El brazo amputado de Valle Inclán (2)
Volvamos a Leal da Câmara para conocer el incidente del que derivaría días después la manquedad de Valle. La versión que ofrezco es la que él mismo narró a su madre en una carta enviada el 31 de julio, unas dos semanas más o menos después de los hechos. Cuenta Julio Tomás que estaba de charla con unos amigos, todos literatos y pintores, en un aguaducho de Recoletos cuando uno de ellos, un tipo que no le caía nada bien, empezó a provocarle profiriendo insultos sobre Portugal. Debió pasarse bastante el granadino, suficiente para que el dibujante se exaltase (pese a que era contenido en sus reacciones) y le amenazara con partirle la cara, amén de dedicarle unos cuantos piropos no menos subidos de tono. López del Castillo se amilanó y se retiró, pero al día siguiente, en su nombre, dos señores fueron a pedirle a Julio Tomás que se retractase y, como éste se negó, no quedaba más opción, y así se hizo, que cada parte nombrara padrinos para concertar el duelo pertinente. La historia tiene otra versión, también contada por el propio Leal, si bien bastantes años después, en 1945 y 47, en sendas entrevistas publicadas en la prensa lisboeta (Leal era ya un setentón). Al contrincante, conocido hasta entonces como López del Castillo, lo denomina Gutierrez, pero lo llamativo es que sitúa el incidente en la fonda en la que se alojaba, muy cercana a la Puerta del Sol, del cual también era huésped el señorito andaluz. Estaban en una segunda planta y parece que el enfado del portugués le llevó a izar en vilo al granadino amagando con defenestrarlo desde el balcón. A la escandalera acudieron un capitán del ejército nacido en Cuba y Tomás Orts-Ramos y Climent, un escritor alicantino y crítico de toros, buen amigo de Leal durante esos días madrileños, quien bastantes años después publicaría su personal versión de cómo perdió el brazo Valle Inclán en una obra que todavía puede conseguirse en librerías de viejo (A los cuarenta y tantos de ver toros: recuerdos, reflexiones y cosas por el estilo de un aficionado, Barcelona 1926). Tranquilizados los ánimos, el portugués se fue de farra y al volver, ya de madrugada, se encontró con una carta de Manuel Bueno, quien en calidad de testigo del granadino, le urgía a concertar duelo para resolver la grave falta de honor. Y añadió Leal en la prensa portuguesa que, asombrado de esa reacción, fue un par de días después a buscar al andaluz al Paseo de la Castellana para "arreglar las cosas a la portuguesa" pero, por lo sucedido después, no se llegó a ningún acuerdo conciliador.
Ambas versiones quizá sean compatibles y así puede que ocurriera primero el enfrentamiento de la fonda y días después, en vez de mejorarse, el conflicto se agravara. Lo que parece claro es que el Bueno Bengoechea estuvo, desde el principio, al lado de López del Castillo (o Gutiérrez, aunque me inclino más por los otros apellidos) y que contribuyó a incendiar el ánimo del señorito agraviado, haciéndole ver que debía exigir reparaciones a su honor o, si no, batirse en duelo. No he podido precisar la fecha del cruce de insultos (la de Recoletos), pero es casi seguro que debió ser muy pocos días antes de la fatídica tarde del 24 de julio, pues para entonces el asunto era lo bastante reciente como para ser tema candente de discusión entre los amigos y, desde luego, distaba mucho de estar cerrado el preceptivo desafío. Ese 24 de julio de 1899 (un lunes, por cierto) se reunía un numeroso grupo de habituales en el café de La Montaña, en los bajos del Grand Hôtel de París (el edificio al que hoy corona el anuncio de Tío Pepe), con entrada por Alcalá 2, pero también con varias puertas a la Puerta del Sol y a la Carrera de San Jerónimo, de modo que se le solía conocer como el café pulmonía, o algo por el estilo. En ese café solían reunirse en tertulia Benavente, Valle Inclán y Pío Baroja, entre los más conocidos (ahora, porque entonces no eran todavía lo que llegaron a ser; especialmente Baroja, un médico renegado de veintisiete años que quería ser escritor aunque aún no había publicado nada y vivía de llevar una tahona, lo que le sirvió a Rubén Darío como motivo de chanza: "Este Baroja es un escritor de mucha miga". Pero había muchos más asistentes, mayoritariamente muy jóvenes, entusiastas del vanguardismo estético y radical.
