistas. Aducen razones higiénicas.
EliminarJajaja. Si tuviera confianza diría: ¡qué cabrón! Como no la hay no digo nada. Dentral: me lo apunto. Fdo: Joaquín
ResponderEliminarPues sé que es salirse un poco del tema, pero si os dijera todo lo que leo por Twitter sobre corrección política, os caéis del susto. Sólo decir que la asociación de médicos británicos quiere dejar la expresión "mujeres embarazadas" para usar "gente embarazada", porque los transexuales embarzados se puede sentir discriminados si se les trata de mujeres, y por eso yo lo he escrito en masculino.
ResponderEliminarY hay gente que dice ahora que la expresión "discapacitado" es ofensiva, como en su día ocurrió con "inválido", y que es mejor emplear "con diversidad funcional".
Y lo dejo ahí con lo que le he dicho a Lansky sobre mear de pie, que sería largo de contar.