Escribí el texo que a continuación transcribo hace seis meses, cuatro después del primer acto de mi crisis (obviamente la crisis venía de atrás: simplemente me refiero a su escenificación). Cosas que ahora digo están empezando a cambiar ... Afortunadamente (gracias a una persona maravillosa; ella sabe quién es).
La explosión de mi crisis de pareja se escenificó en el aparcamiento de un Auditorio. Allí habíamos quedado para asistir al concierto de un grupo rockero (nostalgias de los 70). Yo fui puntual, pero ella tardaba en llegar; mientras esperaba en mi cabeza iban tomando forma varios miedos: algo le pasaba a R, diversos síntomas remitían a crisis anteriores, a las tantas crisis vividas durante una convivencia de casi 17 años.
Apareció con veinte minutos de retraso, demasiado tarde para entrar al concierto. Nada más verla me di cuenta de que estaba fatal. Abrí la puerta del coche y me senté junto a ella. A mi pregunta de qué le pasaba, me respondió, medio llorosa medio enfadada, que nuestra relación no funcionaba sexualmente, que todas sus células me rechazaban, que ella quería sentir orgasmos y conmigo no los tenía ...
En fin, tampoco me acuerdo de todas las palabras que usó, pero lo que sí aún tengo muy vivo es el tono acusatorio, de cabreo hacia mí, como de estar harta de algo que lleva sufriendo mucho tiempo y que considera que conmigo no tenía ninguna solución. Estaba muy excitada; como en ocasiones anteriores, yo procuré calmarla, tratar de razonar, pero era imposible. Repetía que sexualmente me rechazaba, que no podía estar conmigo por eso. Finalmente, nos fuimos a casa.
En ese momento pensé (y lo sigo pensando aún, si bien con más matices) que esa explosión recriminatoria sobre el sexo no era más que la apariencia de un malestar más profundo. Como en anteriores crisis, el motivo aparente siempre había sido algo que me involucraba, aunque en el fondo subyacía el problema de fondo de R, ese dolor suyo muy anterior a mí. En todo caso, pensé que hablaríamos del tema y lo enfocaríamos para encontrarle solución, sin que esa solución, como siempre, valiese para que ella se cuestionase su insatisfacción más profunda.
Sin embargo (como luego supe), a diferencia de otras ocasiones, ya entonces R estaba enamorada de A y ya había tenido un primer encuentro sexual con él. La reacción airada de R contra nuestra vida sexual (acusatoria hacia mí, como en todo) se explica mucho mejor si para entonces (mediados de junio) ya había tenido relaciones con A. Supongo que esa primera vez ella sintió mucho placer (orgasmos) y, junto al goce, se le despertaría la rabia de pensar que había perdido eso durante tantos años conmigo. El rechazo que decía sentir hacia mí es síntoma de que estaba viviendo un enamoramiento cuyas características exigen que haya componente sexual.
A la vista de cómo fueron sucediendo los acontecimientos, está claro que ya entonces R había llegado a unas conclusiones propias que me imagino que serían más o menos las siguientes:
¿Cómo era nuestra vida sexual? Desde luego, poco satisfactoria; y ambos lo sabíamos. Durante los primeros años de nuestra relación hacíamos el amor con bastante frecuencia (varias veces a la semana). Según me ha recordado R recientemente, ya una de las primeras veces que nos acostamos yo me corrí demasiado pronto y ella me dijo: ¿ya ...? En esa primera etapa, hacer el amor era una actividad muy cariñosa entre ambos. Estoy convencido (así lo recuerdo, aunque los recuerdos pueden ser engañosos) de que ella se sentía muy a gusto, sentía placer, aunque nunca llegó a correrse. Lo que es cierto es que empezamos mal en cuanto a comunicación y así seguimos. Ella no me decía nada sobre lo que quería o sentía y yo tampoco me animaba a preguntar.
