Pues sigo con la Teoría de Juegos (sé de alguien a quien no le gusta demasiado el tema, pero escribo para aclarar mis ideas). Dije en el primer post de esta serie que, en Teoría de Juegos la "estrategia" más estable a largo plazo es el comportamiento del toma y daca; concretaré ahora un poquito más.
Hace unos 20 años, Robert Axelrod, un profesor de ciencias políticas de Michigan, planteó un concurso de estrategias (programas de ordenador) para jugar al Dilema del Prisionero. Este es el juego canónico de altruismo / egoísmo, que modeliza cualquier interacción (no necesariamente entre humanos) cuyas características básicas sean que ganas más si eres egoísta y el otro altruista, que la cooperación mutua es mejor que el egoísmo de ambos y que el egoísmo de ambos es mejor que la situación del altruista cuando el otro es egoísta. Si se piensa un poco, se verá que estas reglas son aplicables a muchas situaciones de la vida real. Pues bien, en una partida única del Dilema del Prisionero (o en varias, siempre que los jugadores conozcan cuántas van a ser), ambos jugadores tenderán a ser egoístas (o abusones, en mi anterior terminología). Sin embargo, lo que Axelrod comprobó a partir de simulaciones informáticas, es que si el número de partidas es indeterminado, las “estrategias” que mejor funcionan (y, por tanto, las que tienden a ser estables) son las que él llamaba amables (las que empiezan cooperando y solo “desertan” como repuesta a un comportamiento abusivo) y clementes (las que tienden a “olvidar” antiguas ofensas, sin perjuicio de que respondan a las recientes). De otra parte, si suponemos que las estrategias van evolucionando como resultado de su mayor o menor éxito (digamos que las que menos éxito tienen se van abandonando), se tendería a una estabilidad basada en la casi continua cooperación. Hay algunos factores más que intervienen (y que distorsionan esta tan idílica evolución), siendo quizás el más relevante la distribución inicial de estrategias en la población de que se trate. No es lo mismo (para la evolución futura) que se parta de una población en la que predominan comportamientos amables y clementes que de otra en una situación contraria. Pero tampoco vamos aquí a profundizar demasiado.
Pero hay un detalle muy importante que no he mencionado y es que el Dilema del Prisionero (como las interacciones reales susceptibles de modelizarse mediante el mismo) es un juego de suma NO cero. Un juego de suma cero es todo aquél en el que mi ganancia es igual a tu pérdida. Así son la mayoría de los que solemos llamar juegos (las competiciones deportivas, por ejemplo). Los juegos de suma cero son enormemente excitantes (presumo que más para la mentalidad masculina que para la femenina), hasta el punto de que intuyo que tendemos a plantearnos muchas de las interacciones reales como si respondieran a las características de este tipo de juegos. Estos juegos, además de la competitividad, estimulan la “envidia” que, a nuestros efectos, puede entenderse como que ganar más que el otro sea más importante que la ganancia propia en términos absolutos. Me contaron hace un tiempo que en varias negociaciones sindicales se había comprobado que los trabajadores daban más importancia al diferencial de su aumento de sueldo respecto al de otros que a la cuantía del aumento en sí. Llevándolo a la caricatura (aunque no tanto), parece que ser que un empleado tipo prefería que a él y su colega les aumentaran un 10% el sueldo antes que un aumento del 20% a él y del 30% a su colega. ¿Nunca hemos estado en situaciones en las que preferimos “perder” siempre que el otro pierda más o, al menos, no gane más que nosotros?
Lo que se me antoja muy llamativo, es que muchas de las situaciones de la vida real se pueden llevar tanto a juegos de suma cero como a juegos de suma no cero. Obviamente, lo más razonable sería procurar en cada caso convertir una interacción personal en un juego de suma no cero y, consecuentemente, apostar por un comportamiento cooperativo. Sin embargo, pareciera que tenemos un diablillo envidioso dentro que nos hace preferir el modelo competitivo de la suma cero. Y tampoco creo que es que seamos envidiosos o rencorosos de entrada (aunque muchas veces sean estos sentimientos la respuesta espontánea al dolor recibido, por ejemplo), sino que con frecuencia a ese modelo nos va llevando una especie de “desconfianza preventiva”: de entrada, yo no me muestro generoso y espero a ver que haces tú ... Al final, acabamos peleando para que ninguno obtenga ni un ápice más que el otro.
