A propósito del anterior post sobre Els Segadors Lansky comentaba que pocos, puede que ninguno, himnos se salvan cuando se analizan sus letras. Parece obligado, desde luego, que el himno de un lugar (sea nación, nacionalidad, comunidad autónoma, provincia, ciudad o caserío) se deshaga en elogios al sitio procurando inflamar de amor y orgullo patrios a quienes lo escuchen. De eso se trata, es cierto, y por tanto las probabilidades de caer en la cursilería babosa o en el pacatismo nacionalista son muy altas. Sin embargo, lo que pretendía destacar de la letra de Els Segadors no era eso, sino su agresividad; loa a Cataluña, es verdad, pero sobre todo amenazando a sus supuestos enemigos. Sin duda, hay otros ejemplos de himnos agresivos, incluso más violentos como el más conocido de todos, que es La Marsellesa (no sé a qué esperan los gabachos para cambiar el texto por otro más acorde con los tiempos, manteniendo, eso sí, la magnífica música). En todo caso, hay que decir que el himno francés fue compuesto para enardecer a las tropas que iban a la batalla contra los prusianos, mientras que el catalán surge en un contexto de paz. Por cierto, es recomendable leer la historia de la creación del himno francés narrada por Stefan Zweig en el capítulo “El genio de una noche, La Marsellesa, 25 de abril de 1792”, de su libro “Momentos estelares de la humanidad”.
Pero centrémonos en los himnos de esta nación de naciones que nos ha tocado habitar, revisemos los himnos de las otras comunidades autónomas para compararlos con el catalán. Digamos, de entrada, que de las 17 comunidades, hay cuatro que aún carecen de himno oficial y son las dos Castillas, Murcia y Baleares. No significa que en estas tierras no cuenten con piezas musicales que sean consideradas popularmente las que representan la región (por ejemplo, en Murcia muchos creen que el himno es un tema de una zarzuela), pero no se ha aprobado la pertinente Ley autonómica que establece cuál es el himno, fijando su letra y melodía. Si observamos las fechas de las quince leyes autonómicas que nos interesan encontramos algunas sorpresas. Las dos primeras son Andalucía y el País Vasco, lo cual no extraña demasiado máxime cuando en ambos casos se adoptan composiciones ya existentes de fuerte carga “nacional” (luego volveré sobre ello). Pero la tercera comunidad resulta ser Madrid, que aprueba su ley apenas dos meses después de constituirse como Comunidad Autónoma (ya veremos luego que tanto la iniciativa –de Leguina– como el resultado –de García Calvo– no dejan de ser un ejercicio de ironía nada nacionalista). Luego, en 1984, se aprueban las leyes de los himnos de Galicia, Asturias, los tres incorporando también piezas ya existentes con fuerte reconocimiento popular. En lo que quedaba de la década de los ochenta se aprobaron, por este orden, los de La Rioja, Extremadura, Navarra, Cantabria y Aragón. Curiosamente, Els Segadors no se oficializa hasta 1993, de modo que Cataluña pasa a ser la penúltima autonomía que a la fecha cuenta con himno oficial. La última es la mía, Canarias,que aprobó su Ley en 2003. Ha pasado una década y media y ninguna de las comunidades huérfanas de himno se ha animado a oficializar ninguno. Y no pasa nada, por cierto.
Pasemos ya a fijarnos en las letras y empezaremos después de descartar el vasco porque no la tiene. El Eusko Abendaren Ereserkia, una melodía popular de autor desconocido que se interpretaba antes del inicio de la danza, le puso letra Sabino Arana para crear el Gora ta gora (Arriba y arriba) que se convirtió en el himno del Partido Nacionalista Vasco. Pese a su carácter partidista, el Gobierno Vasco de la República –de breve duración– adoptó este tema como himno de Euskadi, aunque sin la letras. El primer parlamento vasco después de Franco aprobó esta melodía como himno oficial en 1983, no sin polémica. De hecho, antes de que el Gobierno de Garaicoechea presentara la proposición de Ley, ya se había interpretado la pieza con carácter oficial, por ejemplo, en una visita al País Vasco de Adolfo Suárez, lo que motivó una airada interpelación en el parlamento del socialista Ricardo García Damborenea, quien poco después se implicaría en los GAL, sería condenado y expulsado del PSOE. Luego, en los debates, la oposición (especialmente Euskadiko Ezkerra) propuso que el himno de la Comunidad Autónoma fuera el Gernikako Arbola, porque ése era que que había “identificado a todos los vascos, independientemente de las ideologías, reflejado simbólicamente nuestra personalidad, unidad y libertad”; además, decía José Luis Lizundia, el Árbol de Guernica “es un canto a la universalidad, uno de los pocos himnos que en Europa hablan de la universalidad y no plantean nacionalismos chauvinistas”. Con no poca lógica, la oposición al Eusko Abendaren Ereserkia se basaba en el carácter partidista de ese himno, aunque no se incorporara la letra de Arana. No obstante el PNV se salió con la suya, gracias al apoyo del CDS que le permitía alcanzar por los pelos la mayoría absoluta (al fin y al cabo, también la ikurriña es obra del prolífico fundador del PNV). A los efectos de lo que nos interesa, se comprueba que no es necesario que haya textos para que un himno sea acusado de nacionalista. Hay que decir, por cierto, que la letra del Gora ta gora no es más que una ramplona loa al más rancio tradicionalismo vasco de los fueros y Dios.