En mi caso, esta aparente timidez se debía a que siempre he estado acomplejado respecto a mi capacidad sexual. Supongo que mucha culpa de ello la tiene mi educación en un colegio del Opus, con la perversa satanización del sexo. Pero da igual; el caso es que tener relaciones sexuales nunca (ni siquiera hoy) ha sido para mí un acto natural, en el que pudiera sentirme relajado. Siento que estoy pasando un examen, que me están juzgando. Y yo, que en los exámenes de verdad casi nunca he estado nervioso, cuando estoy con una mujer sí lo estoy. Y por más que, en el plano intelectual sé lo que me pasa y lo idiota e injustificado que es, no puedo lograr la relajación necesaria para, con naturalidad, disfrutar (y hacer disfrutar) del sexo.
Por eso mis primeros polvos con casi todas las mujeres que he estado han sido siempre muy inferiores a los siguientes. La relajación la voy consiguiendo a medida que voy sintiendo confianza (y cariño) hacia mi pareja sexual. He envidiado toda mi vida (y supongo que lo sigo haciendo) a esos hombres (¿la mayoría?) que tienen una sexualidad instintiva, natural; que están seguros de ella (de que van a funcionar) de la misma manera que un perro no duda cuando se monta a una perra. P era de esos; ofrecía sexo con la mayor naturalidad y con la mayor naturalidad muchas mujeres se lo aceptaban (y parece que quedaban satisfechas con él). Una vez, quedamos con dos chicas a las que apenas conocíamos. Tras tontear y caldear el ambiente con bromas e indirectas nos fuimos los cuatro a su piso. Una vez allí, P propuso que hiciéramos una orgía. Los cuatro en el salón empezamos a besarnos y acariciarnos, cambiando de pareja a cada rato. En un rato estábamos todos desnudos; P con una erección considerable y yo con el pito acoquinadillo. P y una de las chicas (ya ni me acuerdo de su nombre, aunque era la que más me gustaba de las dos) empezó a follar, mientras nos animaba a nosotros a hacer lo mismo. Yo me sentía fatal y le propuse a la otra (se llamaba Esther, de su nombre sí me acuerdo) que nos fuéramos a un dormitorio. Pero ni por esas, gatillazo absoluto. Al cabo de un rato me fui y la otra chica me pidió que la llevara a su casa, mientras Esther se quedaba con P. Al día siguiente P, medio en broma medio en serio, me recriminó que hubiera echado a perder la orgía y que le hubiera "obligado" a tener que follarse a Esther, que se había quedado con ganas.
Lo anterior es sólo un ejemplo de situaciones que no han hecho sino aumentar mi inseguridad sexual. Esta inseguridad ha ido condicionando mi forma de acercarme a las mujeres, de ligar. Me gustaba una chica y, a mi propia timidez básica, se unía el miedo al rechazo en todas las fases del acercamiento, pero especialmente si llegábamos a acostarnos. Como además me correspondía normalmente a mí tomar la iniciativa (nuestra educación machista) el miedo y el no atreverme eran mayores. Supongo que, como consecuencia, mis tácticas de ligue siempre se han basado en el engatusamiento de la mujer mediante la palabra, en producirle una cierta admiración hacia lo inteligente, ingenioso, sensible que soy. Creo que, en el fondo, lo que buscaba es que ese arrobamiento que ella sintiera hacia mí sirviese para disimular u ocultar mi poca pericia sexual.
Y, por supuesto, también ese complejo hacía que insistiera, directa o indirectamente, en que lo importante no era el sexo, sino el cariño. En que para mí, la relación sexual en sí misma no era sino la expresión, en el plano físico, de una comunicación íntima. Y ciertamente, en varias ocasiones ha funcionado. Porque además, esa forma de acercarse al sexo, despierta mucha ternura en las mujeres y les permite no valorar críticamente los aspectos puramente físicos, compensar las carencias que pudiera haber en cuanto a la consecución de placer.
Además, nunca me he considerado atractivo físicamente (de hecho, sé que no lo soy) y también he envidiado a los "tíos buenos" que son deseados a priori, al margen de su simpatía, su inteligencia, su sensibilidad.
