Andrea de Jorio nació en 1769 en Procida, una pequeña isla de apenas cuatro kilómetros cuadrados enfrente del extremo Norte de la bahía napolitana, entre la costa y la más famosa de Ischia. Conviene recordar que por aquellas fechas el reino de Nápoles era gobernado por los Borbones; de hecho, durante la mayor parte de su vida, Andrea fue súbdito y servidor de Fernando, tercer hijo varón de nuestro Carlos III (que fue rey de Nápoles y luego de las Dos Sicilias entre 1767 y 1825, salvo el lapso de la República Napolitana impuesta por Bonaparte). Pero volvamos a de Jorio: estudió en el seminario arzobispal de Nápoles (lo que me hace pensar que provenía de familia de posibles) y se ordenó sacerdote. Enseguida mostraría sus dotes, porque en 1805, en la mitad de su treintena, en los momentos álgidos de las guerras de los monarcas absolutistas europeos contra los ejércitos imperiales y revolucionarios de Napoleón, fue nombrado canónigo de la Catedral de la capital de Campania. En 1810 le nombran inspector general de instrucción pública del reino y al año siguiente pasó a ser conservador de la sala de los vasos etruscos del Real Museo Borbónico. Ahí le nació el interés por las antigüedades, y empezó a patearse excavaciones, a investigar y descubrir, y finalmente a publicar y convertirse en una de las autoridades más reconocidas en la arqueología de la región, prestigio que mantuvo hasta finales del XIX.
Pero el bueno de Andrea no debe su fama a la arqueología sino a su afición por la aspaventosa gestualidad de sus paisanos de la que, a través de la comparación con representaciones pictóricas de sus antigüedades, trazó la genealogía hasta emparentarla con la de los colonos griegos que fundaron la ciudad setecientos años antes de Cristo. En 1832 publicó La mímica degli antichi que, según no pocos estudiosos, convierte a De Jorio en el precursor o fundador de este campo de la etnografía. Sin embargo, gracias a un artículo de Benedetto Croce (Il Linguaggio dei gesti, en el número de enero de 1931 de la revista La Critica), descubro que, doscientos y pico años antes que el napolitano, un tal Giovanni Bonifacio (1547-1635), jurisconsulto y súbdito de la República de Venecia, escribió un grueso volumen titulado “El arte de los signos, con la cual, formándose un discurso visible, se trata de la muda oratoria, que no es otra cosa que un elocuente discurso”. Tan expresiva cabecera nos permite deducir la intención política del autor en unos tiempos en que a menudo no convenía ser demasiado explícito con las palabras (hemos avanzado, pero aún no hemos llegado). En todo caso, Bonifacio, pese a haber recopilado y descrito más de seiscientos gestos, casi ha quedado olvidado, si no fuera por el reconocimiento de eruditos como Croce.
La wikipedia italiana registra una anécdota paradójica del canónigo catedralicio: pese a haber descrito detalladamente el gesto delle corna que entre los italianos se usa como conjuro para evitar la mala suerte, lo cierto es que el hombre tenía fama en Nápoles de ser uno de los mayores gafes de la ciudad. Así, por ejemplo, y según cuenta Dumas en su libro de viajes El Corricolo, estuvo larguísimo tiempo solicitando audiencia ante el Rey para presentarle una publicación y cuando por fin se la conceden es en la fecha de la muerte del monarca. Pero, prescindiendo de chismorreos banales, dejemos constancia de que el libro se lo dedicó al entonces príncipe heredero de Prusia, el futuro Federico Guillermo IV (1795-1861), que tiene 380 páginas de texto y 19 de ilustraciones y que entre las primeras y las segundas aparece un escrito de Giuseppangiolo del Forno (del cual solo he averiguado que escribió en 1837 una carta sobre el contagio del cólera) en el cual se dice lo siguiente: “Ahora nuestro célebre señor canónigo Andrea de Jorio, más conocido entre los extranjeros, pese a estar junto a nosotros por su literatura y por su exacto conocimiento de todos los monumentos de la siempre venerada Antigüedad, motivos por los cuales será eternamente famoso y estimado en el Reino de Nápoles, ha sabido con inmenso trabajo interpretar y dilucidar los gestos de los antiguos de los vasos, las pinturas, los bajorrelieves, las obras clásicas … Y además se ha esforzado en demostrar, con razones muy convincentes, que la mímica que ellos usaban mantiene una estrecha relación con la gestualidad del pueblo napolitano, colonia en un tiempo de la gloriosa Atenas.” Tantas loas fueron confirmadas años después nada menos que por Wilhelm Wundt, el fundador de la psicología experimental (aunque Croce en el artículo citado desdeña las aseveraciones del alemán). Todo ello nos lleva a pensar que la publicación del canónigo debió ser, en efecto, la que marcó los inicios del interés por este lenguaje no verbal, por sistematizar y comparar los distintos gestos que existen en todas las culturas.
