Una historia folletinesca (y 4)
¿Por qué su abuelo y Mercedes aceptaron la locura de Aura? Mi amiga Eva piensa que por la misma razón por la que el vasco se casó con la rica señorita palmera e incluso, para entonces, es probable que con más motivo. Ya llevaban un par de años de matrimonio a tres y seguramente había menos posibilidades de dar marcha atrás; además, hay que pensar que la enajenación de Aura no había sino reforzado el amor entre los otros dos: cada uno se aferraría al otro buscando el asidero de la cordura, el descanso de una comedia disparatada que cabe suponer que más de una vez les pondría de los nervios. Así que el vasco fecundó a Mercedes para que naciera el hijo místico de Aura y durante nueve meses ocultaron un embarazo y fingieron otro hasta el secreto alumbramiento, con la complicidad y el silencio bien remunerado del médico de la familia quien una madrugada de la primavera de 1928 trajo al mundo a una niña regordeta. Aura reaccionó con una mezcla explosiva de incredulidad y desesperación pues era un niño quien había de nacer, así se lo habían profetizado sus visiones. Cayó casi inmediatamente en una crisis nerviosa que la dejó postrada en cama, sin hablar, comer ni hacer apenas nada, durante casi medio año. Los abuelos de la recién nacida asumieron la organización de los asuntos prácticos y enseguida se ocuparon de registrar y bautizar a su nieta con el nombre de Pilar. ¿Sabrían ellos a través del médico, amigo íntimo de la familia, la verdad de esa criatura? Si así fue (y mi amiga Eva tiende a creer que sí) nunca lo dijeron y siempre trataron a mi madre, me dijo, como nieta queridísima, la que, al cabo, habría de heredar el cuantioso patrimonio familiar.
La enfermedad de Aura permitió, de otra parte, que Mercedes asumiera con naturalidad las funciones maternales. Seguramente, me contó mi amiga, esos primeros meses de los que mi madre no guardó (no pudo guardar) ningún recuerdo fueron los más felices para la que, sin yo saberlo, era mi verdadera abuela: podía manifestar sin disimulos amor y ternura hacia su hija, acompañada además del hombre que amaba. Pero esa alegría cesó bruscamente cuando Aura se recuperó. Antes de abandonar la reclusión de su dormitorio, escribe en su diario algunas entradas en las que consta su decisión. Piensa que Mercedes la ha traicionado; incluso hasta sospecha que su marido ha sido cómplice con ella de algún maligno plan para impedir que se consumara su destino de madre virginal del nuevo Mesías. Por eso ha de apartarla de la casa, han de cesar todas las prácticas sexuales porque, ahora lo comprende, no es a través de esos pecados cómo había de concebirse el salvador del mundo. Sin embargo, Aura está desconcertada sobre la forma en que ha de ocurrir el milagro en el cual no quiere dejar de esperar y también respecto al papel que juega en su destino esta niña. Ante las dudas sobre cómo tratar a Pilar opta por jugar el papel de madre cariñosa, protectora; ocurra lo que ocurra, se dice, siempre será mejor que esa criatura esté de mi lado.
Piensa Eva, mi amiga, que Aura, en efecto, desempeñó maravillosamente el papel de madre, como lo prueba la adoración que desde muy pequeña le tuvo Pilar. También es más que probable que instilara en la niña certeras dosis de inquina hacia el padre y hacia la vieja amiga, quien, pese a todo, alguna vez accedía a la casona de la calle Real y pudo comprobar cómo crecía su hija y cuánto se alejaba de ella. Cuando murió Aura, víctima, piensa Eva, de la decepción a que la arrastró su insania, Pilar hizo del odio hacia su padre y luego a su verdadera madre, uno de los elementos fundamentales de su estructura psicológica. Hubo algunos intentos de acercamiento de ambos, que siempre fueron cortados por lo sano, de muy malos modos, por la hija resentida. Al final, se produjo el fatídico encuentro de Mercedes y Pilar, propiciado por la primera que, ya muy mayor, querría aclarar la verdad con su hija. Esa tarde, sin duda, Mercedes le revelaría la verdad y, como prueba, le entregaría el diario de Aura. ¿Cómo reaccionó Pilar, qué barbaridades haría, para que la anciana sufriera el derrame cerebral que la llevó hasta la muerte? Quizá, barrunta mi amiga, Mercedes se dio cuenta, demasiado tarde, ante la crisis histérica de Pilar, que se había equivocado, que había dañado nuevamente y de la forma más irreparable a la hija que tanto quería.
La lectura del diario así como de algunos otros papeles posteriores (cartas, recibos ...) permitió a mi amiga hacerse una idea bastante cabal de la historia folletinesca que vivieron sus abuelos y que condicionó terrible y dolorosamente la vida de su madre. Imagina, y hasta cree sentirlas en parte, las emociones dolorosas que embargaron a Pilar al descubrir que todo lo que creía, aquello a través de lo cual se había definido, no era verdad, se desmoronaba como una castillo de naipes. Siente mi amiga ese dolor y también la rabia por una vida amargada por el odio. Piensa también en esa abuela biológica que se le acercó sólo una vez, cuando ella era una adolescente; se pregunta si esa empatía que fluyó entre ambas tendrá algo que ver con la "llamada de la sangre", pero descarta lo que, está segura, no es más que una tontería. En todo caso, también percibe en su interior, como si fuera propia, la tristeza de esa mujer que miraba a su nieta que no sabía que lo era. Otra vida, se dice, marcada por un dolor innecesario pero que, a la postre, fue inevitable.
