Hacia principios del mes pasado andaba yo intentando comprender las razones del enconado rencor de Borges hacia Perón, desde antes de que éste accediera a su primer mandato. Ya sabía, ciertamente, que para los que no somos argentinos entender el peronismo y las emociones que desató (y creo que aún no completamente extinguidas) es algo imposible, más o menos como lo era para San Agustín el misterio de la Santísima Trinidad, aunque a mí no se me ha aparecido un angelote con deje porteño que estuviera intentando drenar el estuario del Río de la Plata con un pequeño balde de playa. El caso es que, partiendo de Borges, leí varios textos sobre esos meses gestantes y decisivos, en especial los del año 1945 que culminarían con la gran movilización del 17 de octubre, el que fue llamado Día de la Lealtad. Así conocí, en primer lugar, al que se considera el principal organizador del antiperonismo e impulsor de la Unión Democrática, el embajador norteamericano Spruille Braden. Braden estuvo apenas cuatro meses en la Argentina, porque en septiembre del 45 lo nombraron Subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental y regresó a Estados Unidos. Desde su nuevo cargo, como prometió a los antiperonistas antes de dejar Buenos Aires, siguió empeñado en impedir el acceso del coronel a la presidencia de la República, y su actuación más relevante a tal respecto fue la publicación del que se conoció popularmente como El Libro Azul (por el color de sus tapas; el nombre oficial era "Consulta entre las repúblicas americanas sobre la situación argentina"), un documento en el que se apelotonaban acusaciones a Perón de colaboración con los nazis recientemente derrotados (téngase en cuenta que el gobierno militar argentino declaró la guerra a Alemania sólo a muy última hora (27 de marzo de 1945), y bajo las presiones de Estados Unidos, que había planeado que Brasil, con su apoyo militar, atacara el país).
El Libro Azul se difundió por medios diplomáticos, aunque el vespertino bonaerense Crítica filtró el contenido del mismo; en todo caso, no fueron muchos los argentinos que lo leyeron. El caso es que, lejos de desacreditar a Perón, la aparición de ese documento se convirtió en un jugoso activo electoral para él. Perón, inmediatamente, contestó siguiendo su intuición política, sin duda acertada: señaló esa publicación como una clara intromisión de los yanquis en el proceso electoral argentino y, sin molestarse en entrar en detalles para desmontar las acusaciones (por otra parte poco sólidas en su mayoría), planteó directamente que la votación no era entre Tamborini (el candidato de la Unión Democrática) y él, sino entre él y el anterior embajador norteamericano. Así, concluyó su discurso de proclamación de su candidatura diciendo: “Sepan quienes votan el 24 por la fórmula del contubernio oligárquico-comunista, que en este acto entregan el voto al señor Braden. La disyuntiva de esta hora trascendental es ésta: ¡Braden o Peron!”. Días después, conocida su victoria, declaraba que agradecía a Braden los votos que le había cedido.
Que los Estados Unidos tienen desde casi siempre la costumbre de hacer y deshacer en los países iberoamericanos no es ninguna noticia, pues sabido es que para ellos, cruzado el Río Grande, comienza su particular back yard; a estos efectos conviene aclarar que el tan repetido slogan de la doctrina Monroe usa las palabras América y americanos con dos sentidos muy distintos: la primera es el continente entero pero la segunda debe leerse como “los estadounidenses”. O sea, que nada de defender a las “repúblicas hermanas” frente al imperialismo europeo, sino sencillamente, oponerse a éste para ser ellos los que las controlen a sus anchas. Pero no va por ahí el cuento sino para llamar la atención de que, en no pocas ocasiones, ese desvergonzado intervencionismo con olímpico desprecio de la soberanía del correspondiente país iberoamericano, ha resultado tener efectos contrarios a los pretendidos, como en el caso que aquí refiero, toda vez que la denuncia por Perón de la injerencia de Braden no sólo no sirvió para impedir que resultara electo sino que, por el contrario, es más que probable que contribuyera a meterlo en la Casa Rosada. ¿Cómo es posible –se pregunta uno– que los gringos sean tan torpes? Y más en concreto, ¿cómo es posible que Braden no supiera que la victoria de la Unión Democrática, una coalición con comunistas, socialistas, radicales y liberales de derechas, no convenía en absoluto a los intereses de los Estados Unidos? Y aún más, ¿cómo no iba a saber Spruille Braden, a esas alturas ya con amplia experiencia latinoamericana, que lo peor que podía ocurrirle a la Unión Democrática es que se la asociara con él, como inmediatamente aprovechó Perón? Cuesta creer que lo que sucedió sea una muestra tan flagrante de torpeza. Por eso, aunque no me atrevo a descartar que lo fuera (cuántas veces las estupideces son causas de acontecimientos), quiero ahora plantear otra hipótesis que, adelanto, no es mía: la he leído en una novela llamada El soldado de porcelana, escrita por Horacio Vázquez Rial y publicada en 1997. Extracto a continuación algunos fragmentos del capítulo 41 (entre las páginas 755 y 775) relativos al tema de este post.