Que yo conozca a Andrea de Jorio y su obra no es mérito de mi enciclopédica cultura sino consecuencia de que una amiga y compañera de trabajo me trajo ayer un librito titulado Supplemento al dizionario italiano, publicado en 1963. El libro, desde el punto de vista de su composición, es una preciosidad, lo cual no debe sorprender pues su autor es nada menos que Bruno Munari (1907-1998), sin duda uno de los grandísimos del diseño del siglo pasado. Pero evitaré divagar a propósito de Munari (quizá en otra ocasión), para referirme a esta obra concreta. El esquema compositivo es sencillo: las páginas a la izquierda (pares) contienen en cuatro idiomas (italiano, inglés, francés y alemán; niente spagnolo) los textos que explican las imágenes que aparecen en las correspondientes páginas a la derecha (impares, aunque éstas sin numeración). Las primeras páginas recogen antiguos gestos napolitanos, algunos de los del canónigo y estampas de comportamientos de la vida social napolitana, todos ellos ilustrados con dibujos. Luego, a partir de la página 20, desfila un catálogo de gestos, uno por hoja, con su descripción textual y una fotografía en blanco y negro. He de señalar que en la introducción se habla de De Jorio añadiendo que “con el pasar del tiempo y el difundirse de los napolitanos, muchos de estos antiguos gestos han devenido de uso nacional y algunos incluso son comprendidos en muchas partes del mundo”. Concluye el prologo asegurando que lo que se pretende con la documentación aportada es facilitar la comprensión a los extranjeros que visitan Italia (de ahí lo de suplemento al diccionario).
Dos breves notas para concluir. Primera, que después de disfrutar con la contemplación de tan atractiva colección de gestos, se me hace difícil admitir que la mayoría de ellos sean de origen napolitano, siquiera italiano. Porque, salvo unos pocos de inconfundible sabor latino (los ya mencionados cuernos, el de rotar la mano con el pulgar e índice extendido que significa “nada”, o el de las manos con los dos índices juntos señalando hacia abajo que alude a un acuerdo secreto), casi todos son de universal entendimiento (al menos en mi entorno). Me resisto a admitir que provengan de Nápoles, pero quién sabe. La segunda consideración es que con una rápida búsqueda he podido comprobar que en Internet hay unos cuantos diccionarios de gestos (por ejemplo, esta web de gestos españoles que no está nada mal). O sea, que probablemente este librito haya quedado obsoleto. Sin embargo, estoy seguro de que a principios de los sesenta llamó poderosamente la atención (si no, Munari no se habría lanzado a la empresa) y, en todo caso, pese a ese aire trasnochado –o precisamente por ello– guarda un encanto que difícilmente puede sustituir Internet.