Así que, en resumen, desde prácticamente mi adolescencia me he sentido muy acomplejado en estos aspectos; complejo que probablemente he compensado con una exacerbación de mi seguridad en otros (lo cual, tampoco ha sido muy acertado, pero eso es otro asunto). Y, sin embargo, siempre he querido acostarme con "tías buenas", lograr que me quisiesen porque les daba placer, que les gustase físicamente. Pero nunca he creído que me podrían querer por eso. Porque por más que muchas mujeres con las que he estado me han querido, siempre me quedaba la duda de que se "conformaban", que al final preferirían a otro más guapo, más atlético, con más capacidad sexual. Envidia hacia los P de este mundo que, llegado el momento, se bajan los pantalones y entran en acción. Recelo hacia tantas mujeres que quitan importancia a esos aspectos y hablan de los valores más "puros" (la honestidad, los sentimientos, la comunicación).
Lo anterior no quiere decir que mi manera de actuar con las mujeres, tanto en el ligue como en la cama, haya sido solamente una táctica premeditada como respuesta a mi complejo. Ciertamente, creo lo que digo, y pienso de verdad que el sexo es una expresión más, maravillosa, de una comunicación afectiva. Y mis mejores polvos, tanto los reales como los que imagino ideales, siempre han sido cuando se ha unido el cariño y la afectividad con las caricias, los besos y la cópula. Pero aunque sea verdad, también lo es que hay parte de impostura, sólo que ya tan arraigada en mí que casi ni lo es. Pero no por ello he dejado de pensar a veces cuánto me gustaría ser capaz de tener sexo con esta mujer, sin necesidad de comerme (y comerle) el coco. Simplemente, hacer el amor porque a los dos nos apeteciese, sin complejos, para darnos placer mutuamente. Eso casi nunca ha ocurrido.
Bueno, todo este rollo para explicar(me) cómo soy respecto al sexo, mi inseguridad en las relaciones íntimas con las mujeres. Antes de conocer a R, salí con una chica llamada E que era extremadamente desenvuelta y habladora en el sexo. Con ella aprendí mucho sobre las mujeres, sobre darles placer. E no se cortaba, me guiaba, me reclamaba correrse, sabía cómo aprovecharme. Hablamos y follamos mucho durante los apenas 4 o 5 meses que estuvimos juntos; siempre que podíamos íbamos a mi piso, a mi cama sin somier (sobre el suelo). Follar era divertido, una especie de fiesta. Nunca más he tenido una relación parecida.
Cuando empecé a salir con R, enseguida empezamos a acostarnos con regularidad. Ciertamente, yo no ponía mucho entusiasmo; seguramente por dos razones. La primera afectiva: en esos momentos habría preferido estar con otra persona. La segunda que, aunque R me gustaba, tampoco era el tipo de mujer que físicamente me atraía mucho. A este segundo motivo se le debió sumar, por un lado, un cierto sentimiento de culpabilidad porque sabía que estaba enamorada de mí y yo no de ella y, por otro, que ella tampoco se comportaba demasiado bien en la cama.
El caso es que, ante un inicio de relación tan dubitativo por mi parte (y como reflejo supongo, también por la suya) se fue imponiendo un patrón de comportamiento sexual poco comunicativo, que ya se mantuvo hasta el final. R me dejaba que llevara la iniciativa y hacía poquísimos tanteos exploratorios y siempre de forma muy tímida. Yo más o menos lo mismo. Sin embargo, en una primera etapa (al menos durante los 4 o 5 primeros años), supongo que a R su enamoramiento le compensaba las posibles carencias orgásmicas. Además ella lo pasaba bien, disfrutaba, aunque no llegara hasta donde debía haber llegado. Por otra parte, nunca antes había tenido orgasmos, así que le faltaban referencias, imagino. Por último, ella misma desconocía lo que le pedía su cuerpo, sus ritmos, las partes más sensibles, etc: nunca, por ejemplo, se había masturbado.
... ¿continuará?
La explosión de mi crisis de pareja se escenificó en el aparcamiento de un Auditorio. Allí habíamos quedado para asistir al concierto de un grupo rockero (nostalgias de los 70). Yo fui puntual, pero ella tardaba en llegar; mientras esperaba en mi cabeza iban tomando forma varios miedos: algo le pasaba a R, diversos síntomas remitían a crisis anteriores, a las tantas crisis vividas durante una convivencia de casi 17 años.