Pues bien, hacia el atardecer de ese lunes de julio, cuando ya el bochornoso calor madrileño se habría apaciguado un tanto, Valle Inclán fue caminando desde su piso cercano a la calle de San Bernardo ("un cuartucho pequeño con una cama en el suelo y una caja como mesa de noche; en la pared tres o cuatro clavos, de donde colgaba todas sus ropas", según testimonio de Pío Baroja) hasta su tertulia de la Puerta del Sol y cuando llegó ya estaban allí casi todos los amiguetes en plena discusión sobre el anunciado duelo entre Leal y el granadino. Don Ramón María tomó asiento con ademán majestuoso y pidió un café con leche y un vaso de agua. Me imagino que, a su llegada, se crearía un ambiente de expectación, que motivos para ello no faltaban. De entrada Valle Inclán era, junto con Benavente, el de mayor edad del grupo (treinta y tres tacos, que no era ésa una tertulia de escritores maduros sino de jóvenes estéticamente revolucionarios) y, además, de carácter irascible, empeñado casi siempre en dominar las conversaciones e imponer, aunque fuera a gritos (con su conocida voz "metálica y altisonante"), su opinión. Pero sobre todo, y seguro que todos eran conscientes de ello,Pero sigamos recreando esa tarde noche e imaginemos que, en plena perorata del que aún no era el Marqués de Bradomín, hace su entrada en el Café de la Montaña el joven periodista Manuel Bueno. Ya están todos los ingredientes para la tragedia ... Valle era buen amigo y protector del dibujante luso y, como tal, se lo imaginarían preocupado, cuando no enojado, por las posibles consecuencias de tan estúpido desafío. Y ciertamente, quienes esperaban bronca no se equivocaron, más bien yo diría que se quedaron cortos en sus previsiones.
¿Quienes estaban allí esa tarde? Pese a que la anécdota se refiere en varias fuentes (con sus inevitables discrepancias entre unas y otras) tan sólo he podido confirmar la presencia de Paco Sancha Lengo (1874-1936), un pintor y dibujante de 25 años; de Gregorio Martínez Sierra (1881-1947), por entonces aspirante a dramaturgo y con apenas dieciocho años frecuentador ansioso de las tertulias y defensor apasionado del modernismo; de José Ruiz Castillo, quien era un joven de clase modesta muy aficionado a las letras y amigo del anterior (probablemente de su edad) y que pocos años después se convertiría en uno de los editores más importantes que ha tenido este país; de Tomás Orts-Ramos (1866-1939), a quien ya he citado al referir la escena de la fonda y que, como también dije, escribiría años después sus recuerdos de esa tarde; y finalmente del también mentado Manuel Bueno Bengoechea que, según algunas versiones que voy a aceptar porque me hacen parecer el relato más verosímil, llegó al café de la Montaña algo después que el propio Valle Inclán. ¿Habría más gente a la mesa del gallego? Probablemente, pero no he conseguido identificarlos; en todo caso, seguro que no estaban ni Benavente ni Rubén Darío o el poeta Villaespesa (1877-1896) –todos en Madrid por esas fechas y más que enterados e interesados en el asunto–, pues la presencia de cualquiera de ellos sí que habría dejado fácil constancia.