Por supuesto, las relaciones afectivas son (deberían ser) juegos de suma no cero; incluso pienso que deberían ser de suma positiva, como ya elucubré en mi anterior post. Alguien me ha dicho, por ejemplo, que ha vivido relaciones amorosas en las que ha dado x y ha recibido una cantidad mayor que x; que entonces ha intentado dar más de x, pero ha vuelto a recibir más de lo que daba; y así sucesivamente. Pues me parece fantástico (evidentemente estamos ante un juego de suma no cero, sino crecientemente positiva) salvo que ... Salvo que ese dar y recibir (difícil identificar el signo de los intercambios en una relación amorosa) se empiece a percibir por alguna de las partes (o por las dos) como una competición y, por tanto, se entienda que debe equilibrarse. Me parece lógico que, en ese caso, el que se siente abrumado por recibir más de lo que da se retire y deje la relación.
Amaranta, en un comentario al primer post de esta serie, dice (indirectamente) que cortamos las relaciones porque no nos compensa la forma (cantidad y calidad) en que se están dando las transacciones. Por supuesto que es así (salvo que seamos masoquistas o estúpidos); pero la cuestión estriba en identificar por qué no nos compensa. Y así puede no compensarnos porque creemos dar más de lo que recibimos o también por lo contrario. De todas maneras, sin que necesariamente afirme que es imposible “modelizar” las relaciones amorosas mediante la Teoría de Juegos, sí pienso que el modelo tendría que ser mucho más complejo que el mero esquema didáctico planteado aquí. Y uno de los temas que más habría que discutir es sobre el dar y el recibir y su traducción en unidades de valor; porque sigo pensando (intuyendo, más bien) que gana más quien da; o para expresar algo mejor lo que quiero decir: que una de las mayores ganancias que se reciben de una relación amorosa (y una de las motivaciones para vivirla) es el que te posibilita dar amor, mucho más que el recibirlo.
Pero esta y otras cuestiones relacionadas son materia para otro momento. Y prometo no tratarlas bajo el enfoque de la Teoría de Juegos (¿te parece bien?)
Hace unos 20 años, Robert Axelrod, un profesor de ciencias políticas de Michigan, planteó un concurso de estrategias (programas de ordenador) para jugar al Dilema del Prisionero. Este es el juego canónico de altruismo / egoísmo, que modeliza cualquier interacción (no necesariamente entre humanos) cuyas características básicas sean que ganas más si eres egoísta y el otro altruista, que la cooperación mutua es mejor que el egoísmo de ambos y que el egoísmo de ambos es mejor que la situación del altruista cuando el otro es egoísta. Si se piensa un poco, se verá que estas reglas son aplicables a muchas situaciones de la vida real. Pues bien, en una partida única del Dilema del Prisionero (o en varias, siempre que los jugadores conozcan cuántas van a ser), ambos jugadores tenderán a ser egoístas (o abusones, en mi anterior terminología). Sin embargo, lo que Axelrod comprobó a partir de simulaciones informáticas, es que si el número de partidas es indeterminado, las “estrategias” que mejor funcionan (y, por tanto, las que tienden a ser estables) son las que él llamaba amables (las que empiezan cooperando y solo “desertan” como repuesta a un comportamiento abusivo) y clementes (las que tienden a “olvidar” antiguas ofensas, sin perjuicio de que respondan a las recientes). De otra parte, si suponemos que las estrategias van evolucionando como resultado de su mayor o menor éxito (digamos que las que menos éxito tienen se van abandonando), se tendería a una estabilidad basada en la casi continua cooperación. Hay algunos factores más que intervienen (y que distorsionan esta tan idílica evolución), siendo quizás el más relevante la distribución inicial de estrategias en la población de que se trate. No es lo mismo (para la evolución futura) que se parta de una población en la que predominan comportamientos amables y clementes que de otra en una situación contraria. Pero tampoco vamos aquí a profundizar demasiado.
