A Juanma
Tras el patético fracaso de la votación en el Congreso para la presidencia interina de RTVE del pasado lunes, el Gobierno parece haber pactado que Rosa María Mateo sea la administradora única del Ente hasta que se celebre el concurso público del que salga el nuevo Consejo de Administración. Rosa María Mateo es conocida por todos y a casi todos agrada. Comenzó su carrera como locutora en Radio Nacional allá por el año 63 y desde entonces ha pasado por varios programas de carácter informativo de la Corporación pública. Del 93 al 2003 fichó por Antena 3 y desde esa fecha le tengo perdida la pista.
Yo me enteré de la propuesta a través de un grupo de whatsapp al que ya me he referido en algún post reciente. Quien lo comunicó es una admiradora de la veterana periodista, así que acompañaba la noticia con el emoticono de los aplausos. Sin embargo, otro de los amigos del grupo, quien además es periodista y trabaja actualmente en televisión, calificó de “chiste” que la Mateo fuera a ocupar el cargo. Su argumentación –con el estilo tajante y sintético que exige el medio– fue la siguiente: “Que un organismo público que hizo un ERE y jubiló por la fuerza a todos los empleados con más de 52 años lo presida una señora de 76 no hay por dónde cogerlo. Aparte de que Rosa María Mateo es un símbolo de una tele que ya no existe. Es como poner a un informático de los 80 a presidir Google. Tienen que fichar a un directivo de la televisión ACTUAL. Para competir con las cadenas privadas desde la óptica del servicio público”.
Seguro que este amigo tiene razón, que una persona ya mayor que pertenece a una época pretérita, por muy buena profesional que sea, no es la idónea para conseguir que RTVE compita eficazmente con las cadenas privadas. Imagino que por “competir” ha de entenderse estar en condiciones de conseguir una parte significativa de la audiencia. Cuanta más gente vea un canal, más dinero ganará en publicidad y, por tanto, más rentable será el negocio. Pero incluso aunque no se trate de eso (se supone que RTVE no emite publicidad, por más que sea una verdad a medias), lo cierto es que la lógica de la máxima audiencia se ha impuesto. No parece admisible gastar dinero en emitir contenidos que no interesan a un suficiente número de espectadores. Así pues, de lo que se trata es acertar con programas que “enganchen” a cuantos más mejor, superando unas cuotas mínimas de audiencia (por debajo de las cuales el programa es expulsado de la parrilla).
Que el casi único objetivo (o, al menos, el requisito imprescindible) sea conseguir audiencia, explica el predominio de programas de ínfima calidad, con una vergonzosa tendencia a satisfacer los gustos vulgares y soeces e incluso los más bajos instintos. Basta repasar cualquier lista de los programas más vistos para sentirse preocupado por el nivel intelectual de los televidentes españoles. Aunque, de otra parte, el que cada vez más gente deje casi de ver la tele podría quizá indicar el hartazgo ante la telebasura por una parte no pequeña de la población. En todo caso, me pregunto si mi amigo entenderá que “competir con las cadenas privadas desde la óptica del servicio público” implica tratar de elevar la calidad media de la programación pero siempre que esos intentos no supongan pérdida de share. Digamos que es una posición intermedia: admito que como cadena pública tengo un mayor compromiso de calidad pero sin renunciar a la audiencia. Imagino que hay un supuesto implícito: que (dentro de un orden) se puede hacer televisión de calidad que guste a las masas telespectadoras.
Yo, sin embargo pienso distinto, probablemente de forma errónea. A mi modo de ver la televisión pública no tendría por qué competir con las privadas, debería liberarse plenamente de las exigencias de la audiencia para dedicarse sólo a hacer programas de calidad, evitando como la peste la telebasura Los informativos deberían ser rigurosos y más exhaustivos, no limitándose a las noticias más llamativas; por supuesto, deberían distinguir al máximo entre información y opinión y, cuando se tratara de ésta, ofrecer la máxima pluralidad de puntos de vista. Me gustaría presenciar debates en los que primara la altura intelectual, tanto en las formas como en las argumentaciones de los participantes, y no los actuales circos de tertulianos gritones, que se descalifican mutuamente y recurren continuamente a los tópicos huecos. También sería de agradecer entrevistas a personajes que nos aporten y en las que el entrevistador no pretenda convertirse en protagonista. Películas y series, por supuesto, seleccionando las de más calidad; documentales (sí como los de La 2 que suelen ser de muy buena factura); también deportes, claro, pero no los odiosos debates futboleros de un cutrerío repugnante. En fin, que cada programa que se haga haya de pasar unos controles exigentes de calidad.
Mi amigo me dirá que entonces la audiencia de RTVE caería en picado. No estoy tan seguro de ello pero, aunque así fuera, no creo que eso fuera decisivo. En tanto servicio público la finalidad de la tele pública debe ser contribuir a que los españoles sean más conscientes, más críticos, más cultos y, como consecuencia, más libres y mejores ciudadanos. La oferta de entretenimiento embrutecedor se le puede dejar a las privadas, sin necesidad de competir con ellas por esos productos. Si se hiciera una tele pública así, tal vez tuviera más audiencia de la que nos imaginamos, aunque no sea a corto plazo. Y quizá en esa línea Rosa María Mateo no fuera tan mala elección. Pero sin duda las cosas no ocurrirán como a mí me gustaría.