Supongamos pues que llegó Valle y ahí estaban sus jóvenes amigos debatiendo sobre el anunciado duelo y las reglas que habían de respetarse. Parece, según dejó escrito Paco Sancha, que enseguida el escritor empezó a repasar, con inaudita erudición (¿lo traería preparado de casa?) las obras sobre la materia, empezando por la más clásica y afamada, la que entre 1458 y 1471 compuso Mosén Diego Valera, y cuyo título era Tratado de los rieptos y desafíos (aclaro que riepto es sinónimo, hoy en desuso, de reto; se pensará pues que equivale a desafío pero no es así pues en la Baja Edad Media había varios matices diferenciadores entre las distintas figuras jurídicas que, en el fondo, no venían a ser sino riñas muy protocolizadas entre hidalgos). Este Diego de Valera, por cierto, fue uno de los más importantes escritores, juristas e historiadores del siglo XV castellano, y vivió siempre en el entorno de las cortes reales, desde la de Juan II a la de los Reyes Católicos. Tras dar su erudito repaso al citado Tratado de las Armas, dice algún libro (el de Antonina Rodrigo sobre María Lejárraga) que pasó don Ramón a otros más modernos como los Códigos de Honor del Marqués de Cabriñana o del Conde Athos de San Malato. Este último nombre lo conocía yo de hace muchos años, de un volumen de recuerdos habaneros de Alejo Carpentier que todavía conservo y he podido consultar. Cuenta el grandioso escritor cubano que en La Habana de principios de siglo XX, la de la recién estrenada independencia, era una cosa increíble el enorme número de duelos que había; tantos que todo hombre que tuviera una acción pública de cualquier índole se sabía de memoria el Código de Honor del mentado Conde Athos, que era, por lo visto, la Biblia de los duelos. Sin embargo, es muy poco probable que Valle Inclán se refiriera a este espadachín y trotamundos siciliano (que no era conde para nada), nacido en Trapani en 1872 y uno de los renovadoras de la esgrima hacia el cambio de siglo; y ello por la sencilla razón de que su libro La Partida de Honor y sus Leyes es de 1913 y fue publicado en España en 1920. Tampoco es del todo creíble que se hablase del Marqués de Cabriñana (Julio de Urbina y Ceballos Escalera, 1858?-1937, que fue el primer presidente del Comité Olímpico Español), pues su famosa obran Lances entre caballeros y Código del honor no se publicó hasta 1900 (aunque quizá circularían por Madrid copias piratas" para regocijo de los petimetres ociosos). En fin, tampoco es que importe mucho, pero el excurso me ha servido para pasar un rato divertido asomándome al barroquismo protocolario que envolvía el asunto de los duelos. Desde luego, fuera con el Cabriñana, el San Malato o cualquier otro manual, había chicha para enrollarse en cualquier tertulia de entonces y, seguramente Valle Inclán estaba en su salsa, en plena exhibición de su poderío erudito.
Pero sigamos recreando esa tarde noche e imaginemos que, en plena perorata del que aún no era el Marqués de Bradomín, hace su entrada en el Café de la Montaña el joven periodista Manuel Bueno. Ya están todos los ingredientes para la tragedia ...
Ambas versiones quizá sean compatibles y así puede que ocurriera primero el enfrentamiento de la fonda y días después, en vez de mejorarse, el conflicto se agravara. Lo que parece claro es que el Bueno Bengoechea estuvo, desde el principio, al lado de López del Castillo (o Gutiérrez, aunque me inclino más por los otros apellidos) y que contribuyó a incendiar el ánimo del señorito agraviado, haciéndole ver que debía exigir reparaciones a su honor o, si no, batirse en duelo. No he podido precisar la fecha del cruce de insultos (la de Recoletos), pero es casi seguro que debió ser muy pocos días antes de la fatídica tarde del 24 de julio, pues para entonces el asunto era lo bastante reciente como para ser tema candente de discusión entre los amigos y, desde luego, distaba mucho de estar cerrado el preceptivo desafío. Ese 24 de julio de 1899 (un lunes, por cierto) se reunía un numeroso grupo de habituales en el café de La Montaña, en los bajos del Grand Hôtel de París (el edificio al que hoy corona el anuncio de Tío Pepe), con entrada por Alcalá 2, pero también con varias puertas a la Puerta del Sol y a la Carrera de San Jerónimo, de modo que se le solía conocer como el café pulmonía, o algo por el estilo. En ese café solían reunirse en tertulia Benavente, Valle Inclán y Pío Baroja, entre los más conocidos (ahora, porque entonces no eran todavía lo que llegaron a ser; especialmente Baroja, un médico renegado de veintisiete años que quería ser escritor aunque aún no había publicado nada y vivía de llevar una tahona, lo que le sirvió a Rubén Darío como motivo de chanza: "Este Baroja es un escritor de mucha miga". Pero había muchos más asistentes, mayoritariamente muy jóvenes, entusiastas del vanguardismo estético y radical.
