Una de las obsesiones del Conde Duque era contar con fuerzas militares permanentes de la Corona en Cataluña y que estos contingentes, en la máxima medida, estuvieran formados y sobre todo pagados por los propios catalanes. Sin embargo, las Constituciones catalanas impedían al Rey disponer de tropas en el Principado salvo para defenderlo y, además, los catalanes eran insoportablemente tenaces resistiéndose a conceder ayudas financieras o militares a los Austrias. De hecho, los intentos (frustrados) de Olivares de crear un modelo homogéneo en la monarquía hispánica, al menos en relación a las acuciantes necesidades defensivas (muy en particular contra la Francia de Richelieu), están en la base de la famosa Revuelta de los catalanes iniciada con el Corpus de sang de 1640 (al que se alude en la letra de Els Segadors). En ese conflicto, la Generalidad de Pau Claris, en indiscutible acto de traición, se alió con Luis XIII, el enemigo del rey natural, Felipe IV. De este modo, durante más de una década, Cataluña se convirtió en el escenario de guerra entre las monarquías francesa y española, que supuso grandes daños para España, pero los peores para el propio Principado (el principal de ellos, la definitiva pérdida del Rosellón).
Para ayudar a los ejércitos franceses en la guerra, Pau Claris ordenó a Francesc Cabanyes que creara un cuerpo de milicias auxiliar al que se llamó Companyia d'Almogàvers, aunque enseguida se conocieron como “migueletes” (miquelets), parece que por el nombre de uno de sus primeros comandantes (Miquelot de Prats). Se pretendía que actuaran en misiones de apoyo como fuerzas especiales, con mucha más flexibilidad que el ejército regular francés y lo cierto es que, sobre todo al principio de la guerra, alcanzaron señalados éxitos contra las tropas de Felipe IV. Sin embargo, solo dos años después, los propios líderes rebeldes decidieron disolver este cuerpo debido a su incontrolable indisciplina, que les llevaba a realizar numerosas acciones de pillaje. Pero el modelo –fuerzas irregulares– gustó y volvió a resucitarse en 1689 (durante la Guerra de los Nueve Años) y en los años –1705 a 1713– del breve reinado del pretendiente austracista en Cataluña, cuando se mostraron muy eficaces en los ataques a los borbónicos, en especial en el área del Maestrazgo. Lógicamente, tras el triunfo de los partidarios de Felipe V, los odiados migueletes fueron disueltos y los que quedaron pasaron a la clandestinidad como guerrilleros. Para acabar con ellos (y también como fuerzas de orden público), la nueva administración borbónica creó los mossos d’esquadra (no deja de ser irónico que el nacionalismo catalán haya recuperado para su policía un cuerpo creado por quienes lo habían derrotado).
Al poco de acceder al trono español, Carlos III hubo de enfrentarse al agresivo expansionismo inglés en América que desembocó en la guerra angloespañola (1761-1763), parte de la más amplia Guerra de los Siete Años. Para reforzar los débiles ejércitos regulares, se constituyeron una serie de compañías de voluntarios. Entre ellas, en 1762, se formó la de Cataluña, organizada siguiendo el modelo de los antiguos migueletes. La recluta se inició enseguida y ese mismo año voluntarios catalanes participaron en la invasión (frustrada) de Portugal. Tras la firma de la Paz de París, había motivos más que fundados para pensar que debían reforzarse las tropas que defendían las posesiones coloniales (los británicos habían ocupado con facilidad La Habana y Manila), de modo que se siguió reclutando soldados para la Compañía con la intención de enviarlos a América. Aunque la sede de la compañía de voluntarios estaba en Barcelona, la mayoría de las levas se hicieron en las comarcas prepirenaicas y del interior de Cataluña. Quiero suponer que hacia el invierno de 1767 los reclutadores pasarían por la Segarra y el jovencísimo José Joaquín Ticó –andaría por los diecisiete años–, ansioso por escapar de Sedo, se enrolaría con la cabeza llena de fantasías aventureras. Podemos imaginarnos al chaval todo ufano embutido en su uniforme nuevo: casaca y pantalones hasta las rodillas de lana de color azul, chaleco, bocamangas y cuello de la casaca amarillos, botones plateados, camisa blanca y corbata negra, sombrero o tricornio negro con un ribete amarillo y un lazo pequeño rojo, los zapatos negros y las medias blancas.