Pasemos ya a fijarnos en las letras y empezaremos después de descartar el vasco porque no la tiene. El Eusko Abendaren Ereserkia, una melodía popular de autor desconocido que se interpretaba antes del inicio de la danza, le puso letra Sabino Arana para crear el Gora ta gora (Arriba y arriba) que se convirtió en el himno del Partido Nacionalista Vasco. Pese a su carácter partidista, el Gobierno Vasco de la República –de breve duración– adoptó este tema como himno de Euskadi, aunque sin la letras. El primer parlamento vasco después de Franco aprobó esta melodía como himno oficial en 1983, no sin polémica. De hecho, antes de que el Gobierno de Garaicoechea presentara la proposición de Ley, ya se había interpretado la pieza con carácter oficial, por ejemplo, en una visita al País Vasco de Adolfo Suárez, lo que motivó una airada interpelación en el parlamento del socialista Ricardo García Damborenea, quien poco después se implicaría en los GAL, sería condenado y expulsado del PSOE. Luego, en los debates, la oposición (especialmente Euskadiko Ezkerra) propuso que el himno de la Comunidad Autónoma fuera el Gernikako Arbola, porque ése era que que había “identificado a todos los vascos, independientemente de las ideologías, reflejado simbólicamente nuestra personalidad, unidad y libertad”; además, decía José Luis Lizundia, el Árbol de Guernica “es un canto a la universalidad, uno de los pocos himnos que en Europa hablan de la universalidad y no plantean nacionalismos chauvinistas”. Con no poca lógica, la oposición al Eusko Abendaren Ereserkia se basaba en el carácter partidista de ese himno, aunque no se incorporara la letra de Arana. No obstante el PNV se salió con la suya, gracias al apoyo del CDS que le permitía alcanzar por los pelos la mayoría absoluta (al fin y al cabo, también la ikurriña es obra del prolífico fundador del PNV). A los efectos de lo que nos interesa, se comprueba que no es necesario que haya textos para que un himno sea acusado de nacionalista. Hay que decir, por cierto, que la letra del Gora ta gora no es más que una ramplona loa al más rancio tradicionalismo vasco de los fueros y Dios.
Comencemos a leer letras de himnos y primero las más antiguas. Hay tres que se datan en la última década del siglo XIX: el gallego, el asturiano y el catalán (la música del canario es incluso anterior, de la década de 1880, porque pertenece a la obra Cantos Canarios de Teobaldo Power; pero la letra fue compuesta en los 2000 por Benito Cabrera para oficializar el tema como himno regional). El himno gallego es el resultado de la colaboración entre Pascual Veiga, músico, y Eduardo Pondal, poeta –ambos vinculados al Rexurdimento– con la intención de presentar la composición a un certamen organizado por el Orfeón de La Coruña para elegir la mejor marcha regional gallega. Sin embargo, donde terminó de cuajar el himno fue en Cuba, ya que, a partir de 1907, el Centro Gallego de La Habana se encargó de promoverlo como símbolo de la tierra lejana. Luego, durante la dictadura de Primo, se prohibió lo que vino a significar el espaldarazo definitivo que culminó con su reconocimiento oficial en la Segunda República. La letra (que comprende las primeras estrofas del poema Os Pinos) es una loa al paisaje gallego que después deriva a una invocación al despertar de la nación (del hogar de Breogán) porque son llegados los tiempos de la redención. Nada original, sin duda, porque recurre a los obligados tópicos de cualquier nacionalismo. Sin embargo, no se detectar agresividad en la letra; tan solo una alusión ambigua a “los ignorantes y débiles y duros, imbéciles y oscuros (que) no nos entienden”. En todo caso, mucho más light a este respecto que Els Segadors, pese a que son composiciones de la misma época que se enmarcan en movimientos culturales nacionalistas análogos.