Apareció con veinte minutos de retraso, demasiado tarde para entrar al concierto. Nada más verla me di cuenta de que estaba fatal. Abrí la puerta del coche y me senté junto a ella. A mi pregunta de qué le pasaba, me respondió, medio llorosa medio enfadada, que nuestra relación no funcionaba sexualmente, que todas sus células me rechazaban, que ella quería sentir orgasmos y conmigo no los tenía ...
En fin, tampoco me acuerdo de todas las palabras que usó, pero lo que sí aún tengo muy vivo es el tono acusatorio, de cabreo hacia mí, como de estar harta de algo que lleva sufriendo mucho tiempo y que considera que conmigo no tenía ninguna solución. Estaba muy excitada; como en ocasiones anteriores, yo procuré calmarla, tratar de razonar, pero era imposible. Repetía que sexualmente me rechazaba, que no podía estar conmigo por eso. Finalmente, nos fuimos a casa.
En ese momento pensé (y lo sigo pensando aún, si bien con más matices) que esa explosión recriminatoria sobre el sexo no era más que la apariencia de un malestar más profundo. Como en anteriores crisis, el motivo aparente siempre había sido algo que me involucraba, aunque en el fondo subyacía el problema de fondo de R, ese dolor suyo muy anterior a mí. En todo caso, pensé que hablaríamos del tema y lo enfocaríamos para encontrarle solución, sin que esa solución, como siempre, valiese para que ella se cuestionase su insatisfacción más profunda.
Sin embargo (como luego supe), a diferencia de otras ocasiones, ya entonces R estaba enamorada de A y ya había tenido un primer encuentro sexual con él. La reacción airada de R contra nuestra vida sexual (acusatoria hacia mí, como en todo) se explica mucho mejor si para entonces (mediados de junio) ya había tenido relaciones con A. Supongo que esa primera vez ella sintió mucho placer (orgasmos) y, junto al goce, se le despertaría la rabia de pensar que había perdido eso durante tantos años conmigo. El rechazo que decía sentir hacia mí es síntoma de que estaba viviendo un enamoramiento cuyas características exigen que haya componente sexual.
A la vista de cómo fueron sucediendo los acontecimientos, está claro que ya entonces R había llegado a unas conclusiones propias que me imagino que serían más o menos las siguientes:
- Una vida sexual satisfactoria (tener orgasmos, para ser concretos) es maravillosa y no está dispuesta a renunciar a ella.
- Que ella tenga orgasmos depende sobre todo del hombre, de su capacidad de supeditar su placer a que la mujer lo consiga, de su capacidad de hacerla descubrir a ella su sexualidad.
- Yo no tengo esa capacidad (a diferencia de A) porque he sido egoísta (no he supeditado mi placer al suyo: esperar hasta que se corra) e insensible (no he sabido descubrir su sexualidad).
- Por su enamoramiento sexual hacia A y su rabia hacia mí (que no le he dado esos placeres) siente un rechazo emotivo y sexual a estar conmigo (soy el enemigo).
- Además, está convencida de que yo nunca podré dejar de ser egoísta e insensible y, por tanto, nunca podré darle orgasmos.
¿Cómo era nuestra vida sexual? Desde luego, poco satisfactoria; y ambos lo sabíamos. Durante los primeros años de nuestra relación hacíamos el amor con bastante frecuencia (varias veces a la semana). Según me ha recordado R recientemente, ya una de las primeras veces que nos acostamos yo me corrí demasiado pronto y ella me dijo: ¿ya ...? En esa primera etapa, hacer el amor era una actividad muy cariñosa entre ambos. Estoy convencido (así lo recuerdo, aunque los recuerdos pueden ser engañosos) de que ella se sentía muy a gusto, sentía placer, aunque nunca llegó a correrse. Lo que es cierto es que empezamos mal en cuanto a comunicación y así seguimos. Ella no me decía nada sobre lo que quería o sentía y yo tampoco me animaba a preguntar.
