En otoño de 2011 a Luisa le vinieron las ganas de tener un perrito que le hiciera compañía en el piso. Era, según me dijo, un deseo viejo, casi de siempre, pero ahora por fin se sentía con medios y disponibilidad para atenderle. De modo que me puse a buscar y localicé a una chica argentina cuya perrita yorkshire había tenido cachorros. Me acuerdo bien de la alegría y emoción de Luisa cuando se lo dije y de esa tarde de noviembre en que fuimos a la parte baja de la Rambla (a la altura del cuartel de Almeida) donde nos esperaba aquella mujer con el bebé de apenas tres meses (al que habían cortado la cola) que enseguida se llamaría Keko. Por supuesto, Luisa
se enamoró de Keko, desde el primer instante en que lo vio los ojos le brillaron y resplandeció su maravillosa sonrisa. A los pocos meses, sin embargo, empezó a sentir remordimientos por dejar a Keko tanto tiempo solo en el piso de San Benito; téngase en cuenta que por entonces trabajaba en el colegio de 9 a 5 con un breve descanso para almorzar. Así que desde el principio de 2012 le daba vueltas a la idea de adoptar otro perrito para que ambos se hicieran compañía pero, al mismo tiempo, le parecía que tener dos en el piso podía ser demasiado; no terminaba de decidirse. Hacia mediados de marzo, mientras seguía dudando, vi un anuncio de una familia que regalaba cachorros mezcla de yorkshire. Animé a Luisa que nos acercáramos a verlos, sin compromiso (aunque estaba seguro de lo que iba a ocurrir), y ese fin de semana nos llegamos hasta uno de los asentamientos de la costa sureste (creo que era en Los Roques de Fasnia, pero no estoy del todo seguro) y conocimos a Mina. Recién destetada, ya tenía esa mirada de desconfianza y la boca con los dientes torcidos; comparada con la canónica belleza de Keko, Mina era feíta, desde luego, pero esos rasgos “raros” son justamente los distintivos visibles de su personalidad y los que hicieron que, también desde ese primer momento, nos encantara. Más de una vez me he enfadado con algunos que la han tildado de fea. Como era de prever, regresamos con la nueva perrita, a la que Luisa bautizó con el nombre de la gran cantante italiana, a la que adoraba desde su niñez romana.
se enamoró de Keko, desde el primer instante en que lo vio los ojos le brillaron y resplandeció su maravillosa sonrisa. A los pocos meses, sin embargo, empezó a sentir remordimientos por dejar a Keko tanto tiempo solo en el piso de San Benito; téngase en cuenta que por entonces trabajaba en el colegio de 9 a 5 con un breve descanso para almorzar. Así que desde el principio de 2012 le daba vueltas a la idea de adoptar otro perrito para que ambos se hicieran compañía pero, al mismo tiempo, le parecía que tener dos en el piso podía ser demasiado; no terminaba de decidirse. Hacia mediados de marzo, mientras seguía dudando, vi un anuncio de una familia que regalaba cachorros mezcla de yorkshire. Animé a Luisa que nos acercáramos a verlos, sin compromiso (aunque estaba seguro de lo que iba a ocurrir), y ese fin de semana nos llegamos hasta uno de los asentamientos de la costa sureste (creo que era en Los Roques de Fasnia, pero no estoy del todo seguro) y conocimos a Mina. Recién destetada, ya tenía esa mirada de desconfianza y la boca con los dientes torcidos; comparada con la canónica belleza de Keko, Mina era feíta, desde luego, pero esos rasgos “raros” son justamente los distintivos visibles de su personalidad y los que hicieron que, también desde ese primer momento, nos encantara. Más de una vez me he enfadado con algunos que la han tildado de fea. Como era de prever, regresamos con la nueva perrita, a la que Luisa bautizó con el nombre de la gran cantante italiana, a la que adoraba desde su niñez romana.