Dos años antes, en 1765, el rey había nombrado a José de Gálvez y Gallardo –por entonces uno de los juristas más reputados de la Corte– visitador del Virreinato de la Nueva España, con el encargo de reorganizar en todos los órdenes ese inmenso territorio que andaba manga por hombro. Parece que fue Gálvez el que requirió urgentes refuerzos militares y por eso, en mayo de 1767, salió de Cádiz hacia Veracruz la flamante Compañía, formada por 4 oficiales, 4 sargentos, 2 tambores y 94 cabos y soldados. De Veracruz, en el Golfo de México, la Compañía fue enviada a Guadalajara, cercana a la costa del Pacífico. Conviene señalar que era la primera vez que una compañía militar enteramente catalana era enviada fuera de la Península. Lo cierto es que Gálvez quedó encantado con el comportamiento de los soldados catalanes, tanto que –como contaré en un siguiente post– mostró luego una marcada preferencia en el recurso a estos militares para el gobierno de las regiones del Noroeste mexicano y de las Californias. Ha de tenerse en cuenta que los oficiales de la Companyia tenían ya probada experiencia en el ejército español, en especial el capitán Agustí Callis, pero también el segundo, el teniente Pere Fages, y los dos subtenientes, Pere d’Alberni y Esteban Vilaseca. En todo caso, lo que estaba ocurriendo en la segunda mitad del XVIII –y de lo que la Companyia Franca de Voluntaris es buena muestra– era un cambio radical en cuanto al encaje de Cataluña en España. Pareciera que la vieja actitud de mutua desconfianza entre Castilla y Cataluña durante los Austrias se empezó a desarticular. Desaparecida la prohibición catalana a involucrarse en acciones militares exteriores al Principado, la participación de éstos empresas de la monarquía también trajo consigo la apertura de América a los catalanes.
Este cambio de contexto determinará plenamente la vida de nuestro protagonista, de José Joaquín Ticó, que, siendo un adolescente de la Cataluña interior que ni siquiera habría visto nunca el mar, se embarcó nada menos que para cruzar el charco y allí, en América, viviría el resto de sus días, sin volver nunca más a su tierra natal. Por cierto, no tengo ninguna prueba pero, como me he dado licencia para fantasear, digamos que si Ticó siendo tan joven fue aceptado en la Compañía fue debido a que a su favor intercedió Pere Fages, natural de Guisona, localidad a solo 8 kilómetros al Norte de Sedó. No me parece inverosímil que el teniente conociera e incluso mantuviera amistad con la familia Ticó. Digamos que sí y, por tanto, pensemos que el chico fue encomendado a los cuidados del paisano. Asumiré esta hipótesis y así podré seguir la biografía de José Joaquín fijándome en la de Fages, más documentada.
Dos años antes, en 1765, el rey había nombrado a José de Gálvez y Gallardo –por entonces uno de los juristas más reputados de la Corte– visitador del Virreinato de la Nueva España, con el encargo de reorganizar en todos los órdenes ese inmenso territorio que andaba manga por hombro. Parece que fue Gálvez el que requirió urgentes refuerzos militares y por eso, en mayo de 1767, salió de Cádiz hacia Veracruz la flamante Compañía, formada por 4 oficiales, 4 sargentos, 2 tambores y 94 cabos y soldados. De Veracruz, en el Golfo de México, la Compañía fue enviada a Guadalajara, cercana a la costa del Pacífico. Conviene señalar que era la primera vez que una compañía militar enteramente catalana era enviada fuera de la Península. Lo cierto es que Gálvez quedó encantado con el comportamiento de los soldados catalanes, tanto que –como contaré en un siguiente post– mostró luego una marcada preferencia en el recurso a estos militares para el gobierno de las regiones del Noroeste mexicano y de las Californias. Ha de tenerse en cuenta que los oficiales de la Companyia tenían ya probada experiencia en el ejército español, en especial el capitán Agustí Callis, pero también el segundo, el teniente Pere Fages, y los dos subtenientes, Pere d’Alberni y Esteban Vilaseca. En todo caso, lo que estaba ocurriendo en la segunda mitad del XVIII –y de lo que la Companyia Franca de Voluntaris es buena muestra– era un cambio radical en cuanto al encaje de Cataluña en España. Pareciera que la vieja actitud de mutua desconfianza entre Castilla y Cataluña durante los Austrias se empezó a desarticular. Desaparecida la prohibición catalana a involucrarse en acciones militares exteriores al Principado, la participación de éstos empresas de la monarquía también trajo consigo la apertura de América a los catalanes.
