Angelus Novus
Mi amigo Binyomin Ahronson me recomienda que, para superar la concepción marxista de la historia, lea las famosas tesis de filosofía de la historia de Walter Benjamin, las que escribió huyendo de los nazis, en Portbou, mientras asistía impotente al desastre. Es un librito breve que ya había leído hará unos diez años, cuando descubrí a Benjamin a través de Brecht, pero que ahora, obediente a las sugerencias de mi camaleónico colega, he vuelto a repasar. A Benjamin se le llama filósofo de la historia y, creo yo, más era poeta. Las dieciocho tesis, como algún otro texto suyo que he leído, no son tales en el sentido científico del término, sino más bien esbozos vaporosos que sugieren ideas amplias, poco definidas en sus contornos conceptuales y, consecuentemente, abiertas a multitud de interpretaciones. Reina la metáfora, tan del gusto de los artistas y tan incómoda para los que buscan precisión. Para más inri subyace en ellas, en las tesis, la cantinela religiosa que el propio Benjamin detectaba en el materialismo histórico pero de la que, probablemente por sus exigencias identitarias judías, no era capaz de despojarse. Me refiero, claro, a ese machacón empeño en la infelicidad ontológica, tan preñado de dosis de soberbia autoinculpadora, de persecución de una redención que no termino de entender, pero que se niega a sí mismo en el dramatismo, algo artificioso, del judío asimilicionista (versión actualizada de los conversos españoles de la Baja Edad Media aunque, en estos años nazis, con todavía menores perspectivas de éxito).
En todo caso, más que el qué de su producción literaria (o filosófica, si se quiere, aunque aprovecho para señalar que fue la propia Hannah Arendt, también judía alemana pero más capaz para mirar de frente, sin perder el rigor, los horrores de la naturaleza humana, quien calificó de poético el filosofar de Benjamin), lo que me atrae de este hombre desgraciado es el fuerte peso de los subjetivo, del quien. Tenía, sin duda, la sensibilidad atormentada del artista, preferentemente del pintor, puessu producción es sobre todo de imágenes visuales, más que de elaboradas argumentaciones. No es casual, por eso, que su más afortunada tesis, la novena, no sea sino la descripción en palabras (apenas diez frases) de una pintura de Paul Klee. Se trata de una acuarela pintada en 1920 y que Benjamin adquirió por el equivalente a unos treinta dólares en 1921. No sé si Benjamin y Klee fueron amigos, como me dice Ahronson; sin datos suficientes, barrunto que pudieran conocerse a principios de ese 1921, cuando Klee, ya un pintor de cierta fama, acababa de dejar Munich para incorporarse como Meister (maestro) a la Bauhaus de Gropius. Es más que probable que Benjamin, miembro de la elite intelectual e izquierdosa del Berlin de la posguerra, se acercara hasta Weimar a conocer el experimento artístico e ideológico que fue la Bauhaus. ¿Se habría traído consigo Klee su Angelus Novus? O puede que Benjamin viera el cuadro en Munich, en el domicilio conyugal de Klee o en la galería de Hans Goltz, quien había sido el organizador de la gran retrospectiva que había popularizado al pintor suizo. Eso explicaría que, como he leído en alguna web, el cuadro se quedara inicialmente, por unos meses, en la casa muniquesa de Gershom Scholem, el gran amigo de Benjamin, quien emigraría pocos años después a Palestina, ya militante sionista. Lo que parece más que seguro es que, desde que lo vio, el ángel de Klee impresionó profundamente al filósofo, tanto como para llevarlo siempre consigo, como su más preciada pertenencia. Sólo se desprendería de él al escapar de París en 1940 hacia el Pirineo, que no fue estación de paso para Lisboa y Nueva York, sino su último destino. Me entero de que el cuadro se lo entregó a Georges Bataille, por entonces bibliotecario de la Biblioteca Nacional de Francia, en cuyas dependencias Benjamin había pasado larguísimas horas preparando la que había de ser su gran obra, el Libro de los Pasajes. También le dejó a Bataille la multitud de apuntes de ese futuro volumen, lo único que se ha conservado, suficiente para ser calificado como uno de los documentos más importantes del siglo XX, pese a estar incompleto y ser tremendamente esotérico. Si fue en Port Bou donde escribió su famosa novena tesis, lo haría sin tener el cuadro delante, pero es más que seguro que, después de casi veinte años de posesión continuada, ya casi no le haría falta. Bataille entregará el legado de Benjamin a Theodor Adorno en 1947 y éste hará llegar la pintura de Klee a Scholem, para quien estaba destinada; muerto el amigo (en 1982), su viuda lo legó al Museo de Israel, de Jerusalén.
