He llegado a las últimas manzanas de Main Street o, mejor dicho, a las dos primeras porque vengo caminando contra la numeración, hacia el centro urbano. Cruzo Middle St y a mi izquierda tengo un edificio decimonónico de notable calidad arquitectónica. Se trata del Adams-Pickering Block, construido en 1873 con aire inequívocamente parisino (de hecho, se adscribe al estilo Segundo Imperio, el predominante en las grandes reformas de la capital francesa durante Napoleón III). Tiene cuatro plantas: la baja de grandes escaparates de vidrio enmarcados entre pilastras; la primera y segunda, aplacadas en granito con ventanas rectangulares con el lado superior curvado; y la última bajo la cubierta (muy inclinada, casi vertical) de pizarra negra, con cuatro mansardas, cada una en doble arco con reminiscencias góticas. A primera vista la fachada parece responder a una clásica composición simétrica pero la impresión es engañosa. En realidad, el edificio está dividido en dos bloques adosados, con la separación más marcada en la planta de cubierta y menos en las inferiores. La parte más meridional (la que hace esquina con Middle St) tiene seis ventanas en las dos plantas principales agrupadas en dos grupos de tres separados por una hilera ornamental en el granito de la fachada; la planta baja está compuesta con dos puertas en ambos extremos y cuatro ventanales intermedios. La otra parte del edificio tiene siete ventanas en las plantas primera y segunda, dispuestas en secuencia tres, una central y otras tres; la central, separada de los dos grupos de tres mediante la misma hilera vertical de granito, se prolonga en la planta baja con la única puerta de esta parte del inmueble, la cual tiene a cada uno de sus lados tres escaparates. La explicación a esta sutil ruptura de la simetría (resuelta con admirable elegancia) estriba en que el edificio se diseñó para albergar dos firmas comerciales distintas: la de Pickering en la parte Sur y la de Adams en la Norte. El primero, George W. Pickering (1799-1876) fue uno de los más importantes empresarios del Bangor del XIX, presidente de un banco, vicepresidente del seminario teológico y hasta alcalde de la ciudad; de Adams, el otro promotor del inmueble, no he podido averiguar nada. En todo caso, es un edificio magnífico, que con razón está incluido en el National Register of Historic Places; una de las mejores obras del arquitecto local George W. Orff (1835-1908).
Sigo andando, ya falta muy poco para llegar al hotel. Pasado el Adams Pickering Block viene un edificio de ladrillo con un restaurante de burritos que parece bastante animado. En la otra acera está el Maine Discovery Museum, un museo destinado a los niños. Está cerrado, claro, pero parece que es una de las grandes atracciones de la ciudad y una institución de la que los bangorianos están muy orgullosos. Al cruzar Cross St, miro hacia mi izquierda y veo la fachada de la Iglesia baptista de Columbia St. Me digo que, después de instruirme sobre los unitarianos, ahora debería leer la historia de los baptistas pero, la verdad, de momento me produce bastante pereza. Además, en lo que a los baptistas se refiere algo sé, no estoy en la misma profunda ignorancia que tenía sobre los unitarianos. También un movimiento disidente inglés del XVII (derivado de los anabaptistas alemanes del XVI), de corte congregacionalista, que ha florecido especialmente en el Sur de los Estados Unidos y que alberga en su seno corrientes fundamentalistas cristianas. El templo que estoy mirando fue construido en 1854 por una congregación que unos años antes, bajo la dirección del pastor Charles G. Porter, se había separado de la First Baptist Church para evangelizar al lumpen impío que proliferaba en esa época por la parte baja de la ciudad, en los aledaños del río (leñadores, marineros, tahúres, prostitutas). Es un edificio de factura bastante simplona: un cuerpo central con cubierta a dos aguas flanqueado por dos torres rematadas con sendos campanarios; no merece la pena.
