Naturalmente, uso un pseudónimo, ya que me daría muchísima vergüenza que mis colegas profesionales llegasen a descubrir que estoy detrás de deleznables programas en los que concursantes semianalfabetos se angustian en esfuerzos ridículos. Ni siquiera en este blog anónimo me atrevo a mencionar algunos de los títulos de concursos que se han desarrollado a partir de alguna idea mía; incluso aquí creo que debo mantener un cierto prestigio de talla cultural por más que, lamentablemente, la actividad intelectual no sea, en este sociedad del espectáculo banal, tan rentable como debiera.
Aun así, por muy degradado que llegue el producto a la caja tonta, he de reivindicar una mínima calidad en sus orígenes, he de proclamar que el hálito primigenio, la inspiración motora, deriva de inquietudes y buceos en más nobles materias. Bien es verdad que, a lo peor, con esta defensa no hago sino agravar mis culpas, confesando ingenuamente cómo prostituyo lo sagrado en el lodazal pestilente del circo mediático. Sea, pero ello no obsta para que, a medida que mi fama se extiende en ese mundo de yuppies, me reclamen cada vez con mayor frecuencia nuevas ideas y, consecuentemente, haya de estrujar mi fértil creatividad para encontrarlas. En fin, que algún trabajo me va costando.
Dije antes que “creo originales ideas” y exageré más de la cuenta. Las ideas, como la energía, ni se crean ni se destruyen, como mucho se transforman. En gran medida, todo se reduce a un ejercicio de ars combinatoria, procurando que los elementos de partida sean lo más heterogéneos entre sí, a fin de propiciar contrastes chocantes que –la experiencia lo demuestra- generan notables réditos comerciales. Además, es sabido que plagiar de muchas fuentes no es tal (investigación, me parece que lo llaman) y, en todo caso, el riesgo de mostrar ese pecado se minimiza sobremanera si los elementos a combinar son lo suficientemente poco conocidos por el público medio o por la crítica periodística (algo, por otra parte, poco difícil). En fin, van estas excusas no pedidas para sugerir hacia dónde apunto en la búsqueda de ideas.
Ahora mismo, por ejemplo, estoy dándole vueltas a un posible guión basado en el anacoretismo sirio. Como algunos sabrán, en la provincia romana de Siria, durante los siglos IV, V y VI, hubo una espectacular explosión de monjes cristianos, con protagonistas famosísimos en su época por hazañas ascéticas que, hoy en día, figurarían en el Guinnes. Además, visto desde nuestra época, pareciera que entre ellos hubiera habido una especie de competencia de originalidad, a ver a quien se le ocurría la forma de misticismo más singular. Daré algunas pinceladas para que pueda comprobarse que no exagero.
Había un grupo de monjes que se condenaban a la statio o inmovilización absoluta; se trataba de estar siempre de pie. Obviamente, para lograrlo, habían de recurrir a ayudas, tales como colgarse por los sobacos, atarse a un árbol, construirse una celda tan estrecha que no pudieran perder la verticalidad. Pues así, estos estacionarios se pasaban años y años, orando y siendo admirados en su santidad por los devotos cristianos de los alrededores.
Más interesantes para mis fines resultan los dementes por Cristo, quienes, durante el día, se paseaban por los pueblos haciéndose pasar por poseídos demoníacos o retrasados mentales, mientras que, por la noche, se dedicaban a la oración. Era una manera de practicar, hasta el desprecio por sí mismos, la evangélica virtud de la humildad. Como es natural, la santidad de estos ascetas no solía serles reconocida en vida; por el contrario, con sus actuaciones se ganaban continuos insultos y hasta palizas de sus contemporáneos.
No están tampoco nada mal los boskoí, unos ascetas de costumbres salvajes a quienes les daba por vivir a la intemperie moviéndose a cuatro patas y paciendo yerba. Todo, por supuesto, para mayor gloria de Dios.
Un rasgo común de todas estos anacoretas era su gusto por la exhibición pública, lo que los enlaza directamente con los mecanismos psicológicos de los concursantes televisivos; así que, como puede verse, tampoco hemos cambiado tanto en 1600 años. Por supuesto, en su época fueron muy famosos; es decir, sus proezas absurdas atraían espectadores. Tampoco en ese aspecto la humanidad ha evolucionado mucho. Por tanto, creo que hay materia. Sólo se trata ahora de buscar algunos otros elementos para hacer la combinación algo más compleja y, por supuesto, adaptar las prácticas del protocristianismo a los tiempos modernos (pero tampoco creo que haga falta mucho). Por supuesto, habrá que dar con un tono que no hiera susceptibilidades religiosas (téngase en cuenta que muchos de estos ascetas son miembros del santoral católico), aunque no descarto introducir algunos rasgos de espiritualidad new age, en plan homenaje actualizado a las elevadas motivaciones de aquellos sirios. Pues nada, a seguir dándole vueltas. No se me negará que la idea promete.
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