Escribe Benjamin que el cuadro de Klee "representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso". Benjamin es un poeta (repito) que ve lo que quiere ver, lo que su perseguida infelicidad le hace ver. Yo, la verdad, ni siquiera veo que esa figura sea un ángel, ni me parece que esté a punto de alejarse de nada; más bien diría que está apareciéndose, en pose estática, para declarar alguna solemne nueva. Tampoco la alas (si es que son alas) están extendidas sino en actitud convocante, ni los ojos desmesuradamente abiertos pues más que pasmo yo diría que es una mirada de atención vigilante. Y, por supuesto, a sus pies no hay montones de ruinas y cualquier paisaje de escombros despedazados está en la mente de Benjamin, en su personal interpretación, derivada del pesimismo esencial de su carácter que, cierto es, los acontecimientos de aquellos momentos se encargaban de reforzar con crudeza. Me pregunto si, cuando lo pintaba, quería Klee representar al ángel de la historia; si pensaba, como interpretaría Benjamin, en la impotencia de ese testigo apocalíptico, a diferencia de sus poderosos colegas bíblicos; si pretendía mostrar la inutilidad del consuelo religioso una vez que (ya ha pasado Nietsche) Dios ha muerto.
No sé responder a estas dudas mías. No he encontrado ninguna pista sobre los pensamientos creativos de Paul Klee. En todo caso, el poder con que se ha impuesto la interpretación benjaminiana es tal que ya difícilmente puede concebirse que el pintor no estuviera, en efecto, expresando el pavor angelical ante el sinsentido catastrófico de la historia. Si así hubiera sido, WB tan sólo completaría las pinceladas de Klee; pero, ¿fue así? Supongo que Angelus Novus es el título que le dio el pintor, lo cual apunta a una intención original renovadora, iconoclasta incluso. El Angelus es la oración que evoca el anuncio de su inmaculada concepción que hace Gabriel a María y, en la vida cristiana, recuerda la aceptación de los designios de Dios. El ángel viejo, no el de Klee, es el que escribe la historia que nosotros aceptamos (fiat mihi secundum Verbum tuum). Podríamos pensar, entonces, que ese ángel ya no existe y que el nuevo, a diferencia de aquél, no es capaz de dar sentido a la sucesión de acontecimientos, ha perdido la palabra que haría narración congruente la historia. Lo que pasa, si eso es lo que pensaba Klee, es que entonces no se trata de un ángel o, mejor, el Angelus Novus es el propio hombre abandonado a su condición, despojado del consuelo de la religión, enfrentado al caos ininteligible de la historia. Y, ciertamente, este ángel nuevo niega también las concepciones hegelianas y marxistas.
Nótese, no obstante, cuán atrapados estamos (estoy) por la interpretación benjaminiana, como si, dándole la razón a mi amigo Ahronson, estuviera (vano consuelo) hallando coherencia a posteriori mediante una más entre las infinitas narraciones que caben, como intentamos hacer con la historia, narrándonos los acontecimientos como si hubiera algún orden, alguna lógica, en los que no están ligados sino por sucesión caótica. Podría imaginar otras interpretaciones de la acuarela de Klee, pero no cambiaría nada, pues ese cuadro fue adquirido por un melancólico depresivo que reflejó desde él la concepción pesimista que requerían los tiempos. Y luego, enseguida casi, murió. La versión oficial es que se suicidó, acosado por la policía franquista, pero también se habla de asesinato.