Pues bien, hacia el atardecer de ese lunes de julio, cuando ya el bochornoso calor madrileño se habría apaciguado un tanto, Valle Inclán fue caminando desde su piso cercano a la calle de San Bernardo ("un cuartucho pequeño con una cama en el suelo y una caja como mesa de noche; en la pared tres o cuatro clavos, de donde colgaba todas sus ropas", según testimonio de Pío Baroja) hasta su tertulia de la Puerta del Sol y cuando llegó ya estaban allí casi todos los amiguetes en plena discusión sobre el anunciado duelo entre Leal y el granadino. Don Ramón María tomó asiento con ademán majestuoso y pidió un café con leche y un vaso de agua. Me imagino que, a su llegada, se crearía un ambiente de expectación, que motivos para ello no faltaban. De entrada Valle Inclán era, junto con Benavente, el de mayor edad del grupo (treinta y tres tacos, que no era ésa una tertulia de escritores maduros sino de jóvenes estéticamente revolucionarios) y, además, de carácter irascible, empeñado casi siempre en dominar las conversaciones e imponer, aunque fuera a gritos (con su conocida voz "metálica y altisonante"), su opinión. Pero sobre todo, y seguro que todos eran conscientes de ello,Pero sigamos recreando esa tarde noche e imaginemos que, en plena perorata del que aún no era el Marqués de Bradomín, hace su entrada en el Café de la Montaña el joven periodista Manuel Bueno. Ya están todos los ingredientes para la tragedia ... Valle era buen amigo y protector del dibujante luso y, como tal, se lo imaginarían preocupado, cuando no enojado, por las posibles consecuencias de tan estúpido desafío. Y ciertamente, quienes esperaban bronca no se equivocaron, más bien yo diría que se quedaron cortos en sus previsiones.
¿Quienes estaban allí esa tarde? Pese a que la anécdota se refiere en varias fuentes (con sus inevitables discrepancias entre unas y otras) tan sólo he podido confirmar la presencia de Paco Sancha Lengo (1874-1936), un pintor y dibujante de 25 años; de Gregorio Martínez Sierra (1881-1947), por entonces aspirante a dramaturgo y con apenas dieciocho años frecuentador ansioso de las tertulias y defensor apasionado del modernismo; de José Ruiz Castillo, quien era un joven de clase modesta muy aficionado a las letras y amigo del anterior (probablemente de su edad) y que pocos años después se convertiría en uno de los editores más importantes que ha tenido este país; de Tomás Orts-Ramos (1866-1939), a quien ya he citado al referir la escena de la fonda y que, como también dije, escribiría años después sus recuerdos de esa tarde; y finalmente del también mentado Manuel Bueno Bengoechea que, según algunas versiones que voy a aceptar porque me hacen parecer el relato más verosímil, llegó al café de la Montaña algo después que el propio Valle Inclán. ¿Habría más gente a la mesa del gallego? Probablemente, pero no he conseguido identificarlos; en todo caso, seguro que no estaban ni Benavente ni Rubén Darío o el poeta Villaespesa (1877-1896) –todos en Madrid por esas fechas y más que enterados e interesados en el asunto–, pues la presencia de cualquiera de ellos sí que habría dejado fácil constancia.
