Después de haber indagado en multitud de páginas web sobre Paul Bunyan, he dado con un libro que me parece la investigación más completa y definitiva sobre el personaje. Se títula Out of the Northwoods: The Many Lives of Paul Bunyan (“Fuera de los bosques del Norte: las muchas vidas de Paul Bunyan”), escrito por Michael Edmonds y publicado por la Wisconsin Historical Society en 2009. Con buenos argumentos y abundantes fuentes, Edmonds viene a sostener que pese a la enorme popularidad que tiene en los USA Paul Bunyan (“millones de americanos reconocen inmediatamente el nombre y la cara de Paul Bunyan”) y al mucho interés que su figura ha despertado entre los investigadores del folklore, gran parte de las afirmaciones que se dan por ciertas son erróneas. Así que seguiré hablando de Paul Bunyan pero basándome fundamentalmente en lo que se cuenta en este libro.
Edmonds descarta que haya habido un Paul Bunyan real que originara posteriormente el personaje o, al menos, niega verosimilitud histórica a las teorías al repecto, en particular las dos que conté en el post anterior. La tesis de un soldado de Quebec que combatió a los británicos en la década de 1830 sido cuestionada por exhaustivas investigaciones en los archivos de la época en los que no ha aparecido rastro alguno de ningún Bunyan, Bonjean o algo parecido. Que Fabian Fournier, el leñador franco-canadiense asesinado en la bahía de Saginaw, sea la base del personaje fue propuesto en 1993 por el escritor D. Laurence Rogers con argumentos que ya comenté que me parecían poco convincentes; Edmonds los debilita aún más. Concluyamos pues, aunque nunca pueda hacerse de modo categórico, que Bunyan es un personaje inventado, no la mitificación de un leñador (o soldado) que hubiera existido realmente. Estudiando los cuentos del personaje, en especial los más primitivos escuchados entre los leñadores, se comprueba que los motivos de la mayoría de ellos provienen del folklore de Nueva Inglaterra (e incluso de Europa) o bien de anécdotas que expresaban aspectos remarcables de las vidas en los bosques. El personaje de Paul Bunyan parece surgir con la función de dar unidad y congruencia a esas fuentes dispersas. En todo caso, dando por buena esta interpretación, lo de menos es si el nombre o el carácter del que estaba llamado a ser un héroe popular estadounidense se basó o o no, aunque fuera mínimamente, en alguien real; además, probablemente nunca podamos saberlo.
También este libro desmonta otra de las afirmaciones que suele darse por cierta y que tiene mucho que ver con la estatua gigantesca que tengo delante de mis ojos: que Bunjan –al menos el personaje ficticio– procede de Maine. Tiene sentido porque la industria forestal en Norteamérica comenzó en este Estado (y en las vecinas provincias canadienses de Quebec y New Brunswick) pero a partir de la década de los treinta empezó a extenderse hacia el Oeste, primero a la parte alta del Estado de Nueva York y luego saltó los Grandes Lagos y empezó a expandirse por Michigan, Wisconsin y Minnesota. En estos Estados del Medio Oeste la actividad creció rápidamente a partir de mitad del siglo, tras firmarse varios acuerdos de cesión de tierras con los indios (acuerdos no demasiado libres, por cierto) y, acabada la Guerra de Secesión (1865), el negocio maderero mostraba una voracidad insaciable, comiéndose los bosques a toda velocidad para satisfacer una demanda que parecía infinita, dar trabajo a multitud de leñadores y hacer muy ricos a unos cuantos “barones”. Tanto es así que en la década de los ochenta los inmensos bosques de pino blanco comenzaron a ralear y las grandes compañías siguieron su ruta hacia el Oeste hasta alcanzar la costa del Pacífico. Pues bien, en los años cuarenta un investigador del foklore americano de la Universidad de Indiana, rastreando meticulosamente los orígenes de Paul Bunyan, comprobó que no había ninguna mención a Paul Bunyan en documentos locales de Maine durante los siglos XVIII y XIX. Con anterioridad, Esther Shephard, una profesora del San Jose State College que coleccionó historias de Bunyan entrevistando a leñadores en los campos de tala del Noroeste, verificó con sorpresa que los que provenían de Nueva Inglaterra no sabían nada de Bunyan, mientras que éste era ampliamente entre los de Michigan o Wisconsin. La conclusión de Edmonds es clara: Maine aportó profesionales, experiencia, equipo y capital a la industria maderera de los Grandes Lagos, pero no a Paul Bunyan; éste nació allí.
