Hoy leo en un blog la lista de los 7 pecados capitales con un octavo añadido: la estupidez. Es un post breve que, curiosamente, me ha disparado el pensamiento hacia el tema de la estupidez, uno de mis favoritos. Avanzo que no la considero un pecado capital; no me parece pecado y, en todo caso, sería degradar su importancia ponerla al nivel de cosas como la soberbia, la ira y demás; la estupidez es mucho más potente y peligrosa, una -si no la más- fuerza de la historia humana.
Sin embargo, prefiero dejar el tema de la estupidez para otro rato (así como la discusión sobre su esencia no pecaminosa) y escribir algo sobre los 7 capitales. El caso es que, al leer la lista, me vino a la cabeza el recuerdo de la tediosa memorización del Catecismo, hacia finales de los 60. Era el viejo catecismo, desde luego no el que aprobó hace pocos años el papa Wojtyla. Me acordaba de dos preguntas: ¿Cuáles son los pecados capitales? (Los pecados capitales son siete: y se decían) y ¿Por qué se llaman pecados capitales? La respuesta era interesante (aunque seguro que al crío que yo era no le interesó demasiado): se llaman capitales porque son origen de todos los demás pecados (o, al menos, de muchos).
Descubro en Internet que la actual relación de los pecados capitales es de Santo Tomás de Aquino (por cierto, este verano estuve en Aquino y me enteré de que allí no nació Santo Tomás, aunque su familia provenía de esa pequeña ciudad del Lazio), si bien no hizo sino mejorar la lista y las ideas de San Gregorio Magno. Es decir que el tema es viejo, del siglo XIII o incluso del VI; de hecho, el afán catequístico del siglo XVII (supongo que como consecuencia del Concilio de Trento y los esfuerzos de la Iglesia para fijar el dogma frente a la eclosión de protestantes que les habían salido) parece que no añade apenas nada a lo fijado por el Doctor Angélico. Así que el tema está claro desde hace unos 750 años ... No sé, no sé: quizás convendría una revisioncilla.
Parece que la confección de la lista de los pecados capitales (como la de sus especulares 7 virtudes cardinales), obedecía a la preocupación medieval de crear un "código de conducta", de sistematizar lo que era moral o éticamente correcto. No está mal pensado: concéntrate sólo en no caer en 7 pecados y evitarás todos los demás, ya que derivan de alguno de los primeros. El fallo estriba en que estos pecados son demasiado ambiguos en la práctica y, sobre todo, muy poco cuantificables. La soberbia, por ejemplo (el principal de los capitales); la define Santo Tomás como un apetito desordenado de la propia excelencia; pero el amor a uno mismo no es, en sí mismo, malo; al contrario, es bueno y necesario. Entonces, ¿en qué momento ese amor propio se convierte en soberbia? O, tomando los llamados vicios menores emparentados: ¿cuando la ambición o la vanidad dejan de serlo y pasan a ser soberbia? En fin, que muy complicado.
Pero decía que me parece interesante eso de los pecados capitales como fuente de otros pecados porque lleva a considerarlos, más que como pecados, sentimientos negativos básicos, algo así como las piezas elementales con las que construir la estructura psicológica del ser humano (habría que añadir las piezas positivas, claro). Así que intuyo que todos tenemos, como parte de nuestra compleja estructura psicológica, pulsiones soberbias, envidiosas, lujuriosas (¡gracias a Dios!), airadas, gulosas (¿cuál es el correspondiente adjetivo?), codiciosas y perezosas. En fin, tampoco estoy en capacidad de andar mucho por esta senda, pero el tema me suscita interés.