Pero hay un detalle muy importante que no he mencionado y es que el Dilema del Prisionero (como las interacciones reales susceptibles de modelizarse mediante el mismo) es un juego de suma NO cero. Un juego de suma cero es todo aquél en el que mi ganancia es igual a tu pérdida. Así son la mayoría de los que solemos llamar juegos (las competiciones deportivas, por ejemplo). Los juegos de suma cero son enormemente excitantes (presumo que más para la mentalidad masculina que para la femenina), hasta el punto de que intuyo que tendemos a plantearnos muchas de las interacciones reales como si respondieran a las características de este tipo de juegos. Estos juegos, además de la competitividad, estimulan la “envidia” que, a nuestros efectos, puede entenderse como que ganar más que el otro sea más importante que la ganancia propia en términos absolutos. Me contaron hace un tiempo que en varias negociaciones sindicales se había comprobado que los trabajadores daban más importancia al diferencial de su aumento de sueldo respecto al de otros que a la cuantía del aumento en sí. Llevándolo a la caricatura (aunque no tanto), parece que ser que un empleado tipo prefería que a él y su colega les aumentaran un 10% el sueldo antes que un aumento del 20% a él y del 30% a su colega. ¿Nunca hemos estado en situaciones en las que preferimos “perder” siempre que el otro pierda más o, al menos, no gane más que nosotros?
Lo que se me antoja muy llamativo, es que muchas de las situaciones de la vida real se pueden llevar tanto a juegos de suma cero como a juegos de suma no cero. Obviamente, lo más razonable sería procurar en cada caso convertir una interacción personal en un juego de suma no cero y, consecuentemente, apostar por un comportamiento cooperativo. Sin embargo, pareciera que tenemos un diablillo envidioso dentro que nos hace preferir el modelo competitivo de la suma cero. Y tampoco creo que es que seamos envidiosos o rencorosos de entrada (aunque muchas veces sean estos sentimientos la respuesta espontánea al dolor recibido, por ejemplo), sino que con frecuencia a ese modelo nos va llevando una especie de “desconfianza preventiva”: de entrada, yo no me muestro generoso y espero a ver que haces tú ... Al final, acabamos peleando para que ninguno obtenga ni un ápice más que el otro.
Por supuesto, las relaciones afectivas son (deberían ser) juegos de suma no cero; incluso pienso que deberían ser de suma positiva, como ya elucubré en mi anterior post. Alguien me ha dicho, por ejemplo, que ha vivido relaciones amorosas en las que ha dado x y ha recibido una cantidad mayor que x; que entonces ha intentado dar más de x, pero ha vuelto a recibir más de lo que daba; y así sucesivamente. Pues me parece fantástico (evidentemente estamos ante un juego de suma no cero, sino crecientemente positiva) salvo que ... Salvo que ese dar y recibir (difícil identificar el signo de los intercambios en una relación amorosa) se empiece a percibir por alguna de las partes (o por las dos) como una competición y, por tanto, se entienda que debe equilibrarse. Me parece lógico que, en ese caso, el que se siente abrumado por recibir más de lo que da se retire y deje la relación.
Amaranta, en un comentario al primer post de esta serie, dice (indirectamente) que cortamos las relaciones porque no nos compensa la forma (cantidad y calidad) en que se están dando las transacciones. Por supuesto que es así (salvo que seamos masoquistas o estúpidos); pero la cuestión estriba en identificar por qué no nos compensa. Y así puede no compensarnos porque creemos dar más de lo que recibimos o también por lo contrario. De todas maneras, sin que necesariamente afirme que es imposible “modelizar” las relaciones amorosas mediante la Teoría de Juegos, sí pienso que el modelo tendría que ser mucho más complejo que el mero esquema didáctico planteado aquí. Y uno de los temas que más habría que discutir es sobre el dar y el recibir y su traducción en unidades de valor; porque sigo pensando (intuyendo, más bien) que gana más quien da; o para expresar algo mejor lo que quiero decir: que una de las mayores ganancias que se reciben de una relación amorosa (y una de las motivaciones para vivirla) es el que te posibilita dar amor, mucho más que el recibirlo.
Pero esta y otras cuestiones relacionadas son materia para otro momento. Y prometo no tratarlas bajo el enfoque de la Teoría de Juegos (¿te parece bien?)