Braden y Perón también tienen escrita esta pieza desde hace rato. No te la voy a contar toda, porque la vas a ir viendo con tus propios ojos. Pero te voy a contar el final. Braden es, en primer lugar, el encargado de defender los intereses de su país, oficial y extraoficialmente. Y el único que le puede dar garantías de que esos intereses van a salir bien parados es Perón. Por lo tanto, se van a poner de acuerdo, y Perón va a ganar unas elecciones y va a dejar de ser fascista a criterio del Departamento de Estado. La Unión Democrática, si su candidato llegara a ser presidente, no le podría garantizar nada a nadie. Además, las medidas populares que toma Perón, que la izquierda debería aplaudir sin perder una posición crítica propia, son condenadas sin apelación porque vienen de un fascista. … ¿Qué quiere decir eso de fascista? ¿Perón va a poner cámaras de gas en la calle Corrientes? ¿Perón le va a declarar la guerra a Brasil por espacio vital? ¿Perón quiere conquistar Abisinia? Perón, simplemente, no es comunista. Es un hombre del capital, del gran capital. Perón quiere buenos inversores, en un país ordenado, sin riesgos de levantamientos populares; quiere poner orden en el capitalismo para que funcione. … Perón es un oportunista y no tiene ideología, ni siquiera la fascista. Le va a ser fácil ponerse de acuerdo con Braden, por mucho ruido que hagan los dos.
El 5 de julio de 1945, (Braden) volvió a entrevistarse con Perón en el salón Blanco de la Casa de Gobierno. –Hay un tema crucial, coronel –dijo Braden–, para todas nuestras probables tratativas futuras. –Usted habla de tratativas –le espetó Perón– pero anda jodiendo por ahí todo lo que puede. Pero, como es embajador, lo voy a escuchar. Uste dirá. –Su gobierno está ya, como país vencedor en la guerra mundial, en el proceso de incautación de bienes del Eje en su territorio. Pues bien, nosotros creemos, como potencia central y dado lo que hemos puesto en la guerra, una guerra en la que su país no puso más que una declaración, que nos corresponde un cierto derecho de administración sobre esos bienes. –¿Qué más? –pidió Perón–. Porque debe de haber un segundo punto, ¿no? –Lo hay. Hemos sabido que tienen ustedes la intención de establecer líneas aéreas en la Argentina. Y pensamos que no es imposible que ese proyecto se confíe a empresas nuestras. –No es imposible –aceptó Perón– ¿Qué más? –Voy a serle sincero, coronel. Yo manejo la oposición. Si los Estados Unidos obtienen la administración de los bienes del Eje en su país, la concesión de las líneas aéreas y un par de cositas más, yo me aparto y dejo que la Unión Democrática se vaya al carajo. Sé que el Departamento de Estado aceptaría que usted fuese presidente. … (Perón) llamó a un secretario de su confianza. –Quiero que los de propaganda llenen la ciudad de volantes contra Braden, acusándolo de comunista y protestando contra su injerencia en nuestros asuntos internos. … Aquella misma noche, (Braden) habló por un teléfono privado a Cordell Hull. –A estas alturas, aunque yo siga con esta payasada –le dijo– nuestro hombre en Buenos Aires tiene que ser el coronel Perón. Si no es él, no será nadie. –Actúe con toda libertad. Siga dirigiendo la oposición. Yo le haré abandonar el cargo a tiempo, antes de las elecciones. Y negocie. Ya.