Ya estoy en la última (o primera, para ser más exactos) manzana de Main, flanqueada a ambos lados por edificaciones de ladrillo, algunas antiguas y recientes otras, imitando el estilo más característico de Bangor. Cruzo la calle a la altura de un edificio con fachada de vidrio para entrar por Broad Street a la West Market Place, donde está el Charles Inn. Hotel dulce hotel, por fin; son casi las diez de la noche y estoy cansado. Recojo la llave en recepción y subo a mi habitación, la que está dedicada a Hannibal Hamlin. Sobre la encimera de mármol de la cómoda veo un libro que juraría que no estaba hace unas horas, cuando pasé un rato descansando y leyendo sobre el origen del nombre de Bangor. Es un volumen de tapas duras, con papel de calidad; se titula “Hannibal Hamlin y su época”. Debe ser que la dirección del hotel considera conveniente que, si voy a dormir en la estancia que honra al más ilustre de los vecinos de Bangor, conozca algo de su vida y milagros. No puedo rechazar tan discreta sugerencia y, tras desvestirme y darme una reparadora ducha, me tumbo en la cama y comienzo a hojear el libro, deteniéndome de vez en cuando a leer con más atención. La lectura logró engancharme así que pase un largo rato sumergiéndome en el país de la primera mitad del XIX y, sobre todo, las discusiones sobre la esclavitud que desembocarían en la Guerra Civil de la década de los sesenta. Me dormí pensando en Hamlin y sus tiempos y ello sin duda influyó en los agitados sueños (o presencias fantasmales) que me visitaron durante la noche. Pero de ello hablaré en la próxima entrega.
Con la excusa de haber acabado el cuento de mi primera jornada como turista en la ciudad reina de Maine, me entretengo dibujando sobre el Google Earth mi recorrido a través de sus calles. En amarillo el trayecto a bordo del coche de Shawna (unos dos kilómetros y medio), y en verde el pateado (unos ocho kilómetros y medio). No es demasiado para las poco más de nueve horas que han pasado desde que aterricé en Bangor; sin embargo, tengo la sensación de que llevo mucho más tiempo relacionándome con esta ciudad, conociendo sus historias y –también– divagando a partir de ellas. De hecho, la experiencia va siendo fructífera, ya que me ha dado para escribir más de cincuenta mil palabras (serían unas 85 páginas impresas en A4). En el mapa se aquí arriba he marcado los principales hitos a los que me he ido refiriendo a lo largo de treinta posts; si se clika sobre la imagen se agranda y, aunque con dificultades, se puede leer cada etiqueta.
Sigo andando, ya falta muy poco para llegar al hotel. Pasado el Adams Pickering Block viene un edificio de ladrillo con un restaurante de burritos que parece bastante animado. En la otra acera está el Maine Discovery Museum, un museo destinado a los niños. Está cerrado, claro, pero parece que es una de las grandes atracciones de la ciudad y una institución de la que los bangorianos están muy orgullosos. Al cruzar Cross St, miro hacia mi izquierda y veo la fachada de la Iglesia baptista de Columbia St. Me digo que, después de instruirme sobre los unitarianos, ahora debería leer la historia de los baptistas pero, la verdad, de momento me produce bastante pereza. Además, en lo que a los baptistas se refiere algo sé, no estoy en la misma profunda ignorancia que tenía sobre los unitarianos. También un movimiento disidente inglés del XVII (derivado de los anabaptistas alemanes del XVI), de corte congregacionalista, que ha florecido especialmente en el Sur de los Estados Unidos y que alberga en su seno corrientes fundamentalistas cristianas. El templo que estoy mirando fue construido en 1854 por una congregación que unos años antes, bajo la dirección del pastor Charles G. Porter, se había separado de la First Baptist Church para evangelizar al lumpen impío que proliferaba en esa época por la parte baja de la ciudad, en los aledaños del río (leñadores, marineros, tahúres, prostitutas). Es un edificio de factura bastante simplona: un cuerpo central con cubierta a dos aguas flanqueado por dos torres rematadas con sendos campanarios; no merece la pena.