La wikipedia italiana registra una anécdota paradójica del canónigo catedralicio: pese a haber descrito detalladamente el gesto delle corna que entre los italianos se usa como conjuro para evitar la mala suerte, lo cierto es que el hombre tenía fama en Nápoles de ser uno de los mayores gafes de la ciudad. Así, por ejemplo, y según cuenta Dumas en su libro de viajes El Corricolo, estuvo larguísimo tiempo solicitando audiencia ante el Rey para presentarle una publicación y cuando por fin se la conceden es en la fecha de la muerte del monarca. Pero, prescindiendo de chismorreos banales, dejemos constancia de que el libro se lo dedicó al entonces príncipe heredero de Prusia, el futuro Federico Guillermo IV (1795-1861), que tiene 380 páginas de texto y 19 de ilustraciones y que entre las primeras y las segundas aparece un escrito de Giuseppangiolo del Forno (del cual solo he averiguado que escribió en 1837 una carta sobre el contagio del cólera) en el cual se dice lo siguiente: “Ahora nuestro célebre señor canónigo Andrea de Jorio, más conocido entre los extranjeros, pese a estar junto a nosotros por su literatura y por su exacto conocimiento de todos los monumentos de la siempre venerada Antigüedad, motivos por los cuales será eternamente famoso y estimado en el Reino de Nápoles, ha sabido con inmenso trabajo interpretar y dilucidar los gestos de los antiguos de los vasos, las pinturas, los bajorrelieves, las obras clásicas … Y además se ha esforzado en demostrar, con razones muy convincentes, que la mímica que ellos usaban mantiene una estrecha relación con la gestualidad del pueblo napolitano, colonia en un tiempo de la gloriosa Atenas.” Tantas loas fueron confirmadas años después nada menos que por Wilhelm Wundt, el fundador de la psicología experimental (aunque Croce en el artículo citado desdeña las aseveraciones del alemán). Todo ello nos lleva a pensar que la publicación del canónigo debió ser, en efecto, la que marcó los inicios del interés por este lenguaje no verbal, por sistematizar y comparar los distintos gestos que existen en todas las culturas.
Que yo conozca a Andrea de Jorio y su obra no es mérito de mi enciclopédica cultura sino consecuencia de que una amiga y compañera de trabajo me trajo ayer un librito titulado Supplemento al dizionario italiano, publicado en 1963. El libro, desde el punto de vista de su composición, es una preciosidad, lo cual no debe sorprender pues su autor es nada menos que Bruno Munari (1907-1998), sin duda uno de los grandísimos del diseño del siglo pasado. Pero evitaré divagar a propósito de Munari (quizá en otra ocasión), para referirme a esta obra concreta. El esquema compositivo es sencillo: las páginas a la izquierda (pares) contienen en cuatro idiomas (italiano, inglés, francés y alemán; niente spagnolo) los textos que explican las imágenes que aparecen en las correspondientes páginas a la derecha (impares, aunque éstas sin numeración). Las primeras páginas recogen antiguos gestos napolitanos, algunos de los del canónigo y estampas de comportamientos de la vida social napolitana, todos ellos ilustrados con dibujos. Luego, a partir de la página 20, desfila un catálogo de gestos, uno por hoja, con su descripción textual y una fotografía en blanco y negro. He de señalar que en la introducción se habla de De Jorio añadiendo que “con el pasar del tiempo y el difundirse de los napolitanos, muchos de estos antiguos gestos han devenido de uso nacional y algunos incluso son comprendidos en muchas partes del mundo”. Concluye el prologo asegurando que lo que se pretende con la documentación aportada es facilitar la comprensión a los extranjeros que visitan Italia (de ahí lo de suplemento al diccionario).
Dos breves notas para concluir. Primera, que después de disfrutar con la contemplación de tan atractiva colección de gestos, se me hace difícil admitir que la mayoría de ellos sean de origen napolitano, siquiera italiano. Porque, salvo unos pocos de inconfundible sabor latino (los ya mencionados cuernos, el de rotar la mano con el pulgar e índice extendido que significa “nada”, o el de las manos con los dos índices juntos señalando hacia abajo que alude a un acuerdo secreto), casi todos son de universal entendimiento (al menos en mi entorno). Me resisto a admitir que provengan de Nápoles, pero quién sabe. La segunda consideración es que con una rápida búsqueda he podido comprobar que en Internet hay unos cuantos diccionarios de gestos (por ejemplo, esta web de gestos españoles que no está nada mal). O sea, que probablemente este librito haya quedado obsoleto. Sin embargo, estoy seguro de que a principios de los sesenta llamó poderosamente la atención (si no, Munari no se habría lanzado a la empresa) y, en todo caso, pese a ese aire trasnochado –o precisamente por ello– guarda un encanto que difícilmente puede sustituir Internet.
