martes, 14 de septiembre de 2010

London Calling

Ayer, en el segundo set de la final del Open USA, empezó a llover sobre Nueva York y se interrumpió el partido. Para hacer tiempo a la espera de que se reanudara, los de Canal+ (que veo pirateado) pasaron una actuación de Bruce Springsteen y la E Street Band en Hyde Park de junio del pasado año, como parte del festival Hard Rock Calling. Como ya me voy haciendo viejo y no estoy al día en asuntos de música, no tenía ni idea que se trata de un festival que se celebra anualmente desde 2006 y al que han asistido mitos de mi adolescencia y juventud que, por lo visto, se niegan a encargar el traje de madera: Roger Waters que tocó Dark Side of the Moon (diez meses después lo disfrutaría en el Palau Sant Jordi), los Who, Peter Gabriel, Aerosmith, Eric Clapton, The Police, Neil Young, Stevie Wonder, Paul McCartney ... En su actuación, aunque el sonido no terminaba de ser todo lo bueno que merecería, el Boss se entregó con entusiasmo y, de modo harto ostensible, "sudó la camiseta" (que era una camisa). El caso es que la canción con la que abrió el concierto era la mítica London Calling, de los Clash, que no oía desde la intemerata.


El tema me llevó a mi época universitaria, de radicales militancias rockeras. Hacia el 77, algunos de los más enterados de mi remoto entorno, reverenciaban el naciente punk de los Sex Pistols. A mí me atraía el aura iconoclasta de esos gamberros británicos pero no me terminaban de gustar sus temas; no obstante, en el grupo de amigos que pasábamos casi todas las horas en la Casona, los chicos de Sid Vicious escaparon de la lista negra de los vetados (en la que se acumulaban todos los ejemplares de la música Disco, que empezarían también por entonces) y sonaban muy de vez en cuando. Supongo que de The Clash también se habría oído algo, porque por esos años uno de los fijos de la Casona conseguía regularmente todas las novedades rockeras desde Inglaterra (vinilos que eran inmediatamente grabados en cassette: suena casi a la prehistoria), pero mi primer recuerdo de esa banda es precisamente de la canción que ayer oí en boca del "chico" de New Jersey (el que, por cierto, también formaba parte de nuestras bandas sonoras, con bastante más repeticiones que los punkies citados). El London Calling nos encantó y, en cierto modo, supuso que pusiéramos un poco más de atención a esos chavales provocativos que, todo había que reconocerlo, entre tanto paripé hacían alguna que otra cosa digna de interés.

Nos gustaba el tema con su guitarreo machacón y el repetido London Calling que, aunque no terminábamos de entender toda la letra, sí sabíamos que esas palabras aludían a las emisiones radiofónicas de la BBC durante la Segunda Guerra. También captábamos el mensaje general de desesperanza y catástrofe apocalíptica y, sobre todo, los remates pesimistas con el cambio de entonación de ese verso que gritábamos desafinadamente junto a Strummer: Cause London is drowning and I, I live by the river (Porque Londres se está inundando y yo vivo junto al río; o sea, todo se va a ir a la mierda y nosotros vamos a ser las primeras víctimas). Ahora, tantos años después, leo la letra y compruebo cuántas alusiones no cogimos en su momento, pero daba igual, lo básico lo habíamos entendido.

El disco lo oímos bastante durante 1980, durante mi penúltimo semestre de la carrera. Uno de los compañeros del grupo, Óscar, era un nicaragüense que había llegado a Lima unos cinco años antes en su calidad del hijo del embajador de Somoza en el Perú. En el 79, el gobierno al que su padre representaba había sido derrocado por unos revolucionarios de marcado estilo cubano, que llevaban unos cuantos años de guerrillas (el más conocido de los líderes era entonces Edén Pastora, quien luego se convertiría en furibundo opositor de sus antiguos camaradas). El caso es que la familia de Óscar se quedó con lo puesto y, como no eran de los que habían medrado bajo el régimen somocista ni previsto el futuro saqueando y atesorando los dineros en bancos extranjeros, se encontraron con que tenían que ir al exilio sin casi medios de vida (de hecho, me consta que lo han pasado muy mal desde entonces). Nuestro amigo, a punto de acabar la carrera, decidió quedarse en Perú, en una situación bastante irregular, si no apátrida algo muy parecido (a su familia la habían desposeído de la ciudadanía nica). Si bien Óscar no era somocista (y nos había contado varias veces que el régimen de su país era una descarada dictadura personal), los nuevos dirigentes le habían hecho la gran puñeta. Por eso es explicable que cuando se enteró, hacia finales de ese año de 1980 que los Clash sacaban un nuevo álbum en apoyo a los sandinistas (tampoco es que fuera exactamente así, pero el chico no estaba para matices) declarara solemnemente que vetaba a la banda británica. De modo que, en aplicación de nuestras estrictas reglas (y también por solidaridad con el amigo desamparado), London Calling dejó de sonar entre nosotros.

Pocos meses después, en marzo del 81, regresé a España. En el Perú se quedó mi colección de vinilos (que no estaba del todo mal) y en Madrid me tocó vivir otras músicas de intensa efervescencia por esos años. Seguí, claro está, escuchando los que siempre han sido mis imprescindibles, incluso asistiendo a conciertos inolvidables de muchos de ellos durante esa década ochentera. Pero no recuerdo que volviera a oír a The Clash, salvo quizá de forma ocasional, en alguna fiesta o en una emisora de radio que tuviera encendida; de hecho, no tengo el disco ni entre mis CDs ni en la biblioteca de iTunes. Así hasta ayer, y no cantada por Strummer (que acabo de enterarme de que murió fulminantemente en 2002) sino por el Boss: ¡Qué cosas!

Por cierto, la final del Open USA se reanudó y la ganó Nadal, pero yo ya me había acostado.

CATEGORÍA: Canciones y otras líricas

1 comentario:

  1. Yo siempre que oigo hablar del Bruce ese me acuerdo de los párrafos que Ramón de España que le dedicó en su vitriólico libro EL ODIO.

    No creo exagerar si digo que Bruce Springsteen es el hombre que ha acabado con la música pop tal como la conocíamos. Tradicionalmente, el rock and roll era el refugio de los inadaptados, de los gamberros cuya idea de la diversión era prender fuego a los muebles de los hoteles tras mearse en las macetas del hall. El mundo pop era un amasijo de simpáticos sociópatas, algunos de los cuales hasta tenían talento. Era un mundo clasista en el que los que triunfaban hacían realidad su sueño de vivir sin trabajar y se dedicaban a dilapidar su fortuna en alcohol, drogas y sexo desordenado. Gracias a las bandas de rock, los chavales díscolos tenían un espejo en el que contemplarse y hacerse la ilusión de que no eran unos borregos como sus compañeros de pupitre, que no había más que verlos para deducir que acabarían en una oficina siniestra acumulando trienios y encajando, al cabo de los años, una patada en el culo acompañada de un reloj barato.

    Eso a pesar de Nebraska y a favor de que mis gustos siempre anduvieron en la órbita del rock más oscuro, morboso y degenerado.

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