Ya estoy en la última (o primera, para ser más exactos) manzana de Main, flanqueada a ambos lados por edificaciones de ladrillo, algunas antiguas y recientes otras, imitando el estilo más característico de Bangor. Cruzo la calle a la altura de un edificio con fachada de vidrio para entrar por Broad Street a la West Market Place, donde está el Charles Inn. Hotel dulce hotel, por fin; son casi las diez de la noche y estoy cansado. Recojo la llave en recepción y subo a mi habitación, la que está dedicada a Hannibal Hamlin. Sobre la encimera de mármol de la cómoda veo un libro que juraría que no estaba hace unas horas, cuando pasé un rato descansando y leyendo sobre el origen del nombre de Bangor. Es un volumen de tapas duras, con papel de calidad; se titula “Hannibal Hamlin y su época”. Debe ser que la dirección del hotel considera conveniente que, si voy a dormir en la estancia que honra al más ilustre de los vecinos de Bangor, conozca algo de su vida y milagros. No puedo rechazar tan discreta sugerencia y, tras desvestirme y darme una reparadora ducha, me tumbo en la cama y comienzo a hojear el libro, deteniéndome de vez en cuando a leer con más atención. La lectura logró engancharme así que pase un largo rato sumergiéndome en el país de la primera mitad del XIX y, sobre todo, las discusiones sobre la esclavitud que desembocarían en la Guerra Civil de la década de los sesenta. Me dormí pensando en Hamlin y sus tiempos y ello sin duda influyó en los agitados sueños (o presencias fantasmales) que me visitaron durante la noche. Pero de ello hablaré en la próxima entrega.
Con la excusa de haber acabado el cuento de mi primera jornada como turista en la ciudad reina de Maine, me entretengo dibujando sobre el Google Earth mi recorrido a través de sus calles. En amarillo el trayecto a bordo del coche de Shawna (unos dos kilómetros y medio), y en verde el pateado (unos ocho kilómetros y medio). No es demasiado para las poco más de nueve horas que han pasado desde que aterricé en Bangor; sin embargo, tengo la sensación de que llevo mucho más tiempo relacionándome con esta ciudad, conociendo sus historias y –también– divagando a partir de ellas. De hecho, la experiencia va siendo fructífera, ya que me ha dado para escribir más de cincuenta mil palabras (serían unas 85 páginas impresas en A4). En el mapa se aquí arriba he marcado los principales hitos a los que me he ido refiriendo a lo largo de treinta posts; si se clika sobre la imagen se agranda y, aunque con dificultades, se puede leer cada etiqueta.
Los 85 folios son los que ya me has leído. Si los posts que he publicado sobre este primer día en Bangor los imprimiera, ocuparían 85 folios. Así que no te preocupes.
ResponderEliminarAunque no hayas recorrido un gran trecho en el espacio, sí lo has hecho ene l tiempo. ;-)
ResponderEliminarEn el tiempo "real" son nueve horas. El ejercicio realizado es una especie de dilatación de ese tiempo o, si lo prefieres, congelamiento. Porque ciertamente, el tiempo que he tardado en describir esas nueve horas (y las largas digresiones) es bastante más de 9 horas.
EliminarMe gustó tu analisis del frente, y pude apreciar la casi simetría.
ResponderEliminarPregunto: Porque habrá decidido el arquitecto dejar el frente contra middle street sin ningún tratamiento similar? Es un detalle clásico habitual?
Me parece una pregunta muy pertinente, Chofer, que debería haberme planteado yo mismo. Sin que pueda asegurártelo al 100%, yo diría que no, que no es lo habitual no tratar con equivalente calidad compositiva las dos fachadas de un edifcio en esquina. Es decir, que el diseño del Adams Pickering Block se me antoja anómalo. La explicación que se me ocurre es que Middle Street no existiera cuando se proyectó y construyó el inmueble, de modo que la fachada a la actual calle fuera una pared lateral (a un espacio libre entre edificios de naturaleza claramente secundaria). Y lo cierto es que comprobando en la vista de pájaro de 1875 (el edificio es de 1873) resulta que, en efecto, entre Union Street y Market Place no parece haber ninguna transversal a Main. Un detalle de esa vista en la que puedes ver lo que te cuento está en el post "A Bangor ya no se llega en tren".
EliminarA 85 folios por día te saldría un libro "monumental" . Podría hacer hasta un periódico. Fdo. Joaquín.
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