1. El encuentro
Breves pinceladas para presentar a Norman Mailer, el personaje masculino: un tipo de veintiocho años, judío de Brooklyn, graduado en ingeniería aeronáutica por Harvard aunque con vocación literaria desde muy joven, enrolado en el ejército americano en el 43 y enviado a Filipinas; la experiencia le sirvió para publicar su primera novela, Los desnudos y los muertos, que lo catapulta a la fama, integrándolo en el grupo generacional de los novelistas estadounidenses de la posguerra (con Robert Lowry, Gore Vidal, Truman Capote, Irwin Shaw. William Styron, etc). En 1944, todavía en el ejército y con solo veintiún años, se casa con su novia de la universidad, Bea Silverman, también judía, feminista, apasionada de la música, estudiante de psicología. Con ella se instala en París en el 47 (desde allí hacen una breve visita a España), luego, en Hollywood donde trabaja como guionista y se involucra en la campaña del que había sido vicepresidente con Roosevelt, Henry Wallace, que en 1948 se presentó a la presidencia por el Partido Progresista (apoyado por el partido comunista de USA y atacado por McCarthy). En el 50 la pareja volvió a instalarse en la costa Este, primero en Provincetown (Massachussetts) y luego en Putney (Vermont); ya tenían una hija, Susie. Para entonces, las cosas ya no iban demasiado bien entre ellos; años después, Norman diría que su éxito como escritor había relegado a Bea al rol secundario de mujer del artista, lo que la frustraba. En todo caso, aunque sin broncas entre ellos, ambos se sentían infelices y se lo achacaban calladamente al otro. Entonces Mailer propuso que tenían que “abrir” su matrimonio, tener aventuras sexuales con otras personas. Bea aceptó, más por lo enfadada que se sentía. Llegamos así a la primavera de 1951. El escenario, un apartamento en el 224 de la calle 64, Manhattan.
Vamos ahora con ella, Adele de nombre, el apellido Morales. Había nacido en 1925, así que dos años menor que Norman, a punto de cumplir veintiséis cuando se conocieron. Cuentan que su madre era española y su padre un indio peruano, pero nada he podido averiguar de ellos: cómo se emparejaron, por qué fueron a los Estados Unidos. Parece que viajaron desde Cuba hasta Brooklyn, con Adele muy pequeñita o, según otras versiones, todavía no había nacido. En todo caso, la chica se crió en el mismo distrito que Mailer, aunque no se conocieron de niños. Al Morales, el padre, tenía una presencia imponente, grande y fuerte. Había sido boxeador en sus primeros años norteamericanos, pero finalmente se estabilizó como tipógrafo para el Daily News. Adele creció hasta convertirse en una belleza morena, con un cuerpo espléndido que exudaba sexualidad. Desde muy joven fue muy consciente de sus encantos y de que quería aprovecharlos. Además quería ser artista o quizá, más que serlo, ser parte del mundo de los artistas. Hizo los cursos en el instituto femenino Washington Irving High School, donde obtuvo la licenciatura en Artes. En esos años, primera mitad de los cuarenta, la Washington Irving debía ser una institución un tanto pija; además estaba en la calle dieciséis (entre Union Square y Stuyvesant Square, al Sur del barrio de Gramercy Park) de Manhattan. Me pregunto por qué una hija de inmigrantes latinos que vivía en Brooklyn fue a estudiar allí (era una institución pública, en todo caso).
No fue a la universidad sino que prefirió estudiar en la prestigiosa escuela de arte que Hans Hofmann, el famoso pintor del expresionismo abstracto, había abierto en Nueva York. Son muchos los nombres célebres que fueron alumnos de Hofmann, por ejemplo Joan Mitchell que era de la misma edad que Adele, lo que permite elucubrar que tal vez se conocieran (la obra de Mitchel me interesa, de la de Adele no conocía nada). Pero, claro, dedicarse a la pintura no era fácil hacia finales de los cuarenta, había que tener algún empleo con el que mantenerse y Adele consiguió uno bastante habitual entre los aspirantes a artistas: diseñar los escaparates de los grandes almacenes (por lo visto era bastante manitas con el papel maché). Los setenta dólares a la semana no le daban para mucho, al menos no para decidirse a dejar Brooklyn e independizarse. Lo cierto es que esa atractiva chica de veintipocos pasaba gran parte de su tiempo en el Village que ya era el barrio preferido por la bohemia (ya desde antes de la guerra se habían abierto locales vanguardistas que acogieron a los grandes del jazz); por entonces empezaban a escritores, poetas y artistas que serían conocidos luego, durante los cincuenta, como los beatniks. Adele se hizo asidua de los locales de moda, en especial del San Remo y de la Cedar Tavern. Parece que la chica era una de las más llamativas de esos antros: llevaba siempre unos vestidos exóticos, estilo gitana, y devoraba con su profunda mirada a los hombres. Ya por entonces sentía el ansia de sentir, de experimentar, y el sexo era su más poderosa arma.