Por el mismo teléfono, (Braden) llamó a Perón. Abandonó la embajada por una puerta lateral, con dos guardaespaldas. Anduvieron un par de manzanas antes de encontrar un taxi. El coronel los esperaba en su piso de la calle Austria, en compañía de Evita. –¿Qué pasa, embajador? –Que puedo seguir hasta el final, pero estoy cansado. –Está empezando a portarse como un político. No se asuste, che, que no le voy a dar mucho trabajo. Lo tengo todo pensado. –Suelte. –No van a tener mejor aliado que yo, amigo Braden. Pero ni usted ni yo nos vamos a bajar los pantalones en público. Tenemos que seguir siendo enemigos irreconciliables hasta el final. No su país y el mío, sino usted y yo. Por lo tanto, de los bienes del Eje, nada. Ya lo hablaré yo con su sucesor y estoy seguro de que llegaremos a un buen acuerdo. De las líneas aéreas, téngalo por hecho: serán suyas. ¿Qué más? –Petróleo. –Eso ni lo sueñe. Mi programa es de nacionalizaciones de los bienes básicos. Pero podemos llegar a tratos preferenciales con sus industrias y, si me apura mucho, a mantener el petróleo sin explotar, o a media máquina, durante años. Voy a empezar por los trenes. Nacionalización de los ferrocarriles. Los ingleses me adoran: les saco de encima un muerto que les está costando millones. Cosas así podemos hacer con los Estados Unidos cuando convenga. Estamos abiertos a buenas propuestas, necesitamos capital. ¿Para qué nos vamos a pelear? –Es razonable. –No lo dude. Hay muchos norteamericanos que firmarían con sangre todo esto ahora mismo. Y usted lo va a hacer. –No me puedo ir mañana. –Ni yo quiero que se vaya. Vamos a tener elecciones en febrero. Le doy hasta octubre. Hasta ahí le voy a dejar ganar. Necesito que gane, que los concentre, que los maneje. La Unión Democrática no tiene más jefe que usted que, en cualquier caso, no va a ser presidente. Y en octubre, a principios, digamos, usted se planta y los deja en pelotas. No se planta como un cobarde. Se va bien, con buenas razones, su gobierno lo llama, por ejemplo, para ascenderlo. Y me dejan en paz. … _Muy bien. Entonces, está todo dicho. Creo en su palabra. ¿Cree usted en la mía, coronel? –Usted no tiene más remedio que hacer lo que yo le digo. Mejor tratar conmigo que con una mezcla de comunachos y oligarcas que mañana van a borrar con el codo lo que hoy firmen con la mano. Y yo no tengo más remedio que creerle, porque su país me interesa, como el mío le interesa a usted. –Sea feliz, coronel –dijo Braden al despedirse. –Usted también –le contestó Perón, antes de darle el abrazo de rigor.
Tampoco yo soy un experto en la historia política argentina, pero a mí tampoco me choca mucho que los yanquis puedan ser tan denodadamente torpes cuando injieren en asuntos extranjeros. Al fin y al cabo, el complejo de superioridad suele ir acompañado de acciones verdaderamente absurdas. Otra cosa es que el relato pueda resultar inverosímil. Existe una afirmación conocida entre guionistas y cómicos de que algunas historias absolutamente fidedignas resultarían exageradas incluso si aparecieran en comedias disparatadas.