En mi caso, esta aparente timidez se debía a que siempre he estado acomplejado respecto a mi capacidad sexual. Supongo que mucha culpa de ello la tiene mi educación en un colegio del Opus, con la perversa satanización del sexo. Pero da igual; el caso es que tener relaciones sexuales nunca (ni siquiera hoy) ha sido para mí un acto natural, en el que pudiera sentirme relajado. Siento que estoy pasando un examen, que me están juzgando. Y yo, que en los exámenes de verdad casi nunca he estado nervioso, cuando estoy con una mujer sí lo estoy. Y por más que, en el plano intelectual sé lo que me pasa y lo idiota e injustificado que es, no puedo lograr la relajación necesaria para, con naturalidad, disfrutar (y hacer disfrutar) del sexo.
Por eso mis primeros polvos con casi todas las mujeres que he estado han sido siempre muy inferiores a los siguientes. La relajación la voy consiguiendo a medida que voy sintiendo confianza (y cariño) hacia mi pareja sexual. He envidiado toda mi vida (y supongo que lo sigo haciendo) a esos hombres (¿la mayoría?) que tienen una sexualidad instintiva, natural; que están seguros de ella (de que van a funcionar) de la misma manera que un perro no duda cuando se monta a una perra. P era de esos; ofrecía sexo con la mayor naturalidad y con la mayor naturalidad muchas mujeres se lo aceptaban (y parece que quedaban satisfechas con él). Una vez, quedamos con dos chicas a las que apenas conocíamos. Tras tontear y caldear el ambiente con bromas e indirectas nos fuimos los cuatro a su piso. Una vez allí, P propuso que hiciéramos una orgía. Los cuatro en el salón empezamos a besarnos y acariciarnos, cambiando de pareja a cada rato. En un rato estábamos todos desnudos; P con una erección considerable y yo con el pito acoquinadillo. P y una de las chicas (ya ni me acuerdo de su nombre, aunque era la que más me gustaba de las dos) empezó a follar, mientras nos animaba a nosotros a hacer lo mismo. Yo me sentía fatal y le propuse a la otra (se llamaba Esther, de su nombre sí me acuerdo) que nos fuéramos a un dormitorio. Pero ni por esas, gatillazo absoluto. Al cabo de un rato me fui y la otra chica me pidió que la llevara a su casa, mientras Esther se quedaba con P. Al día siguiente P, medio en broma medio en serio, me recriminó que hubiera echado a perder la orgía y que le hubiera "obligado" a tener que follarse a Esther, que se había quedado con ganas.
Lo anterior es sólo un ejemplo de situaciones que no han hecho sino aumentar mi inseguridad sexual. Esta inseguridad ha ido condicionando mi forma de acercarme a las mujeres, de ligar. Me gustaba una chica y, a mi propia timidez básica, se unía el miedo al rechazo en todas las fases del acercamiento, pero especialmente si llegábamos a acostarnos. Como además me correspondía normalmente a mí tomar la iniciativa (nuestra educación machista) el miedo y el no atreverme eran mayores. Supongo que, como consecuencia, mis tácticas de ligue siempre se han basado en el engatusamiento de la mujer mediante la palabra, en producirle una cierta admiración hacia lo inteligente, ingenioso, sensible que soy. Creo que, en el fondo, lo que buscaba es que ese arrobamiento que ella sintiera hacia mí sirviese para disimular u ocultar mi poca pericia sexual.
Y, por supuesto, también ese complejo hacía que insistiera, directa o indirectamente, en que lo importante no era el sexo, sino el cariño. En que para mí, la relación sexual en sí misma no era sino la expresión, en el plano físico, de una comunicación íntima. Y ciertamente, en varias ocasiones ha funcionado. Porque además, esa forma de acercarse al sexo, despierta mucha ternura en las mujeres y les permite no valorar críticamente los aspectos puramente físicos, compensar las carencias que pudiera haber en cuanto a la consecución de placer.
Además, nunca me he considerado atractivo físicamente (de hecho, sé que no lo soy) y también he envidiado a los "tíos buenos" que son deseados a priori, al margen de su simpatía, su inteligencia, su sensibilidad.