Presentemos ahora al alcahuete, el que era amigo de Norman y de Adele, Dan Wolf. Poco sé de él, salvo que era un estudiante de la New School (for Social Research), la prestigiosa institución privada fundada en 1919 en el Village y famosa por sus planteamientos progresistas y rupturistas. También era (o pretendía ser) escritor y admiraba a Jean Malaquais, a quien Mailer había conocido y tratado durante su estancia en París. Cuando el franco-polaco fue invitado a enseñar en la New School, Wolfe ayudó a Mailer a localizarlo (éste quería que le tradujese Los desnudos y los muertos al francés, como efectivamente hizo); probablemente por entonces se estrechara su amistad. De otra parte, Wolf era bastante amigo de otro estudiante de la New School, Ed Fancher, éste de psicología. Un día, años antes del episodio que voy a narrar, Adele se pasó a curiosear por la New School, con la idea de asistir a unas conferencias de Margaret Mead, ya por entonces en la cúspide de su celebridad. Además, según confiesa en sus memorias, iba con la intención de ligar y eso hizo, conociendo e impresionando a Fancher, con quien mantendría una relación más o menos irregular durante los siguientes años (también en esa época pasó por sus brazos un jovencito Jack Kerouak). En resumen, que Dan Wolf conocía a Mailer y a Adele, a ésta porque era la novieta de uno de sus mejores amigos.
Vamos ya a una noche de la primavera de 1951. Norman y Dan están en un apartamento de la calle 64, bebiendo y hablando de mujeres. Entonces Wolf se pone a hablar de su amiga Adele, la describe con todo detalle, con apasionado entusiasmo, tienes que conocerla, le dice, te va a encantar (ya lo había dejado con Fancher, hay que suponer). Están bastante entonados por el alcohol, claro, lo suficiente para que Dan la telefoneara aunque ya eran las dos de la madrugada. Adele dormía en su pequeño apartamento de la calle dieciséis, no es difícil imaginar la poca gracia que le haría la llamada. El amigo feo de su ex que con voz de borracho le pide que vaya a reunirse con él y otro amigo. Está a punto de mandarle a la mierda y colgar pero entonces escucha otra voz, Norman se ha puesto al aparato y la arrulla con palabras nuevas, despierta su curiosidad. Se ofrece a pagarle el taxi, por supuesto, pero la convence definitivamente con una cita de Scott Fitzgerald sobre la aventura que espera en la noche. Así que la muchacha se anima y al cabo de un rato está tocando el timbre. Ambos se atrajeron de inmediato; Adele quedó deslumbrada por la charla de Norman y por sus ojos azules, Norman impactado por la exótica belleza de Adele. Dan no tardaría nada en darse cuenta de que sobraba; supongo que se retiraría a un dormitorio de ese apartamento prestado por un amigo. Los dos tortolitos no durmieron en toda la noche, hablaron y follaron ininterrumpidamente. A la mañana siguiente, Wolf los encontró en la cocina, riendo felices y cómplices, encantados de haberse conocido, enamorados.