ResponderEliminarLa historia "oficial" nos cuenta, desde luego, que Braden intentaba impedir que Perón llegara al Poder y que, sin embargo, su estupidez contribuyó a situarlo en la Casa Rosada. El comportamiento de Braden (bien es verdad que exagerado) era el que se esperaba de los USA en relación con el régimen argentino (del cual Perón era partícipe) al que se tildaba de filonazi. No obstante, lo que en realidad podía interesarles era todo lo contrario, aunque mantuvieran las apariencias.
EliminarLa vision conspirativa de la historia es irremediablemente optimista: los agentes de la historia son exitosos en lograr sus reales objetivos, aunque cometieron errores horribles.
ResponderEliminarYo soy más pesimista: no atribuyo a la maldad lo que puede ser atribuido con comodidad a la estupidez.
Argentina, por historia, por matriz productiva, por lejanía física, siempre fue vista por nosotros, los argentinos, como ajena a EE.UU. En algunos casos Argentina era opositora, en otros indiferente
Un par de anécdotas para ilustrar: Cuando Monroe larga su “America for Americans” , Roque Sáenz Peña le responde poco después con “América para la humanidad” ver: http://avostehablog.blogspot.com.ar/2009/04/un-28-de-abril-nace-james-monroe.html
Ojo, Roque Sáenz Peña no es un loquito suelto: fue el autor de la ley del voto universal secreto y obligatorio, hijo de un presidente y miembro del patriciado local. Casi un Cincinato autóctono.
En las dos grandes guerras europeas, Argentina fue tan neutral como pudo, reflejando las distintas cercanías a cada bando entre la sociedad. En ambas guerras había muchos “aliadófilos” o “germanófilos”.
Cuando a fines delos 50 Frondizi lanza su modelo desarrollista llama a las terminales automotrices, y se instalan Ford y GM, pero también Fiat, Peugeot, Citroen, Mercedes Benz, más dos o tres industriales locales que hacían autos de diseño americano (Kaiser, Rambler y Valiant), inglés (MG) o Italiano(Alfa Romeo) y marcas locales. En todo el resto de Latinoamérica los autos eran americanos casi exclusivamente, con la notable excepción de VW que estaba en Mexico y Brasil.
Como Von Daniken encontrando claras evidencias de extraterrestres colonizando los monos, Horacio Vázquez Rial desea vender libros. Contar que Spruille Braden, imaginando que estaba en Cuba pretendió dirigir la política argentina dándole a Perón un arma dialéctica importante, no es muy excitante.
Coincido contigo en que la estupidez más que la maldad suele ser causa de no pocos acontecimientos. No obstante, eso no impide que en muchos de ellos (y en especial en las relaciones internacionales) lo que realmente ocurrió no coincida con las versiones oficiales. No de ja de chocar que en este asunto (como en bastantes más de injerencia yanqui) la "inteligencia" de los USA fuera tan poco inteligente.
EliminarPor supuesto, el libro de Vázquez Rial es ficción, peor ficción verosímil. Perón y Braden se reunieron (que se sepa) tres veces, peor no conocemos de lo que hablaron más que lo que ellos quisieron que se conociera. El comportamiento de Braden fue escandalosamente poco diplomático como para ser sincero. Habría que saber que si, una vez en el poder, Perón favoreció (como insinúa Vázquez) los intereses del capital gringo. En fin, que, si no es verdad, es verosímil.
Se non è vero, è ben trovato. Pero por eso no es lo mismo veracidad que verosimilitud: la segunda es sobre la APARIENCIA de ser verdad, lo que en casos como este suele incluir dotar un sentido a lo que resulta caótico por la actitud egocéntrica de uno de los participantes.
EliminarNo atributos a la maldad lo que suele estar causado por la estupidez. Qué gran verdad. Completamente de acuerdo con chofer.
ResponderEliminarPor otra parte, Vázquez Rial práctica el honesto juego de la verosimilitud frente a los hechos.
Saludos desde La Paz, y ni estoy en Bolivia
No atribuyas, no atributos
Eliminar¿No estarás hospitalizado?
EliminarYes
EliminarConfío y deseo que te recuperes pronto. Un abrazo
EliminarTambién yo confío en ello. Otro abrazo.
EliminarGracie tante
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