jueves, 14 de enero de 2010

Asesinado por impotente

Leo hoy en la prensa que la hija de un viceministro británico ha sido condenada en Francia por homicidio. Resulta que una noche de marcha en el parisino barrio de Saint Germain, la chica (Jessica Davies, nacida en 1979) ligó con un tipo al que invitó a su apartamento a fin de saciar, ambos se supone, sus lujurias. Sin embargó el chico no dio la talla o, para ser más precisos, sufrió un pertinaz gatillazo, algo que a ninguno de nosotros nos ha ocurrido jamás aunque, según cuentan, se presenta (a otros) con alarmante frecuencia; toquemos madera. La cosa es que la inglesita, indignada por la nula capacidad erectil de su partenaire (exacto término en esta concreta historia), fue a la cocina, aferró un cuchillo de idem y lo hundió cinco pulgadas en el pecho del impotente. Hago notar a quienes no estén habituados con el anacrónico sistema métrico anglosajón que cinco pulgadas son casi 13 centímetros; o sea, una barbaridad si, como es el caso, la medida es transversal al pecho de un ser humano: que poco más le habría faltado para ensartarlo en el colchón a modo de pincho moruno. De más está aclarar que la herida fue mortal.

Dice el periódico que la mujer iba bastante colocada y también que acumulaba una buena cantidad de desbarajustes psicológicos. Sus abogados aludieron a una infancia traumática de la que derivaría una actitud patológica hacia las relaciones sexuales. Así, parece que consideraba a los hombres como objetos instrumentales de su placer y no soportaba que fallaran. Desde luego, reaccionar como lo hizo es pasarse varios pueblos, tanto que me hace pensar que, incluso estando como una chota, tuvo que sentirse tremendamente humillada. Sólo una humillación inmensa, inaguantable, tiene el terrorífico potencial de transformarse en ira vengativa. Sin embargo, cuando una herramienta nos falla, cuando no cumple lo que de ella queremos, no nos sentimos humillados; simplemente la dejamos de lado, la despreciamos. De hecho, el miedo latente de los hombres (de otros) a la impotencia lleva implícita la admisión íntima de que somos un instrumento con una función; por eso, si fallamos (los otros que fallan) esperamos que van a despreciarnos, a darnos de lado; ése es el miedo. Y claro, en la medida de que el pene es el núcleo fundamental de nuestros yoes, o lo que es lo mismo, en la medida en que asumimos que lo que más nos define es nuestra función instrumental, ese desprecio que podríamos tildar de circunstancial se convierte en ontológico. La mujer concreta ante la que no hemos sido capaces de erectar es el símbolo de la Mujer como categoría (de todo el género femenino) que inmisericordemente, cual Furia mitológica, nos condena a la nulidad esencial: no somos nada, menos que nada, una puñetera mierda impotente.

Pero esos son comecocos atávicos de los hombres (de otros) que poca relación guardan con los pensamientos que bullen en los cerebros de las mujeres mientras observan penes morcillones o en descarada apatía fláccida. Porque, según me han dicho varias amigas (hablando de otros, claro), ellas tampoco le dan tanta importancia y les cuesta entender esos tintes de tragedia que conllevan los gatillazos en algunos (otros) compañeros sexuales. Ni siquiera, me aclaran, es necesario que la pinga esté dura para que el maromo, entendido como instrumento dador de placer, cumpla su función. Así que, desde luego, ninguna se ha sentido humillada (sí el hombre, claro), ni mucho menos se ha visto embargada por una indignación asesina que reclamara venganza de sangre. Entonces, ¿qué pasó esa infausta noche parisina para que la inglesa sintiera tan grande humillación?

No me basta para entenderlo con decir que estaba loca, drogada o en algún otro estado alterado de conciencia. Digamos que cualquiera de estas situaciones psicológicas es una condición necesaria para que ocurriera lo que ocurrió; necesaria, sí, pero no suficiente. Admito que sus patologías mentales, fueran éstas las que fueran, pueden explicar la exageración de sus percepciones, interiorizaciones y reacciones, pero algo tuvo que hacer el tipo que fuera humillante en sí mismo, algo real que permitiera a su cerebro desquiciado una referencia para desbocarse hacia emociones (y posteriores acciones) desmesuradas. ¿Qué hizo el tipo para ponerla de tal modo, para firmar su sentencia de muerte? Quizá, cabreado ante su impotencia, echó la culpa a la chica, burlándose de sus aptitudes sexuales, en vez de ocuparse de suplir esa carencia con las múltiples opciones que conviene combinar en toda sesión amatoria. Puedo imaginar bastantes comportamientos similares (en el sexo y fuera de él), todos ellos caracterizados por convertir la frustración propia en agresión inmerecida hacia el prójimo. Algo de eso tuvo que haber para que Jessica, contra lo que es lo habitual en estos episodios, se sintiera tan humillada y, desde sus psicosis, quedara embargada por la rabia asesina que a tan funestas consecuencias condujo.