Sentado pues que Bunyan tiene su origen en el Medio Oeste (Edmonds va más allá y afirma que en los campos de tala de Wisconsin, pero él es de Wisconsin) tampoco creo pertinente seguir ahondando sobre esta cuestión; más interesante me parece bosquejar un breve recorrido de la evolución del personaje porque, dado que se trata de un héroe popular –puede que el más popular entre los yanquis– ha personificado valores y deseos de los norteamericanos, de modo que, viendo los cambios de Bunyan, vemos cómo han ido cambiando los ideales de los estadounidenses durante casi siglo y medio. Pero la evolución del personaje ilustra también cómo la cultura popular actual es un producto del capitalismo, cómo el mito ha sido manipulado y transformado por los intereses comerciales. En palabras de Edmonds, el primigenio rudo héroe protector de los leñadores se ha convertido en un dibujo animado blandengue y sentimental para entretener a los niños. Durante ese proceso se han perdido (y no pocos dirían que prostituido) muchas cosas; pero, incluso así, algo queda de Bunyan, aunque sólo sean fibras deshilvanadas que en todo caso permiten reconstruir lo que fue. Quizá si el capitalismo no se hubiera apropiado del mito, si no se les hubiera encontrado valor comercial a los cuentos de unos leñadores de bosques remotos, Bunyan se habría desvanecido completamente en el olvido. En fin, es un dilema omnipresente en la cultura popular, cuya pervivencia pareciera exigir, en nuestro sistema socioeconómico, la comercialización, con todo lo que ello implica de falseamiento.
Probablemente Paul Bunyan fue inventado en la década de 1880, cuando se incorporaron a los campos de tala de los Grandes Lagos contingentes muy numerosos de leñadores. Es probable que los veteranos, para impresionar a los jóvenes novatos empezaran a inventar historias sobre los “viejos tiempos”, cuando las cosas eran realmente duras. Así algunos asegurarían haber trabajado con un capataz de corpulencia, fuerza e inteligencia extraordinarias, que había realizado varias hazañas ayudando a sus hombres a resolver problemas o evitar catástrofes. Los primeros cuentos orales de Bunyan de los cuales se tiene noticia cierta los narró un tal Bill Mulhollen en el valle alto del río Wisconsin, al Norte de Tomahawk, durante el invierno de 1885-86. Por esa zona, un par de inviernos antes, estuvo Gene Shepard, un conductor de troncos que aseguró años después que él había sido el creador de Bunyan. Pero Shepard era famoso por inventarse las más disparatadas patrañas, entre ellas, por ejemplo, la de que había capturado un hodag cerca de Rhinelander, Wisconsin. El hodag es un ánimal fantástico de la tradición americana (la cabeza de rana, el rostro sonriente de un elefante gigante, gruesas piernas cortas con garras enormes, la espalda de un dinosaurio y una larga cola con lanzas al final). Así que un tipo con este historial no es una fuente muy fiable. Tampoco importa mucho: sabemos que durante los últimos quince años del XIX las historias protagonizadas por Paul se creaban y contaban en Wisconsin, Michigan y Minnesota. En 1904 aparece la primera mención impresa a Paul Bunyan en un editorial sin firma del Duluth News Tribune (el principal periódico de la ciudad natal de Dylan). En él se deja constancia de que en los campos de tala de Minnesota los leñadores se contaban imaginativas historias de Paul Bunyan. O sea, en la primera década del siglo pasado tenían que existir ya varios cuentos que se repetían a lo largo de todas las áreas madereras de los Grandes Lagos, pero fuera de esos ambientes acotados de leñadores Bunyan era un completo desconocido.