Así que, en resumen, desde prácticamente mi adolescencia me he sentido muy acomplejado en estos aspectos; complejo que probablemente he compensado con una exacerbación de mi seguridad en otros (lo cual, tampoco ha sido muy acertado, pero eso es otro asunto). Y, sin embargo, siempre he querido acostarme con "tías buenas", lograr que me quisiesen porque les daba placer, que les gustase físicamente. Pero nunca he creído que me podrían querer por eso. Porque por más que muchas mujeres con las que he estado me han querido, siempre me quedaba la duda de que se "conformaban", que al final preferirían a otro más guapo, más atlético, con más capacidad sexual. Envidia hacia los P de este mundo que, llegado el momento, se bajan los pantalones y entran en acción. Recelo hacia tantas mujeres que quitan importancia a esos aspectos y hablan de los valores más "puros" (la honestidad, los sentimientos, la comunicación).
Lo anterior no quiere decir que mi manera de actuar con las mujeres, tanto en el ligue como en la cama, haya sido solamente una táctica premeditada como respuesta a mi complejo. Ciertamente, creo lo que digo, y pienso de verdad que el sexo es una expresión más, maravillosa, de una comunicación afectiva. Y mis mejores polvos, tanto los reales como los que imagino ideales, siempre han sido cuando se ha unido el cariño y la afectividad con las caricias, los besos y la cópula. Pero aunque sea verdad, también lo es que hay parte de impostura, sólo que ya tan arraigada en mí que casi ni lo es. Pero no por ello he dejado de pensar a veces cuánto me gustaría ser capaz de tener sexo con esta mujer, sin necesidad de comerme (y comerle) el coco. Simplemente, hacer el amor porque a los dos nos apeteciese, sin complejos, para darnos placer mutuamente. Eso casi nunca ha ocurrido.
Bueno, todo este rollo para explicar(me) cómo soy respecto al sexo, mi inseguridad en las relaciones íntimas con las mujeres. Antes de conocer a R, salí con una chica llamada E que era extremadamente desenvuelta y habladora en el sexo. Con ella aprendí mucho sobre las mujeres, sobre darles placer. E no se cortaba, me guiaba, me reclamaba correrse, sabía cómo aprovecharme. Hablamos y follamos mucho durante los apenas 4 o 5 meses que estuvimos juntos; siempre que podíamos íbamos a mi piso, a mi cama sin somier (sobre el suelo). Follar era divertido, una especie de fiesta. Nunca más he tenido una relación parecida.
Cuando empecé a salir con R, enseguida empezamos a acostarnos con regularidad. Ciertamente, yo no ponía mucho entusiasmo; seguramente por dos razones. La primera afectiva: en esos momentos habría preferido estar con otra persona. La segunda que, aunque R me gustaba, tampoco era el tipo de mujer que físicamente me atraía mucho. A este segundo motivo se le debió sumar, por un lado, un cierto sentimiento de culpabilidad porque sabía que estaba enamorada de mí y yo no de ella y, por otro, que ella tampoco se comportaba demasiado bien en la cama.
El caso es que, ante un inicio de relación tan dubitativo por mi parte (y como reflejo supongo, también por la suya) se fue imponiendo un patrón de comportamiento sexual poco comunicativo, que ya se mantuvo hasta el final. R me dejaba que llevara la iniciativa y hacía poquísimos tanteos exploratorios y siempre de forma muy tímida. Yo más o menos lo mismo. Sin embargo, en una primera etapa (al menos durante los 4 o 5 primeros años), supongo que a R su enamoramiento le compensaba las posibles carencias orgásmicas. Además ella lo pasaba bien, disfrutaba, aunque no llegara hasta donde debía haber llegado. Por otra parte, nunca antes había tenido orgasmos, así que le faltaban referencias, imagino. Por último, ella misma desconocía lo que le pedía su cuerpo, sus ritmos, las partes más sensibles, etc: nunca, por ejemplo, se había masturbado.
... ¿continuará?
CATEGORÍA: Sexo, erotismo y etcéteras
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