Breves pinceladas para presentar a Norman Mailer, el personaje masculino: un tipo de veintiocho años, judío de Brooklyn, graduado en ingeniería aeronáutica por Harvard aunque con vocación literaria desde muy joven, enrolado en el ejército americano en el 43 y enviado a Filipinas; la experiencia le sirvió para publicar su primera novela, Los desnudos y los muertos, que lo catapulta a la fama, integrándolo en el grupo generacional de los novelistas estadounidenses de la posguerra (con Robert Lowry, Gore Vidal, Truman Capote, Irwin Shaw. William Styron, etc). En 1944, todavía en el ejército y con solo veintiún años, se casa con su novia de la universidad, Bea Silverman, también judía, feminista, apasionada de la música, estudiante de psicología. Con ella se instala en París en el 47 (desde allí hacen una breve visita a España), luego, en Hollywood donde trabaja como guionista y se involucra en la campaña del que había sido vicepresidente con Roosevelt, Henry Wallace, que en 1948 se presentó a la presidencia por el Partido Progresista (apoyado por el partido comunista de USA y atacado por McCarthy). En el 50 la pareja volvió a instalarse en la costa Este, primero en Provincetown (Massachussetts) y luego en Putney (Vermont); ya tenían una hija, Susie. Para entonces, las cosas ya no iban demasiado bien entre ellos; años después, Norman diría que su éxito como escritor había relegado a Bea al rol secundario de mujer del artista, lo que la frustraba. En todo caso, aunque sin broncas entre ellos, ambos se sentían infelices y se lo achacaban calladamente al otro. Entonces Mailer propuso que tenían que “abrir” su matrimonio, tener aventuras sexuales con otras personas. Bea aceptó, más por lo enfadada que se sentía. Llegamos así a la primavera de 1951. El escenario, un apartamento en el 224 de la calle 64, Manhattan.
Vamos ahora con ella, Adele de nombre, el apellido Morales. Había nacido en 1925, así que dos años menor que Norman, a punto de cumplir veintiséis cuando se conocieron. Cuentan que su madre era española y su padre un indio peruano, pero nada he podido averiguar de ellos: cómo se emparejaron, por qué fueron a los Estados Unidos. Parece que viajaron desde Cuba hasta Brooklyn, con Adele muy pequeñita o, según otras versiones, todavía no había nacido. En todo caso, la chica se crió en el mismo distrito que Mailer, aunque no se conocieron de niños. Al Morales, el padre, tenía una presencia imponente, grande y fuerte. Había sido boxeador en sus primeros años norteamericanos, pero finalmente se estabilizó como tipógrafo para el Daily News. Adele creció hasta convertirse en una belleza morena, con un cuerpo espléndido que exudaba sexualidad. Desde muy joven fue muy consciente de sus encantos y de que quería aprovecharlos. Además quería ser artista o quizá, más que serlo, ser parte del mundo de los artistas. Hizo los cursos en el instituto femenino Washington Irving High School, donde obtuvo la licenciatura en Artes. En esos años, primera mitad de los cuarenta, la Washington Irving debía ser una institución un tanto pija; además estaba en la calle dieciséis (entre Union Square y Stuyvesant Square, al Sur del barrio de Gramercy Park) de Manhattan. Me pregunto por qué una hija de inmigrantes latinos que vivía en Brooklyn fue a estudiar allí (era una institución pública, en todo caso).
No fue a la universidad sino que prefirió estudiar en la prestigiosa escuela de arte que Hans Hofmann, el famoso pintor del expresionismo abstracto, había abierto en Nueva York. Son muchos los nombres célebres que fueron alumnos de Hofmann, por ejemplo Joan Mitchell que era de la misma edad que Adele, lo que permite elucubrar que tal vez se conocieran (la obra de Mitchel me interesa, de la de Adele no conocía nada). Pero, claro, dedicarse a la pintura no era fácil hacia finales de los cuarenta, había que tener algún empleo con el que mantenerse y Adele consiguió uno bastante habitual entre los aspirantes a artistas: diseñar los escaparates de los grandes almacenes (por lo visto era bastante manitas con el papel maché). Los setenta dólares a la semana no le daban para mucho, al menos no para decidirse a dejar Brooklyn e independizarse. Lo cierto es que esa atractiva chica de veintipocos pasaba gran parte de su tiempo en el Village que ya era el barrio preferido por la bohemia (ya desde antes de la guerra se habían abierto locales vanguardistas que acogieron a los grandes del jazz); por entonces empezaban a escritores, poetas y artistas que serían conocidos luego, durante los cincuenta, como los beatniks. Adele se hizo asidua de los locales de moda, en especial del San Remo y de la Cedar Tavern. Parece que la chica era una de las más llamativas de esos antros: llevaba siempre unos vestidos exóticos, estilo gitana, y devoraba con su profunda mirada a los hombres. Ya por entonces sentía el ansia de sentir, de experimentar, y el sexo era su más poderosa arma.