Supongamos pues que llegó Valle y ahí estaban sus jóvenes amigos debatiendo sobre el anunciado duelo y las reglas que habían de respetarse. Parece, según dejó escrito Paco Sancha, que enseguida el escritor empezó a repasar, con inaudita erudición (¿lo traería preparado de casa?) las obras sobre la materia, empezando por la más clásica y afamada, la que entre 1458 y 1471 compuso Mosén Diego Valera, y cuyo título era Tratado de los rieptos y desafíos (aclaro que riepto es sinónimo, hoy en desuso, de reto; se pensará pues que equivale a desafío pero no es así pues en la Baja Edad Media había varios matices diferenciadores entre las distintas figuras jurídicas que, en el fondo, no venían a ser sino riñas muy protocolizadas entre hidalgos). Este Diego de Valera, por cierto, fue uno de los más importantes escritores, juristas e historiadores del siglo XV castellano, y vivió siempre en el entorno de las cortes reales, desde la de Juan II a la de los Reyes Católicos. Tras dar su erudito repaso al citado Tratado de las Armas, dice algún libro (el de Antonina Rodrigo sobre María Lejárraga) que pasó don Ramón a otros más modernos como los Códigos de Honor del Marqués de Cabriñana o del Conde Athos de San Malato. Este último nombre lo conocía yo de hace muchos años, de un volumen de recuerdos habaneros de Alejo Carpentier que todavía conservo y he podido consultar. Cuenta el grandioso escritor cubano que en La Habana de principios de siglo XX, la de la recién estrenada independencia, era una cosa increíble el enorme número de duelos que había; tantos que todo hombre que tuviera una acción pública de cualquier índole se sabía de memoria el Código de Honor del mentado Conde Athos, que era, por lo visto, la Biblia de los duelos. Sin embargo, es muy poco probable que Valle Inclán se refiriera a este espadachín y trotamundos siciliano (que no era conde para nada), nacido en Trapani en 1872 y uno de los renovadoras de la esgrima hacia el cambio de siglo; y ello por la sencilla razón de que su libro La Partida de Honor y sus Leyes es de 1913 y fue publicado en España en 1920. Tampoco es del todo creíble que se hablase del Marqués de Cabriñana (Julio de Urbina y Ceballos Escalera, 1858?-1937, que fue el primer presidente del Comité Olímpico Español), pues su famosa obran Lances entre caballeros y Código del honor no se publicó hasta 1900 (aunque quizá circularían por Madrid copias piratas" para regocijo de los petimetres ociosos). En fin, tampoco es que importe mucho, pero el excurso me ha servido para pasar un rato divertido asomándome al barroquismo protocolario que envolvía el asunto de los duelos. Desde luego, fuera con el Cabriñana, el San Malato o cualquier otro manual, había chicha para enrollarse en cualquier tertulia de entonces y, seguramente Valle Inclán estaba en su salsa, en plena exhibición de su poderío erudito.
Pero sigamos recreando esa tarde noche e imaginemos que, en plena perorata del que aún no era el Marqués de Bradomín, hace su entrada en el Café de la Montaña el joven periodista Manuel Bueno. Ya están todos los ingredientes para la tragedia ...
Reservo mi comentario sobre el post en sí para el final de la historia, pero me fascinó el link que pusiste sobre la historia de los duelos.
ResponderEliminarRecomiendo la biografía de Valle de Ramón Gómez de la Serna, de un raro a otro raro, la estaban saldando hace poco. Y lo mejor, con permiso y respeto al trabajo de miroslav, la anécdota de Grillo del brazo amputado que no era.
ResponderEliminarLansky: La biografía que Ramón escribió sobre el otro Ramón la leí hace muchos años (creo que era de Austral) y la recuerdo como muy entretenida, pero no demasiado rigurosa. De todas maneras, en el artículo de González Martel que está siendo una de mis fuentes básicas para estos posts, se cita otro texto de Ramón referido justamente al incidente del brazo que se titula "Algunas versiones de cómo perdió el brazo don Ramón María del Valle-Inclán" (1918). Pero Gómez de la Serna no estuvo esa tarde en el lugar de los hechos y lo que hizo fue recoger opiniones. En todo caso, me encantaría releer esa biografía, que si la tuve, la he perdido. ¿Qué es eso de que la estaban "saldando" hace poco?
ResponderEliminarExactamente eso, que la vendían por mucho menos que su precio de portada, y sí, estaba editada en Austral, pero en una rara edición en tapa dura con sobrecubiertas, por supuesto es más un lucimiento del Gómez que del Valle, aunque cuenta una sanécdotas de este último...Si la vuelvo a encontrar te la compro, si quieres.
ResponderEliminarGracias, Lansky, pero no hace falta. Ayer comprobé que está disponible en la biblioteca pública que tengo a cincuenta metros de casa, así que mañana me la sacaré para releerla y, especialmente, comprobar lo que cuenta de esa tarde de 1899.
ResponderEliminarReitero mi comentario a tu entrada posterior. Una joya.
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