Y, ya puestos, también sería interesante indagar hasta qué punto la concepción negativa que de estos pecados / sentimientos básicos ha hecho la moral cristiana ha podido influir en nuestras psiques y, consecuentemente, condicionar nuestras emociones. El ejemplo obvio es la lujuria o el apetito desordenado de los placeres carnales (en latín suena chulísimo: appetitus inorditatus delectationis venerae). Naturalmente, hoy habríamos de preguntarnos qué se entiende por desordenado o, dicho de otra forma, hasta cuánto es el apetito erótico ordenado. Pero, lamentablemente, me temo que no es cuestión de grado sino, para la tradición católica, una distinción radical entre amor y sexo, siendo este último algo añadido al amor y casi casi como mal menor (desde luego, prescindible). Sea como se quiera (el tema da para infinitas sutilezas teológicas, a veces tan absurdas como los cursillos prematrimoniales de los curas), lo cierto es que el deseo sexual es en sí mismo pecaminoso y, de esta concepción cristiana ... ¿cuantos desajustes emocionales derivan?
Se dice que la moral católica del pecado está ya periclitada. Imagino que anda muy tocada, pero no me atrevería yo a darle el certificado de defunción. Son muchos siglos de lavados de cocos, tantos que hasta es posible que algo de todo ello se haya codificado genéticamente. Quizás no tengamos miedo al infierno, pero la idea cristiana de pecado sigue enraizada por debajo de nuestros pensamientos conscientes. Y no olvidemos que el primer pecado (el original) es el que explica que esta vida sea un "valle de lágrimas" ... y de ahí a las imposibilidades (o dificultades) personales de ser feliz. Mientras escribo estoy pensando en personas muy cercanas. Que no, coño, que esto no es un valle de lágrimas (o, al menos, no tiene por qué serlo) y que por sufrir nadie se gana el cielo.
Sin embargo, prefiero dejar el tema de la estupidez para otro rato (así como la discusión sobre su esencia no pecaminosa) y escribir algo sobre los 7 capitales. El caso es que, al leer la lista, me vino a la cabeza el recuerdo de la tediosa memorización del Catecismo, hacia finales de los 60. Era el viejo catecismo, desde luego no el que aprobó hace pocos años el papa Wojtyla. Me acordaba de dos preguntas: ¿Cuáles son los pecados capitales? (Los pecados capitales son siete: y se decían) y ¿Por qué se llaman pecados capitales? La respuesta era interesante (aunque seguro que al crío que yo era no le interesó demasiado): se llaman capitales porque son origen de todos los demás pecados (o, al menos, de muchos).
Descubro en Internet que la actual relación de los pecados capitales es de Santo Tomás de Aquino (por cierto, este verano estuve en Aquino y me enteré de que allí no nació Santo Tomás, aunque su familia provenía de esa pequeña ciudad del Lazio), si bien no hizo sino mejorar la lista y las ideas de San Gregorio Magno. Es decir que el tema es viejo, del siglo XIII o incluso del VI; de hecho, el afán catequístico del siglo XVII (supongo que como consecuencia del Concilio de Trento y los esfuerzos de la Iglesia para fijar el dogma frente a la eclosión de protestantes que les habían salido) parece que no añade apenas nada a lo fijado por el Doctor Angélico. Así que el tema está claro desde hace unos 750 años ... No sé, no sé: quizás convendría una revisioncilla.
Parece que la confección de la lista de los pecados capitales (como la de sus especulares 7 virtudes cardinales), obedecía a la preocupación medieval de crear un "código de conducta", de sistematizar lo que era moral o éticamente correcto. No está mal pensado: concéntrate sólo en no caer en 7 pecados y evitarás todos los demás, ya que derivan de alguno de los primeros. El fallo estriba en que estos pecados son demasiado ambiguos en la práctica y, sobre todo, muy poco cuantificables. La soberbia, por ejemplo (el principal de los capitales); la define Santo Tomás como un apetito desordenado de la propia excelencia; pero el amor a uno mismo no es, en sí mismo, malo; al contrario, es bueno y necesario. Entonces, ¿en qué momento ese amor propio se convierte en soberbia? O, tomando los llamados vicios menores emparentados: ¿cuando la ambición o la vanidad dejan de serlo y pasan a ser soberbia? En fin, que muy complicado.