Estos cuentos, que cabe denominar de “primera generación” y corresponden a los que se contaban en voz alta por las noches en los campamentos desde 1885 hasta los primeros años del siglo XX, han sido recogidos por algunos investigadores. El primero fue el antropólogo de Wisconsin Charles E. Brown, quien en la década de 1890 oyó por primera vez algunos cuentos y empezó luego a recopilarlos (aunque apenas publicó nada y sus trabajos han sido casi siempre ignorados). En febrero de 1910, una revista de naturaleza de Milwaukee (Wisconsin) llamada Outer’s Book publicó la primera colección de historias de Bunyan destinadas a una audiencia general; habían sido recogidas directamente de los leñadores por el periodista James Rockwell. Entre 1914 y 1916, la estudiante de la Universidad de Wisconsin Bernice Stewart y su profesor de inglés Homer Watt viajaron a través de los campos de leñadores de Wisconsin recopilando historias de Bunyan; fueron los primeros académicos que intentaron sistemáticamente recolectar estas historias (no obstante, no han sido objeto de suficiente atención). Antes, en 1906, James MacGillivray, que había trabajado en campos tala y escuchado historias de Bunyan, publicó en The Press, rotativo del pequeño pueblo de Oscoda, en Michigan, que editaba su hermano, el cuento The Round River (“El río redondo”). El mismo MacGillivray publicaría en 1910 una nueva versión del cuento de Bunyan en el Detroit News (ya con una tirada relevante) y cuatro años después otra en verso (gracias a la ayuda del poeta Douglas Malloch) en la revista American Lumberman. En ese mismo año, 1914, ejecutivo de la empresa maderera Red River Lumber Company publicaría un panfleto titulado Introducing Mr. Paul Bunyan of Westwood, California (“Presentación de Paul Bunyan de Westwood”) con descarada intención publicitaria. A partir de aquí las cosas empiezan a cambiar: Paul Bunyan va a dejar de pertenecer a los leñadores, a sus creadores originarios.
Edmonds descarta que haya habido un Paul Bunyan real que originara posteriormente el personaje o, al menos, niega verosimilitud histórica a las teorías al repecto, en particular las dos que conté en el post anterior. La tesis de un soldado de Quebec que combatió a los británicos en la década de 1830 sido cuestionada por exhaustivas investigaciones en los archivos de la época en los que no ha aparecido rastro alguno de ningún Bunyan, Bonjean o algo parecido. Que Fabian Fournier, el leñador franco-canadiense asesinado en la bahía de Saginaw, sea la base del personaje fue propuesto en 1993 por el escritor D. Laurence Rogers con argumentos que ya comenté que me parecían poco convincentes; Edmonds los debilita aún más. Concluyamos pues, aunque nunca pueda hacerse de modo categórico, que Bunyan es un personaje inventado, no la mitificación de un leñador (o soldado) que hubiera existido realmente. Estudiando los cuentos del personaje, en especial los más primitivos escuchados entre los leñadores, se comprueba que los motivos de la mayoría de ellos provienen del folklore de Nueva Inglaterra (e incluso de Europa) o bien de anécdotas que expresaban aspectos remarcables de las vidas en los bosques. El personaje de Paul Bunyan parece surgir con la función de dar unidad y congruencia a esas fuentes dispersas. En todo caso, dando por buena esta interpretación, lo de menos es si el nombre o el carácter del que estaba llamado a ser un héroe popular estadounidense se basó o o no, aunque fuera mínimamente, en alguien real; además, probablemente nunca podamos saberlo.