Presentemos ahora al alcahuete, el que era amigo de Norman y de Adele, Dan Wolf. Poco sé de él, salvo que era un estudiante de la New School (for Social Research), la prestigiosa institución privada fundada en 1919 en el Village y famosa por sus planteamientos progresistas y rupturistas. También era (o pretendía ser) escritor y admiraba a Jean Malaquais, a quien Mailer había conocido y tratado durante su estancia en París. Cuando el franco-polaco fue invitado a enseñar en la New School, Wolfe ayudó a Mailer a localizarlo (éste quería que le tradujese Los desnudos y los muertos al francés, como efectivamente hizo); probablemente por entonces se estrechara su amistad. De otra parte, Wolf era bastante amigo de otro estudiante de la New School, Ed Fancher, éste de psicología. Un día, años antes del episodio que voy a narrar, Adele se pasó a curiosear por la New School, con la idea de asistir a unas conferencias de Margaret Mead, ya por entonces en la cúspide de su celebridad. Además, según confiesa en sus memorias, iba con la intención de ligar y eso hizo, conociendo e impresionando a Fancher, con quien mantendría una relación más o menos irregular durante los siguientes años (también en esa época pasó por sus brazos un jovencito Jack Kerouak). En resumen, que Dan Wolf conocía a Mailer y a Adele, a ésta porque era la novieta de uno de sus mejores amigos.
Vamos ya a una noche de la primavera de 1951. Norman y Dan están en un apartamento de la calle 64, bebiendo y hablando de mujeres. Entonces Wolf se pone a hablar de su amiga Adele, la describe con todo detalle, con apasionado entusiasmo, tienes que conocerla, le dice, te va a encantar (ya lo había dejado con Fancher, hay que suponer). Están bastante entonados por el alcohol, claro, lo suficiente para que Dan la telefoneara aunque ya eran las dos de la madrugada. Adele dormía en su pequeño apartamento de la calle dieciséis, no es difícil imaginar la poca gracia que le haría la llamada. El amigo feo de su ex que con voz de borracho le pide que vaya a reunirse con él y otro amigo. Está a punto de mandarle a la mierda y colgar pero entonces escucha otra voz, Norman se ha puesto al aparato y la arrulla con palabras nuevas, despierta su curiosidad. Se ofrece a pagarle el taxi, por supuesto, pero la convence definitivamente con una cita de Scott Fitzgerald sobre la aventura que espera en la noche. Así que la muchacha se anima y al cabo de un rato está tocando el timbre. Ambos se atrajeron de inmediato; Adele quedó deslumbrada por la charla de Norman y por sus ojos azules, Norman impactado por la exótica belleza de Adele. Dan no tardaría nada en darse cuenta de que sobraba; supongo que se retiraría a un dormitorio de ese apartamento prestado por un amigo. Los dos tortolitos no durmieron en toda la noche, hablaron y follaron ininterrumpidamente. A la mañana siguiente, Wolf los encontró en la cocina, riendo felices y cómplices, encantados de haberse conocido, enamorados.
Tough guys don't dance.
ResponderEliminarFardaba mucho de tío duro, sí; reivindicaba ser el heredero de Hemingway, la literatura como una pelea, una lucha. Y se peleó no pocas veces (por ejemplo, a Gore Vidal le dió un cabezazo). El otro lado de la moneda (si es que no es el mismo) era su exacerbado machismo.
EliminarPor cierto, he leído cuatro obras de Mailer, pero no la que citas en tu escueto comentario.
La última foto del post es justamente de ellos dos pocos años después de la escena que cuento, cuando ya estaban casados. Si pinchas sobre ella se agranda.
ResponderEliminarPues espero a la siguiente entrada, a ver cómo continúa este encuentro.
ResponderEliminarHola, hace milenios que no comento en un blog. Siento comunicaros que Grillo murió el jueves 23 de Febrero. Murió en su casa, estaba sentado, con gesto apacible cuando lo encontró muerto la asistenta. Le echaré mucho de menos. Un abrazo. Soy Emma.
ResponderEliminarDescanse en paz, pues. Lo leí alguna vez era ingenioso, me hizo sonreír alguna vez. Memento morí. Ese tipo de muerte es el que gustaría tener a mí. Mi abuela dijo" os voy a freír unos huevos". Y se fue... Fdo. Joaquín
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