Cuando mi amiga descubrió la historia de sus abuelos, el origen de su madre, pasó varios días casi paralizada, sin saber qué pensar ni qué hacer. Al final, decidió ir a hablar con Pilar, internada en la residencia de El Sauzal. La mujer, ese día, parecía alegre, como si el incesante deterioro cerebral hubiese milagrosamente remitido. Eva, entre bromas y carantoñas cariñosas, le preguntó por su infancia en la casona de La Palma, le pidió que le hablara de aquellos días, de sus padres. Pilar, de pronto, cambió la expresión y unos lagrimones rodaron desde sus ojos. Yo quería mucho a mi madre, dijo, mucho, mucho; pero no lo sabía, me engañaron. Eva la abrazó, calmando los convulsos sollozos. Al cabo de un rato se atrevió a preguntar por Mercedes, que si la recordaba de entonces, de su infancia. Su madre se apretó más fuertemente a su cuerpo, tanto que sintió que la asfixiaba. Luego, muy despacio, se fue separando de ella mientras la miraba con ojos desconfiados. ¿Quién eres? ¿A qué has venido? A partir de ese día su madre no volvió, salvo fugacísimos destellos, a recobrar una mínima lucidez. Uno de esos momentos sucedió pocos instantes antes de su muerte. Estaban Eva y sus hermanos en el hospital, adonde Pilar había sido ingresada de urgencia esa misma tarde. Era evidente que la anciana se moría y lo hacía sin conocer a nadie, con la mirada perdida, absorta en una conversación privada y silenciosa. De pronto, apretó la mano de su hija y le clavó la antigua mirada de la madre severa: –Nadie debe saberlo. Que acabe conmigo. Sé feliz. Tres frases imperativas, como en los viejos tiempos, pensó Eva.
Mis hermanos lo ignoran todo y también lo ignorarán mis hijos; sólo tú lo sabes, porque a alguien necesitaba contárselo. Y con el permiso de mi amiga (a quien nadie podrá reconocer a través de estos textos) ahora yo lo he contado.
La enfermedad de Aura permitió, de otra parte, que Mercedes asumiera con naturalidad las funciones maternales. Seguramente, me contó mi amiga, esos primeros meses de los que mi madre no guardó (no pudo guardar) ningún recuerdo fueron los más felices para la que, sin yo saberlo, era mi verdadera abuela: podía manifestar sin disimulos amor y ternura hacia su hija, acompañada además del hombre que amaba. Pero esa alegría cesó bruscamente cuando Aura se recuperó. Antes de abandonar la reclusión de su dormitorio, escribe en su diario algunas entradas en las que consta su decisión. Piensa que Mercedes la ha traicionado; incluso hasta sospecha que su marido ha sido cómplice con ella de algún maligno plan para impedir que se consumara su destino de madre virginal del nuevo Mesías. Por eso ha de apartarla de la casa, han de cesar todas las prácticas sexuales porque, ahora lo comprende, no es a través de esos pecados cómo había de concebirse el salvador del mundo. Sin embargo, Aura está desconcertada sobre la forma en que ha de ocurrir el milagro en el cual no quiere dejar de esperar y también respecto al papel que juega en su destino esta niña. Ante las dudas sobre cómo tratar a Pilar opta por jugar el papel de madre cariñosa, protectora; ocurra lo que ocurra, se dice, siempre será mejor que esa criatura esté de mi lado.
Piensa Eva, mi amiga, que Aura, en efecto, desempeñó maravillosamente el papel de madre, como lo prueba la adoración que desde muy pequeña le tuvo Pilar. También es más que probable que instilara en la niña certeras dosis de inquina hacia el padre y hacia la vieja amiga, quien, pese a todo, alguna vez accedía a la casona de la calle Real y pudo comprobar cómo crecía su hija y cuánto se alejaba de ella. Cuando murió Aura, víctima, piensa Eva, de la decepción a que la arrastró su insania, Pilar hizo del odio hacia su padre y luego a su verdadera madre, uno de los elementos fundamentales de su estructura psicológica. Hubo algunos intentos de acercamiento de ambos, que siempre fueron cortados por lo sano, de muy malos modos, por la hija resentida. Al final, se produjo el fatídico encuentro de Mercedes y Pilar, propiciado por la primera que, ya muy mayor, querría aclarar la verdad con su hija. Esa tarde, sin duda, Mercedes le revelaría la verdad y, como prueba, le entregaría el diario de Aura. ¿Cómo reaccionó Pilar, qué barbaridades haría, para que la anciana sufriera el derrame cerebral que la llevó hasta la muerte? Quizá, barrunta mi amiga, Mercedes se dio cuenta, demasiado tarde, ante la crisis histérica de Pilar, que se había equivocado, que había dañado nuevamente y de la forma más irreparable a la hija que tanto quería.