Por fortuna no debe haber muchas mujeres tan rayadas como esta inglesa; por muy exigentes que sean con el rendimiento sexual de sus amantes, poco probable parece que venguen sus decepciones con medidas tan drásticas. Sin embargo, el caso de Jessica Davies seguro que mete el miedo en el cuerpo a más de uno (a mí no, claro). A ésos sólo puedo aconsejarles que se esfuercen lo más posible en satisfacer a sus parejas de cama (sobre todo a las ocasionales), aprendiendo a compensar los eventuales reblandecimientos con dedicación y otros recursos. Y también quedan, por supuesto, las famosas pastillitas azules (y análogas); pero no las recomendaré yo, que seguro que Viagra está encantada del aumento de ventas que provocará la publicidad de esta noticia.

CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras

10 comentarios:

  1. Son esas historias (como la de Lorena Bobbit), que se enlazan con miedos tan atávicos que parecen leyendas urbanas.

    Quizás le dijo: "Sos la primera mujer con la que me pasa" ;-)

    Besos

    ResponderEliminar
  2. vaya, supongo que con historias como esta la erección estará asegurada (!!!)

    ResponderEliminar
  3. El sistema métrico anglosajón no es anacrónico, sino orgánico: pies, codos, pulgadas, brazas, cables, galones...es decir, el cuerpo humano como cinta métrica que llevamos simmpre encima, frente al cartesiano francés, métrico decimal; es más rural, más impreciso, sí y mucho más evocador, y permite el error, o sea, es más humano.

    La chica hizo bien. Fue intolerable, literalmente. Moraleja s: 1) lleva viagra siempre encima si sales a ligar, 2) si ligas con deconocidas esconde antes los cuchillos de cocina

    ResponderEliminar
  4. Quizás trataba solo de hacerle una demostración práctica, con fines directamente didácticos, de cómo para penetrar eficazmente en un cuerpo se necesita un instrumento con la suficiente rigidez...

    (El sistema métrico anglosajón será todo lo orgánico y humano que quieras, Lansky; pero a mí eso de que las medidas grandes no sean múltiplos exactos de las pequeñas me parece francamente engorroso. Siempre he sospechado que a los británicos la cabeza les funciona... no diré que mal, pero sí que de otra manera)

    ResponderEliminar
  5. En todo caso una noticia así hará que ese sentimiento de frustración que pudiera nacer en el hombre que se viera en semejante situación se desvanezca y aparezca uno de alivio cuando vea que su pareja no le clava un cuchillo. Y con el alivio siempre viene la tranquilidad y posiblemente la erección.

    ResponderEliminar
  6. Iban a lo que iban, y la chica sólo terminó la faena (hay amores que matan). Seguramente era muy tarde para buscar otro sustitutivo, el cuchillo era un objeto muy apropiadamente fálico, y con la cogorza que tenía no supo por dónde realizar la penetración. Una concatenación de errores. Homicidio involuntario. Y es que lo que realmente saca de quicio a las mujeres, no es que se te engatille, sino que no cumplas tu palabra.

    ResponderEliminar
  7. Hay comportamientos y reacciones que escapan a mi comprensión no sé si por demasiado enrevesados o por demasiado irracionales. No entiendo por qué esa mujer reaccionó de tal manera ni creo que lo entienda en la vida.

    Besos

    ResponderEliminar
  8. No puedo parar de reir, no sólo por el artículo sino por los desopilantes comentarios!!! En realidad la británica ni siquiera le dio tiempo como para sentirse frustrado... fue piadosa.....

    ResponderEliminar
  9. Cierto es que el temor a ciertas situaciones embarazosas (y aunque no haya embarazo) bloquea la mente. Con un poco de imaginación, se puede substituir una herramienta por otra. Cualquier mujer a la cuál le guste otra mujer podría dar fe de ello, no?

    En fin, imaginaciones aparte, habrá que hacer psicotécnicos antes de llevarte a alguien a la cama...

    ResponderEliminar
  10. Si ya decía mi mamá que no hay que hablar con desconocidos, en este caso, desconocidas... O como decían en los Ejercicios Espirituales de los colegios de Jesuitas: "Subió a aquella casa a pecar, y no bajó ¡que le bajaron!"

    ResponderEliminar