El otro himno de letra ochocentista es el archiconocido Asturias, patria querida. Si bien hay quienes sostienen que la melodía proviene de una que cantaban los mineros de Silesia que fueron a trabajar a las minas asturianas a principios del XX y la letra fue compuesta por un cubano en los años veinte en homenaje a su padre asturiano, me creo más la protesta de José Ignacio Lájara que, en carta de octubre de 2009 al periódico La Nueva España, sostiene convincentemente que el APQ comparte rasgos melódicos-rítmicos con no pocas canciones tradicionales asturianas, y que la mayoría de los versos se repiten también en el cancionero popular de esa tierra (e incluso de la cántabra y leonesa). Por tanto, considerémosla como una creación popular a la que se le pueden aplicar los conocidos versos de Machado (“Hasta que el pueblo las canta,/ las coplas, coplas no son,/ y cuando las canta el pueblo,/ ya nadie sabe el autor”). La letra, que casi todos hemos cantado más de una vez, carece del más mínimo asomo de agresividad, ni siquiera puede tildarse de nacionalista, pues lo único que se acerca es la declaración de amor a Asturias y el anhelo de estar allí “en todas las ocasiones” (deseo que, por cierto, me parece muy comprensible y que más de un lector de este blog sin duda comparte). A mí he de reconocer que me encanta –diría que hasta me emociona– que el himno de una Comunidad Autónoma hable de subir a un árbol, coger una flor y dársela a la novia para que la ponga en el balcón. Cantando letras así no se puede ser nacionalista.
Seguiré con los otros himnos en un próximo post.
Buen repaso. Como andaluz que no se siente precisamente andaluz, me alegro de que el himno de Andalucía no tenga una letra agresiva. Como mucho es algo chauvinista, pero incluso así no deja de mencionar a España y la Humanidad entre los objetivos por los cuales los andaluces deberían levantarse.
ResponderEliminarTe me has adelantado, Capolanda, que todavía no he hablado del himno de Andalucía; ya lo haré en el próximo post.
EliminarSiempre he cantado Asturias, patria querida alegre por fuera y sobre todo bien contento por dentro, y como soy un mal pensado, lo de ‘subir’ al ‘árbol’ y sobre todo lo de ‘coger’ “la flor”, siempre lo he interpretado en clave… sexual. Soy un puto enfermo.
ResponderEliminarNo eres el primero que conozco -y no cuento a ningún argentino- que interpreta lo de "coger la flor" en sentido erótico. Así que tranquilo, la tuya no es una "enfermedad" rara ni mucho menos peligrosa.
EliminarNo tengo en Asturias más raíces que la mitad de las de mi mujer, pero comparto, desde luego, el deseo de estar allí en las más ocasiones que pueda, y hasta lo cumplo bastante, dentro de mis limitaciones de asalariado; es, probablemente, el lugar del mundo donde más a gusto estoy. El himno me cae simpático, como a todo el mundo, pero me cuesta trabajo tomármelo en serio -un motivo más de simpatía-. Un amigo asturiano comentaba siempre lo feliz que le hacía, en algunas ocasiones oficiales solemnes en que se entona el himno, escuchar al señor Obispo cantar muy serio lo de subir al árbol, coger la flor y dársela a su morena. Aún sin compartir las enfermizas interpretaciones sexuales de Lansky, no parece muy propio que el Obispo hable en público de su morena, pero siempre lo será más que oírle cantar estrofas guerreras sobre el adecuado destripe del enemigo. Digo yo.
ResponderEliminar(Por cierto, me ha llamado la atención que la traducción de La Marsellesa que cuelgas traduzca "abreuve nos sillons" como "abrume nuestros surcos". "Abreuver", con la misma raíz que el español "abrevar", significa "proveer abundantemente de líquido a los seres vivos, al suelo o a algunos materiales para calmar su sed o impregnarlos hasta la saturación". La traducción más aproximada que se me ocurre sería "empapar": "que una sangre impura empape vuestros surcos". Nada que ver, desde luego, con abrumar.
Hombre, la morena del Obispo podría ser la Virgen a la que ama devotamente y quiere ofrecer una bonita flor. En cuanto a la letra del himno, al margen de que, en efecto, cuesta tomársela en serio, a mí lo que más me gusta esa expresión del deseo de estar en Asturías las más ocasiones posibles. Me parece la más bella y limpia concreción del amor a una tierra, sin necesidad de glorificaciones hiperbólicas ni, mucho menos, ardores belicosos.