Sin haber leído el diccionario, coincido en que algunos gestos son universales. Postrarse, por ejemplo, implica humillarse ante el depositario de este gesto. Otros, sin embargo, no. Ahí está esa anécdota sobre un "pueblo" (¡Caray con la vaguedad!) que "asiente" cuando en realidad niega, y "niega" cuando "asiente". En realidad, el pueblo es el búlgaro. Mientras, en Japón tienen otro convenio para sus equivalentes para asentir y negar ¡, que incluso se refleja en las marcas de examen para correcto y falso.
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=GzYR0F_AA80
Por cierto, has escrito "facilitar la comprensión a los italianos que visitan Italia". ¿No será más bien a los extranjeros?
A mí también me parece que los italianos (o los napolitanos) se proclaman autores de más de lo que les corresponde, pero no puedo asegurarlo.
EliminarSí, claro, era extranjeros. Ya lo he corregido
Yo, en cambio, soy bastante torpe para el lenguaje no verbal. Además, estás hablando no ya de los gestos explícitos (que tienen significados aceptados y conocidos), sino de ese otro ambiguo que ahora está tan de moda. En ese no soy nada buen lector, desde luego.
ResponderEliminarDos cosas.
ResponderEliminarEl austriaco Irenaüs Eibl-Eibesfeldt uno de los fundadores de la etología humana escribió hace décadas un libro (biología del comportamiento humano), supongo que hoy inencontrable, donde demostraba, así me lo pareció a mí, a través de fotos (y filmaciones) la universalidad de los gestos en diversas culturas, desde el urbanita neoyorquino al cazador de Nueva Guinea. Los napolitanos son unos más recientes. Aunque el libro suena delicioso.
El otro día, gracias a una amiga del ayuntamiento, asistí en el Matadero de Madrid a un documental sobre los servicios paliativos en Madrid y conocí a uno de sus protagonistas, el estupendo doctor Pablo Iglesias (homonimia). En hora y media el documenta iba filmando a este equipo en visitas a domicilio de pacientes desahuciados. En las conversaciones con ellos y sus cuidadores familiares, el lenguaje gestual era más importante a menudo que el verbal. El documental se llama Los demás días, y el joven director Carlos Agulló; la recomiendo encarecidamente. (Todos moriremos un día, los demás días vivimos)
Sin olvidar el seminal Las expresiones de las emociones en los animales y en el hombre de Darwin, disponible en ediciones recientes.
EliminarComo ya le he comentado a Joaquín, creo que nos hemos ido a hablar de asunto distinto al del post. Ciertamente, el lenguaje gestual o no verbal es un tema relacionado, mucho más amplio y sin duda mucho más rico. El post, sin embargo, se limita a hablar de gestos convencionales, signos en realidad, con significados tan precisos y conocidos como los de cualquier palabra. Si eres un buen "lector" del lenguaje corporal, de las expresiones mediante las cuales el ser humano manifiesta sus emociones, puedes deducir acertadamente que tu interlocutor se enoja contigo, por ejemplo. Pero si te levanta en tu cara el dedo medio ese cabreo es evidente, te lo está diciendo igual que si lo hiciera con palabras. De esos gestos explícitos va el post, a raíz de un librito recopilatorio de los mismos.
Eliminar(creo que hace tiempo leí la obra de Darwin que citas)
La leí interesado en aquel entonces por las emociones, más que de los hombres, de los animales. Recuerdo vagamente que Darwin sostenía que las expresiones emocionales eran respuestas innatas de los organismos. En fin, ya casi ni me acuerdo.
EliminarDel Ireneo austriaco que citas, en cambio, no he leído nada. Sigue vivo, según compruebo. Veo que tiene un libro de 1970 titulado "La Biología del comportamiento" que suena interesante.
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