También este libro desmonta otra de las afirmaciones que suele darse por cierta y que tiene mucho que ver con la estatua gigantesca que tengo delante de mis ojos: que Bunjan –al menos el personaje ficticio– procede de Maine. Tiene sentido porque la industria forestal en Norteamérica comenzó en este Estado (y en las vecinas provincias canadienses de Quebec y New Brunswick) pero a partir de la década de los treinta empezó a extenderse hacia el Oeste, primero a la parte alta del Estado de Nueva York y luego saltó los Grandes Lagos y empezó a expandirse por Michigan, Wisconsin y Minnesota. En estos Estados del Medio Oeste la actividad creció rápidamente a partir de mitad del siglo, tras firmarse varios acuerdos de cesión de tierras con los indios (acuerdos no demasiado libres, por cierto) y, acabada la Guerra de Secesión (1865), el negocio maderero mostraba una voracidad insaciable, comiéndose los bosques a toda velocidad para satisfacer una demanda que parecía infinita, dar trabajo a multitud de leñadores y hacer muy ricos a unos cuantos “barones”. Tanto es así que en la década de los ochenta los inmensos bosques de pino blanco comenzaron a ralear y las grandes compañías siguieron su ruta hacia el Oeste hasta alcanzar la costa del Pacífico. Pues bien, en los años cuarenta un investigador del foklore americano de la Universidad de Indiana, rastreando meticulosamente los orígenes de Paul Bunyan, comprobó que no había ninguna mención a Paul Bunyan en documentos locales de Maine durante los siglos XVIII y XIX. Con anterioridad, Esther Shephard, una profesora del San Jose State College que coleccionó historias de Bunyan entrevistando a leñadores en los campos de tala del Noroeste, verificó con sorpresa que los que provenían de Nueva Inglaterra no sabían nada de Bunyan, mientras que éste era ampliamente entre los de Michigan o Wisconsin. La conclusión de Edmonds es clara: Maine aportó profesionales, experiencia, equipo y capital a la industria maderera de los Grandes Lagos, pero no a Paul Bunyan; éste nació allí.
Sentado pues que Bunyan tiene su origen en el Medio Oeste (Edmonds va más allá y afirma que en los campos de tala de Wisconsin, pero él es de Wisconsin) tampoco creo pertinente seguir ahondando sobre esta cuestión; más interesante me parece bosquejar un breve recorrido de la evolución del personaje porque, dado que se trata de un héroe popular –puede que el más popular entre los yanquis– ha personificado valores y deseos de los norteamericanos, de modo que, viendo los cambios de Bunyan, vemos cómo han ido cambiando los ideales de los estadounidenses durante casi siglo y medio. Pero la evolución del personaje ilustra también cómo la cultura popular actual es un producto del capitalismo, cómo el mito ha sido manipulado y transformado por los intereses comerciales. En palabras de Edmonds, el primigenio rudo héroe protector de los leñadores se ha convertido en un dibujo animado blandengue y sentimental para entretener a los niños. Durante ese proceso se han perdido (y no pocos dirían que prostituido) muchas cosas; pero, incluso así, algo queda de Bunyan, aunque sólo sean fibras deshilvanadas que en todo caso permiten reconstruir lo que fue. Quizá si el capitalismo no se hubiera apropiado del mito, si no se les hubiera encontrado valor comercial a los cuentos de unos leñadores de bosques remotos, Bunyan se habría desvanecido completamente en el olvido. En fin, es un dilema omnipresente en la cultura popular, cuya pervivencia pareciera exigir, en nuestro sistema socioeconómico, la comercialización, con todo lo que ello implica de falseamiento.