La lectura del diario así como de algunos otros papeles posteriores (cartas, recibos ...) permitió a mi amiga hacerse una idea bastante cabal de la historia folletinesca que vivieron sus abuelos y que condicionó terrible y dolorosamente la vida de su madre. Imagina, y hasta cree sentirlas en parte, las emociones dolorosas que embargaron a Pilar al descubrir que todo lo que creía, aquello a través de lo cual se había definido, no era verdad, se desmoronaba como una castillo de naipes. Siente mi amiga ese dolor y también la rabia por una vida amargada por el odio. Piensa también en esa abuela biológica que se le acercó sólo una vez, cuando ella era una adolescente; se pregunta si esa empatía que fluyó entre ambas tendrá algo que ver con la "llamada de la sangre", pero descarta lo que, está segura, no es más que una tontería. En todo caso, también percibe en su interior, como si fuera propia, la tristeza de esa mujer que miraba a su nieta que no sabía que lo era. Otra vida, se dice, marcada por un dolor innecesario pero que, a la postre, fue inevitable.
Cuando mi amiga descubrió la historia de sus abuelos, el origen de su madre, pasó varios días casi paralizada, sin saber qué pensar ni qué hacer. Al final, decidió ir a hablar con Pilar, internada en la residencia de El Sauzal. La mujer, ese día, parecía alegre, como si el incesante deterioro cerebral hubiese milagrosamente remitido. Eva, entre bromas y carantoñas cariñosas, le preguntó por su infancia en la casona de La Palma, le pidió que le hablara de aquellos días, de sus padres. Pilar, de pronto, cambió la expresión y unos lagrimones rodaron desde sus ojos. Yo quería mucho a mi madre, dijo, mucho, mucho; pero no lo sabía, me engañaron. Eva la abrazó, calmando los convulsos sollozos. Al cabo de un rato se atrevió a preguntar por Mercedes, que si la recordaba de entonces, de su infancia. Su madre se apretó más fuertemente a su cuerpo, tanto que sintió que la asfixiaba. Luego, muy despacio, se fue separando de ella mientras la miraba con ojos desconfiados. ¿Quién eres? ¿A qué has venido? A partir de ese día su madre no volvió, salvo fugacísimos destellos, a recobrar una mínima lucidez. Uno de esos momentos sucedió pocos instantes antes de su muerte. Estaban Eva y sus hermanos en el hospital, adonde Pilar había sido ingresada de urgencia esa misma tarde. Era evidente que la anciana se moría y lo hacía sin conocer a nadie, con la mirada perdida, absorta en una conversación privada y silenciosa. De pronto, apretó la mano de su hija y le clavó la antigua mirada de la madre severa: –Nadie debe saberlo. Que acabe conmigo. Sé feliz. Tres frases imperativas, como en los viejos tiempos, pensó Eva.
Mis hermanos lo ignoran todo y también lo ignorarán mis hijos; sólo tú lo sabes, porque a alguien necesitaba contárselo. Y con el permiso de mi amiga (a quien nadie podrá reconocer a través de estos textos) ahora yo lo he contado.
The Beatles - Do you want to know a secret (Please, please me, 1963)
La verdad es que sí, que esta mujer, Aura, hizo que la vida de tres personas estuviera marcada por la tristeza. Siempre dicen que es mejor no saber la verdad, pero yo pienso que es precisamente el desconocer ciertas verdades lo que hace desgraciada la vida de la gente.
ResponderEliminar...soy también un hijo de mentiras y secretos. Lo mejor es distanciarse rápidamente de ellos, de los que te mienten, aunque se suponga que es por tu bien, y vivir la propia vida sin esos tapujos.
ResponderEliminarMe ha dado tanta pena tu relato. Claro, está muy bien narrado.
ResponderEliminarCuando salimos del cine, comentando: Me llama la atención cómo todos estuvieron haciendo lo que consideraban más adecuado, metiéndose en un berenjenal infranqueable. No hubo mala intención en ninguno, pero el resultado fue mucho dolor.
Fascinante, Miroslav. Casi me lo perdí, pues no me había fijado en que son 4 partes.
ResponderEliminarEs muy plausible que Pilar haya recobrado lucidez justo antes de morir. Lo mismo le paso a mi abuela que no reconocía a nadie más que a su hijo, mi padre,durante dos años. Tampoco se acordaba de sus nietas. Una hora antes de morir preguntó por nosostras. Mi padre pensó que, milagrosamente, se había recuperado. La dejó, contento, en el hospital. Nada más llegar a casa, lo llamarón por teléfono. La abuela acababa de fallecer.
Dale las gracias a Pilar por aceptar que compartas su historia con nosotros.
ResponderEliminarPerdón, quise decir a tu amiga Eva, qué lío de nombres.
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