Seguro que este amigo tiene razón, que una persona ya mayor que pertenece a una época pretérita, por muy buena profesional que sea, no es la idónea para conseguir que RTVE compita eficazmente con las cadenas privadas. Imagino que por “competir” ha de entenderse estar en condiciones de conseguir una parte significativa de la audiencia. Cuanta más gente vea un canal, más dinero ganará en publicidad y, por tanto, más rentable será el negocio. Pero incluso aunque no se trate de eso (se supone que RTVE no emite publicidad, por más que sea una verdad a medias), lo cierto es que la lógica de la máxima audiencia se ha impuesto. No parece admisible gastar dinero en emitir contenidos que no interesan a un suficiente número de espectadores. Así pues, de lo que se trata es acertar con programas que “enganchen” a cuantos más mejor, superando unas cuotas mínimas de audiencia (por debajo de las cuales el programa es expulsado de la parrilla).
Que el casi único objetivo (o, al menos, el requisito imprescindible) sea conseguir audiencia, explica el predominio de programas de ínfima calidad, con una vergonzosa tendencia a satisfacer los gustos vulgares y soeces e incluso los más bajos instintos. Basta repasar cualquier lista de los programas más vistos para sentirse preocupado por el nivel intelectual de los televidentes españoles. Aunque, de otra parte, el que cada vez más gente deje casi de ver la tele podría quizá indicar el hartazgo ante la telebasura por una parte no pequeña de la población. En todo caso, me pregunto si mi amigo entenderá que “competir con las cadenas privadas desde la óptica del servicio público” implica tratar de elevar la calidad media de la programación pero siempre que esos intentos no supongan pérdida de share. Digamos que es una posición intermedia: admito que como cadena pública tengo un mayor compromiso de calidad pero sin renunciar a la audiencia. Imagino que hay un supuesto implícito: que (dentro de un orden) se puede hacer televisión de calidad que guste a las masas telespectadoras.
Yo, sin embargo pienso distinto, probablemente de forma errónea. A mi modo de ver la televisión pública no tendría por qué competir con las privadas, debería liberarse plenamente de las exigencias de la audiencia para dedicarse sólo a hacer programas de calidad, evitando como la peste la telebasura Los informativos deberían ser rigurosos y más exhaustivos, no limitándose a las noticias más llamativas; por supuesto, deberían distinguir al máximo entre información y opinión y, cuando se tratara de ésta, ofrecer la máxima pluralidad de puntos de vista. Me gustaría presenciar debates en los que primara la altura intelectual, tanto en las formas como en las argumentaciones de los participantes, y no los actuales circos de tertulianos gritones, que se descalifican mutuamente y recurren continuamente a los tópicos huecos. También sería de agradecer entrevistas a personajes que nos aporten y en las que el entrevistador no pretenda convertirse en protagonista. Películas y series, por supuesto, seleccionando las de más calidad; documentales (sí como los de La 2 que suelen ser de muy buena factura); también deportes, claro, pero no los odiosos debates futboleros de un cutrerío repugnante. En fin, que cada programa que se haga haya de pasar unos controles exigentes de calidad.
Mi amigo me dirá que entonces la audiencia de RTVE caería en picado. No estoy tan seguro de ello pero, aunque así fuera, no creo que eso fuera decisivo. En tanto servicio público la finalidad de la tele pública debe ser contribuir a que los españoles sean más conscientes, más críticos, más cultos y, como consecuencia, más libres y mejores ciudadanos. La oferta de entretenimiento embrutecedor se le puede dejar a las privadas, sin necesidad de competir con ellas por esos productos. Si se hiciera una tele pública así, tal vez tuviera más audiencia de la que nos imaginamos, aunque no sea a corto plazo. Y quizá en esa línea Rosa María Mateo no fuera tan mala elección. Pero sin duda las cosas no ocurrirán como a mí me gustaría.
Nadie menor a 30 años está viendo la TV. Y la audiencia de la tele está cayendo en todas partes y tambien la torta publicitaria.
ResponderEliminarTiempos bravíos sin duda.
A mi me vendría muy bien un servicio de curaduría de contenidos en redes de stream, es imposible seguir el ritmo a la cantidad de contenido generado por Netflix , Hulu y tantos otros.
Y creo que cualquier servicio de TV pagado por el estado podría dedicarse a hacer lo que puede con sus ventajas naturales de presupuesto y capacidades técnicas: subtitulado de series polacas, periodismo de investigacion, cabeza de playa para Europa de contenidos en Chino o en Hindi.
Hombre, que ya estuvo bien de Zarzuela
Yo, que tengo bastante más de 30 años, casi no veo la tele.
EliminarEstaría bien que hubiera un debate sobre cuál es la función de la tele pública y cuáles deberían ser sus contenidos.
Me parece que tu amigo emplea una falacia de manual. Que esta señora tenga 75 años no le impide saber qué es bueno ni qué no. Siempre me han hecho gracia estos argumentos ad hominem que atacan la edad, entre otras razones porque caen ante un relativismo del copón: nada más que se puede entender a uno de tu "generación" (término este que también tiene lo suyo de campaña publicitaria).
ResponderEliminarDicho eso, estoy de acuerdo en que la tele parece estar sufriendo un debacle. Los realities, concursos o no, están transformándose en lo único de la televisión y el streaming, como apunta El Chófer Fantasma, se está llevando el gato al agua con documentales y ficción. Espero que Rosa María Mateo sepa poner la tele pública en un nuevo rumbo.
Vamos a ver si es capaz, aunque aún no está en el cargo. Además, tendrá muy poco tiempo.
EliminarMuy de acuerdo con todo lo que dices, en especial con lo del papel "promotor" que no directamente formativo de la tele pública. También con lo de que los programas de mejor calidad están desterrados a la 2.
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