EliminarLa versión de "Asturias, Patria querida" que cuelgas está en Sol Mayor (no sé si será la tonalidad canónica y obligada o si, más de acuerdo con el carácter de este himno, puede interpretarse en la tonalidad que más le pete a cada uno, según la inspiración del momento; desde luego, los tradicionales borrachos que la cantan en los bares dudo mucho que se paren a elegir el tono antes de empezar a berrear). Según la interpretación romántica del carácter de cada tonalidad a la que me referí en el post de Els Segadors, Sol Mayor tiene un carácter "dulcemente jovial, idílico, lírico, calmado, pasión satisfecha, gratitud por la amistad verdadera y el amor esperanzado, emociones gentiles y pacíficas".
ResponderEliminarEl himno gallego está en Fa Mayor ("furioso y arrebatado"). El vasco comienza con una breve introducción en La Mayor ("alegre, campestre, declaración de amor inocente, satisfacción, la esperanza de volver lo que le pertenece a uno de nuevo al regresar de una partida, juventud, aplausos y creencia en Dios") pero se pasa enseguida a Re Mayor ("Feliz y muy guerrero. El triunfo, Aleluyas, júbilo, victoria").
Me admiras e intrigas, Vanbrugh: ¿Identificas la tonalidad de una pieza musical simplemente escuchándola o dispones de alguna ayuda (tipo software o así)?
EliminarJe, je... Dispongo de un sofisticado software llamado "diapasón". Escuchas la música, descompones el acorde que acompaña a la primera frase en sus tres notas básicas (todos los acordes se componen, básicamente, de tres notas, aunque la orquesta haga sonar más), ordenas esas tres notas de abajo a arriba (de más grave a más aguda) de manera que la segunda (en orden) sea una tercera (en intervalo) de la primera, la tercera otra tercera de la segunda y la cuarta (que vuelve a ser la primera, una octava más arriba) una cuarta de la tercera; y, con el diapasón (si tuviera oído absoluto podría prescindir de él, pero no es ¡ay! el caso) averiguas qué nota es la que, así ordenadas las tres, va en primer y cuarto lugar. Esa es la tónica, la que da nombre al acorde. Si resulta ser Mi, pues el acorde es Mi, y así siguiendo. En cuanto a si es un acorde mayor o menor, depende de la longitud del intervalo que separa la tónica, (la primera nota) de la segunda. Si es una tercera mayor (cuatro semitonos), el acorde está en modo mayor. Si es una tercera menor (tres semitonos), en menor.
EliminarAsí explicado parece muy largo, muy complicado y muy técnico. No lo es, en absoluto. Es una chapuza de aficionado profano (probablemente un músico profesional se llevaría las manos a la cabeza al leer esta explicación) y se hace más o menos en los dos segundos siguientes a oir el arranque de la música. De hecho, lo primero que sabes es si es mayor o menor, porque suenan de modo por completo diferente e inmediatamente identificable por un oído mínimamente avezado. Es decir, al oir la música yo ya sé, sin pensar, si la tonalidad es mayor o menor, y lo único que tengo que hacer es buscar en el diapasón la tónica (que también se identifica inmediatamente, sin necesidad de análisis, con solo escuchar la música) para saber cómo "se llama", es decir, qué nota es.
En mi descargo, debo decir que esta maniobra es en mí por completo autodidacta y casi instintiva. Empecé a hacerla a los seis años, con ayuda del piano de casa, y no he dejado de hacerla desde entonces con cuanta música escucho o, simplemente, me suena en la cabeza. Durante bastante tiempo me desalentó la comprobación de que no acertaba nunca: siempre calculaba las tonalidades tono y medio por debajo de las "oficiales" y no sabía por qué. Cuando me resolví a consultarlo con mi padre (yo era un niño más bien reservado), me aclaró el misterio: el piano de casa estaba afinado tono y medio más bajo, porque era muy antiguo y el afinador aseguraba que la "caja" no habría resistido la tensión de las cuerdas con la afinación correcta. Desde entonces me conseguí un diapasón y me tranquilicé sobre la exactitud de mis cálculos personales, que empezaron a coincidir con los oficiales, una vez corregido el "desnivel" que originaba el piano mal afinado. Es así como le perdí el respeto a los misterios de la composición.
(Nunca aprendí a tocar la guitarra, pero mis hermanos que sí lo hacían me llamaban cada vez que no daban con el acorde correcto, para que les dijera de qué notas se componía el acorde buscado y se las buscara en los trastes. Digamos que soy un teórico...)
Lo he contado mal, mis cálculos siempre me daban tono y medio por arriba de los oficiales (escuchaba la Sexta de Beethoven, en Fa Mayor, y mis cálculos me decían que estaba en Sol sostenido Mayor), precisamente porque el piano con que identificaba las notas estaba afinado tono y medio más bajo.
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