La producción de azúcar en el mundo durante lo que llevamos de década se mueve en el orden de los 170 a 175 millones de toneladas. Esto equivale a unos 24 kilos anuales por habitante (algo más de 65 gramos diarios). Ya sé que se trata de un dato estadístico irrelevante, pero de alguna manera he de empezar este post; por sacarle una utilidad y dado que hoy en día todos sabemos lo malo malísimo que es el consumo de azúcar, que cada uno vea si está por encima o debajo de la media mundial (que más o menos equivaldría a tres cucharitas). La práctica totalidad del azúcar proviene de dos cultivos: el de caña (de azúcar) y el de remolacha (azucarera); el primero es abrumadoramente mayoritario (en torno al 80%). Lo que quizá no tsea tan conocido es que, entre nosotros, el azúcar es relativamente reciente, de finales de la Edad Media; además, hasta el siglo XVIII e incluso XIX, era un producto de lujo y el edulcorante casi exclusivo era la miel. El azúcar de la remolacha, por otra parte, es aún mucho más reciente; su cultivo orientado a la producción industrial fue impulsado por Napoleón a principios del XIX. Pero la historia que me interesa es la de la caña de azúcar, fundamentalmente por que está muy ligada a los orígenes de la esclavitud atlántica sobre la que ando curioseando.
Parece haber consenso en que el origen del cultivo de la caña es el norte de Bengala, en la India. Nearco, un almirante de Alejandro Magno, conoció la caña de azúcar en 324 aC en la expedición macedonia a la India; el historiador griego Flavio Arriano (86-175), en su Anabasis de Alejandro Magno nos cuenta que descubrieron que “existe una clase de caña que produce miel sin la intervención de las abejas”. Los romanos conocían esta planta y hablan de sus propiedades edulcorantes (Plinio, Terencio, Galeno) pero en la Antigüedad latina no llegaron a cultivarla. Durante el siglo VII, en el marco de la explosiva expansión del Islam, los árabes empezaron a plantar la caña en las riberas del Nilo y, a partir de ahí, a difundirla hacia el Oeste por el Norte de África. A inicios del siglo VIII ya se cultivaba en todo el Magreb y, lógicamente, al saltar el estrecho, Tarik y los suyos la introdujeron en el sur andaluz.
Ciertamente, durante los largos siglos de coexistencia entre moros y cristianos en la península, los segundos tuvieron que conocer el al-sukkar pero, por lo visto, no les interesó demasiado ya que, incluso después de conquistar territorios árabes donde se cultivaba la caña, no continuaron con los mismos (al menos no con la intensidad con que lo hacían los árabes). Sin embargo, lo cierto es que el azúcar proveniente del Oriente era uno de los productos estrella de los intensos tráficos comerciales medievales, protagonizados mayoritariamente por mercaderes italianos. Quizá fueron éstos quienes presionaron para evitar que el azúcar se cultivara y pasara a convertirse en un producto común, privándoles de los fuertes beneficios de su importación. Pero con la caída de Constantinopla (1453) en poder de los turcos se cerró la ruta oriental y al poco se empieza a plantar caña de forma intensiva en Sicilia y en áreas concretas de España (el litoral valenciano y el tramo granadino-malagueño). Estamos ya en la segunda mitad del siglo XV.