En todo caso, más que el qué de su producción literaria (o filosófica, si se quiere, aunque aprovecho para señalar que fue la propia Hannah Arendt, también judía alemana pero más capaz para mirar de frente, sin perder el rigor, los horrores de la naturaleza humana, quien calificó de poético el filosofar de Benjamin), lo que me atrae de este hombre desgraciado es el fuerte peso de los subjetivo, del quien. Tenía, sin duda, la sensibilidad atormentada del artista, preferentemente del pintor, puessu producción es sobre todo de imágenes visuales, más que de elaboradas argumentaciones. No es casual, por eso, que su más afortunada tesis, la novena, no sea sino la descripción en palabras (apenas diez frases) de una pintura de Paul Klee. Se trata de una acuarela pintada en 1920 y que Benjamin adquirió por el equivalente a unos treinta dólares en 1921. No sé si Benjamin y Klee fueron amigos, como me dice Ahronson; sin datos suficientes, barrunto que pudieran conocerse a principios de ese 1921, cuando Klee, ya un pintor de cierta fama, acababa de dejar Munich para incorporarse como Meister (maestro) a la Bauhaus de Gropius. Es más que probable que Benjamin, miembro de la elite intelectual e izquierdosa del Berlin de la posguerra, se acercara hasta Weimar a conocer el experimento artístico e ideológico que fue la Bauhaus. ¿Se habría traído consigo Klee su Angelus Novus? O puede que Benjamin viera el cuadro en Munich, en el domicilio conyugal de Klee o en la galería de Hans Goltz, quien había sido el organizador de la gran retrospectiva que había popularizado al pintor suizo. Eso explicaría que, como he leído en alguna web, el cuadro se quedara inicialmente, por unos meses, en la casa muniquesa de Gershom Scholem, el gran amigo de Benjamin, quien emigraría pocos años después a Palestina, ya militante sionista. Lo que parece más que seguro es que, desde que lo vio, el ángel de Klee impresionó profundamente al filósofo, tanto como para llevarlo siempre consigo, como su más preciada pertenencia. Sólo se desprendería de él al escapar de París en 1940 hacia el Pirineo, que no fue estación de paso para Lisboa y Nueva York, sino su último destino. Me entero de que el cuadro se lo entregó a Georges Bataille, por entonces bibliotecario de la Biblioteca Nacional de Francia, en cuyas dependencias Benjamin había pasado larguísimas horas preparando la que había de ser su gran obra, el Libro de los Pasajes. También le dejó a Bataille la multitud de apuntes de ese futuro volumen, lo único que se ha conservado, suficiente para ser calificado como uno de los documentos más importantes del siglo XX, pese a estar incompleto y ser tremendamente esotérico. Si fue en Port Bou donde escribió su famosa novena tesis, lo haría sin tener el cuadro delante, pero es más que seguro que, después de casi veinte años de posesión continuada, ya casi no le haría falta. Bataille entregará el legado de Benjamin a Theodor Adorno en 1947 y éste hará llegar la pintura de Klee a Scholem, para quien estaba destinada; muerto el amigo (en 1982), su viuda lo legó al Museo de Israel, de Jerusalén.
Escribe Benjamin que el cuadro de Klee "representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irreteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso". Benjamin es un poeta (repito) que ve lo que quiere ver, lo que su perseguida infelicidad le hace ver. Yo, la verdad, ni siquiera veo que esa figura sea un ángel, ni me parece que esté a punto de alejarse de nada; más bien diría que está apareciéndose, en pose estática, para declarar alguna solemne nueva. Tampoco la alas (si es que son alas) están extendidas sino en actitud convocante, ni los ojos desmesuradamente abiertos pues más que pasmo yo diría que es una mirada de atención vigilante. Y, por supuesto, a sus pies no hay montones de ruinas y cualquier paisaje de escombros despedazados está en la mente de Benjamin, en su personal interpretación, derivada del pesimismo esencial de su carácter que, cierto es, los acontecimientos de aquellos momentos se encargaban de reforzar con crudeza. Me pregunto si, cuando lo pintaba, quería Klee representar al ángel de la historia; si pensaba, como interpretaría Benjamin, en la impotencia de ese testigo apocalíptico, a diferencia de sus poderosos colegas bíblicos; si pretendía mostrar la inutilidad del consuelo religioso una vez que (ya ha pasado Nietsche) Dios ha muerto.
No sé responder a estas dudas mías. No he encontrado ninguna pista sobre los pensamientos creativos de Paul Klee. En todo caso, el poder con que se ha impuesto la interpretación benjaminiana es tal que ya difícilmente puede concebirse que el pintor no estuviera, en efecto, expresando el pavor angelical ante el sinsentido catastrófico de la historia. Si así hubiera sido, WB tan sólo completaría las pinceladas de Klee; pero, ¿fue así? Supongo que Angelus Novus es el título que le dio el pintor, lo cual apunta a una intención original renovadora, iconoclasta incluso. El Angelus es la oración que evoca el anuncio de su inmaculada concepción que hace Gabriel a María y, en la vida cristiana, recuerda la aceptación de los designios de Dios. El ángel viejo, no el de Klee, es el que escribe la historia que nosotros aceptamos (fiat mihi secundum Verbum tuum). Podríamos pensar, entonces, que ese ángel ya no existe y que el nuevo, a diferencia de aquél, no es capaz de dar sentido a la sucesión de acontecimientos, ha perdido la palabra que haría narración congruente la historia. Lo que pasa, si eso es lo que pensaba Klee, es que entonces no se trata de un ángel o, mejor, el Angelus Novus es el propio hombre abandonado a su condición, despojado del consuelo de la religión, enfrentado al caos ininteligible de la historia. Y, ciertamente, este ángel nuevo niega también las concepciones hegelianas y marxistas.