CATEGORÍA: Reflexiones sobre emociones
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Demasiadas variables en juego como para poder valorar con tu "teoría del juego" algo tan complejo como las relaciones humanas.
ResponderEliminarEmpezando que para lo que unos es amor para otros sólo es sexo (poniendo un ejemplo básico). Hay quien se enamora con poco y hay quien se enamora con mucho. Y muchas veces no sabemos de qué o por qué nos enamoramos.
Otras no le queremos poner el nombre y lo sentimos...
Demasiadas variables para intentar resolver la ecuación.
Comentado el Lunes, 11 Septiembre 2006 16:28
Sí pienso que dar es bonito en sí, que te enriquece mucho, vamos a ver no es que enriquezca al que da, sino que eres ya rico cuando tienes esa capacidad. Sin embargo dar, como todo lo que tiene valor, no es tan fácil, es a lo que me refería con el comentario anterior de la madre y el hijo. Vamos que no podemos ir regalando amor por ahí indiscriminadamente. Hace poco saltó una noticia como escándalo porque alguien daba dinero a los que pasaban por la calle simplemente porque le satisfacía ver sus caras de felicidad y esto no era bien aceptado. Que se tienen que dar unas determinadas circunstancias en la vida para que alguien acepte recibir amor, no es tan solo darlo, una madre no podría dar todo su amor a su hijo si éste no empezara a recibirlo desde la necesidad de alguien que depende de la madre para sobrevivir. A esto es a lo que me refiero, que es tan difícil aceptar como atreverte a dar. Y posiblemente las relaciones fracasen más ante la imposibilidad de aceptar de buen grado lo que recibes que por el hecho de una descompensación entre quienes interactúan. Quien da también se cree con determinadas prerrogativas sobre la otra persona, y si no volvemos a ver una madre con su hijo, la madre no solo busca la felicidad del hijo sino que demanda de él determinado comportamiento, no amor en la misma medida, sino determinado cumplimiento de unas reglas que se imponen y que son la muestra de ese amor que das. El amor no solo son palabras es una interacción que debe compensar, no es algo divino, es algo humano que como tal debe ser tratado. Y tampoco pienso que es gratuito, es algo que nos cuesta, esfuerzo, lágrimas, precupaciones, alegrias, besos, abrazos, años, el precio del amor es inmenso, pero individual nunca colectivo.
ResponderEliminarComentado el Lunes, 11 Septiembre 2006 16:54
Estoy de acuerdo con Amaranta básicamente.
ResponderEliminarAnteriormente, ya comenté, que yo personalmente, soy feliz dando y que aunque recibo puntos, el marcador está a cero inmediatamente(con otras palabras, pero la esencia es la misma).
Yo, a estas alturas de mi vida, soy feliz amando (aunque no esté bien visto por otros la forma), y dando lo que puedo, lo que soy, y por supuesto jugando al juego de la vida, poniéndole ganas y fuerzas.
Por cierto, creo que tengo una tara de fábrica porque nunca he sentido envidia. Creo que tengo emociones que anulan el crecimiento de otras. No todas son buenas.
Gracias por tus comentarios en mi blog, especialmente por el último. Aquí no cabe poner nada al respecto, pero puede que lo haga en el mío, pero no lo sé porque me muevo por impulsos.
Un placer descubrir a tu lado.
Comentado el Martes, 12 Septiembre 2006 08:38
Pues a mí la Teoría de Juegos me pone...,vamos, que suelo tenerla presente constantemente. Aunque, con esta incapacidad patológica para mentir (para mentir sin que se note, claro) o incluso ocultar, no me sirve de mucho en la vida real.
ResponderEliminarPero, sí, creo que, seamos cínicos por un rato, muchas veces la relación afectiva aparece como un juego de suma cero. Por suerte, en la práctica, de todas se aprende, así que tampoco es un cero absoluto.
Comentado el Martes, 12 Septiembre 2006 09:35
Recuerdo un chiste que escuché hace tiempo sobre un genio que se le aparece a un empleado y le otorga un deseo, con la única condición de que a su compañero le otorgará el doble de lo que a él se le conceda.
ResponderEliminarY pidió al genio que le quitará un ojo.
Comentado el Jueves, 14 Septiembre 2006 18:00