Este cambio de contexto determinará plenamente la vida de nuestro protagonista, de José Joaquín Ticó, que, siendo un adolescente de la Cataluña interior que ni siquiera habría visto nunca el mar, se embarcó nada menos que para cruzar el charco y allí, en América, viviría el resto de sus días, sin volver nunca más a su tierra natal. Por cierto, no tengo ninguna prueba pero, como me he dado licencia para fantasear, digamos que si Ticó siendo tan joven fue aceptado en la Compañía fue debido a que a su favor intercedió Pere Fages, natural de Guisona, localidad a solo 8 kilómetros al Norte de Sedó. No me parece inverosímil que el teniente conociera e incluso mantuviera amistad con la familia Ticó. Digamos que sí y, por tanto, pensemos que el chico fue encomendado a los cuidados del paisano. Asumiré esta hipótesis y así podré seguir la biografía de José Joaquín fijándome en la de Fages, más documentada.
Desde luego, se ha embarcado en un viaje mayúsculo. Todo un cambio que supongo que irás describiendo con detalle.
ResponderEliminarCon detalle me temo que no. En realidad, de José Joaquín Ticó no ha sobrevivido más que el nombre y los pocos datos que ya he aportado. Su historia, por tanto, será en gran medida inventada aunque, eso sí, procurando que sea verosímil.
EliminarVeo deambulando por Internet que el origen del nombre de los Migueletes es bastante controvertido. He encontrado quien lo atribuye al tal Miquelot y quien niega esa atribución.
ResponderEliminarEn cualquier caso hay bastante consenso en que el cuerpo militar recibía ese nombre por el arma que usaba y, en concreto, por el modelo de llave de chispa de esa arma -que acabó refiriéndose al arma entera- al que se conocía como llave de miguelete (Miquelet lock en inglés) y que parece ser un invento específicamente español que sustituyó con ventaja, a mediados del XVI, a los modelos anteriores, más vulnerables al viento y a la lluvia. Hay que ver en qué cosas innovamos. Lo que no he conseguido averiguar es por qué esa llave se llamaba así, pero dudo que sea por el tal Miquelot, que nació casi un siglo después de que se inventara y se bautizara la llave en cuestión.
En abono de que los Migueletes se llamaban así por su fusil, y no por su fundador, está el hecho de que ha habido migueletes, con ese mismo nombre, en otras zonas de España, en concreto en el País Vasco.
Leo en un blog que los voluntarios catalanes portaban un arma larga, que podía ser una escopeta o un mosquete de calibre 69, ambos de chispa, aunque algunos utilizaron un fusil ligero de calibre 19. En efecto, parece que esas armas conseguían la ignición mediante la llave de patilla, invento español que, por lo visto, aparece documentado hacia 1580, mucho antes, pues, de que aparecieran los primeros migueletes catalanes (en 1640).
EliminarAhora bien, esta llave de chispa se conocía en España como “de patilla”. Su popularización en todo el mundo como “llave de Miquelet o Miguelete” se debe a los historiadores ingleses en sus crónicas sobre la Guerra de la Independencia. Nicolás Borja Pérez (/https://revistas.ucm.es/index.php/MILT/article/viewFile/MILT9090110147A/3506) dice que “de entre los varios relatos que tratan de explicar el origen del nombre, parece que el más verosímil es el que lo relaciona con el armamento de los llamados Miquelets en catalán y Migueletes en español, milicia especial de carácter mercenario, y algunas veces voluntario, que se reclutaba por las Diputaciones para reforzar las tropas regulares. El nombre de Miquelets lo toman de uno de sus primeros capitanes llamado Miquelot de Prat”.
Es decir, que el sistema de ignición se pasó a llamar así (en fecha bastante posterior a su invento) por los migueletes y no los migueletes por el arma. Si es cierto que fueron los ingleses quienes inventaron y popularizaron el nombre ya en el XIX (porque en la documentación previa nunca esas armas se llamaban así), la argumentación me parece convincente, máxime cuando, como dices, no has encontrado ninguna explicación que asocie el término al arma. En cuanto a los migueletes vascos y navarros, todos ellos son posteriores a la guerra de Independencia y, por lo tanto, para ellos sí es verosímil admitir que se llamen así por los fusiles que llevaban, porque éstos ya sí serían denominados con ese término.
Ya sabía yo que tú, con más sistema y más rigor que los que yo suelo aplicar a mis andanzas internéticas, dejarías clara la cuestión.
EliminarSi no lo he entendido mal, el nombre vino en principio del amigo Miquelot, para referirse a los milicianos que capitaneaba. De estos, pasó al arma que usaban, caracterizada por un especial sistema de ignición que, a su vez, recibió el nombre del arma en la que por primera vez lo habían visto emplear los ingleses que así lo llamaron. O sea, justo el proceso inverso al que apuntaba yo.
Cuando yo digo que hay pocas cuestiones más entretenidas que el estudio del lenguaje y de las palabras...