Nótese, no obstante, cuán atrapados estamos (estoy) por la interpretación benjaminiana, como si, dándole la razón a mi amigo Ahronson, estuviera (vano consuelo) hallando coherencia a posteriori mediante una más entre las infinitas narraciones que caben, como intentamos hacer con la historia, narrándonos los acontecimientos como si hubiera algún orden, alguna lógica, en los que no están ligados sino por sucesión caótica. Podría imaginar otras interpretaciones de la acuarela de Klee, pero no cambiaría nada, pues ese cuadro fue adquirido por un melancólico depresivo que reflejó desde él la concepción pesimista que requerían los tiempos. Y luego, enseguida casi, murió. La versión oficial es que se suicidó, acosado por la policía franquista, pero también se habla de asesinato.
La banda sonora para este post necesariamente había de ser esta canción de Laurie Anderson llamada The Dream Before y dedicada a Walter Benjamin y a su novena tesis, a la del ángel de la historia. La letra, en traducción personal, viene a decir lo siguiente: Hansel and Gretel están vivos y bien / viven en Berlín / Ella es camarera en un bar de copas / Él ha tenido un pequeño papel en una película de Fassbinder / Una noche se sientan juntos a beber schnapps y ginebra / Y ella dice: Hansel, la verdad es que me deprimes / Y él dice: Gretel, puedes ser una perra / Y él añade: he desperdiciado mi vida con nuestra estúpida leyenda / cuando mi único amor era la bruja mala / Ella dice: ¿Qué es la historia? / Y él responde: La historia es un ángel empujado de espaldas hacia el futuro / Él dice: la historia es un montón de escombros / Y el ángel quiere regresar y arreglar las cosas /recomponer todas las cosas que se han roto / Pero hay un huracán que sopla desde el Paraiso / Y ese huracán arrastra al ángel de espaldas hacia el futuro.
Este post es muy interesante, y como todos los tuyos , Miroslav,está perfectamente compaginado. Ahora mismo, me voy a Google a investigar más acerca del personaje.
ResponderEliminarNos ha hecho pasear por Benjamin,Klee y Anderson. En una sentada y con sentido. Bravo maestro!
ResponderEliminarLa crítica racionalista al Benjamín poético no tiene en cuenta que una metáfora puede iluminar mucho más profundamente sobre el significado de los acontecimientos. Yo estimo que una extensa disquisición cientifista alternativa probablemente nos distraerá y nos sumirá en una mayor confusión. La simplificación alegórica que representan las metáforas es un buen antídoto frente a la prolijidad de la profundización innecesaria.
ResponderEliminarEl ejemplo de la reflexión sobre un cuadro de Klee, titulado Angelus Novus, que representa una figura infantil con los brazos extendidos y una gran cabeza con el pelo alborotado, grandes ojos y una boca abierta, yo podría interpretarlo literalmente como el asombro que mira a la izquierda en un contexto de manchas de tormenta. A partir de ahí cualquier descripción entraría en el campo de la especulación personal subjetiva.
Nada sabemos de las reflexiones que motivaron a Klee a realizar este dibujo ni cuales serían sus ideas al respecto. Sin embargo, lo importante es el intenso poder evocador que ha tenido para el curso del pensamiento contemporáneo. Y en este sentido, la interpretación de Walter Benjamín es tremendamente importante.
Es lo que subyace en la idea del Angelus Novus como representante de la historia, de acuerdo al filósofo vienés. El concepto benjaminiano de un espíritu impotente ante el curso inexorable e indeterminado de los acontecimientos es muy rico en significados evocadores.
Aquí tenemos un ejemplo claro de la diferente posición de los artistas frente a los científicos a la hora de explicar los hechos. Mientras los primeros prefieren las metáforas como un camino para poder desentrañar la profundidad y complejidad de los hechos, los segundos batallan con las incógnitas de nuestro mundo mediante la disección y reflexión sistemática de esos mismos hechos.
En mi opinión, no deberíamos optar ideológicamente por ninguna de las dos aproximaciones ya que ambas nos aportan esclarecimientos complementarios que nos hacen avanzar en la comprensión de este mundo. Las descalificaciones genéricas provenientes de cualquiera de las distintas posturas no nos hacen avanzar en el conocimiento. Solo la argumentación fundamentada hace posible una mayor riqueza y profundidad del pensamiento.