Luisa tenía ya dos hijitos de cuatro patas; Keko y Mina fueron su sueño de infancia cumplido, sus niños, sus “cuquis”, como ella los llamaba. Fueron los primeros y los únicos hasta que se mudó a vivir permanentemente a la finca de Tacoronte y la familia creció con Buffy (gato), Jagger, Greta y Mayo. Como buena madre primeriza se desvivió por ellos: collares, huesecitos, suéters, chubasqueros, paseos a horas intempestivas en las pocas horas libres que le quedaban … Los fines de semana se los traía a mi casa de Santa Cruz y cambiaban el parque de San Benito por el de La Granja; el domingo tarde, la hacían rabiar remoloneando para no regresar a La Laguna (especialmente Keko). Ambos eran listísimos –y lo siguen siendo–; nos entendían todo y enseguida aprendían lo poco que Luisa quiso enseñarles. Pero Mina tenía una personalidad y unas cualidades sorprendentes. A diferencia de Keko, nunca fue nada sociable y en cuanto se le acercaba un perro a saludarla soltaba unos alaridos que pareciera que la fueran a matar, y daba unos saltos impresionantes para que la cogiéramos en brazos. Tremendamente exagerada hasta el punto, por ejemplo, de hacer miles de aspavientos y gritos de dolor si, por ejemplo, le caía una hoja sobre el lomo. Además Mina es capaz de ver la televisión; está relajada en el sofá, sin aparentemente mirar la tele, pero en cuanto aparecen animales en la pantalla –caballos, vacas, y sobre todo perros– inmediatamente levanta la cabeza y ladra. Compruebo ahora que, según National Geographic, “los perros domésticos pueden percibir las imágenes de la televisión de la misma manera que lo hacemos nosotros y son lo suficientemente inteligentes como para reconocer en ella animales que verían en la vida real, incluso si no los han visto antes, y sonidos como los ladridos”. Pues Mina no será tan excepcional, pero ninguno de los varios perros con los que he vivido, incluyendo los otros cuatro de ahora, mostró nunca la más mínima reacción ante la tele. Otra de las características de Mina es su obsesión por la comida, que siempre está buscando (hasta se mete en la huerta a desenterrar papas); de hecho, tiene sobrepeso.
Pero Mina es, sobre todo, enormemente cariñosa con nosotros, con su familia (de los perros, solo con Keko, su compañero desde siempre, porque a los otros tres solo los soporta y de mala gana). A Luisa la adoraba, sencillamente. Cuando volvía a casa después de estar un tiempo fuera, se tiraba sobre ella con exagerada desesperación a besarla y reclamar sus caricias. Por supuesto, desde pequeñita ha dormido en nuestras camas. Es, de todos, la que más pendiente ha estado siempre de ella, como si tuviera miedo de perderla. Durante la enfermedad de Luisa, descubrimos hasta que punto la quería; no se separaba de ella en ningún momento, la seguía a todos lados como si de un guardaespaldas se tratase, y ese comportamiento se multiplicó en las últimas semanas. Dana cree (y yo también) que Mina lo sabía, sabía lo que iba a pasar y en la cama se acurrucaba en el huequito que Luisa formaba entre sus piernas en la cama, se ponía a su lado en el sofá, y si no había sitio se imponía y lo encontraba, la seguía al baño y la miraba fijamente hasta que se levantaba ... Por las noches, cuando Luisa se acostaba, Mina salía al porche a acompañar a Dana y mientras los demás dormíamos, se acostaba a sus pies y ambas respiraban juntas. Algunas veces, durante esos últimos días, se acercaba a mí y me pedía que la atendiera poniéndome la mano en el pecho y mirándome con sus grandes ojos, tan expresivos. Creo que me pedía explicaciones que yo no podía darle.
Desde que Luisa se ha ido Mina está muy triste, es con diferencia la que más la echa en falta. Y tan triste está… que se ha puesto malita. En las últimas semanas la notábamos inquieta, haciendo sonidos extraños al respirar. Hace como un mes ya empezamos a preocuparnos y Dana la llevó al veterinario. Le dijeron que tenía una cardiopatía y que el corazón era demasiado grande. Este martes la llevé yo para que le hicieran una ecocardiografía y ésta confirmó la gravedad del diagnóstico; además, pese a llevar unas semanas tomando varias pastillas al día, la situación no se ha regularizado. Le han aumentado las dosis y tengo que controlarle la frecuencia respiratoria (no debería pasar de treinta respiraciones al minuto, pero las supera) y volver a llevarla en dos semanas. El pronóstico es malo. Todos los que han tenido perro saben el cariño que se les coge y lo dolorosa que es su pérdida y a Mina la queremos mucho, desde luego. Pero, además, sentimos que, cuando muera, se nos irá otra parte de Luisa, una muy singular. Así que, como Dana le ha escrito hoy a su madre, solo nos queda cuidarla y quererla como Luisa lo habría hecho, devolviéndole, siquiera en parte, tanto amor y compañía que le dio durante los últimos nueve años.
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