Llegado a este punto hay que dar un salto a Madeira. Ya he contado (muy de pasada) que este archipiélago fue incorporado a la corona portuguesa y se inició su colonización hacia 1425 por iniciativa del ya conocido Enrique el Navegante. Los primeros colonos plantan trigo, primero para su subsistencia pero en poco tiempo consiguen excedentes que permiten exportar a la metrópoli. Sin embargo, el cultivo del cereal entra en crisis y, para superarla, el infante Enrique impulsa la introducción en las islas de la caña de azúcar; no he logrado verificar la fecha, pero, por datos colaterales, tengo casi por seguro que en la década de los cincuenta ya tenían que haberse asentado los cañaverales. Tampoco he encontrado ninguna explicación de por qué se le ocurrió a este hombre singular ensayar con el azúcar; fuera por lo que fuera, lo cierto es que esa decisión influyó sobremanera en la futura historia tanto de América como del tráfico atlántico de esclavos. Lo que sí sé es que para que ayudaran y asesoraran en la implantación del nuevo cultivo recurrió a sicilianos. Que no pidiera ayuda a los andaluces, mucho más cercanos, se entiende dado que éstos pertenecían aún al reino nazarí; pero, ¿por qué no a valenciano que ya eran desde hace tiempo cristianos? No lo sé; pensé de entrada que las relaciones con Aragón no serían buenas (como no solían serlas con Castilla) pero por esa época el rey era Alfonso V, el Magnánimo, que ocupaba también el trono de Sicilia. Tal vez se debiera a la influencia de los mercaderes italianos –sobre todo genoveses–, muy presentes desde hacía tiempo en la corte lisboeta (también en Sagres, junto a Enrique) y que se ocuparían de comercializar la producción. Ahora bien, según Hugh Thomas, la caña se trajo de Valencia.
En fin, el caso es que en pocos años la isla de Madeira ya exportaba azúcar a Flandes e Inglaterra y en poco tiempo se convirtió en el espacio de mayor producción azucarera de la cristiandad, generando rentas millonarias (hacia finales del siglo había más de ochenta molinos y la producción anual rondaba 1,2 millones de kilos). Nótese que los orígenes y desarrollo del cultivo en Madeira son prácticamente coincidentes con los de la trata portuguesa a partir de la primera expedición de la Companhia de Lagos. Y, en efecto, casi desde el inicio del cultivo azucarero en estas islas se recurrió a la mano de obra esclava, primero sarracenos (entre los cuales se escogían a quienes tenían experiencia en los cultivos y posterior fabricación del azúcar) y enseguida canarios y, sobre todo, negros de la costa africana. ¿Por qué esa vinculación indisoluble entre azúcar y esclavitud ya desde sus orígenes? Las motivos que a uno se le ocurren son los más evidentes: que era un trabajo que requería mucha mano de obra (y en Madeira y posteriormente mucho más en las Antillas escaseaban trabajadores) y que era un trabajo duro, que los europeos no estaban muy dispuestos a hacer. Esta suposición me la confirma Gilles Perrault en su Libro negro del capitalismo cuando dice que “la producción de caña de azúcar fue una verdadera agroindustria: plantación y corte de la caña, triturado en los molinos azucareros, clarificación y concentración del azúcar en las calderas, cristalización, refinado posterior … Ello no puede acomodarse con una producción artesanal: exige grandes efectivos y una estricta disciplina de trabajo que sólo la esclavitud podía proporcionar en esa época”. En fin, que la dulzura del azúcar no se corresponde con el sabor de su historia. Y, por cierto, la experiencia de Madeira fue tan atractiva que los primeros colonos de Canarias no dudaron en introducir el cultivo en las islas (salvo en Lanzarote y Fuerteventura, demasiado áridas); y también aquí se importaron esclavos negros. Pero de eso no toca hablar ahora.
Hubo un tiempo en que el poder de un país se medía con el número de refinerías de azúcar que tenía. Ahora que la economía se ha diversificado, se hace uso de medidas como el PIB, que distan de ser perfectas.
ResponderEliminarEn el XVI, la mayor parte de los países europeos "clientes" de los ingenios azucareros canarios (y de Madeira) preferían el azúcar blanca, o sea, ya refinada. Eran pocos los que importaban melaza y la refinaban en su territorio (los Países Bajos, por ejemplo).
EliminarCelia Cruz, Celia Cruz, cuidadito con ella que es muy venerada en esta isla.
ResponderEliminarNo sabía lo de los bayetes haitianos en Dominicana. Donde también sigue existiendo la esclavitud es en Mauritania.
¿Te acuerdas de mi rollo sobre los unitarianos? Pues ellos fueron de los primeros (también los cuáqueros que citas) que se opusieron a la esclavitud.
ResponderEliminarSí, la verdad conviene releer antes de darle al botón de publicar. Pero bhueno, a todos nos pasa.
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