Probablemente Paul Bunyan fue inventado en la década de 1880, cuando se incorporaron a los campos de tala de los Grandes Lagos contingentes muy numerosos de leñadores. Es probable que los veteranos, para impresionar a los jóvenes novatos empezaran a inventar historias sobre los “viejos tiempos”, cuando las cosas eran realmente duras. Así algunos asegurarían haber trabajado con un capataz de corpulencia, fuerza e inteligencia extraordinarias, que había realizado varias hazañas ayudando a sus hombres a resolver problemas o evitar catástrofes. Los primeros cuentos orales de Bunyan de los cuales se tiene noticia cierta los narró un tal Bill Mulhollen en el valle alto del río Wisconsin, al Norte de Tomahawk, durante el invierno de 1885-86. Por esa zona, un par de inviernos antes, estuvo Gene Shepard, un conductor de troncos que aseguró años después que él había sido el creador de Bunyan. Pero Shepard era famoso por inventarse las más disparatadas patrañas, entre ellas, por ejemplo, la de que había capturado un hodag cerca de Rhinelander, Wisconsin. El hodag es un ánimal fantástico de la tradición americana (la cabeza de rana, el rostro sonriente de un elefante gigante, gruesas piernas cortas con garras enormes, la espalda de un dinosaurio y una larga cola con lanzas al final). Así que un tipo con este historial no es una fuente muy fiable. Tampoco importa mucho: sabemos que durante los últimos quince años del XIX las historias protagonizadas por Paul se creaban y contaban en Wisconsin, Michigan y Minnesota. En 1904 aparece la primera mención impresa a Paul Bunyan en un editorial sin firma del Duluth News Tribune (el principal periódico de la ciudad natal de Dylan). En él se deja constancia de que en los campos de tala de Minnesota los leñadores se contaban imaginativas historias de Paul Bunyan. O sea, en la primera década del siglo pasado tenían que existir ya varios cuentos que se repetían a lo largo de todas las áreas madereras de los Grandes Lagos, pero fuera de esos ambientes acotados de leñadores Bunyan era un completo desconocido.
Estos cuentos, que cabe denominar de “primera generación” y corresponden a los que se contaban en voz alta por las noches en los campamentos desde 1885 hasta los primeros años del siglo XX, han sido recogidos por algunos investigadores. El primero fue el antropólogo de Wisconsin Charles E. Brown, quien en la década de 1890 oyó por primera vez algunos cuentos y empezó luego a recopilarlos (aunque apenas publicó nada y sus trabajos han sido casi siempre ignorados). En febrero de 1910, una revista de naturaleza de Milwaukee (Wisconsin) llamada Outer’s Book publicó la primera colección de historias de Bunyan destinadas a una audiencia general; habían sido recogidas directamente de los leñadores por el periodista James Rockwell. Entre 1914 y 1916, la estudiante de la Universidad de Wisconsin Bernice Stewart y su profesor de inglés Homer Watt viajaron a través de los campos de leñadores de Wisconsin recopilando historias de Bunyan; fueron los primeros académicos que intentaron sistemáticamente recolectar estas historias (no obstante, no han sido objeto de suficiente atención). Antes, en 1906, James MacGillivray, que había trabajado en campos tala y escuchado historias de Bunyan, publicó en The Press, rotativo del pequeño pueblo de Oscoda, en Michigan, que editaba su hermano, el cuento The Round River (“El río redondo”). El mismo MacGillivray publicaría en 1910 una nueva versión del cuento de Bunyan en el Detroit News (ya con una tirada relevante) y cuatro años después otra en verso (gracias a la ayuda del poeta Douglas Malloch) en la revista American Lumberman. En ese mismo año, 1914, ejecutivo de la empresa maderera Red River Lumber Company publicaría un panfleto titulado Introducing Mr. Paul Bunyan of Westwood, California (“Presentación de Paul Bunyan de Westwood”) con descarada intención publicitaria. A partir de aquí las cosas empiezan a cambiar: Paul Bunyan va a dejar de pertenecer a los leñadores, a sus creadores originarios.
Sin duda, es un dilema difícil ese de la cultura popular. Los cuentos de los hermanos Grimm eran más duros y oscuros en sus versiones populares y hubieron de reducir el tono siniestro porque los primeros lectores, urbanitas, se quejaron al respecto... Pero gracias a ellos, son ahora bien conocidos.
ResponderEliminarLo "comercial" tiene muy mala prensa y, con todos sus vicios, a veces tiene sus virtudes. No obstante, hay quienes piensan que el hecho de que alguna manifestación artística tenga éxito comercial la degrada en calidad. Ekl Quijote fue un best seller en su época.
EliminarNo, lo más probablemente es que nunca existiera, que fuera un invento de los leñadores de Wisconsin. Pero, al fin y al cabo, esa es una nota común a casi todos los mitos.
ResponderEliminarLo de Antofagasta no la había oído nunca. Y ya leí el comentario que borraste (me llega al correo), aunque he ido a tun página donde lo desarrollas más.