Pero decía que me parece interesante eso de los pecados capitales como fuente de otros pecados porque lleva a considerarlos, más que como pecados, sentimientos negativos básicos, algo así como las piezas elementales con las que construir la estructura psicológica del ser humano (habría que añadir las piezas positivas, claro). Así que intuyo que todos tenemos, como parte de nuestra compleja estructura psicológica, pulsiones soberbias, envidiosas, lujuriosas (¡gracias a Dios!), airadas, gulosas (¿cuál es el correspondiente adjetivo?), codiciosas y perezosas. En fin, tampoco estoy en capacidad de andar mucho por esta senda, pero el tema me suscita interés.
Y, ya puestos, también sería interesante indagar hasta qué punto la concepción negativa que de estos pecados / sentimientos básicos ha hecho la moral cristiana ha podido influir en nuestras psiques y, consecuentemente, condicionar nuestras emociones. El ejemplo obvio es la lujuria o el apetito desordenado de los placeres carnales (en latín suena chulísimo: appetitus inorditatus delectationis venerae). Naturalmente, hoy habríamos de preguntarnos qué se entiende por desordenado o, dicho de otra forma, hasta cuánto es el apetito erótico ordenado. Pero, lamentablemente, me temo que no es cuestión de grado sino, para la tradición católica, una distinción radical entre amor y sexo, siendo este último algo añadido al amor y casi casi como mal menor (desde luego, prescindible). Sea como se quiera (el tema da para infinitas sutilezas teológicas, a veces tan absurdas como los cursillos prematrimoniales de los curas), lo cierto es que el deseo sexual es en sí mismo pecaminoso y, de esta concepción cristiana ... ¿cuantos desajustes emocionales derivan?
Se dice que la moral católica del pecado está ya periclitada. Imagino que anda muy tocada, pero no me atrevería yo a darle el certificado de defunción. Son muchos siglos de lavados de cocos, tantos que hasta es posible que algo de todo ello se haya codificado genéticamente. Quizás no tengamos miedo al infierno, pero la idea cristiana de pecado sigue enraizada por debajo de nuestros pensamientos conscientes. Y no olvidemos que el primer pecado (el original) es el que explica que esta vida sea un "valle de lágrimas" ... y de ahí a las imposibilidades (o dificultades) personales de ser feliz. Mientras escribo estoy pensando en personas muy cercanas. Que no, coño, que esto no es un valle de lágrimas (o, al menos, no tiene por qué serlo) y que por sufrir nadie se gana el cielo.
POST REPUBLICADO PROVENIENTE DE YA.COM
Los pecados no se pueden evitar, en el sentido de que la sobervia es más una característica del ser humano que un pecado. No pienso las personas tengan una pizquita de cada una, sino que hay gente que lo tiene y hay gente que no. La envidia es un sentimiento que no todo el mundo ha sentido. Igual que hay gente que no conoce la pereza. La moral (ya sea laica o religiosa, aunque hoy en día nadie escape a la moral judeo-cristiana) son códigos de conducta que se han ido confeccionando con alguna razón predeterminada, supongo que el hacer posible las relaciones que se dan viviendo en sociedad. Pero hacer que el ser humano deje de sentir es complicado, más que nada porque cuando se castran sentimientos, ya sean positivos o negativos, normalmente surgen válvulas para aflojar la presión que se produce dentro de un ser humano y seguramente estas válvulas consiguen desórdenes peores.
ResponderEliminarLa lujuria por ejemplo, creo que la lujuria es más difícil de identificar que los otros, cualquiera sabe identificar la sobervia, o la pereza o la envidia. Pero la lujuria creo que es algo más artificial, quizás por la intimidad del comportamiento o quizás porque está definida desde la hipocresía de una institución que se dedicó a hacer una campaña negativa del sexo, simplemente porque a lo mejor les molestaba que para tener sexo había que relacionarse con mujeres. En fin vete a saber.
Publicado Martes, 19 Diciembre 2006 09:17
Perdón....soberbia.
ResponderEliminarPublicado Martes, 19 Diciembre 2006 09:20